11/02/2015 04:28 PM
Bueno... aquí dejo la primera parte de mi nuevo proyecto... Un saludo a todos!
Prólogo
En los orígenes estaba la Luz.
Ella creó las aguas y la tierra, las montañas y los bosques.
Creó también a las criaturas que dominarían la tierra.
Y creó a los seres que debían protegerlas.
Los magos dominaron los poderes más impresionantes.
Los magos juraron fidelidad a la Siempre Luz.
Pero siempre hay un hijo que desobedece a su padre.
La Luz lo cuidó y le pidió que regrese.
El hijo traidor se alejó a las profundidades de la tierra.
Allí el traidor se volvió oscuro como la misma noche.
Pronto dejó de tener cuerpo. Era una esencia extraña. Era invisible.
Los magos de la Luz combatieron la Oscuridad.
La Siempre Luz creó las Dos Torres.
La Siempre Luz creó la Orden.
La Orden de los Magos fue como una madre.
Y allí también, un hijo la traicionó.
Körtoj se llamaba, sí… Körtoj, el Tenebroso.
Manuscrito hallado en las Bibliotecas de Kalípodos (del Libro de Artemius), datado en el año 500 después de la Traición del hijo.
Capítulo I
La Torre Blanca mueve sus piezas
El Señor Nupeh Harrin caminaba por los jardines de la Torre Blanca, aunque el frío alejaba a cualquier aventurero que surcaba sus caminitos de polvo de ladrillo. Estaba solo, como era de suponerse, y mantenía la cabeza gacha, observando el suelo y escrutando sus pensamientos más sombríos. Tenía la capucha baja y fumaba su pipa de raíz, un antiguo regalo del Señor Bandier, su mejor amigo, uno de los tres magos del Consejo.
Hace días que no tenía noticias del sur. Se inquietaba por los últimos sucesos de la guerra entre los hombres. En Helli, una gran batalla infructuosa demostró el poderío de la Torre Negra. Se corrían los rumores sobre el apoyo de los magos al ejército del Tenebroso. «¿Qué hace la Torre Blanca que no defiende a sus aliados?», pensaba con cierto enfado. Las Dos Torres, una histórica unión de dos tradiciones mágicas poderosas, ahora se hallaban divididas por un poder mucho más grande que antiguos peligros, y se alistaron en alianzas enfrentadas. Nadie sabía con exactitud qué había disparado el conflicto y la división, pero sí era conocido por todos los enfrentamientos entre los dos líderes de las Torres: el Señor Gálamir y el Señor Wirg. ¿Nadie pudo conciliar las dos partes? ¿O acaso era Kortoj, el Príncipe de la Sombra, quien había sembrado la semilla del odio? La verdad estaba fuera de sus influencias, y Nupeh juró fidelidad a la Torre Blanca, su hogar desde que tuvo uso de razón.
En su mano libre llevaba un libro rojo, su obra preferida y fiel compañera de viajes: La Historia del Continente de las Tres Tierras, escrita hace ya muchos siglos. Pero todavía no se había detenido a leerla en ninguno de los bancos de madera desperdigados por el jardín.
La Torre estaba rodeada por una espaciosa galería que ensanchaba toda su circunferencia, con refinadas columnas de mármol blanco, cubiertas todas por enredaderas de un verde claro tan delicado como la piel de los uynitas, los habitantes del Bosque de Úyn. El piso era de mármol con finas líneas grises que lo atravesaban en diagonal, dejando un curioso efecto visual a quien camine por allí.
De una de las treinta puertas de la Torre, salió el joven mago Riéi con su flamante túnica gris, la que llevan los iniciados durante cinco años. Apenas tenía barba y su cabello era oscuro como la noche sin luna, revelando sus cortos años frente a la inminente blancura que surgía de la cabellera de Nupeh. Sus pasos presurosos indicaban que la reunión en el piso superior de la Orden había terminado, y que la reunión general se llevaría a cabo en poco tiempo.
—¡Señor Harrin! —exclamó a la distancia—. La reunión del Consejo ha finalizado. Pronto iniciarán la reunión general en el Salón Magno de la Orden.
—De acuerdo —respondió Nupeh con serenidad—. Daré una caminata más alrededor de la torre y acudiré al Salón Magno. Gracias por buscarme, Riéi.
—De hecho… —agregó el iniciado—. Vengo a decirle que el Señor Bandier me ha pedido expresamente que lo busque para que usted acuda ya mismo a su oficina.
—Extraño…
—Sí, parecía nervioso por algo… —comentó Riéi pensativo—. Espero no sean malas noticias.
—Todas las noticias son malas últimamente, jovencito —confesó Nupeh—. Pero no hay que perder la esperanza. Vete ya, gracias.
—Sí, Señor.
Riéi regresó caminando hasta la torre, perdiéndose entre un conjunto de manzanos que invitaban a la lectura debajo de su sombra, un lugar con agradable frescura.
En el camino vació la pipa y la guardó en uno de los bolsillos internos de su túnica azul. El color indicaba su grado en la Orden, ni muy joven ni muy viejo. Los consejeros eran los únicos que llevaban túnicas blancas, luego se vestían por antigüedad: rojo, verde, azul, marrón, celeste, gris.
El Señor Nupeh Harrin era considerado como uno de los magos más poderosos, reconocido por sus años de travesía en el continente. Era un estudioso de la historia de los reinos y un conocedor de la naturaleza, pues dominaba las plantas y los animales, de allí sus largos paseos diarios por el jardín y su amistad con el pueblo de Úyn, donde era un ciudadano de honor. Lo único que disminuía sus influencias era el misterio de su pasado. No provenía de ninguna gran familia como la mayoría de los magos, propietarios de nobles apellidos: fue dejado en la Torre Blanca y allí se quedó como aprendiz hasta recibir la iniciación. Su apellido lo tomó gracias a su viejo maestro, Erwe Harrin, un difunto mago de gran poder y antiguo miembro del consejo.
