21/03/2015 01:34 PM
7. DOS DEMONIOS Y UN RISUEÑO LADRÓN
Vesteria, Estoria, 4 de abril del 522 p.F.
Vesteria, Estoria, 4 de abril del 522 p.F.
Al doblar la esquina, Árzak paró en seco. Estaba ante un callejón sin salida, pero no había ni rastro del ladrón de Askhar. Confuso y con la respiración acelerada se adentró, girando sobre sí mismo, en busca de alguna pista. Las tres paredes eran de piedra, de varios pisos y no tenían ni puertas ni ventanas. Según pasaban los segundos su corazón se aceleraba más y más hasta desbocarse. La ansiedad subía desde el estómago, ardiendo en su pecho y atenazándole la garganta. Palpó a tientas las paredes, en busca de alguna entrada secreta, hasta que la falta de oxígeno le hizo detenerse. Tomó aire con fuerza varias veces y pareció tranquilizarse un poco. Solo duró un instante en esa posición, pues tras cerrar con fuerza el puño, se lanzó fuera de sí, chillando, golpeando y arañando el muro más cercano.
En ningún momento fue consciente del espectador que asistía a semejante debacle personal. El ladrón sonreía viendo como su víctima se volvía loca. Intentaba contener una carcajada con empeño, pues un movimiento brusco podría romper su concentración y con ello deshacer la técnica que le mantenía oculto. «Más que oculto» se corrigió, «invisible». En realidad, traslúcido sería la definición correcta. Estaba usando la energía vestigial, polarizando las partículas de polvo y agua en suspensión. Las fuerzas magnéticas las mantenían cohesionadas entre sí, cambiando su naturaleza y formando un manto que lo envolvía. Los rayos de luz al impactar contra él, en lugar de atravesarlo, curvaban su trayectoria, recuperándola al otro lado. A la vez que la técnica hacía eso, generaba una especie de pantalla en el punto de entrada, sobre la que se proyectaba lo que se vería si allí no hubiese nadie. Gracias a eso era imposible que lo encontrase; «salvo que tropiece conmigo por casualidad» pensó, tragando saliva.
Estaba en el lateral derecho, pegado contra la pared tratando de no hacer ningún ruido que le delatase. Miró la espada que aún sostenía. «Menuda basura. Dudo que me den 10 drekegs por ella».
Un grito aterrador le hizo volver a prestar atención a Árzak. Un grito de furia desatada, que ninguna garganta humana podría reproducir, pues un gruñido que provocó una ligera vibración en el suelo, lo acompañaba. Aquel chaval estaba rascando la pared con tanta fuerza que tenía las manos ensangrentadas. Tenía la cara desencajada y bañada de sudor. Los dientes apretados rechinaban, y cada uno de sus jadeos iba acompañado de un gruñido.
El ladrón empezó a plantearse seriamente la posibilidad de devolver el botín. ¿Qué otra opción tenía? Aquel salvaje se interponía ante la única salida, y escalar las paredes estaba descartado. No porque fuese imposible, sino porque sería incapaz de utilizar el vestigio para potenciar sus músculos justo después de deshacer el campo de invisibilidad: incluso algo sencillo como eso requería demasiado tiempo para acumular la energía necesaria. No sabía qué podía haber salido mal. Lo que solía pasar era que llegaban, pegaban un par de gritos, maldecían y se iban en busca de un alguacil; «pero este tipo no tiene pinta de irse». Y peor aún, de encontrarlo seguro que le daba una paliza.
Suspiró reconociendo su derrota, no podía hacer nada y el botín no era gran cosa. Se dispuso a disipar el campo cuando un nuevo grito-rugido le detuvo en seco.
Otro ataque de furia se adueñó de Árzak, que empezó a gritar a la nada, y cayendo de rodillas golpeó el suelo impotente.
De pronto se paralizó unos segundos; ni se movía ni emitía ningún sonido. «¿Estara muerto?» esperó expectante el ladrón. Pero sus esperanzas no tardaron en esfumarse cuando un ruido surgió de debajo del muchacho. Al principio lo confundió con un balbuceo, de ahí paso a ronroneo para convertirse en auténtico gruñido. Un gruñido de bestia que hizo palidecer al traslúcido observador. Aterrado, vio como la piel del chaval se oscurecía, pasando del blanco al pardo y de ahí a un negro tan oscuro que parecía ensombrecer el aire que lo rodeaba. Sus manos se retorcían, y los cartílagos chascaban a causa de la tensión a la que los sometían unos músculos cada vez más grandes. Las uñas crecieron, convirtiéndose en auténticas garras que rasgaron el suelo dejando ocho surcos tras de sí. Cuando el ladrón levantó la cabeza entendió que se estaba jugando algo más que una paliza.
