06/08/2016 07:49 AM
¡Muy buenas!
Os dejaré aquí unos capítulos de la novela que estoy escribiendo en Wattpad, a ritmo de un capítulo a la semana (publicación semanal). Obviamente, cuenta con errores ya que a todas luces ésto es un primer manuscrito, o puede que ni llegue a eso. No obstante, es legible y se puede disfrutar.
Os dejo aquí el enlace a la plataforma: https://www.wattpad.com/story/79153725-e...-de-la-luz
Trataré de no abandonar este tema, aunque para seguir al día las nuevas publicaciones les rogaría que fueran a Wattpad
Sin más dilación, espero que lo disfruten:
---
I.
A vista de pájaro, Lublín se asemeja a un animal orgulloso, de cuyas fauces brotan sendos colmillos de hormigón, acero y vidrio. Una criatura fuerte, audaz y triunfadora que pese a la adversidad aún se alza con el pecho henchido de satisfacción, engalanada de rojos pendones marcados con la cruz de la nación.
Allá abajo, los ciudadanos, más pequeños que hormigas, se congregan con escándalo a ambos flancos del Paseo de la Victoria —avenida que atraviesa el Distrito Central de un extremo a otro—, agitando banderas y haciendo sonar silbatos. Las bandas de música de la escuela militar marchan al son de la percusión, tocando por turnos, pero siempre con renovado júbilo, el himno patrio. Entre pausas, el clamor popular asciende en forma de murmullo mientras el paisaje brinda una hermosa panorámica: con la Torre de Hierro al fondo, a orillas del río Rena, cuyo vértice emite brazos de fulgurante electricidad que latiguean el aire sin pausa.
Una imagen idílica. O así lo cuenta el locutor de radio encargado de retransmitir el acontecimiento, informando en primicia desde el dirigible que surca el cielo de la capital en el día que se conmemora el vigésimo segundo aniversario del triunfo en las urnas del Partido Nacional de Austrasia, y por supuesto, del gran adalid del orden y guía del pueblo, el Líder Adalber Efrén.
—Así que, amigos, reitero por séptima vez, y jamás me cansaré de repetirlo: este es un día de agradecimiento —bramó el aparato—. Agradecer que vivimos gracias al sacrificio de un gran hombre que siempre, pero sobre todo hoy, es uno con el pueblo. ¡Admiren el ejercicio de humildad! Mírenlo sonreír ampliamente y regalar su saludo a todos los presentes. ¡Ese es el talante de nuestro Líder! Y como no, también tenemos elogios para su fiel Gabinete, todos alineados a su espalda con el puño sobre el pecho; todos hombres de Estado, cuya vocación de servicio público ha hecho posible que hoy sigamos haciendo historia. ¡Viva Efrén, viva Efrén, viva Efre-...
Se cortó la emisión. El discurso eufórico del locutor fue reemplazado por una incómoda estática, que a los pocos segundos simplemente dejó de existir.
—Oh, mierda. ¿Qué has hecho ahora?
—¿Me tomas el pelo? No hice nada, imbécil. —Acto seguido le propinó un puñetazo al aparato.— Es esta puta radio, que viene y va.
Las bombillas comenzaron a titilar.
—Fantástico. Nos hemos quedado sin energía otra vez —se quejó el primero—. Anda, arranca el generador. No, no me mires con esa cara: soy tu invitado y tú mi anfitrión. Así que mueve el culo.
—Maldito gilipollas venido a menos. Ahora entiendo que no te quieran ni en tu casa.
Pero la única respuesta que recibió fue ver cómo el tipo remataba una de sus botellas de vino y levantaba la copa a modo de brindis, mostrándole una sonrisa triunfal. Suspiró y negó cabizbajo; acto seguido siguió subiendo peldaños, la madera crujió bajo sus pies.
—En fin —gritó desde la trastienda, en el piso de arriba; se le oía trastear con varios cachivaches—. Los suburbios son un inmenso agujero de mierda lleno de ratas y escoria. Fíjate si les importamos poco, que ni los pilas pisan por aquí. Igual que si fuera tierra de nadie. Y así vamos, don Enric, así vamos...