Tomó uno de los senderos que llevaban a la puerta principal de la torre. Desde allí se accedía al Salón Magno, un espacioso lugar donde se producían las reuniones generales. Tres sillas elevadas estaban dispuestas para los Consejeros, rodeadas por cuatro gradas que formaban un semicírculo que ocupaban los magos de la Orden. Ahora estaba en silencio, pues ningún mago ocupaba su lugar, pero muy pronto sería un bullicio constante hasta que el martillo del Consejo resuene con autoridad.
Tomó la puerta que llevaba a la escalera y luego subió al tercer piso, donde Toll Bandier tenía su oficina. Los pasillos eran una marea de túnicas, todas de diferentes colores, aunque abundaban las grises luego de la última iniciación. Cundo llegó a la oficina golpeó la puerta y esperó hasta que un secretario abrió la puerta.
—Amigo… —dijo Toll en voz baja desde un sillón—. Me alegra que el muchacho te haya encontrado… Necesito hablar contigo a solas.
El secretario tomó unos papeles del escritorio y abandonó la oficina. Nupeh se sorprendió al ver tantos papeles desperdigados por doquier. El escritorio apenas tenía algunos lugares librados de pergaminos y libros, y en el suelo había montones de papiros listos para usar.
—Ahora sí… —dijo Toll, cuando el secretario cerró la puerta—. Tenemos la privacidad necesaria para tratar temas delicados, aunque no suficiente tiempo.
—Bien sabes, querido amigo, que los temas delicados llevan tiempo para ser tratados. Pero somos magos, creo que podremos hacer algo, ¿verdad? —exclamó Nupeh, mientras tomaba asiento en otro de los sillones.
—La reunión del Consejo no finalizó de manera muy feliz —confesó el viejo mago, contemplando el fuego del hogar—. Temo que ya estoy viejo para hacerme cargo de asuntos tan importantes. Dicen que la sabiduría se adquiere con los años y sirve para tomar las decisiones más difíciles, pero acabo de comprobar, amigo mío, que no es cierto.
»Conversamos sobre la guerra que se desarrolla más allá de cordillera de Ëndemor. No podemos permanecer con los brazos cruzados mientras hombres justos mueren. La cuestión es nuestra situación con la Torre Negra, puesto que también son nuestros hermanos. La Orden de las Dos Torres se ha dividido, pero no queremos que sea para siempre. Necesitamos volver a unirnos, ser los pacificadores de esta matanza.
—¿Gálamir está dispuesto a conversar con Wirg? —preguntó Nupeh con sorpresa—. Pensé que la pelea los había distanciado para siempre.
—Gálamir sabe que la Torre Negra posee un poder muy grande. Teme que sea mayor que el nuestro. Es un hombre prudente que teme un enfrentamiento abierto —Toll se irguió y bajó la voz —. ¿Imaginas lo que sería una guerra entre las torres? Liberaríamos fuerzas incontrolables.
—Toll… La guerra ya la han iniciado. Helli ha sido una pesadilla por el uso de la magia.
—Todavía no lo sabemos…
—Mil hombres incinerados —exclamó Nupeh interrumpiendo al Consejero—. Eso sólo sucede por el uso de la magia. Hubo elementales de fuego en la batalla, me lo han informado desde otros reinos.
—¿Por qué no lo informaste?
—Porque quería estar seguro de ello.
—¿Y ahora lo estás?
—Sí. Ayer recibí una carta de mi amigo, el rey Úynar. Sus exploradores han interrogado a varios sobrevivientes. Las respuestas han sido concluyentes: tres magos, elementales de fuego, han lanzado llamaradas desde las murallas.
—Esto cambia todo, pero no podremos decirlo en la Reunión General, sería un escándalo —Toll se mantuvo en silencio. Sus ojos azules brillaban como nunca—. Escúchame, Nupeh… En la Reunión General se decidirá quién partirá a la Torre Negra para buscar la paz. Quiero que tú seas el elegido. Eres el único capaz de lograr convencer a Wirg de volver atrás con toda esta locura. Erwe Harrin era su amigo. Si quiere escuchar a alguien, te escuchará a ti. Y si han peleado junto a Körtoj, hazle saber qué es lo que piensan los torreblanquinos. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —aceptó Nupeh—. Me propondré como enviado del Consejo. La Siempre Luz me ilumine en mi camino. Oscuras sendas deberé cruzar para llegar a la Torre Negra. Pero desde que Erwe murió, tú has sido un padre para mí. Te debo este favor, Toll.
—Oraremos por ti, amigo —el viejo mago tomó las manos de Nupeh, mientras resonaban las campanas que llamaban a la Reunión General—. En tus manos dejo esta pesada misión, pues sólo en ellas confío. Hay un extraño susurro en el aire, y ya no podemos confiar en todos. Gálamir ha estado muy extraño también, no sé si es por su odio a Wirg o por algún otro sentimiento oscuro. No confíes en nadie, Nupeh. Fíjate a quién confías tu espalda en la travesía.
Descendieron hasta el Salón Magno. Toll subió hasta la silla del extremo derecho. A su lado, en la silla del medio, estaba Gálamir. Su figura causaba impresión. Era el más anciano, pero su rostro mostraba la audacia de la juventud y la fuerza de la adultez. Únicamente su cabello blanco delataba la edad avanzada, que en un mago siempre era aletargada por su poder. A la izquierda de Galamir estaba Áyrun, el mago de las aguas; era el más joven de los tres, con una rubia cabellera que le llegaba hasta la cintura. Había sido un gran compañero de Nupeh en la iniciación, pero se habían distanciado con el tiempo. Así mismo, se respetaban como siempre.
Los magos ingresaron lentamente desde las cuatro puertas del Salón y fueron ubicándose en las gradas. Cuando todos cubrieron sus lugares, resonó el martillo de Galamir.
—Daremos inicio a la Reunión General —ordenó Galamir—. Graves asuntos nos traen aquí, caballeros. La guerra en el continente está llegando a nuestras puertas. El Reino de Forthy acaba de integrar la Alianza del Norte para detener el avance de Körtoj. La cordillera de Ëndemor nos separa de la guerra, pero… ¿por cuánto tiempo?