De la frente de Árzak estaban empezando a surgir dos pequeños cuernos y mostraba al aire sus dientes, ahora largos y afilados. Pero lo peor eran los ojos. Ya no había una esclerótica blanca alrededor de dos iris marrones. Toda la superficie de la cornea presentaba un color verde oscuro, alterado solo por tres pupilas rojas. Seis pupilas en total, y a no ser que estuviese loco, posadas en él. No podía asegurarlo aunque no le cabía duda, esas seis pupilas, o al menos alguna de ellas, podían verlo.
Árzak orientó el cuerpo, contrajo las piernas y encorvó la espalda, como haría un felino a punto de saltar sobre una presa. La presa, en este caso el ladrón, no estaba totalmente indefensa pues esperaba la llegada del ataque. En cuanto lo vio moverse hacia delante saltó a un lado, resultando de nuevo visible. Esperaba que se abalanzase sobre él rápido, pero desde luego la velocidad de aquel muchacho lo pilló totalmente por sorpresa; apenas se acababa de mover y a su lado pasó como una tromba un objeto borroso que se estrelló con todo contra el muro, haciéndolo saltar por los aires. Si hubiese reaccionado un segundo más tarde esa bestia le habría arrollado. Pese a haberlo esquivado, la onda expansiva lo lanzó hacia la pared opuesta, contra la que se golpeó con fuerza. En el suelo, aún aturdido, trató de ponerse a cubierto cuando la nube de escombros le alcanzó; por el ruido y la cantidad de polvo que se había levantado creyó que el edificio iba a caer sobre ellos.
Sin embargo, tras unos segundos angustiosos, que pasó hecho un ovillo, nada ocurrió. El enemigo continuaba con vida, pues escuchaba sus gruñidos y resoplidos. Parecía que estuviese peleando contra algo. Según se fue asentando la nube, pudo entreverlo, de espaldas a él, con el brazo incrustado en la pared hasta el codo, luchando por liberarse.
Levantarse y echar a correr fue lo primero que le vino a la cabeza. Pero esa orden no llegó a sus piernas antes de que el monstruo, liberase su extremidad de un tirón, arrastrando piedras, cemento y levantando más polvo. Ya no quedaba tiempo para correr; cuando vio aquellas garras acercarse a él, cerró los ojos y esperó que la muerte fuese rápida e indolora. Y esperó.
Oía los gruñidos de la bestia a un metro escaso; pero, ¿por qué no había acabado aún con él? «Igual es como uno de esos perritos que solo ladran», y animado por este pensamiento se atrevió a abrir un ojo que volvió a cerrar espantado al ver de nuevo las garras esta vez a un palmo de su cara. Pero de nuevo, esperó y no pasó nada. Abrió los ojos otra vez, para comprobar sorprendido que estaba en el interior de una especie de burbuja. Una burbuja que se combaba y doblaba ante los intentos del chico-monstruo por atravesarla, demostrando su resistencia en cada ocasión.
Árzak, frustrado, la golpeó con todas sus fuerzas, llevando la esfera al máximo de su elasticidad. Las garras se detuvieron a un par de centímetros de la cara del delincuente. En ese momento notó el cambio, cuando los pelos de sus brazos se pusieron de punta. Y el agresor también lo notó, pues dejó de empujar con su brazo y giraba la cabeza enseñando los dientes en todas direcciones.
Una chispa de color morado recorrió la burbuja, y a esa la siguieron otras. Solo tardaron unos segundos en unirse, formando una docena de rayos que recorrieron toda la superficie confluyendo en la mano de Árzak, para extenderse por su brazo, hasta el pecho. La corriente recorrió su cuerpo tetanizándolo y provocandole temblores. Entonces la burbuja y los rayos desaparecieron.
El ladrón se puso de pie con mucho cuidado. No entendía nada de lo que acababa de pasar, pero con su atacante reducido a un despojo humeante que balbuceaba en el suelo, se sintió a salvo. Suspiró liberándose de la tensión acumulada y se acercó al yacente con mucho cuidado.
—Yo no haría eso.
—¡Joder! —gritó el ladrón, con el corazón a punto de salirle por la boca. Tan concentrado estaba que una voz a su espalda casi acaba con él. Giró la cabeza para encontrar a un hombre que llevaba unas extrañas gafas, de pie a la entrada del callejón, sonriéndole de forma inquietante—. Pelo rojo, pinta retro... A ti se te ve que eres un demonio a un kilómetro de distancia. ¿Es una de tus crías? —preguntó señalando a Árzak.