—Deja de llamarme don Enric, moreno —devolvió el otro—. Y si tanto te molesta lidiar con los analfabetos de los suburbios, cómprate un ático en el Distrito Comercial.
—¿Y tener que enseñar la identificación a un idiota con uniforme hasta para mear? ¡Ni hablar! —terció—. Yo me quedo aquí, y si los pilas no ponen un pie, pues mejor. Más tranquilos todos. Y ya si sacan de los suburbios a esa banda de pimpollos que se pasea por aquí con el brazalete del Partido en el brazo, como si se creyeran importantes, los muy subnormales, me ahorrarían más de un lío con los peces gordos...
Su voz se convirtió en un murmullo inaudible, aunque seguía con la verborrea. Enric dejó oxigenar el vino de su copa, consciente de que su compañero se encontraba en el patio alimentando el generador. Pasó casi un minuto hasta que regresara a la trastienda y, por lo tanto, volviera a oír todo lo que decía. Mientras eso ocurría, las bombillas destellaron varias veces hasta brillar en su plenitud.
—¡Y siempre diré que lo mejor del Partido son los dibujos del Ciudadano! Sí, ya sé que son propaganda, pero no puedo evitarlo. ¿Viste el del león en el pajar...?
—Gus —lo cortó—, ¿te conté alguna vez que yo escribí el personaje del Ciudadano?
—¿Que tú inventaste al Ciudadano? ¿Ese dibujito del rubiales con el mono del Partido? —Enric asintió, solemne. Pero Gus le devolvió una sonora carcajada.— ¡Tú qué vas a inventar, fantasma!
Enric, que estaba bebiendo de su copa, se atragantó de tal forma que hasta sus narices se convirtieron en una fuente de tinto espumoso. Tosió apartando la copa a un lado, y aunque lo intentó, nada pudo hacer para evitar mancharse el raído chalequillo que vestía sobre la camisa blanca.
—¡Serás imbécil! —dijo entre toses.
Gus se retorció entre carcajadas. Su cuerpo era un muñeco sin fuerzas apoyado sobre la barandilla de la escalera, y cuando conseguía reunir un atisbo de fortaleza, lo malgastaba en respirar hondo, limpiarse la lagrimilla y señalar al humillado Enric, que trataba de limpiar la prenda con la mayor dignidad posible. Luego volvía a arrancar a reír. Repitieron ese ciclo hasta que fueron interrumpidos.
—Seréis brutos. Se os oye desde la esquina.
—¡Marga! —exclamó Gus.
A pesar de que Gus se encontrara tres escalones por debajo de la recién llegada, ambos podían mirarse a la cara de frente. Marga le tendió la mano con una sonrisa, Gus la estrechó con ambas y ésta se hizo ridículamente pequeña entre sus manos negras. Luego intercambiaron un par de elogios y comentaron con desenfado lo mucho que había crecido y lo guapa que estaba Amelia, la hija de Gus, quien la recibió y le dio la bienvenida.
—Y tú, ¿no es demasiado temprano para que estés así? —Marga señaló las manchas de vino en el chalequillo de Enric.
—Sabes que siempre me esfuerzo al máximo —movió las manos en un alarde de notoriedad, el vino agitándose de un lado a otro en el interior de la copa—. Me alegra volver a verte, Marga.
—A mí también, intelectual de pacotilla. —Fingió duda y corrigió—: Quiero decir, don Enric.
Enric negó cabizbajo, hundiendo la cara en la mano derecha.
—Estáis todos en mi contra —dijo al fin.
—Bueno, Marga. —Gus bajó del último escalón al suelo, levantando una pequeña nube de polvo.— Bienvenida a mi humilde bodega. Sé que no es muy grande, pero sin duda es acogedora. Ahora siéntate y sírvete cuanto desees.
—¿Ha llegado alguien más? —preguntó Marga.
—No. Fuiste la primera si asumimos que este jodido crápula vive aquí. —Gus señaló a Enric con el mentón.
—Sigue así y me iré a entregar mi escaso capital a otro desaprensivo tabernero. —Enric lo apuntó con el índice, mirándolo con ojos entornados.
Gus y Marga aprobaron su comentario con una sonrisa.