»Sabemos que la Torre Negra se acercó a la oscura influencia del Señor de la Oscuridad, Körtoj. Pero los rumores son voces más fuertes que la verdad, en tiempos tan aciagos. Los hombres se han enfrentado, las dinastías se han roto. Los uynítas, seres del bosque con sangre verde, están a un paso de ingresar en el conflicto. Los mordianos… ¿quién sabe qué estarán tramando desde la Isla Pequeña? Y los sureños, las criaturas que se asemejan a los lobos… No tenemos noticias de que bando estarán. El mundo está cambiando… Los hombres están cambiando…
—Lo importante para nosotros, hermanos —continuó Toll—, es saber qué sucede con la Torre Negra. Si los rumores son ciertos, no podremos permitir que utilicen la magia para matar deliberadamente. Menos aún, en beneficio del Príncipe de las Sombras, que ha decidido salir de su cueva.
—Ahora debemos decidir quién irá hasta la Torre Negra para conversar con el Señor Wirg Fedort —anunció Áyrun—. Necesitamos encontrar un enviado, digno de la Torre Blanca.
—¿Quién está dispuesto a correr el riesgo? —preguntó Gálamir—. ¿Quién será la voz del consejo en el sur?
El silencio invadió los muros del Salón. Algunos susurros se escuchaban de diversos grupos de magos, que calculaban los beneficios de tan importante responsabilidad, pero… ¿y los riesgos? Eran demasiados. Algunos ya estaban decidiendo levantar la mano. Entonces, el Señor Nupeh Harrin decidió que ya era tiempo para cumplir con su promesa.
—Yo me propongo como Enviado del Consejo —pregonó Nupeh, levantando su mano derecha—. Si el Consejo me considera digno, iré a la Torre Negra.
El Señor Toll Bandier sonrió. Gálamir observaba a Nupeh con sorpresa, estudiando todas sus intenciones. Áyrun no hizo gesto alguno.
—Yo me propongo —dijo Asgón, un joven mago de origen torkeano.
—Y yo también —agregó Benett, el más antiguo de la Casa Renorév.
Nadie más levantó la mano. Gálamir esperó unos minutos más, hasta que los susurros cesaron. Había tres hombres dispuestos a correr el riesgo de la travesía, del cruce de la cordillera de Ëndemor, de surcar por los campos de batalla en las Llanuras grandes.
—Muy bien… —Gálamir observó a sus hermanos consejeros—. Tres magos de la orden se ofrecen como enviados del Consejo.
—Qué se adelanten, por favor —solicitó Áyrun.
Los tres dejaron sus puestos en las gradas, avanzando entre las miradas escrutadoras de un centenar de magos. Benett caminó con dificultad, con la túnica roja impecable, siendo un mago anciano pero respetado. Asgón se movió con agilidad, revoleando las lujosas telas de su túnica celeste. Nupeh se adelantó con la frente alta, tranquilo por sus posibilidades.
—¿Qué dicen? —preguntó Gálamir.
—Creo que el Señor Asgón es una tentadora posibilidad. Es un hombre joven y con un futuro prometedor —comentó el Señor Toll.
«¿Qué haces, viejo astuto?», pensaba Nupeh con enfado. Aunque pronto descifró las jugadas estratégicas del Señor Bandier. Era algo esperado que Toll Bandier esté a favor de su amigo Nupeh Harrin, de modo tal que, ante la mirada de toda la orden, había decidido dar su visto bueno al Señor Asgón Árul. Pero Toll sabía que, ante la delicada situación, no darían su apoyo a un mago tan joven.
—¿Te parece, Toll? —preguntó Gálamir, pensativo—. Estamos en una delicada situación…
—Yo no dudo de su buena voluntad, pero su juventud no me deja tranquilo —opinó Áyrun—. Es una difícil misión para alguien sin tanta experiencia.
—Perdón, Señor Áyrun —interrumpió Asgón—. Pero usted también es demasiado joven para ser Consejero. Sin embargo, sus aptitudes superan las expectativas que uno puede tener respecto a su edad.
Hubo un silencio espeso en todo el Salón. Pero Áyrun era más sabio que muchos ancianos, y no respondería los ataques del joven mago.
—Sin embargo… —opinó Gálamir—. Las aptitudes del Señor Nupeh Harrin son superiores a las suyas, Señor Asgón, y su edad es considerablemente superior, como su experiencia en combate.
—También conoce las tierras del continente, sus reinos y sus razas —agregó el Señor Bandier—. Pero… Si observamos al Señor Benett, encontramos igual de conocimiento y mayor experiencia.
«Estás jugando fuerte, anciano… Ten cuidado», se dijo Nupeh. Gálamir comparó a los dos magos, pensando las consecuencias de las dos elecciones.
—Creo que el Señor Harrin es el indicado para la misión —confesó Gálamir—. El Señor Benett es poderoso pero muy anciano. No sólo temo por la misión, sino por su salud.
—Creo que ya sabemos qué debemos elegir —afirmó Áyrun.
—¿Está de acuerdo, Señor Nupeh Harrin? —preguntó Toll, sonriente —. ¿Llevará esta peligrosa misión? ¿Será el Enviado del Consejo?
—Haré lo que el Consejo decida, Señor —respondió Nupeh.
—De acuerdo —dijo Gálamir—. Deberás elegir un acompañante.
Nupeh se dio vuelta y observó a todos los magos de la Orden. Había algunos que no lo miraban a los ojos, pues no deseaban acompañarlo a la Torre Negra. No era una misión fácil. Allí fuera, había batallas y fuerzas oscuras que todavía desconocía.
«Fíjate a quién confías tu espalda en la travesía», repetía la voz de Toll Bandier en su cabeza.
—Riéi Argo —dijo Nupeh.
Las miradas se cruzaron hasta el recién iniciado. Riéi sonreía y asentía, ante la mirada estupefacta de los magos más avanzados. Asgón corrió la mirada, humillado. Pensaba que Nupeh Harrin lo elegiría para acompañarlo.
—Es muy joven —opinó Gálamir—. Señor Harrin, le aconsejo que reconsidere su elección.
—Es mi decisión, Señor.
—El Señor Argo se está formando todavía, Nupeh —dijo Áyrun, olvidando la formalidad—. Debe pasar los cinco años como Iniciatï. No podemos darle un peso tan grande en su etapa de formación.
