01/05/2015 11:42 PM
Histyrec
Historias y Relatos Cortos
Un Amor Raro
Historias y Relatos Cortos
Un Amor Raro
Señor juez, yo sé que piensa que la trato como a una esclava, pero no es así. No le doy de comer ni de beber. Tampoco permito que tenga contacto alguno con el agua, aunque de vez en cuando le suelo pasar un trapo húmedo por todo su cuerpo; y si al final el trapo no se seca le permito que lo lama. Y esto no lo hago por maldito, no. Sé que ella me lo agradece con su silencio, tirada en un rincón oscuro de mi cuarto, pues tiene una figura que toda mujer desearía tener.
También debe de creer que soy un tacaño, porque no le compro ropa para que se vista, ¡pero si es que desnuda es más hermosa! Además, el vestido medio deshilachado con la cual vestía el día en que la conocí lo sigue usando hasta el día de hoy, sin reproche alguno. Es más, le encanta estar desnuda. El día que la conocí estaba desnuda, cuando nos juntamos está desnuda y cuando canta también lo hace desnuda.
En vez de acusarme deberían felicitarme por el trato que le doy, por el cariño y el afecto que tengo hacia ella. Nadie la querría tal como está ahora, y yo lo hago. Mire su cabeza, es pequeña en comparación con su figura. Es media calva, por no decir que tiene sólo seis mechones. Y para los que dicen que soy tacaño, yo le compré esas hebillas de bronce con la que ata sus cabellos rubios y canosos.
¡Pero no! Usted, señor juez, decidió escuchar los reclamos de los vecinos por los ruidos molestos y espantosos que provenían de mi casa. Es que ambos cantamos. Bueno, ninguno canta bien... pero ella sí lo hacía cuando la conocí. La primera vez que la vi, en los brazos de su ex, cantaba como lo dioses y endulzaba los oídos de los que la oían cantar. Sin embargo, cuando le pido que cante se queda mirándome y no hace nada. Es por eso que me veía obligado a tirarle de los pelos para que me cantase. Lo hacía, pero no como yo quería. Y encima, las primeras veces me mordía los dedos y me dejaba unos cayos que ardían. ¿Pero me quejé yo de éso? ¿Me quejé alguna vez del olor a bronce que dejaba en mis manos cuando entrelazaba mis dedos en sus cabellos? ¡No!
Así que, señor juez, si es delito no saber tirarle del pelo correctamente para que cante como corresponde, me declaro culpable. Si es delito desnudarla y prestarla a mis amigos para que la manoseen y sacien sus curiosidades, soy culpable. Y si es delito quererla y tratarla como lo hice hasta el día de hoy, me declaro culpable del cargo, pues lo seguiré haciendo hasta que mi amor cambie. Yo me esforcé mucho para tenerla en mis manos, trabajé de sol en sol para comprarla a su ex y cobijarla en mis brazos.
Nadie, ni siquiera usted puede ponerla en mi contra. Ella no dirá una sola palabra, amenos que mis dedos acaricie sus cabellos. Porque ella, mi bella guitarra, y yo seguiremos estando juntos.
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