28/09/2016 01:15 AM
Abro este hilo para postear en el algunos cuentos sobre el mundo Ihbn que he escrito, para empezar este con el que saque el cuarto lugar -de abajo hacia arriba- en el ultimo concurso organizado en el foro.
La ciudad de todos los dioses
En nuestro vasto mundo hay ciudades con un pasado asombroso, con un pasado glorioso, y otras con un pasado enigmático, ciudades cuya vida y muerte están ocultas en el misterio. Pero no hay una con historia tan extraña como Massuade, que se hundió en los más abyectos abismos de la corrupción antes de elevarse y alcanzar la santidad.
Situada en el archipiélago de Las Quebrantadas, los primeros habitantes de la isla fueron shariitas, pero hace ya miles de años que abandonaron estas tierras, dejando solo ruinas y extraños y oxidados artefactos de función desconocida. Los siguientes fueron los Tolfek, nadie sabe que hacia un grupo de estas criaturas aquí, tan lejos de sus tierras en Nirr. Pero ellos también abandonaron la isla, dejando solo extraños fardos que una vez abiertos revelan ser momias envueltas en capas y capas de telas multicolores, ocultas en recónditas cuevas.
Posteriormente llegaron hombres negros del Quirim, y fueron ellos los que fundaron la ciudad, a orillas de una amplia bahía protegida de los vientos. Pronto su privilegiada situación, a medio camino entre Quirim y los grandes reinos del norte, benefició enormemente a la pequeña colonia. El comercio fue la sangre que la alimentó, trirremes, naos, dromones, carabelas, dhows, catamaranes de los Belarios, toda clase de navíos llegaban a su puerto, y cargaban y descargaban mercancías: aves exóticas, pieles, hierro, cobre, estaño, platino, perfumes, aceites, maderas valiosas. Y de aquella incesante actividad la ciudad sacaba una moneda de oro, o más de una.
Massuade en su epoca de mayor esplendor.
Pero la historia nos ha enseñado que la paz y la prosperidad no duran para siempre, y Massuade debió aprender esa lección muy pronto. Por un lado nuevos puertos fueron fundados y se convirtieron en rivales comerciales, pero la mayor amenaza eran los piratas de la Brecha Roja, quienes atacaban a los barcos y robaban sus mercaderías, arrojando a sus tripulantes al mar o llevándoselos como esclavos. Al tiempo que aumentaba la audacia de los piratas los barcos mercantes elegían rutas alejadas de Massuade y frente al riesgo de perder su fuente de riqueza, el consejo de ricos mercaderes que gobernaba la ciudad decidió defenderse y crear una pequeña flota de barcos de guerra para combatir a los piratas.
Contrataron marineros, mandaron a construir galeones a los astilleros de Kapparis, y como almirante de toda su flota eligieron a un joven pero ya experimentado capitán, “nacido a bordo” según sus propias palabras, quien ya había dado pruebas de su valor y habilidad estratégica al pelear en la guerra civil que devastaba a su nación, por desgracia para él combatiendo en el bando perdedor.
Sus órdenes eran simples: acabar con esa plaga que amenazaba el porvenir de Massuade, sin olvidar la prudencia, pero otras cosas como la compasión y el tomar prisioneros podían ser fácilmente ignoradas.
Y un día esa flota regresó a puerto con dos navíos y cien hombres menos, pero alegres y victoriosos, porque habían asestado una gran derrota a los piratas, una derrota quizás definitiva. Pero de aquel día de victoria surgió el fin de Massuade.
Uno de los piratas muertos, quien fue colgado como advertencia y alimento de buitres a la entrada del puerto, resulto ser el hijo del temido Sac´cak´re Rompecuellos (otros dicen que no era su hijo, sino su amante, y al menos una versión especialmente injuriosa asegura que era ambas cosas). El era uno de los jefes piratas más temidos y brutales, famoso por su audacia y ferocidad, y quien se haría famoso también por la crueldad de su venganza.