—Salvo… —interrumpió el Señor Bandier—. Que Nupeh Harrin sea su maestro.
—Hace tiempo dejaron de existir los pupilos, Señor Bandier —se opuso Áyrun—. Hemos confiado la educación de los futuros magos a los profesores del Instituto. Así no se formarán camarillas en la Orden.
—El Señor Riéi Argo puede ser la excepción —opinó Gálamir—. No tenemos más tiempo.
—Opino lo mismo —dijo Toll Bandier— ¿Estás de acuerdo, Áyrun? Debemos decidirlo los tres juntos.
—De acuerdo —respondió Áyrun—. Qué sea la voluntad del Consejo.
—¡Esta reunión ha finalizado! —exclamó Gálamir, golpeando su mazo—. Los dos Enviados partirán mañana por la mañana.
Ya era pasada la medianoche, y en lo alto de la torre dos figuras observaban hacia el sur. La cordillera de Ëndemor era una gigantesca sombra que despedía un constante zumbido. Los vientos del sudoeste soplaban con fuerza. En el reino de Forthy, el mismo viento movía miles de campanas a lo largo de toda su extensión. Pero del otro lado de la cordillera, sólo llegaba una suave ventisca.
—Debías convencer al Consejo, no pelearte con él —regañó Benett. El anciano tenía una gruesa túnica roja. Fumaba su pipa con tabaco de Áradut, contemplando las sombras del Pantano Negro—. Nunca pensé que ese maldito huérfano de Harrin se ofrecería para ser Enviado.
—Nadie pensaba que se postularía alguien —afirmó Asgón—. Es un camino muy largo hasta la Torre Negra. Sin contar los peligros por la guerra, claro.
—Partirás hacia la Torre Negra en secreto —ordenó Benett—. El maestro Wirg deseará saber de la llegada de Harrin y el pupilo. Yo veré como puedo envenenar este lugar. Infestarlo de odio y rencor será la solución a nuestros problemas.
—¿Y el Consejo?
—El consejo está sucio —respondió el viejo Benett con una sonrisa torcida—. Pero necesitaremos tiempo para pudrir este sitio. ¡Debes llegar a tiempo a la Torre Negra, y si puedes, asegúrate de que el viaje de Harrin tenga contratiempos!
—Haré lo que pueda.
—¡No! —gritó Benett—. Harás lo que te digo… No querrás que el Tenebroso se entere de tu falta de aptitudes… ¿verdad?
—Harrin llegará tarde —prometió Asgón con temor—. Aunque tenga que detenerlo yo mismo.
En el cuarto piso de la Torre reinaba el silencio, salvo en la habitación de Nupeh Harrin, donde preparaba su bolso para el viaje. Llevaba lo indispensable, pues quería ir ligero. Sabía que el camino estaría plagado de contratiempos, pero que la hospitalidad de los hombres le permitiría viajar liviano. En la pared descansaba su báculo. Lo contempló un momento, recordando el día de la admisión. Su maestro, Erwe, le había entregado el báculo de su padre. Caminó hasta él, lo tomó y lo elevó. Era blanco como una nube oronda, de marfil y con detalles en ébano. En su extremo superior, llevaba una gran piedra verde: la Piedra Natura. Con ella, dominaba la naturaleza y los animales.
—Erwe… —dijo mientras contemplaba la Piedra Natura—. Espero que Wirg te siga recordando como un viejo amigo.
La puerta de la habitación resonó con dos golpes secos. Luego se abrió tímidamente, hasta que el rostro del Señor Toll Bandier se distinguió entre las sombras.
—Haces tanto ruido que te escuchan en Forthy —bromeó el anciano—. Y eso que tenemos una cordillera por medio.
—Me cuesta decidir qué llevar —respondió Nupeh sonriendo—. Creo que no necesitaré tantas cosas —la preocupación asomó por sus ojos—. Espero dejar el temor.
—El miedo es bueno —afirmó Toll—. Impide que hagamos estupideces. Yo también tengo miedo. Aquí las cosas no serán mejores.
—¿Gálamir continúa extraño?
—No es sólo Gálamir… Hay más sospechosos, magos que actúan de forma extraña. Temo que la mano del Tenebroso ha llegado a nuestros muros, amigo.
—¿Y me dices esto antes que me vaya? —preguntó Nupeh con enojo.
—Tu misión es más importante —aseguró el anciano—. Debes convencer a Wirg de buscar la paz. Debes acercarlo a Gálamir.
El viajo se apoyó en su báculo y respiró agitadamente.
—Siéntate, Toll —dijo Nupeh, señalando un sillón—. ¿Alguien presenció la pelea entre Gálamir y Wirg?
—Nadie.
—Y… ¿qué opinas?
—Que es todo muy raro. ¿Puede algo tan grave separar a los dos líderes? Temo que sea un artilugio de Körtoj para separar la Orden de las Dos Torres.
—Sin dudas, lo ha conseguido.
—Sí, pero solamente es el comienzo.
—Una guerra entre los magos despejaría el camino para su conquista.
—Eso sería lo mejor que podría suceder, Nupeh. Mi gran temor es que quiera utilizarnos para sus planes. Tomar el control de la Orden sería desastroso para todo el continente. Nadie podría detenerlo con el favor de la magia.
—El Tenebroso es mago, dicen.
—Lo es —afirmó Toll—. Era un viejo mago de la Torre Negra. Vendió su alma a la Oscuridad. Ahora es el brazo de alguien lejano, alguien que no quisiéramos conocer. Nosotros, los magos, somos servidores de la Siempre Luz. Cuando un mago deja la luz, la sombra se encarga de transformarlo en una criatura aterradora. Por eso ha perdido su forma humana, aunque pocos lo han visto.
—Cuídate mucho, amigo —aconsejó Nupeh—. Prometo regresar pronto.
El Señor Toll Bandier lo miró con ternura. Sus ojos decían que tal vez no lo vería de nuevo. Pero así debía ser, era lo que Erwe hubiera hecho de estar con vida. Proteger la vida de Nupeh, enviándolo donde el enemigo menos espera encontrarlo: en su propio hogar.
