27/01/2018 05:21 PM
(This post was last modified: 28/01/2018 10:13 PM by FrancoMendiverry95.)
De pronto ambos se detuvieron en medio del pasillo. Cada antorcha iluminaba una pared distinta, pero los dos vieron lo mismo en cada una, al mismo tiempo. Estiraron una mano hacia las paredes y arrastraron los dedos a lo largo de tres surcos que las recorrían paralelamente hasta el final. Entonces giraron las cabezas y sus miradas se encontraron. El nórdico asintió concluyentemente, Wardric tragó saliva.
Marcas de garras.
Las siguieron hasta el final del pasillo, donde se encontraron con una arcada que daba a unas escaleras. Gardar tomó la delantera al bajar, y a mitad de camino una repentina nube negra emergió chillando de las profundidades y les pasó por encima de la cabeza, apagando la antorcha del nórdico.
-Malditos murciélagos –dijo Gardar.
Wardric apretaba la mandíbula y había aumentado la presión de sus manos sobre la empuñadura de Harmrid. Cuando el nórdico lo vio, no pudo contener una carcajada jugosa.
-Ten la antorcha –dijo el zegriense intentando hacer que su compañero se callase.
Tenían otras dos, pero era mejor dejarlas para el regreso. Eso les dio un poco de ánimo, el hecho de darse cuenta de que en verdad esperaban regresar.
El aire fue haciéndose cada vez más denso, hasta llegar a un punto en que viajaba inundado por un olor tan desconocido para Wardric como asqueroso. Gardar no dudo. Sólo dijo dos palabras, en una voz baja pero clara:
–Están cerca.
Siguieron de forma más cautelosa. La luz baja que emitía a esa altura la tea luego de estar encendida por varios minutos les fue favorable. Iluminaba su camino, pero no emitía un resplandor brillante que los delatara ante una mirada casual. No tardaron mucho más en oír ásperas voces que parecían ascender desde los escalones que se internaban en la espesa negrura.
–Aghhh hermaanas, se noos estaa acabaando la comida –dijo una carrasposa voz, que ocasionaba un ronco retumbo al estirar algunas de las silabas de cada palabra.
–¡Teneemos que mataar más de eesos sucioos mercadeeres! –siseó otra–. Al último lo saaboreé por diias enteeros.
–Hay quie serr precaviidas, hermaanas –añadió una tercera, con una voz más aguda pero igualmente horrible –. No quieremos que eesos hummanos se preocuupen en enviiar guerreeros contra nueestro Aquielarre.
–Aghhh, ¿Acaaso tu quieeres segguir comienndo raatas y gusaanos de porquieria? –replicó la segunda.
–¡Nnooo! –gritaron varias a la vez–. No quieeremos eso, hermaana.
–¡Poor supuesto quie no lo quieremos! –exclamó la que al parecer intentaba liderar a estas criaturas, la segunda voz que oyeron Gardar y Wardric, la más grave–. Yo sé quiee mis hermaanas estaan deseoosas de caarrne hummana, juggosa y blannda caarrne hummana. Y si usteedes me ayuudan, hermaanas, yo consegguiré lo quie el Aquielarre necesiita.
Wardric y Gardar se miraron uno al otro. El nórdico dijo que si con la cabeza, dando a entender que lo que estaba por suceder era muy en serio. Y vaya si lo era. Estas criaturas estaban hablando de comer gente, y el zegriense, que en un principio había creído que interceptaban a las caravanas de comercio por la mercadería que transportaban, se puso pálido.
–No dudes, extranjero. No importa lo que veas o escuches, nada más tienes que saber que aquí dentro estamos tú, yo, y ellas. Nadie más. Tú sólo concéntrate en acabar con cada criatura que no tenga este yelmo, ¿me entiendes?
–Sí.
–Entonces ya es hora.
Ya estaban al final de la escalera cuando dejaron de concentrarse en lo que decían las voces, aunque siguieron escuchándolas en todo el último tramo. Gardar se asomó por la esquina de la escalera y analizó el entorno. Era espacioso, como el salón de un palacio, sólo que en lugar de copas y bandejas sobre una mesa, había calderos, carne podrida y huesos sobre un sarcófago de piedra. Todo era perfectamente visible. Una hoguera crepitaba con fuerza en medio del recinto, reflejando en las paredes de la cripta las largas y móviles sombras de las brujas reunidas a su alrededor. Las criaturas se encontraban sentadas: sería fácil sorprenderlas y eliminar aunque sea a una antes de que las otras pudieran hacer algo al respecto. El nórdico dejó caer la antorcha y pasó su brazo por las enarmas del escudo.