Toc, toc. La puerta se abrió dando paso a un hombre de gran envergadura, extremadamente risueño en apariencia. Aguardó unos segundos allí, quieto y con los brazos cruzados sobre su amplia barriga, esperando reacciones. Cuando lo descubrieron, todos vitorearon su presencia. Respondió abriendo los brazos y asintiendo con cara de circunstancia.
—¡Antuán! Pasa y siéntate, hombre —lo recibió Gus.
—¿Qué hay? —saludó escuetamente, centrando su atención en bajar aquellas condenadas escaleras.
—Ya ve usted, fidelizando costumbres y vicios insanos —respondió Enric, devolviéndole la sonrisa al recién llegado.
—¡Me alegra verte, maldito canalla! —Antuán aplastó el hombro de Enric en un efusivo saludo.— No supe nada de ti en los últimos nueve meses, ¿por qué no respondiste a mis cartas? Te hacía muerto, devorado por esa rata tuya a la que llamas mascota.
Enric arrugó el gesto tras el golpe. Gus y Marga sonrieron levemente.
—¿Te refieres a Calcetín Tercero? Desapareció hace tiempo, ahora me acompaña Calcetín Quinto; el número cuatro nunca me cayó en gracia. —Marga giró la cabeza, ensombrecida la mirada.— Oh, no. Calcetín Quinto no está aquí, Marga, al menos no literalmente…
—Si se me acerca —comenzó en voz queda, enfatizando todas y cada una de las palabras—, la mataré. Aún no tengo ni idea cómo, pero lo haré.
—¡Vamos, si es un amor!
Enric y Marga debatieron intensamente sobre los puntos a favor y en contra de poseer una rata como mascota. Enric alegaba a la inteligencia y la lealtad de los pequeños animalitos. Marga, en cambio, esgrimía argumentos basados en malas experiencias de la infancia. El diálogo perdió ante la intransigencia, y a nadie le extrañó un ápice.
—Cuenta, Antuán. ¿Dónde está el canalla de Albert? —preguntó Gus, apoyando los brazos en el respaldo de la silla.
—Murió hace tres meses. Tuberculosis. —Antuán negó, solemne.— Cada vez somos menos. Por cierto, ¿qué sabéis de Anne?
—No vendrá —sentenció Marga—. Ahora es funcionaria del Partido, aunque vete tú a saber a qué Ministerio fue asignada. Por mucho que desee estar aquí presente, sería una total y absoluta locura asistir a una reunión de maleantes y disidentes en los suburbios de Lublín.
Se hizo un silencio incómodo. En ese instante fueron plenamente conscientes de lo que hacían allí, en el sótano de un bar a las afueras de la capital, y lo que conmemoraban año tras año: la muerte de la Libertad, veintidós años atrás; añadido al deseo —fantasía, más bien— de que el Estado controlado minuciosamente por el Partido Nacional de Austrasia se derrumbase sin dejar rastro en los anales de la historia. Todos sintieron un profundo temor a las represalias, que por suerte no duró mucho.
Porque la puerta se abrió violentamente.
Un hombre cruzó el umbral, su cabello ondulado se agitó y sus gafitas de lentes circulares cayeron presa del ajetreo sobre la punta de la nariz. Se apoyó en la barandilla, atusándose unos mechones rebeldes. Y aunque su respiración fuera nerviosa, se esforzó por dirigirse al grupo con voz queda.
—Encended la radio.
Todos intercambiaron miradas, atónitos.
—¿Qué ha pasado, André? —preguntó Gus.
—Encended la radio —insistió.
Gus tragó saliva y obedeció.
—...El atentado durante el desfile en el Día del Orgullo Patrio se ha registrado a las once cuarenta y cinco aproximadamente. Se cuenta al menos una decena de heridos; el Líder Adalber Efrén, objetivo aparente del atentado, se encuentra ileso. Nadie reivindicó la autoría del ataque, pero en el Ministerio de Seguridad atribuye el golpe a una célula terrorista de origen desconocido. Se ruega a todos los ciudadanos que regresen inmediatamente a su hogar, se establece el toque de queda. Esta agresión no quedará impune, ¡gloria a Austrasia!
Gus apagó la radio al finalizar el comunicado. Durante las horas siguientes, la cadena sólo emitió el Himno Nacional de Austrasia en bucle.