—Ve en paz, hijo.
En los orígenes estaba la Luz.
Ella creó las aguas y la tierra, las montañas y los bosques.
Creó también a las criaturas que dominarían la tierra.
Y creó a los seres que debían protegerlas.
Los magos dominaron los poderes más impresionantes.
Los magos juraron fidelidad a la Siempre Luz.
Pero siempre hay un hijo que desobedece a su padre.
La Luz lo cuidó y le pidió que regrese.
El hijo traidor se alejó a las profundidades de la tierra.
Allí el traidor se volvió oscuro como la misma noche.
Pronto dejó de tener cuerpo. Era una esencia extraña. Era invisible.
Los magos de la Luz combatieron la Oscuridad.
La Siempre Luz creó las Dos Torres.
La Siempre Luz creó la Orden.
La Orden de los Magos fue como una madre.
Y allí también, un hijo la traicionó.
Körtoj se llamaba, sí… Körtoj, el Tenebroso.
Manuscrito hallado en las Bibliotecas de Kalípodos (del Libro de Artemius), datado en el año 500 después de la Traición del hijo.
Capítulo I
La Torre Blanca mueve sus piezas
El Señor Nupeh Harrin caminaba por los jardines de la Torre Blanca, aunque el frío alejaba a cualquier aventurero que surcaba sus caminitos de polvo de ladrillo. Estaba solo, como era de suponerse, y mantenía la cabeza gacha, observando el suelo y escrutando sus pensamientos más sombríos. Tenía la capucha baja y fumaba su pipa de raíz, un antiguo regalo del Señor Bandier, su mejor amigo, uno de los tres magos del Consejo.
Hace días que no tenía noticias del sur. Se inquietaba por los últimos sucesos de la guerra entre los hombres. En Helli, una gran batalla infructuosa demostró el poderío de la Torre Negra. Se corrían los rumores sobre el apoyo de los magos al ejército del Tenebroso. «¿Qué hace la Torre Blanca que no defiende a sus aliados?», pensaba con cierto enfado. Las Dos Torres, una histórica unión de dos tradiciones mágicas poderosas, ahora se hallaban divididas por un poder mucho más grande que antiguos peligros, y se alistaron en alianzas enfrentadas. Nadie sabía con exactitud qué había disparado el conflicto y la división, pero sí era conocido por todos los enfrentamientos entre los dos líderes de las Torres: el Señor Gálamir y el Señor Wirg. ¿Nadie pudo conciliar las dos partes? ¿O acaso era Kortoj, el Príncipe de la Sombra, quien había sembrado la semilla del odio? La verdad estaba fuera de sus influencias, y Nupeh juró fidelidad a la Torre Blanca, su hogar desde que tuvo uso de razón.
En su mano libre llevaba un libro rojo, su obra preferida y fiel compañera de viajes: La Historia del Continente de las Tres Tierras, escrita hace ya muchos siglos. Pero todavía no se había detenido a leerla en ninguno de los bancos de madera desperdigados por el jardín.
La Torre estaba rodeada por una espaciosa galería que ensanchaba toda su circunferencia, con refinadas columnas de mármol blanco, cubiertas todas por enredaderas de un verde claro tan delicado como la piel de los uynitas, los habitantes del Bosque de Úyn. El piso era de mármol con finas líneas grises que lo atravesaban en diagonal, dejando un curioso efecto visual a quien camine por allí.
De una de las treinta puertas de la Torre, salió el joven mago Riéi con su flamante túnica gris, la que llevan los iniciados durante cinco años. Apenas tenía barba y su cabello era oscuro como la noche sin luna, revelando sus cortos años frente a la inminente blancura que surgía de la cabellera de Nupeh. Sus pasos presurosos indicaban que la reunión en el piso superior de la Orden había terminado, y que la reunión general se llevaría a cabo en poco tiempo.
—¡Señor Harrin! —exclamó a la distancia—. La reunión del Consejo ha finalizado. Pronto iniciarán la reunión general en el Salón Magno de la Orden.
—De acuerdo —respondió Nupeh con serenidad—. Daré una caminata más alrededor de la torre y acudiré al Salón Magno. Gracias por buscarme, Riéi.
—De hecho… —agregó el iniciado—. Vengo a decirle que el Señor Bandier me ha pedido expresamente que lo busque para que usted acuda ya mismo a su oficina.
—Extraño…
—Sí, parecía nervioso por algo… —comentó Riéi pensativo—. Espero no sean malas noticias.
—Todas las noticias son malas últimamente, jovencito —confesó Nupeh—. Pero no hay que perder la esperanza. Vete ya, gracias.
—Sí, Señor.
Riéi regresó caminando hasta la torre, perdiéndose entre un conjunto de manzanos que invitaban a la lectura debajo de su sombra, un lugar con agradable frescura.
En el camino vació la pipa y la guardó en uno de los bolsillos internos de su túnica azul. El color indicaba su grado en la Orden, ni muy joven ni muy viejo. Los consejeros eran los únicos que llevaban túnicas blancas, luego se vestían por antigüedad: rojo, verde, azul, marrón, celeste, gris.
El Señor Nupeh Harrin era considerado como uno de los magos más poderosos, reconocido por sus años de travesía en el continente. Era un estudioso de la historia de los reinos y un conocedor de la naturaleza, pues dominaba las plantas y los animales, de allí sus largos paseos diarios por el jardín y su amistad con el pueblo de Úyn, donde era un ciudadano de honor. Lo único que disminuía sus influencias era el misterio de su pasado. No provenía de ninguna gran familia como la mayoría de los magos, propietarios de nobles apellidos: fue dejado en la Torre Blanca y allí se quedó como aprendiz hasta recibir la iniciación. Su apellido lo tomó gracias a su viejo maestro, Erwe Harrin, un difunto mago de gran poder y antiguo miembro del consejo.
Tomó uno de los senderos que llevaban a la puerta principal de la torre. Desde allí se accedía al Salón Magno, un espacioso lugar donde se producían las reuniones generales. Tres sillas elevadas estaban dispuestas para los Consejeros, rodeadas por cuatro gradas que formaban un semicírculo que ocupaban los magos de la Orden. Ahora estaba en silencio, pues ningún mago ocupaba su lugar, pero muy pronto sería un bullicio constante hasta que el martillo del Consejo resuene con autoridad.