–A la cuenta de tres, extranjero. Uno, dos, y…
Irrumpieron en la reunión. Armados y protegidos por su armadura y escudo, entraron con un grito de batalla. Gardar se apresuró en llegar hasta la Bruja Fétida más cercana, y cargó contra ella con un hachazo vertical que se incrustó en la encorvada espalda. La bruja chilló y sus hermanas le correspondieron con aullidos, poniéndose de pie y retrocediendo.
–¡Attaquien hermaanas! –gritó la líder, la que prometió conseguirles carne humana.
La orden no tardó en cumplirse. Una de las brujas agitó hacia atrás y luego hacia adelante sus brazos, con las palmas de la mano abiertas, impactando al escudo del zegriense con ardientes llamaradas. Wardric no salió ileso de eso, el ropaje por debajo de la altura del escudo y algunos de los largos y oscuros cabellos de su cabeza quedaron chamuscados. Pero el flujo de fuego no duró mucho, y pudo alcanzar a la Bruja Fétida responsable del ataque con un tajo diagonal que por poco no logró atravesarla por completo. Quedaban tres, la de la voz grave, la que comunicó que ya no había comida y otra a la que no habían escuchado. El alarido de la bruja caída llenó de ira a las que quedaban en pie. El siguiente ataque fue simultáneo. Dos de las brujas movieron sus manos, de la misma forma en que alguien la movería para decirle a otra persona que se vaya, y de sus ásperas palmas salieron pequeñas y puntiagudas esquirlas de hielo. La mayoría se incrustó en los escudos de los guerreros, y otras tanta se destruyeron al chocar contra las paredes de piedra. Pero una le dio al nórdico en el muslo, justo por debajo del escudo. Gardar no gritó, la adrenalina hizo que no diera cuenta de la herida.
La criatura de la voz grave gritó, ordenándoles a las otras que se dieran prisa en acabar con los humanos. Pero no pudieron. Con cada esquirla de hielo que salió de sus manos la magia se les fue agotando como si fuera la cerveza de un barril. Y por fin se agotó. Sin embargo, no por ello dejaron de ser peligrosas; aún tenían sus garras, tan afiladas como las de un wuffauc.
Gardar hizo sencillo lo difícil arrojando su escudo sobre la cabeza de una de las brujas, dejándola aturdida el tiempo suficiente para que su hacha se agitara en el aire e hiciera el resto del trabajo. Inmediatamente después, la bruja líder usó su magia para apagar la hoguera y así poder desaparecer por algún recoveco justo después de que Wardric y Gardar abatieran a la restante criatura. La oscuridad llenó el campo de batalla.
–¡Tenemos que atraparla! –gritó el nórdico entre jadeos, notando recién entonces el trozo de hielo clavado en su carne. De un brusco tirón, se lo arrancó– Agg. ¡No permitamos que escape!
Corrieron detrás de la bruja, siguiendo la dirección por donde la habían visto antes de que el fuego se apagara de repente. Allí hallaron un pasadizo. Lo recorrieron palpando las paredes, acostumbrando su vista a la penumbra. De pronto ya no tuvieron nada en que apoyarse, el pasadizo los había llevado a otra zona amplia. Una sombra pasó fugazmente frente a ellos.
–¿Qué fue eso? –preguntó Wardric.
Gardar no contestó, no estaba seguro si había sido algo que se movió o simplemente una ilusión óptica.
De pronto una voz se hizo oír leve y lejana. Wardric abrió los ojos como platos y luego se los restregó con los nudillos de las manos. La voz sonaba como la de su padre.
–¿Qué haces aquí, hijo mío? –preguntó la voz, y ya no tuvo duda de que era él– ¿Por qué no estás en casa cuidando de los caballos?
Miró al nórdico para comprobar si también lo había oído, pero el rostro de su compañero aparecía distorsionado.
–Lo siento, padre –contestó impulsivamente, ensimismado por la voz que resonaba en su mente–. Tuve que vender el establo, ya no podía mantenerlo más.
–¿Qué dices? –le preguntó Gardar– Creo que no te escuché bien.
–¿Lo vendiste? –preguntó la voz de su padre, claramente decepcionado.
Entonces Wardric no sólo pudo oírlo, sino también ver la figura de Oslac de pie frente a él. Como por arte de magia la oscuridad de la cueva se había extinguido.