Y dos semanas después, cuando de su hijo solo quedaban los huesos moviéndose y tintineando con el viento, en una tarde de cielos despejados antes de que el disco solar tocara el borde del horizonte marino, barcos aparecieron frente a la isla. Seis galeras con la enseña de Sac´cak´re, la bandera del hombre destripado, barcos que esperaban allí, inmóviles, como provocando. Las campanas del puerto empezaron a tañer frenéticamente mientras sus habitantes miraban asombrados y temerosos semejante atrevimiento, porque ningún pirata antes intentó atacar directamente la ciudad. Pero el almirante de la flota encargada de su defensa no perdió el tiempo y sus navíos zarparon para perseguir a los bastardos de los mares.
Sac´cak´re, apodado Rompecuellos.
Estos huyeron cobardemente, seguidos muy de cerca por los galeones de Massuade, cuyos tripulantes esperaban darles caza y acabar definitivamente con la amenaza de la piratería. Pero todo era una broma macabra, un fraude ideado por una mente sangrienta, porque las galeras estaban casi vacías, tripuladas solo por los esclavos remeros y sus capataces con látigos.
La gran mayoría de los piratas había desembarcado en el extremo opuesto de la isla, y aguardaron ocultos en la selva hasta la medianoche, la hora del cuervo. Y entonces cayeron sobre la ciudad en una orgía de sangre y violaciones, las casas fueron incendiadas, los almacenes saqueados y lo que no pudieron robar también fue quemado. La gente fue masacrada y el propio Sac´cak´re, haciendo honor a su nombre, estranguló personalmente a cada uno de los miembros del consejo. Aquella noche fue conocida como la Noche del Llanto, y solo se salvaron los barcos que lograron huir del puerto a alta mar, desde donde veían el resplandor de los incendios y los gritos, muy débiles, les llegaban con el viento.
El amanecer mostró una ciudad a medias en ruinas y con cadáveres en las calles, una ciudad que nunca se recuperaría. El consejo fue abolido y un gobernante asumió el poder, su nombre se ha perdido pero se le recuerda con el nombre de El Infame. Sus días como puerto comercial se habían acabado, pero El Infame hallo una nueva fuente de ingresos, para vergüenza y horror de los escasos supervivientes: convertir a Massuade en refugio de piratas.
Se convirtió en Puerto Ruinas, refugio y diversión para todo tipo de saqueadores del mar, norteños rubios y ojiazules con sus barcos-serpiente, acechadores de la Hermandad del Viento, piratas del Quirim en barcos de juncos, piratas de la Brecha Roja en sus pequeñas galeras, incluso los extraños Hijos del Abismo, de raro aspecto y olor, de quienes se dice que tienen estrechos y malvados vínculos con las criaturas abisales llamadas Nagashyr.
Massuade se convirtió en ciudad de tabernas, apuestas y putas, los piratas llegaban a curar sus heridas y gastar su deshonesto oro. Todo lo ilegal era permitido en Puerto Ruinas: prostitutas demasiado jóvenes, peleas entre bestias feroces o entre hombres y animales, venta de esclavos, venta de venenos, compra de asesinos. Había tabernas abiertas todo el día y toda la noche, y callejones oscuros donde conseguir una sopa mágica cuyos ingredientes principales eran un cuerno de Tolfek y carne humana. Las peleas, reyertas y asesinatos eran rutina, no importando cuanto recomendaran los capitanes a sus hombres que no se metieran en problemas. Era el lugar más impío en el mundo, y fue un acto de los dioses lo que acabó con tanta maldad.
Dicen los sabios que la culpa fue de los cimientos, que la ciudad estaba asentada sobre arena y no sobre roca solida. Pero eso es lo que dicen los sabios, los dioses en cambio dijeron otra cosa, ellos dijeron “desaparece”, y Puerto Ruinas desapareció.