Tomó la puerta que llevaba a la escalera y luego subió al tercer piso, donde Toll Bandier tenía su oficina. Los pasillos eran una marea de túnicas, todas de diferentes colores, aunque abundaban las grises luego de la última iniciación. Cundo llegó a la oficina golpeó la puerta y esperó hasta que un secretario abrió la puerta.
—Amigo… —dijo Toll en voz baja desde un sillón—. Me alegra que el muchacho te haya encontrado… Necesito hablar contigo a solas.
El secretario tomó unos papeles del escritorio y abandonó la oficina. Nupeh se sorprendió al ver tantos papeles desperdigados por doquier. El escritorio apenas tenía algunos lugares librados de pergaminos y libros, y en el suelo había montones de papiros listos para usar.
—Ahora sí… —dijo Toll, cuando el secretario cerró la puerta—. Tenemos la privacidad necesaria para tratar temas delicados, aunque no suficiente tiempo.
—Bien sabes, querido amigo, que los temas delicados llevan tiempo para ser tratados. Pero somos magos, creo que podremos hacer algo, ¿verdad? —exclamó Nupeh, mientras tomaba asiento en otro de los sillones.
—La reunión del Consejo no finalizó de manera muy feliz —confesó el viejo mago, contemplando el fuego del hogar—. Temo que ya estoy viejo para hacerme cargo de asuntos tan importantes. Dicen que la sabiduría se adquiere con los años y sirve para tomar las decisiones más difíciles, pero acabo de comprobar, amigo mío, que no es cierto.
»Conversamos sobre la guerra que se desarrolla más allá de cordillera de Ëndemor. No podemos permanecer con los brazos cruzados mientras hombres justos mueren. La cuestión es nuestra situación con la Torre Negra, puesto que también son nuestros hermanos. La Orden de las Dos Torres se ha dividido, pero no queremos que sea para siempre. Necesitamos volver a unirnos, ser los pacificadores de esta matanza.
—¿Gálamir está dispuesto a conversar con Wirg? —preguntó Nupeh con sorpresa—. Pensé que la pelea los había distanciado para siempre.
—Gálamir sabe que la Torre Negra posee un poder muy grande. Teme que sea mayor que el nuestro. Es un hombre prudente que teme un enfrentamiento abierto —Toll se irguió y bajó la voz —. ¿Imaginas lo que sería una guerra entre las torres? Liberaríamos fuerzas incontrolables.
—Toll… La guerra ya la han iniciado. Helli ha sido una pesadilla por el uso de la magia.
—Todavía no lo sabemos…
—Mil hombres incinerados —exclamó Nupeh interrumpiendo al Consejero—. Eso sólo sucede por el uso de la magia. Hubo elementales de fuego en la batalla, me lo han informado desde otros reinos.
—¿Por qué no lo informaste?
—Porque quería estar seguro de ello.
—¿Y ahora lo estás?
—Sí. Ayer recibí una carta de mi amigo, el rey Úynar. Sus exploradores han interrogado a varios sobrevivientes. Las respuestas han sido concluyentes: tres magos, elementales de fuego, han lanzado llamaradas desde las murallas.
—Esto cambia todo, pero no podremos decirlo en la Reunión General, sería un escándalo —Toll se mantuvo en silencio. Sus ojos azules brillaban como nunca—. Escúchame, Nupeh… En la Reunión General se decidirá quién partirá a la Torre Negra para buscar la paz. Quiero que tú seas el elegido. Eres el único capaz de lograr convencer a Wirg de volver atrás con toda esta locura. Erwe Harrin era su amigo. Si quiere escuchar a alguien, te escuchará a ti. Y si han peleado junto a Körtoj, hazle saber qué es lo que piensan los torreblanquinos. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —aceptó Nupeh—. Me propondré como enviado del Consejo. La Siempre Luz me ilumine en mi camino. Oscuras sendas deberé cruzar para llegar a la Torre Negra. Pero desde que Erwe murió, tú has sido un padre para mí. Te debo este favor, Toll.
—Oraremos por ti, amigo —el viejo mago tomó las manos de Nupeh, mientras resonaban las campanas que llamaban a la Reunión General—. En tus manos dejo esta pesada misión, pues sólo en ellas confío. Hay un extraño susurro en el aire, y ya no podemos confiar en todos. Gálamir ha estado muy extraño también, no sé si es por su odio a Wirg o por algún otro sentimiento oscuro. No confíes en nadie, Nupeh. Fíjate a quién confías tu espalda en la travesía.
Descendieron hasta el Salón Magno. Toll subió hasta la silla del extremo derecho. A su lado, en la silla del medio, estaba Gálamir. Su figura causaba impresión. Era el más anciano, pero su rostro mostraba la audacia de la juventud y la fuerza de la adultez. Únicamente su cabello blanco delataba la edad avanzada, que en un mago siempre era aletargada por su poder. A la izquierda de Galamir estaba Áyrun, el mago de las aguas; era el más joven de los tres, con una rubia cabellera que le llegaba hasta la cintura. Había sido un gran compañero de Nupeh en la iniciación, pero se habían distanciado con el tiempo. Así mismo, se respetaban como siempre.
Los magos ingresaron lentamente desde las cuatro puertas del Salón y fueron ubicándose en las gradas. Cuando todos cubrieron sus lugares, resonó el martillo de Galamir.
—Daremos inicio a la Reunión General —ordenó Galamir—. Graves asuntos nos traen aquí, caballeros. La guerra en el continente está llegando a nuestras puertas. El Reino de Forthy acaba de integrar la Alianza del Norte para detener el avance de Körtoj. La cordillera de Ëndemor nos separa de la guerra, pero… ¿por cuánto tiempo?