–¡Yo tuve el negocio por más de veinte años! Sabía que no podía confiar en un mocoso como tú para que lo conservara –dijo su padre mirándolo cara a cara.
–Pero, padre, no fue culpa mía. Hice todo lo que estuvo a mi alcance.
Gardar comprendió lo que estaba sucediendo e intentó hacerlo reaccionar de la única forma que se le ocurrió, dándole una fuerte bofetada. Wardric lo miró sorprendido.
–No todo –escuchó el zegriense-. Estabas más preocupado en conservar la amistad de ese sucio nórdico que en el trabajo, y eso fue lo que te llevo a venderlo. Sólo me fui de viaje un par de meses, y eso te bastó para echarlo todo por la borda.
–¿De viaje? Yo te enterré, padre. Tú estás muerto.
–¡Despierta, extranjero! –exclamó el nórdico zarandeándolo– ¡Lo que ves no es...!
La bruja que había huido lo interrumpió con un empujón que lo envió contra otra de las paredes de la cueva. El yelmo de hierro voló por los aires.
-Estoy aquí, Wardric, no me des la espalda –le dijo su padre desde la otra dirección. Él volteó, buscándolo.
Todo era obra de las artimañas de la maliciosa criatura. Ella estaba jugando con su mente.
–No podría estar más decepcionado contigo, Wardric –continuó el imaginario Oslac–. El haberte concebido fue el error más grande que tuve en mi vida.
–¡No digas eso, padre! –suplicó con un gemido– ¡He hecho cuanto pude!
–Lo único que has hecho en tu vida fue acabar con la de tu madre –espetó su padre desde las sombras–. Mi vida era feliz hasta que tú apareciste en ella.
Las garras de la Bruja Fétida arañaron la pared justo un segundo después de que Gardar se hiciera a un lado. Volaron chispas, el lugar se iluminó momentáneamente. El nórdico asió su mano armada hacia atrás para preparar el golpe, pero los dedos huesudos y fríos de la criatura lo sujetaron fuertemente por la muñeca. La apariencia de la bruja antes los ojos de Gardar era de una mujer escuálida, pero en realidad era un ser con mucha fuerza, quizás incluso más fuerte que él. La terrible presión hizo que dejara caer el hacha al suelo y quedara desarmado.
–Aghhh –gruñó la criatura olfateando a Gardar de una manera desagradable–, juggosa y blannda caarrne hummana.
Gardar sujetó entonces la muñeca de la mano de la bruja que no lo sujetaba a él con toda la fuerza que logró reunir. Llegaron así a una situación sin vuelta atrás. Aquel que aflojara sus fuerzas, seria quien no viviría otro día.
Wardric seguía absorto. De alguna manera sabía que aquello no podía estar sucediendo, algo le decía que no había forma de que su padre este ahí con él. Pero algo más fuerte lo impulsaba a hablarle a aquella figura. Sentía dentro de su cabeza como si alguien manoseara sus pensamientos, su mente.
Si Gardar quería sobrevivir, debía despertar a su compañero de aquel trance. El nórdico ya había vivido una situación parecida, en una de sus primeras misiones como miembro de los Forjados. Sólo que aquella vez fue él quien cayo rendido antes las dotes controladoras de una bruja. Si su hermano pudo despertarlo en aquel momento, se dijo que podía hacer lo mismo con el extranjero. Recordó que Gudrik había recurrido a sus recuerdos.
–Lo que ves no es real –insistió Gardar al mismo tiempo en que forcejeaba por su vida–. Recuerda el día en que tu padre murió, el día en que tuviste que sepultarlo.
El zegriense no sufrió cambio alguno. Siguió de pie, inmóvil, hablando en susurros.
–Tienes que despertar. ¡Concéntrate! Tú sabes que tu padre no está aquí contigo, recuerda cuanto lo lloraste.
Una voz que sonaba lejana comparada con la de su padre apareció en la cabeza de Wardric. Parecía estar desesperada. Suplicaba, pedía algo que no alcanzaba a entender. Tampoco supo de quién era esa voz.
–Yo no tuve la culpa de lo que le sucedió a mi madre –dijo–. Y tú lo sabes bien, padre, fuiste tú quien me explicó que había sido cosa del destino. Dijiste que los Dioses necesitaban de su bondad.
–Ja ja, el destino no existe, Wardric –respondió su padre–. ¿Bondad? Tu madre no era una santa, era una víbora maliciosa que esperaba el momento adecuado para soltar una mordida.