Terg pasó junto al ladrón, ignorándolo y se detuvo junto a Árzak. «Al final, resultó que estaba en lo cierto» pensó, mientras su sonrisa se ensanchaba de forma macabra. El chico había recuperado su aspecto normal y estaba recobrando el sentido.
—Estás bien. —Terg no preguntaba, más bien confirmaba algo que ya sabía en voz alta.
—Eso creo —respondió Árzak, sonmoliento. Se sentía confuso, había vivido todo, como si se tratase de un sueño—. ¿Qué ha pasado?
—Algo muy interesante —murmuró Terg, dedicándole una mirada evaluativa.
—Interesante de cagarse en los pantalones —dijo el ladrón, que creía que había estado callado suficiente tiempo— Aunque supongo que depende del punto de vista. —Se puso en cuclillas junto a Árzak, para continuar dirigiéndose a él con una sonrisa afable—. Tú tienes un problema y de los gordos, ¿eh?
Después de ayudarlo a ponerse en pie, le tendió a Askhar:
—Ten. De todas formas estaba pensando en devolvértela antes de que empezases a romper cosas. —Árzak le quitó la espada con brusquedad, y se apartó un poco. Aún respiraba con dificultad, pero la conmoción había pasado y no confiaba en la actitud del ladrón—. Entiendo, tienes razones para ponerte así. Intenté robarte, aunque en mi defensa diré que casi me matas. De hecho parece que tengo que agradecerle a tu amigo el hecho de seguir con vida —agregó ofreciéndole la mano a Terg—, muchas gracias, jefe.
El demonio miró la mano con desdén e ignorándolos a los dos se fue por el callejón.
—Si llegas tarde, me voy sin ti, cachorro —dijo justo antes de desaparecer.
—Parece simpático —comentó el ladrón que aún mantenía la mano levantada. Desviando el brazo, aprovechó el gesto para ofrecerle el saludo a Árzak—. Pero, ¿dónde están mis modales? Zasteo Baren´ar, aunque puedes llamarme Zas. Humilde miembro del gremio de ladrones, aunque eso es un secreto —añadió guiñándole un ojo—, y después de que me enseñases las garras tu mayor admirador.
Árzak miró con desconfianza la mano que aún le ofrecía. Tras asegurarse de que tenía la espada firmemente agarrada, la estrechó.
—Árzak Kho... —Se interrumpió bruscamente y tras unos segundos pensativo, añadió con una sonrisa—: Kho´ar. Diría que soy... algo así como un cazador. Y me conformo con que no vuelvas a robarme.
—Eso está hecho —dijo Zas, riendo también—. Yo no robo a los conocidos, señor Árzak Khokho´ar
—No. No es así. Bueno que más da, olvídalo. Ese apellido tuyo, Baren´ar… No pareces castrense la verdad.
—¿Tú no te cortas, eh? —pregunta Zas, de pronto extrañamente serio— ¿Es porque soy negro?
—No quería incomodar, yo solo…
Una carcajada lo interrumpió. Zasteo se agarraba el estómago, doblado por la risa y le señalaba de vez en cuando.
—Menuda cara has puesto —consiguió decir, tras un rato en el que le costó incluso tomar aire—. No te preocupes. No me molestas. Es muy probable que mis padres fuesen behits, como habrás adivinado por mi piel, pero como nunca los conocí... —se encogió de hombros—. Me crié en esta ciudad rodeado de Fregues´ar y de Blunen´ar y no sé cuántos ars más. No sé, Baren me pareció un buen nombre para no desentonar. Además, no creo que sea tan raro inventarse un apellido. ¿No cree, señor Khokho´ar?
—En realidad hubo unos cuantos segundos entre el primer Kho y el segundo... —intentó decir Árzak, pero Zasteo siguió hablando ignorándolo.
—No te preocupes. No me ha ofendido que me recuerdes mi orfandad.
—Yo no dije...
—Ya te he dicho que no te preocupes —le silenció Zas, tapando con la mano su boca con gesto afectado—. Uno no echa de menos lo que no ha conocido. No es como si les hubiese visto morir. —El rostro de Árzak se ensombreció—. ¿He dicho algo inconveniente? Me pasa a menudo.