El terremoto ocurrió en la hora más fría de la noche, el suelo se agitó, se sacudió y luego se alzó, y los edificios se derrumbaron. Hubo grietas que se abrieron y gente que cayó en ellas, para que después las grietas se cerraran, y se dice que días después de terminado todo aún se oían los gritos apagados de quienes fueron enterrados vivos.
Fuegos ardieron y empezaron a consumir las destruidas casas, pero antes de que el polvo se asentara vino otro desastre. El mar se recogió dejando al descubierto el fondo arenoso y lleno de desperdicios de la bahía, y vino una gran ola que arrastraba consigo toda clase de embarcaciones. Esa ola terminó de destruir lo que el terremoto dejó en pie, y esa noche Massuade tuvo una segunda muerte.
El amanecer reveló solo ruinas, escombros, restos humeantes, los barcos grotescamente varados tierra adentro y en la playa los cuerpos hinchados de los ahogados. Los sobrevivientes vagaban sin salir de su estupor, pero su sorpresa fue aún mayor al descubrir un prodigio, una señal divina: el único edificio en pie, sin daño alguno, resulto ser un pequeño templo dedicado al ángel Macabel, el mensajero de la paz.
Era apenas un salón de oraciones, estrecho y donde con suerte cabría una veintena de personas, un altar igualmente pequeño y una habitación diminuta para el hermano pacifico. Pero todo estaba intacto y los pocos que lograron refugiarse allí estaban vivos, ese edificio, el cual era un mal chiste en una ciudad tan corrompida como aquella, se transformo en un milagro. Aquel día el Ángel Macabel ganó muchos nuevos seguidores y volvió benevolentes muchos corazones.
Pero no fue el único, los sobrevivientes diseminaron por lejanas tierras el milagro de Puerto Ruinas, y con el tiempo no fueron piratas los que arribaban a su bahía, sino sacerdotes, monjes, predicadores, fieles y fanáticos de todos los tipos y de todos los dioses.
A cien años de aquella noche terrible y de un nuevo amanecer, Massuade es una ciudad nueva y extraña, con gran numero de pequeñas casas y granjas rodeadas de sembradíos. Pero no hay tabernas ni prostíbulos, no hay cuartel o casa del gobernador, ni edificio alguno vinculado a un poder civil o militar. En cambio, repartidos aquí y allá, pequeños y humildes o grandes y suntuosos, hay templos, altares, santuarios, monolitos o arboles sagrados dedicados a un sinfín de dioses. Y esos dioses y sus fieles se llevan bien unos con otros, en lo que quizás sea el mayor milagro de todos.
El culto a los ángeles es fuerte aquí, los seguidores de Ezequiel El Olvidado vagan de un lado a otro perdidos en su propia falta de individualidad, los de Macabel El Puro predican sobre la paz y la hermandad entre todos los seres vivos, mientras a unos pocos pasos una estatua de Joel El Sanguinario, el creador de la violencia, está cubierta hasta la cintura de todo tipo de armas, rotas y abolladas algunas, ensangrentadas la mayoría, dejadas por sus seguidores dedicados a la guerra.
Pero hay más dioses presentes, algunos insólitos y con pocos seguidores. Esta Kammu el No-nato, un reseco feto momificado guardado en una urna de jade con asas de plata, supuestamente el hijo de un dios y una mortal, abortado por las manipulaciones de un demonio. También hay un pequeño grupo de Tolfek que adoran al Gran Cornudo, un héroe legendario cuyo cráneo cuenta con doce cuernos, ellos creen que esta isla es el origen mítico de su raza y adoran también a las momias guardadas en cuevas, grandes protagonistas de epopeyas ya olvidadas.