Os dejaré aquí unos capítulos de la novela que estoy escribiendo en Wattpad, a ritmo de un capítulo a la semana (publicación semanal). Obviamente, cuenta con errores ya que a todas luces ésto es un primer manuscrito, o puede que ni llegue a eso. No obstante, es legible y se puede disfrutar.
Os dejo aquí el enlace a la plataforma: https://www.wattpad.com/story/79153725-e...-de-la-luz
Trataré de no abandonar este tema, aunque para seguir al día las nuevas publicaciones les rogaría que fueran a Wattpad
Sin más dilación, espero que lo disfruten:
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I.
A vista de pájaro, Lublín se asemeja a un animal orgulloso, de cuyas fauces brotan sendos colmillos de hormigón, acero y vidrio. Una criatura fuerte, audaz y triunfadora que pese a la adversidad aún se alza con el pecho henchido de satisfacción, engalanada de rojos pendones marcados con la cruz de la nación.
Allá abajo, los ciudadanos, más pequeños que hormigas, se congregan con escándalo a ambos flancos del Paseo de la Victoria —avenida que atraviesa el Distrito Central de un extremo a otro—, agitando banderas y haciendo sonar silbatos. Las bandas de música de la escuela militar marchan al son de la percusión, tocando por turnos, pero siempre con renovado júbilo, el himno patrio. Entre pausas, el clamor popular asciende en forma de murmullo mientras el paisaje brinda una hermosa panorámica: con la Torre de Hierro al fondo, a orillas del río Rena, cuyo vértice emite brazos de fulgurante electricidad que latiguean el aire sin pausa.
Una imagen idílica. O así lo cuenta el locutor de radio encargado de retransmitir el acontecimiento, informando en primicia desde el dirigible que surca el cielo de la capital en el día que se conmemora el vigésimo segundo aniversario del triunfo en las urnas del Partido Nacional de Austrasia, y por supuesto, del gran adalid del orden y guía del pueblo, el Líder Adalber Efrén.
—Así que, amigos, reitero por séptima vez, y jamás me cansaré de repetirlo: este es un día de agradecimiento —bramó el aparato—. Agradecer que vivimos gracias al sacrificio de un gran hombre que siempre, pero sobre todo hoy, es uno con el pueblo. ¡Admiren el ejercicio de humildad! Mírenlo sonreír ampliamente y regalar su saludo a todos los presentes. ¡Ese es el talante de nuestro Líder! Y como no, también tenemos elogios para su fiel Gabinete, todos alineados a su espalda con el puño sobre el pecho; todos hombres de Estado, cuya vocación de servicio público ha hecho posible que hoy sigamos haciendo historia. ¡Viva Efrén, viva Efrén, viva Efre-...
Se cortó la emisión. El discurso eufórico del locutor fue reemplazado por una incómoda estática, que a los pocos segundos simplemente dejó de existir.
—Oh, mierda. ¿Qué has hecho ahora?
—¿Me tomas el pelo? No hice nada, imbécil. —Acto seguido le propinó un puñetazo al aparato.— Es esta puta radio, que viene y va.
Las bombillas comenzaron a titilar.
—Fantástico. Nos hemos quedado sin energía otra vez —se quejó el primero—. Anda, arranca el generador. No, no me mires con esa cara: soy tu invitado y tú mi anfitrión. Así que mueve el culo.
—Maldito gilipollas venido a menos. Ahora entiendo que no te quieran ni en tu casa.
Pero la única respuesta que recibió fue ver cómo el tipo remataba una de sus botellas de vino y levantaba la copa a modo de brindis, mostrándole una sonrisa triunfal. Suspiró y negó cabizbajo; acto seguido siguió subiendo peldaños, la madera crujió bajo sus pies.
—En fin —gritó desde la trastienda, en el piso de arriba; se le oía trastear con varios cachivaches—. Los suburbios son un inmenso agujero de mierda lleno de ratas y escoria. Fíjate si les importamos poco, que ni los pilas pisan por aquí. Igual que si fuera tierra de nadie. Y así vamos, don Enric, así vamos...
—Deja de llamarme don Enric, moreno —devolvió el otro—. Y si tanto te molesta lidiar con los analfabetos de los suburbios, cómprate un ático en el Distrito Comercial.