»Sabemos que la Torre Negra se acercó a la oscura influencia del Señor de la Oscuridad, Körtoj. Pero los rumores son voces más fuertes que la verdad, en tiempos tan aciagos. Los hombres se han enfrentado, las dinastías se han roto. Los uynítas, seres del bosque con sangre verde, están a un paso de ingresar en el conflicto. Los mordianos… ¿quién sabe qué estarán tramando desde la Isla Pequeña? Y los sureños, las criaturas que se asemejan a los lobos… No tenemos noticias de que bando estarán. El mundo está cambiando… Los hombres están cambiando…
—Lo importante para nosotros, hermanos —continuó Toll—, es saber qué sucede con la Torre Negra. Si los rumores son ciertos, no podremos permitir que utilicen la magia para matar deliberadamente. Menos aún, en beneficio del Príncipe de las Sombras, que ha decidido salir de su cueva.
—Ahora debemos decidir quién irá hasta la Torre Negra para conversar con el Señor Wirg Fedort —anunció Áyrun—. Necesitamos encontrar un enviado, digno de la Torre Blanca.
—¿Quién está dispuesto a correr el riesgo? —preguntó Gálamir—. ¿Quién será la voz del consejo en el sur?
El silencio invadió los muros del Salón. Algunos susurros se escuchaban de diversos grupos de magos, que calculaban los beneficios de tan importante responsabilidad, pero… ¿y los riesgos? Eran demasiados. Algunos ya estaban decidiendo levantar la mano. Entonces, el Señor Nupeh Harrin decidió que ya era tiempo para cumplir con su promesa.
—Yo me propongo como Enviado del Consejo —pregonó Nupeh, levantando su mano derecha—. Si el Consejo me considera digno, iré a la Torre Negra.
El Señor Toll Bandier sonrió. Gálamir observaba a Nupeh con sorpresa, estudiando todas sus intenciones. Áyrun no hizo gesto alguno.
—Yo me propongo —dijo Asgón, un joven mago de origen torkeano.
—Y yo también —agregó Benett, el más antiguo de la Casa Renorév.
Nadie más levantó la mano. Gálamir esperó unos minutos más, hasta que los susurros cesaron. Había tres hombres dispuestos a correr el riesgo de la travesía, del cruce de la cordillera de Ëndemor, de surcar por los campos de batalla en las Llanuras grandes.
—Muy bien… —Gálamir observó a sus hermanos consejeros—. Tres magos de la orden se ofrecen como enviados del Consejo.
—Qué se adelanten, por favor —solicitó Áyrun.
Los tres dejaron sus puestos en las gradas, avanzando entre las miradas escrutadoras de un centenar de magos. Benett caminó con dificultad, con la túnica roja impecable, siendo un mago anciano pero respetado. Asgón se movió con agilidad, revoleando las lujosas telas de su túnica celeste. Nupeh se adelantó con la frente alta, tranquilo por sus posibilidades.
—¿Qué dicen? —preguntó Gálamir.
—Creo que el Señor Asgón es una tentadora posibilidad. Es un hombre joven y con un futuro prometedor —comentó el Señor Toll.
«¿Qué haces, viejo astuto?», pensaba Nupeh con enfado. Aunque pronto descifró las jugadas estratégicas del Señor Bandier. Era algo esperado que Toll Bandier esté a favor de su amigo Nupeh Harrin, de modo tal que, ante la mirada de toda la orden, había decidido dar su visto bueno al Señor Asgón Árul. Pero Toll sabía que, ante la delicada situación, no darían su apoyo a un mago tan joven.
—¿Te parece, Toll? —preguntó Gálamir, pensativo—. Estamos en una delicada situación…
—Yo no dudo de su buena voluntad, pero su juventud no me deja tranquilo —opinó Áyrun—. Es una difícil misión para alguien sin tanta experiencia.
—Perdón, Señor Áyrun —interrumpió Asgón—. Pero usted también es demasiado joven para ser Consejero. Sin embargo, sus aptitudes superan las expectativas que uno puede tener respecto a su edad.
Hubo un silencio espeso en todo el Salón. Pero Áyrun era más sabio que muchos ancianos, y no respondería los ataques del joven mago.
—Sin embargo… —opinó Gálamir—. Las aptitudes del Señor Nupeh Harrin son superiores a las suyas, Señor Asgón, y su edad es considerablemente superior, como su experiencia en combate.
—También conoce las tierras del continente, sus reinos y sus razas —agregó el Señor Bandier—. Pero… Si observamos al Señor Benett, encontramos igual de conocimiento y mayor experiencia.
«Estás jugando fuerte, anciano… Ten cuidado», se dijo Nupeh. Gálamir comparó a los dos magos, pensando las consecuencias de las dos elecciones.
—Creo que el Señor Harrin es el indicado para la misión —confesó Gálamir—. El Señor Benett es poderoso pero muy anciano. No sólo temo por la misión, sino por su salud.
—Creo que ya sabemos qué debemos elegir —afirmó Áyrun.
—¿Está de acuerdo, Señor Nupeh Harrin? —preguntó Toll, sonriente —. ¿Llevará esta peligrosa misión? ¿Será el Enviado del Consejo?
—Haré lo que el Consejo decida, Señor —respondió Nupeh.
—De acuerdo —dijo Gálamir—. Deberás elegir un acompañante.
Nupeh se dio vuelta y observó a todos los magos de la Orden. Había algunos que no lo miraban a los ojos, pues no deseaban acompañarlo a la Torre Negra. No era una misión fácil. Allí fuera, había batallas y fuerzas oscuras que todavía desconocía.
«Fíjate a quién confías tu espalda en la travesía», repetía la voz de Toll Bandier en su cabeza.
—Riéi Argo —dijo Nupeh.
Las miradas se cruzaron hasta el recién iniciado. Riéi sonreía y asentía, ante la mirada estupefacta de los magos más avanzados. Asgón corrió la mirada, humillado. Pensaba que Nupeh Harrin lo elegiría para acompañarlo.
—Es muy joven —opinó Gálamir—. Señor Harrin, le aconsejo que reconsidere su elección.
—Es mi decisión, Señor.
—El Señor Argo se está formando todavía, Nupeh —dijo Áyrun, olvidando la formalidad—. Debe pasar los cinco años como Iniciatï. No podemos darle un peso tan grande en su etapa de formación.