También hay templos y altares dedicados a los Sesenta y seis dioses, a los Titanes, a los Antiguos, a Seehlum El Impaciente, el Antiguo que creó su propio mundo desobedeciendo órdenes, un paraíso al cual sus seguidores aspiran llegar una vez muertos. Hay un pequeño bosque dedicado a los espíritus de la naturaleza, un pilar de mármol moteado dedicado a la Doncella-Luna, santuarios pertenecientes a las Tres Hermanas, al Coronado de Estrellas, al Cachorro de la Noche, al Dios que es Diosa y a la Diosa que es Dios, cuyos sacerdotes son a la vez sacerdotisas y viceversa. Hay un pozo lleno de pirañas dedicado al Gran Devorador, y un libro enorme que es leído todo el día y toda la noche, conteniendo las aventuras de Salos de Jokk, héroe legendario cuya existencia real ningún erudito discute pero cuyas hazañas se han exagerado al punto de ser divinizado por muchos.
Incluso hay un árbol Tooash-iimo donde los cultistas del Árbol Rojo realizan pequeños sacrificios de sangre causándose heridas en las muñecas o en las palmas de la mano.
Uno de los cultos más extraños es el dedicado a Nehrkal Spire, aquel erudito que buscó desentrañar y dominar los secretos del poder síquico. Sus seguidores creen que el ascendió a un plano superior de la existencia, elevándose por encima de lo material y del pensamiento humano, a un nivel más cercano al de las mentes de los Titanes o incluso a las de los propios Antiguos. Sus rituales son extraños y para muchos ridículos, sus fieles usan mascaras de insectos para representar a los abejorros Kunclav e imitan su repelente zumbido, y a veces se arrojan al suelo en medio de espasmos y convulsiones, fingiendo los ataques sufridos por los síquicos. Pero todo esto es solo ritualismo superficial, porque a lo que ellos aspiran es a despojarse de su envoltorio terrenal y volverse uno con la mente de Nehrkal, y hay rumores de que bajo el suelo de la isla, en cavernas desconocidas, están construyendo una estructura de hierro arcano en imitación del artefacto con cual Nehrkal buscó revelar los misterios del poder síquico y abrir puertas en su propia mente…
¡Dejen criticas!
La ciudad de todos los dioses
En nuestro vasto mundo hay ciudades con un pasado asombroso, con un pasado glorioso, y otras con un pasado enigmático, ciudades cuya vida y muerte están ocultas en el misterio. Pero no hay una con historia tan extraña como Massuade, que se hundió en los más abyectos abismos de la corrupción antes de elevarse y alcanzar la santidad.
Situada en el archipiélago de Las Quebrantadas, los primeros habitantes de la isla fueron shariitas, pero hace ya miles de años que abandonaron estas tierras, dejando solo ruinas y extraños y oxidados artefactos de función desconocida. Los siguientes fueron los Tolfek, nadie sabe que hacia un grupo de estas criaturas aquí, tan lejos de sus tierras en Nirr. Pero ellos también abandonaron la isla, dejando solo extraños fardos que una vez abiertos revelan ser momias envueltas en capas y capas de telas multicolores, ocultas en recónditas cuevas.
Posteriormente llegaron hombres negros del Quirim, y fueron ellos los que fundaron la ciudad, a orillas de una amplia bahía protegida de los vientos. Pronto su privilegiada situación, a medio camino entre Quirim y los grandes reinos del norte, benefició enormemente a la pequeña colonia. El comercio fue la sangre que la alimentó, trirremes, naos, dromones, carabelas, dhows, catamaranes de los Belarios, toda clase de navíos llegaban a su puerto, y cargaban y descargaban mercancías: aves exóticas, pieles, hierro, cobre, estaño, platino, perfumes, aceites, maderas valiosas. Y de aquella incesante actividad la ciudad sacaba una moneda de oro, o más de una.
Massuade en su epoca de mayor esplendor.