—No, no te preocupes —dijo Árzak, con convicción tras lograr contenerse. Recordó de pronto las últimas palabras de Terg. Miró al cielo y al comprobar que se hacía tarde, se despidió mientras se iba—. Lo siento, tengo que irme. Nos veremos en otra ocasión.
—Te tomo la palabra. Siempre es interesante tener amigos con mal pronto cuando te dedicas a mi profesión.
***
Árzak dejó al ladrón y fue en busca de Terg. Sin embargo no sería la última vez que vería al alegre Zas. Los viajes a Vesteria eran obligados y en los siguientes años llegó a nacer una gran amistad entre los dos chavales. Ambos tenían una edad similar, y pronto encontraron aficiones comunes. Cada vez que Árzak visitaba la ciudad, algo que empezó a hacer más a menudo, se encontraba con el ladrón y deambulaban por las tabernas, compartiendo sus primeras borracheras. Se convirtieron en el terror de padres y madres con hijas adolescentes. Y tuvieron más de una conversación con los alguaciles y los carceleros. En otras ocasiones, era Zas el que visitaba a su amigo y juntos practicaban ejercicios de caza y supervivencia, perdiéndose durante días sin provisiones en las estribaciones de la cordillera. Todo ello para placer del demonio, que disfrutaba de no tener que soportar a Árzak.
Pero esto ocurriría más adelante. Ese mismo día, cuando Terg y Árzak estaban cenando, el chico decidió hacer ver al demonio que no había pasado por alto que una pregunta esperaba respuesta. No había querido profundizar en ello delante de Zasteo.
—¿Piensas decirme qué es lo que pasó? ¿Qué era tan interesante?
—No sé de qué me hablas —respondió Terg, masticando ensimismado.
—No soy estúpido, Terg —espetó Árzak, posando el cuenco con golpe, derramando parte de la sopa en el suelo— Dime, ¿por qué perdí el control de mi cuerpo y estuve a punto de matar a Zasteo?
—¿A quién?
—Al ladrón.
—¿Ahora confraternizas con ladrones? —preguntó Terg, pero la mirada de Árzak le dejó claro que no iba a desistir. No le quedaba más remedio que explicarle algunas cosas—. Está bien. Complaceré tu curiosidad. Dime, ¿qué sabes de los demonios?
—Aparte de lo que sé de ti, más bien poco —respondió Árzak, empezando a temerse lo peor. Terg le animó con un gesto de la cabeza a continuar—. Pues lo que sabe todo el mundo. Hace miles de años, los humanos que habitaban el continente de Faestos abrieron un portal a otra dimensión. Por él se coló Vesh Kharden, el padre de todos los demonios, y desde entonces Faestos es un lugar prohibido.
—Otra dimensión —bufó burlón Terg—. Una historia digna para entretener al populacho. Por no decir que obvia más de diez mil años de historia, en los que hemos sido parte de este planeta. Bien, veamos: Todo empezó con esos humanos de los que hablabas, los mulianes. No eran unos humanos cualquiera, sino que fueron los primeros en aprender a usar el vestigio. Y gracias a ello prosperaron. Mientras que vosotros los castrenses aún vivíais en casas de barro y vestías taparrabos, ellos construían maravillas de la ingeniería. Pero ese gran poder tenía sus peligros. Y más aún cuando Vesh Kharden estaba de por medio. Abrieron el portal por casualidad. Pero no era un gran portal. Ni una mosca hubiese podido atravesar aquella singularidad.
—¿Singularidad?
—¡No me interrumpas! Como iba diciendo el portal era muy pequeño. Tu historia es otro síntoma del orgullo desmedido los tu raza. ¿Quién se iba a creer que un humano fuese capaz de abrir semejante portal? Fue Vesh el qué se percató de ello. Y fue él, el que usó sus poderes para agrandarlo, permitiéndonos abandonar nuestro mundo. Y esto es importante; mundo, no dimensión.
—No entiendo a qué te refieres con mundo —se atrevió a preguntar el chico, ante el silencio del demonio.
—Otro planeta, a miles de millones de años de luz de aquí.
—¿Parecido a Devafonte?
—En sus inicios, sí. Pero lo habíamos llevado casi a la destrucción. Algo similar a lo que os pasó a vosotros al final de la segunda era. La contaminación y la sobreexplotación lo habían convertido en un erial. —Durante un rato desaparecio su cínica sonrisa; mantuvo un tono suave que rezumaba nostalgia. Unos segundos en los que su mirada se perdió en el suelo, y tras negar con la cabeza, volvio a la normalidad—. Centrémonos en lo importante. Aquella grieta espacio-temporal fue como un bote salvavidas para nosotros. Así que todos los habitantes del planeta Velio entramos. Quedábamos muy pocos la verdad, tal vez unos cientos de miles. Pero allí había representantes de todas las especies inteligente que habitaban Velio. Y vosotros, en un alarde de imaginación, nos redujisteis a todos al término de demonios —literalmente, escupió la última palabra.