—Salvo… —interrumpió el Señor Bandier—. Que Nupeh Harrin sea su maestro.
—Hace tiempo dejaron de existir los pupilos, Señor Bandier —se opuso Áyrun—. Hemos confiado la educación de los futuros magos a los profesores del Instituto. Así no se formarán camarillas en la Orden.
—El Señor Riéi Argo puede ser la excepción —opinó Gálamir—. No tenemos más tiempo.
—Opino lo mismo —dijo Toll Bandier— ¿Estás de acuerdo, Áyrun? Debemos decidirlo los tres juntos.
—De acuerdo —respondió Áyrun—. Qué sea la voluntad del Consejo.
—¡Esta reunión ha finalizado! —exclamó Gálamir, golpeando su mazo—. Los dos Enviados partirán mañana por la mañana.
Ya era pasada la medianoche, y en lo alto de la torre dos figuras observaban hacia el sur. La cordillera de Ëndemor era una gigantesca sombra que despedía un constante zumbido. Los vientos del sudoeste soplaban con fuerza. En el reino de Forthy, el mismo viento movía miles de campanas a lo largo de toda su extensión. Pero del otro lado de la cordillera, sólo llegaba una suave ventisca.
—Debías convencer al Consejo, no pelearte con él —regañó Benett. El anciano tenía una gruesa túnica roja. Fumaba su pipa con tabaco de Áradut, contemplando las sombras del Pantano Negro—. Nunca pensé que ese maldito huérfano de Harrin se ofrecería para ser Enviado.
—Nadie pensaba que se postularía alguien —afirmó Asgón—. Es un camino muy largo hasta la Torre Negra. Sin contar los peligros por la guerra, claro.
—Partirás hacia la Torre Negra en secreto —ordenó Benett—. El maestro Wirg deseará saber de la llegada de Harrin y el pupilo. Yo veré como puedo envenenar este lugar. Infestarlo de odio y rencor será la solución a nuestros problemas.
—¿Y el Consejo?
—El consejo está sucio —respondió el viejo Benett con una sonrisa torcida—. Pero necesitaremos tiempo para pudrir este sitio. ¡Debes llegar a tiempo a la Torre Negra, y si puedes, asegúrate de que el viaje de Harrin tenga contratiempos!
—Haré lo que pueda.
—¡No! —gritó Benett—. Harás lo que te digo… No querrás que el Tenebroso se entere de tu falta de aptitudes… ¿verdad?
—Harrin llegará tarde —prometió Asgón con temor—. Aunque tenga que detenerlo yo mismo.
En el cuarto piso de la Torre reinaba el silencio, salvo en la habitación de Nupeh Harrin, donde preparaba su bolso para el viaje. Llevaba lo indispensable, pues quería ir ligero. Sabía que el camino estaría plagado de contratiempos, pero que la hospitalidad de los hombres le permitiría viajar liviano. En la pared descansaba su báculo. Lo contempló un momento, recordando el día de la admisión. Su maestro, Erwe, le había entregado el báculo de su padre. Caminó hasta él, lo tomó y lo elevó. Era blanco como una nube oronda, de marfil y con detalles en ébano. En su extremo superior, llevaba una gran piedra verde: la Piedra Natura. Con ella, dominaba la naturaleza y los animales.
—Erwe… —dijo mientras contemplaba la Piedra Natura—. Espero que Wirg te siga recordando como un viejo amigo.
La puerta de la habitación resonó con dos golpes secos. Luego se abrió tímidamente, hasta que el rostro del Señor Toll Bandier se distinguió entre las sombras.
—Haces tanto ruido que te escuchan en Forthy —bromeó el anciano—. Y eso que tenemos una cordillera por medio.
—Me cuesta decidir qué llevar —respondió Nupeh sonriendo—. Creo que no necesitaré tantas cosas —la preocupación asomó por sus ojos—. Espero dejar el temor.
—El miedo es bueno —afirmó Toll—. Impide que hagamos estupideces. Yo también tengo miedo. Aquí las cosas no serán mejores.
—¿Gálamir continúa extraño?
—No es sólo Gálamir… Hay más sospechosos, magos que actúan de forma extraña. Temo que la mano del Tenebroso ha llegado a nuestros muros, amigo.
—¿Y me dices esto antes que me vaya? —preguntó Nupeh con enojo.
—Tu misión es más importante —aseguró el anciano—. Debes convencer a Wirg de buscar la paz. Debes acercarlo a Gálamir.
El viajo se apoyó en su báculo y respiró agitadamente.
—Siéntate, Toll —dijo Nupeh, señalando un sillón—. ¿Alguien presenció la pelea entre Gálamir y Wirg?
—Nadie.
—Y… ¿qué opinas?
—Que es todo muy raro. ¿Puede algo tan grave separar a los dos líderes? Temo que sea un artilugio de Körtoj para separar la Orden de las Dos Torres.
—Sin dudas, lo ha conseguido.
—Sí, pero solamente es el comienzo.
—Una guerra entre los magos despejaría el camino para su conquista.
—Eso sería lo mejor que podría suceder, Nupeh. Mi gran temor es que quiera utilizarnos para sus planes. Tomar el control de la Orden sería desastroso para todo el continente. Nadie podría detenerlo con el favor de la magia.
—El Tenebroso es mago, dicen.
—Lo es —afirmó Toll—. Era un viejo mago de la Torre Negra. Vendió su alma a la Oscuridad. Ahora es el brazo de alguien lejano, alguien que no quisiéramos conocer. Nosotros, los magos, somos servidores de la Siempre Luz. Cuando un mago deja la luz, la sombra se encarga de transformarlo en una criatura aterradora. Por eso ha perdido su forma humana, aunque pocos lo han visto.
—Cuídate mucho, amigo —aconsejó Nupeh—. Prometo regresar pronto.
El Señor Toll Bandier lo miró con ternura. Sus ojos decían que tal vez no lo vería de nuevo. Pero así debía ser, era lo que Erwe hubiera hecho de estar con vida. Proteger la vida de Nupeh, enviándolo donde el enemigo menos espera encontrarlo: en su propio hogar.
—Ve en paz, hijo.