Pero la historia nos ha enseñado que la paz y la prosperidad no duran para siempre, y Massuade debió aprender esa lección muy pronto. Por un lado nuevos puertos fueron fundados y se convirtieron en rivales comerciales, pero la mayor amenaza eran los piratas de la Brecha Roja, quienes atacaban a los barcos y robaban sus mercaderías, arrojando a sus tripulantes al mar o llevándoselos como esclavos. Al tiempo que aumentaba la audacia de los piratas los barcos mercantes elegían rutas alejadas de Massuade y frente al riesgo de perder su fuente de riqueza, el consejo de ricos mercaderes que gobernaba la ciudad decidió defenderse y crear una pequeña flota de barcos de guerra para combatir a los piratas.
Contrataron marineros, mandaron a construir galeones a los astilleros de Kapparis, y como almirante de toda su flota eligieron a un joven pero ya experimentado capitán, “nacido a bordo” según sus propias palabras, quien ya había dado pruebas de su valor y habilidad estratégica al pelear en la guerra civil que devastaba a su nación, por desgracia para él combatiendo en el bando perdedor.
Sus órdenes eran simples: acabar con esa plaga que amenazaba el porvenir de Massuade, sin olvidar la prudencia, pero otras cosas como la compasión y el tomar prisioneros podían ser fácilmente ignoradas.
Y un día esa flota regresó a puerto con dos navíos y cien hombres menos, pero alegres y victoriosos, porque habían asestado una gran derrota a los piratas, una derrota quizás definitiva. Pero de aquel día de victoria surgió el fin de Massuade.
Uno de los piratas muertos, quien fue colgado como advertencia y alimento de buitres a la entrada del puerto, resulto ser el hijo del temido Sac´cak´re Rompecuellos (otros dicen que no era su hijo, sino su amante, y al menos una versión especialmente injuriosa asegura que era ambas cosas). El era uno de los jefes piratas más temidos y brutales, famoso por su audacia y ferocidad, y quien se haría famoso también por la crueldad de su venganza.
Y dos semanas después, cuando de su hijo solo quedaban los huesos moviéndose y tintineando con el viento, en una tarde de cielos despejados antes de que el disco solar tocara el borde del horizonte marino, barcos aparecieron frente a la isla. Seis galeras con la enseña de Sac´cak´re, la bandera del hombre destripado, barcos que esperaban allí, inmóviles, como provocando. Las campanas del puerto empezaron a tañer frenéticamente mientras sus habitantes miraban asombrados y temerosos semejante atrevimiento, porque ningún pirata antes intentó atacar directamente la ciudad. Pero el almirante de la flota encargada de su defensa no perdió el tiempo y sus navíos zarparon para perseguir a los bastardos de los mares.
Sac´cak´re, apodado Rompecuellos.
Estos huyeron cobardemente, seguidos muy de cerca por los galeones de Massuade, cuyos tripulantes esperaban darles caza y acabar definitivamente con la amenaza de la piratería. Pero todo era una broma macabra, un fraude ideado por una mente sangrienta, porque las galeras estaban casi vacías, tripuladas solo por los esclavos remeros y sus capataces con látigos.
La gran mayoría de los piratas había desembarcado en el extremo opuesto de la isla, y aguardaron ocultos en la selva hasta la medianoche, la hora del cuervo. Y entonces cayeron sobre la ciudad en una orgía de sangre y violaciones, las casas fueron incendiadas, los almacenes saqueados y lo que no pudieron robar también fue quemado. La gente fue masacrada y el propio Sac´cak´re, haciendo honor a su nombre, estranguló personalmente a cada uno de los miembros del consejo. Aquella noche fue conocida como la Noche del Llanto, y solo se salvaron los barcos que lograron huir del puerto a alta mar, desde donde veían el resplandor de los incendios y los gritos, muy débiles, les llegaban con el viento.