—¿Y tener que enseñar la identificación a un idiota con uniforme hasta para mear? ¡Ni hablar! —terció—. Yo me quedo aquí, y si los pilas no ponen un pie, pues mejor. Más tranquilos todos. Y ya si sacan de los suburbios a esa banda de pimpollos que se pasea por aquí con el brazalete del Partido en el brazo, como si se creyeran importantes, los muy subnormales, me ahorrarían más de un lío con los peces gordos...
Su voz se convirtió en un murmullo inaudible, aunque seguía con la verborrea. Enric dejó oxigenar el vino de su copa, consciente de que su compañero se encontraba en el patio alimentando el generador. Pasó casi un minuto hasta que regresara a la trastienda y, por lo tanto, volviera a oír todo lo que decía. Mientras eso ocurría, las bombillas destellaron varias veces hasta brillar en su plenitud.
—¡Y siempre diré que lo mejor del Partido son los dibujos del Ciudadano! Sí, ya sé que son propaganda, pero no puedo evitarlo. ¿Viste el del león en el pajar...?
—Gus —lo cortó—, ¿te conté alguna vez que yo escribí el personaje del Ciudadano?
—¿Que tú inventaste al Ciudadano? ¿Ese dibujito del rubiales con el mono del Partido? —Enric asintió, solemne. Pero Gus le devolvió una sonora carcajada.— ¡Tú qué vas a inventar, fantasma!
Enric, que estaba bebiendo de su copa, se atragantó de tal forma que hasta sus narices se convirtieron en una fuente de tinto espumoso. Tosió apartando la copa a un lado, y aunque lo intentó, nada pudo hacer para evitar mancharse el raído chalequillo que vestía sobre la camisa blanca.
—¡Serás imbécil! —dijo entre toses.
Gus se retorció entre carcajadas. Su cuerpo era un muñeco sin fuerzas apoyado sobre la barandilla de la escalera, y cuando conseguía reunir un atisbo de fortaleza, lo malgastaba en respirar hondo, limpiarse la lagrimilla y señalar al humillado Enric, que trataba de limpiar la prenda con la mayor dignidad posible. Luego volvía a arrancar a reír. Repitieron ese ciclo hasta que fueron interrumpidos.
—Seréis brutos. Se os oye desde la esquina.
—¡Marga! —exclamó Gus.
A pesar de que Gus se encontrara tres escalones por debajo de la recién llegada, ambos podían mirarse a la cara de frente. Marga le tendió la mano con una sonrisa, Gus la estrechó con ambas y ésta se hizo ridículamente pequeña entre sus manos negras. Luego intercambiaron un par de elogios y comentaron con desenfado lo mucho que había crecido y lo guapa que estaba Amelia, la hija de Gus, quien la recibió y le dio la bienvenida.
—Y tú, ¿no es demasiado temprano para que estés así? —Marga señaló las manchas de vino en el chalequillo de Enric.
—Sabes que siempre me esfuerzo al máximo —movió las manos en un alarde de notoriedad, el vino agitándose de un lado a otro en el interior de la copa—. Me alegra volver a verte, Marga.
—A mí también, intelectual de pacotilla. —Fingió duda y corrigió—: Quiero decir, don Enric.
Enric negó cabizbajo, hundiendo la cara en la mano derecha.
—Estáis todos en mi contra —dijo al fin.
—Bueno, Marga. —Gus bajó del último escalón al suelo, levantando una pequeña nube de polvo.— Bienvenida a mi humilde bodega. Sé que no es muy grande, pero sin duda es acogedora. Ahora siéntate y sírvete cuanto desees.
—¿Ha llegado alguien más? —preguntó Marga.
—No. Fuiste la primera si asumimos que este jodido crápula vive aquí. —Gus señaló a Enric con el mentón.
—Sigue así y me iré a entregar mi escaso capital a otro desaprensivo tabernero. —Enric lo apuntó con el índice, mirándolo con ojos entornados.
Gus y Marga aprobaron su comentario con una sonrisa.