—¿Te refieres a especies, como aquí los maves o los grezs?
—O los humanos. Especies, todas ellas distintas, aunque sometidas lo quisieran o no, al gobierno del viejo Veshi. Un tipo muy antipático, obsesionado con gobernar este planeta. Viendo como resultó en Velio, da miedo pensarlo. Aunque vosotros no lo hicisteis mucho mejor.
—¿Qué tiene que ver todo esto con lo que me ha pasado? Intentas confundirme.
—Intento que entiendas que los demonios no somos ni buenos, ni malos por definición. Algunos se alimentan de las almas, otros de cadáveres y otros comen pasto. Algunos os odiamos con toda nuestra alma, y otros no. En definitiva, intento que deseches cualquier tipo de prejuicio. Te ayudará, créeme.
—No veo por qué hay que remontarse diez mil años atrás, para contestar a mi pregunta —se quejó Árzak, cruzándose de brazos.
—Ten paciencia —lo calmó Terg, levantando la voz y retándole con la mirada a que volviese a interrumpirlo y prosiguió—: como te iba diciendo, Vesh Kharden atravesó el portal con la intención de invadir este mundo con sus ejércitos. Pero como no éramos suficientes, capturó a los mulianes. Los sometió a sus poderes y los transformó en criaturas abominables; creo que ya has conocido a los faesters —Árzak tragó saliva recordando el ataque en el que murió Mientel a manos de aquellas criaturas—. Veo que sí. Con ese ejército, llevamos al mundo a su primera gran guerra. Pese a que todos los pueblos de Devafonte se unieron en nuestra contra, y a que algunos mulianes que habían huido os habían enseñado a usar el Vestigio, teníais todas las de perder. Hasta que uno de los lugartenientes de Vesh abrió la veda.
—¿De qué veda hablas?
—De la de cambiar de bando. Nien Varen, unos de los más poderosos de los nuestros se cansó de tantas matanzas. Sintió lastima por vosotros y cambió de bando, junto a muchos de los nuestros. Yo entre ellos, he de añadir. Qué quieres que te diga. Llevaba solo unos cientos de años aquí. Aún no os había cogido el asco que os tengo ahora. Cuando Nien desertó, quiso dejar atrás su antigua vida, así que adoptó el nombre que le daban los guerreros castrenses. ¿Sabes cuál era?
—No —dijo con la boca, aunque sus ojos gritaban sí.
—Kholler. —La sonrisa de Terg se ensanchó, dándole el aspecto de un loco.
—No es posible...
—¡Kholler´ar! —gritó el demonio, alzando los brazos con teatralidad—. Hijos de Kholler. El propietario original de esa espada que llevas, por cierto. Y el padre de Arzon, vuestro gran héroe que derrotó definitivamente a Vesh Kharden y salvó al mundo del devorador de mundos. Esos son tus orígenes. ¿Sigues teniendo dudas sobre lo de hoy?
—Eso es... —Árzak no quería creerlo, pero tampoco podía negar lo ocurrido horas antes. ¿Él? ¿Un demonio? ¿Era posible?— Mis padres nunca…
—Tu padre no podía transformarse como tú. ¿Alguna vez has oído hablar de los caracteres recesivos? —Árzak asintió. Había dado clases de genética con Mientel y tenía una vaga idea de lo que significaba—. Te diré más: Arzon fue el último miembro de la familia Kholler con esa capacidad. Incluso podía transformarse a voluntad. Aunque eran otros tiempos.
—Hablas como si lo hubieses conocido.
—Claro que lo conocí. Y luché a su lado en la Batalla del Fin. Solo que a mí ningún estúpido humano me considera un dios. —Dio un golpe sobre la cama y su sonrisa desapareció—. Al menos ya no.
—¿Qué quieres decir?
—Nada que te importe —contestó Terg, poniéndose en pie furioso—. Ya he contestado a tu pregunta y no tengo porque seguir con esta conversación.
Salió de la habitación dando tal portazo, que el edificio tembló desprendiendo fragmentos de escombro que cayeron al suelo. Árzak no les prestó atención, pues tenía demasiado en lo que pensar.
Enlace a mí primera obra completa: Los Diarios del Falso Dios