El amanecer mostró una ciudad a medias en ruinas y con cadáveres en las calles, una ciudad que nunca se recuperaría. El consejo fue abolido y un gobernante asumió el poder, su nombre se ha perdido pero se le recuerda con el nombre de El Infame. Sus días como puerto comercial se habían acabado, pero El Infame hallo una nueva fuente de ingresos, para vergüenza y horror de los escasos supervivientes: convertir a Massuade en refugio de piratas.
Se convirtió en Puerto Ruinas, refugio y diversión para todo tipo de saqueadores del mar, norteños rubios y ojiazules con sus barcos-serpiente, acechadores de la Hermandad del Viento, piratas del Quirim en barcos de juncos, piratas de la Brecha Roja en sus pequeñas galeras, incluso los extraños Hijos del Abismo, de raro aspecto y olor, de quienes se dice que tienen estrechos y malvados vínculos con las criaturas abisales llamadas Nagashyr.
Massuade se convirtió en ciudad de tabernas, apuestas y putas, los piratas llegaban a curar sus heridas y gastar su deshonesto oro. Todo lo ilegal era permitido en Puerto Ruinas: prostitutas demasiado jóvenes, peleas entre bestias feroces o entre hombres y animales, venta de esclavos, venta de venenos, compra de asesinos. Había tabernas abiertas todo el día y toda la noche, y callejones oscuros donde conseguir una sopa mágica cuyos ingredientes principales eran un cuerno de Tolfek y carne humana. Las peleas, reyertas y asesinatos eran rutina, no importando cuanto recomendaran los capitanes a sus hombres que no se metieran en problemas. Era el lugar más impío en el mundo, y fue un acto de los dioses lo que acabó con tanta maldad.
Dicen los sabios que la culpa fue de los cimientos, que la ciudad estaba asentada sobre arena y no sobre roca solida. Pero eso es lo que dicen los sabios, los dioses en cambio dijeron otra cosa, ellos dijeron “desaparece”, y Puerto Ruinas desapareció.
El terremoto ocurrió en la hora más fría de la noche, el suelo se agitó, se sacudió y luego se alzó, y los edificios se derrumbaron. Hubo grietas que se abrieron y gente que cayó en ellas, para que después las grietas se cerraran, y se dice que días después de terminado todo aún se oían los gritos apagados de quienes fueron enterrados vivos.
Fuegos ardieron y empezaron a consumir las destruidas casas, pero antes de que el polvo se asentara vino otro desastre. El mar se recogió dejando al descubierto el fondo arenoso y lleno de desperdicios de la bahía, y vino una gran ola que arrastraba consigo toda clase de embarcaciones. Esa ola terminó de destruir lo que el terremoto dejó en pie, y esa noche Massuade tuvo una segunda muerte.
El amanecer reveló solo ruinas, escombros, restos humeantes, los barcos grotescamente varados tierra adentro y en la playa los cuerpos hinchados de los ahogados. Los sobrevivientes vagaban sin salir de su estupor, pero su sorpresa fue aún mayor al descubrir un prodigio, una señal divina: el único edificio en pie, sin daño alguno, resulto ser un pequeño templo dedicado al ángel Macabel, el mensajero de la paz.
Era apenas un salón de oraciones, estrecho y donde con suerte cabría una veintena de personas, un altar igualmente pequeño y una habitación diminuta para el hermano pacifico. Pero todo estaba intacto y los pocos que lograron refugiarse allí estaban vivos, ese edificio, el cual era un mal chiste en una ciudad tan corrompida como aquella, se transformo en un milagro. Aquel día el Ángel Macabel ganó muchos nuevos seguidores y volvió benevolentes muchos corazones.
Pero no fue el único, los sobrevivientes diseminaron por lejanas tierras el milagro de Puerto Ruinas, y con el tiempo no fueron piratas los que arribaban a su bahía, sino sacerdotes, monjes, predicadores, fieles y fanáticos de todos los tipos y de todos los dioses.