Toc, toc. La puerta se abrió dando paso a un hombre de gran envergadura, extremadamente risueño en apariencia. Aguardó unos segundos allí, quieto y con los brazos cruzados sobre su amplia barriga, esperando reacciones. Cuando lo descubrieron, todos vitorearon su presencia. Respondió abriendo los brazos y asintiendo con cara de circunstancia.
—¡Antuán! Pasa y siéntate, hombre —lo recibió Gus.
—¿Qué hay? —saludó escuetamente, centrando su atención en bajar aquellas condenadas escaleras.
—Ya ve usted, fidelizando costumbres y vicios insanos —respondió Enric, devolviéndole la sonrisa al recién llegado.
—¡Me alegra verte, maldito canalla! —Antuán aplastó el hombro de Enric en un efusivo saludo.— No supe nada de ti en los últimos nueve meses, ¿por qué no respondiste a mis cartas? Te hacía muerto, devorado por esa rata tuya a la que llamas mascota.
Enric arrugó el gesto tras el golpe. Gus y Marga sonrieron levemente.
—¿Te refieres a Calcetín Tercero? Desapareció hace tiempo, ahora me acompaña Calcetín Quinto; el número cuatro nunca me cayó en gracia. —Marga giró la cabeza, ensombrecida la mirada.— Oh, no. Calcetín Quinto no está aquí, Marga, al menos no literalmente…
—Si se me acerca —comenzó en voz queda, enfatizando todas y cada una de las palabras—, la mataré. Aún no tengo ni idea cómo, pero lo haré.
—¡Vamos, si es un amor!
Enric y Marga debatieron intensamente sobre los puntos a favor y en contra de poseer una rata como mascota. Enric alegaba a la inteligencia y la lealtad de los pequeños animalitos. Marga, en cambio, esgrimía argumentos basados en malas experiencias de la infancia. El diálogo perdió ante la intransigencia, y a nadie le extrañó un ápice.
—Cuenta, Antuán. ¿Dónde está el canalla de Albert? —preguntó Gus, apoyando los brazos en el respaldo de la silla.
—Murió hace tres meses. Tuberculosis. —Antuán negó, solemne.— Cada vez somos menos. Por cierto, ¿qué sabéis de Anne?
—No vendrá —sentenció Marga—. Ahora es funcionaria del Partido, aunque vete tú a saber a qué Ministerio fue asignada. Por mucho que desee estar aquí presente, sería una total y absoluta locura asistir a una reunión de maleantes y disidentes en los suburbios de Lublín.
Se hizo un silencio incómodo. En ese instante fueron plenamente conscientes de lo que hacían allí, en el sótano de un bar a las afueras de la capital, y lo que conmemoraban año tras año: la muerte de la Libertad, veintidós años atrás; añadido al deseo —fantasía, más bien— de que el Estado controlado minuciosamente por el Partido Nacional de Austrasia se derrumbase sin dejar rastro en los anales de la historia. Todos sintieron un profundo temor a las represalias, que por suerte no duró mucho.
Porque la puerta se abrió violentamente.
Un hombre cruzó el umbral, su cabello ondulado se agitó y sus gafitas de lentes circulares cayeron presa del ajetreo sobre la punta de la nariz. Se apoyó en la barandilla, atusándose unos mechones rebeldes. Y aunque su respiración fuera nerviosa, se esforzó por dirigirse al grupo con voz queda.
—Encended la radio.
Todos intercambiaron miradas, atónitos.
—¿Qué ha pasado, André? —preguntó Gus.
—Encended la radio —insistió.
Gus tragó saliva y obedeció.
—...El atentado durante el desfile en el Día del Orgullo Patrio se ha registrado a las once cuarenta y cinco aproximadamente. Se cuenta al menos una decena de heridos; el Líder Adalber Efrén, objetivo aparente del atentado, se encuentra ileso. Nadie reivindicó la autoría del ataque, pero en el Ministerio de Seguridad atribuye el golpe a una célula terrorista de origen desconocido. Se ruega a todos los ciudadanos que regresen inmediatamente a su hogar, se establece el toque de queda. Esta agresión no quedará impune, ¡gloria a Austrasia!
Gus apagó la radio al finalizar el comunicado. Durante las horas siguientes, la cadena sólo emitió el Himno Nacional de Austrasia en bucle.