A cien años de aquella noche terrible y de un nuevo amanecer, Massuade es una ciudad nueva y extraña, con gran numero de pequeñas casas y granjas rodeadas de sembradíos. Pero no hay tabernas ni prostíbulos, no hay cuartel o casa del gobernador, ni edificio alguno vinculado a un poder civil o militar. En cambio, repartidos aquí y allá, pequeños y humildes o grandes y suntuosos, hay templos, altares, santuarios, monolitos o arboles sagrados dedicados a un sinfín de dioses. Y esos dioses y sus fieles se llevan bien unos con otros, en lo que quizás sea el mayor milagro de todos.
El culto a los ángeles es fuerte aquí, los seguidores de Ezequiel El Olvidado vagan de un lado a otro perdidos en su propia falta de individualidad, los de Macabel El Puro predican sobre la paz y la hermandad entre todos los seres vivos, mientras a unos pocos pasos una estatua de Joel El Sanguinario, el creador de la violencia, está cubierta hasta la cintura de todo tipo de armas, rotas y abolladas algunas, ensangrentadas la mayoría, dejadas por sus seguidores dedicados a la guerra.
Pero hay más dioses presentes, algunos insólitos y con pocos seguidores. Esta Kammu el No-nato, un reseco feto momificado guardado en una urna de jade con asas de plata, supuestamente el hijo de un dios y una mortal, abortado por las manipulaciones de un demonio. También hay un pequeño grupo de Tolfek que adoran al Gran Cornudo, un héroe legendario cuyo cráneo cuenta con doce cuernos, ellos creen que esta isla es el origen mítico de su raza y adoran también a las momias guardadas en cuevas, grandes protagonistas de epopeyas ya olvidadas.
También hay templos y altares dedicados a los Sesenta y seis dioses, a los Titanes, a los Antiguos, a Seehlum El Impaciente, el Antiguo que creó su propio mundo desobedeciendo órdenes, un paraíso al cual sus seguidores aspiran llegar una vez muertos. Hay un pequeño bosque dedicado a los espíritus de la naturaleza, un pilar de mármol moteado dedicado a la Doncella-Luna, santuarios pertenecientes a las Tres Hermanas, al Coronado de Estrellas, al Cachorro de la Noche, al Dios que es Diosa y a la Diosa que es Dios, cuyos sacerdotes son a la vez sacerdotisas y viceversa. Hay un pozo lleno de pirañas dedicado al Gran Devorador, y un libro enorme que es leído todo el día y toda la noche, conteniendo las aventuras de Salos de Jokk, héroe legendario cuya existencia real ningún erudito discute pero cuyas hazañas se han exagerado al punto de ser divinizado por muchos.
Incluso hay un árbol Tooash-iimo donde los cultistas del Árbol Rojo realizan pequeños sacrificios de sangre causándose heridas en las muñecas o en las palmas de la mano.
Uno de los cultos más extraños es el dedicado a Nehrkal Spire, aquel erudito que buscó desentrañar y dominar los secretos del poder síquico. Sus seguidores creen que el ascendió a un plano superior de la existencia, elevándose por encima de lo material y del pensamiento humano, a un nivel más cercano al de las mentes de los Titanes o incluso a las de los propios Antiguos. Sus rituales son extraños y para muchos ridículos, sus fieles usan mascaras de insectos para representar a los abejorros Kunclav e imitan su repelente zumbido, y a veces se arrojan al suelo en medio de espasmos y convulsiones, fingiendo los ataques sufridos por los síquicos. Pero todo esto es solo ritualismo superficial, porque a lo que ellos aspiran es a despojarse de su envoltorio terrenal y volverse uno con la mente de Nehrkal, y hay rumores de que bajo el suelo de la isla, en cavernas desconocidas, están construyendo una estructura de hierro arcano en imitación del artefacto con cual Nehrkal buscó revelar los misterios del poder síquico y abrir puertas en su propia mente…
¡Dejen criticas!