–Recuerda a tu amigo, Wardric –volvió a hablar Gardar–. Recuerda que estas en Fasnarím para que él no sufra lo que tú, eso fue lo que me dijiste. ¡Tienes que reaccionar, tienes que ayudarme!
La Bruja Fétida pudo zafar su mano del agarre del nórdico, que se había ido debilitando poco a poco. Ahora era ella quien dominaba. Colocó su entonces mano libre en el cuello de Gardar y comenzó a estrangularlo.
–Juggosa y blannda caarrne humana. Hoy te connvertiiras enn mi cena.
–Wardric… Wardric, piensa en tu madre –balbuceó el nórdico.
<<Piensa en tu madre>> eso es lo que dijo esa voz que intentaba abrirse paso en su cabeza.
Wardric lo hizo.
No había tenido la suerte de conocerla, pero a través de los relatos de su padre y el relicario que este le había regalado de pequeño, había logrado armar una imagen muy aproximada de ella. ¿Qué es lo que decía mi padre de ella?, pensó rebuscando en sus pensamientos.
<<Tu madre era una mujer sin igual, Wardric, tienes que saberlo –le había contado–. No había nadie que se preocupara tan poco por su beneficio, y tanto del de los demás. Una mujer valiente, alegre y segura de sí misma. Era la perfección en persona>>
La imagen de su padre se hizo más borrosa. La mente de Wardric estaba ocupada por otra persona.
–¿Acaso te duelen mis palabras? –preguntó Oslac– Nunca te atreverías a contradecir a tu propio padre, eres un gallina.
–Tienes razón, nunca lo haría –dijo–. Pero tú, tú no eres mi padre.
–¿Qué estás diciendo, hijo?
–Tú no eres mi padre. Mi padre está muerto, y así lo han querido los Dioses. Tú no eres mi padre, y por eso no te daré más mi atención.
Wardric giró sobre sus pies y pareció despertar de un largo trance, de un profundo sueño. La imagen de su padre desapareció detrás suyo como si nunca hubiese aparecido, y frente a él vio a su compañero de viaje, luchando con sus últimas fuerzas para mantenerse con vida.
–Wardric… –farfulló Gardar–. …Ayúdame.
El zegriense levantó con mucha tranquilidad su espada del suelo y se acercó a la criatura. Inmutable, apoyó el extremo de la hoja de Harmrid en la espalda curvada de la bruja.
–Suéltalo, horrenda criatura –aseveró.
La presión sobre el cuello y la muñeca de Gardar disminuyó. La criatura levantó las manos y permaneció inmóvil. El nórdico dio un largo respiro jadeante.
–Eres una criatura vil y maliciosa –dijo-. Morirás sin piedad.
Wardric hundió la hoja de su espada hasta que la espalda de la bruja rozo las manos que rodeaban la empuñadura. La Bruja Fétida chilló gravemente y cayó al suelo. Ya no iba a comer nada más en su miserable vida, ni gusanos ni jugosa carne humana. Su último reflejo fue intentar alcanzar a Gardar con sus garras. El nórdico se hizo a un lado, se arrastró hacia donde estaba su hacha y luego, con el arma en una mano, avanzó decidido hasta el cuerpo inmóvil de la criatura. Sin emoción alguna en su rostro, la decapitó.
–Esto será un recuerdo –dijo mientras miró con asco la cabeza que sostenía por los largos y sucios cabellos–. Ahora encontremos lo que vinimos a buscar y vámonos de aquí.
[Image: forjado.gif]
Marcas de garras.
Las siguieron hasta el final del pasillo, donde se encontraron con una arcada que daba a unas escaleras. Gardar tomó la delantera al bajar, y a mitad de camino una repentina nube negra emergió chillando de las profundidades y les pasó por encima de la cabeza, apagando la antorcha del nórdico.
-Malditos murciélagos –dijo Gardar.
Wardric apretaba la mandíbula y había aumentado la presión de sus manos sobre la empuñadura de Harmrid. Cuando el nórdico lo vio, no pudo contener una carcajada jugosa.
-Ten la antorcha –dijo el zegriense intentando hacer que su compañero se callase.
Tenían otras dos, pero era mejor dejarlas para el regreso. Eso les dio un poco de ánimo, el hecho de darse cuenta de que en verdad esperaban regresar.
El aire fue haciéndose cada vez más denso, hasta llegar a un punto en que viajaba inundado por un olor tan desconocido para Wardric como asqueroso. Gardar no dudo. Sólo dijo dos palabras, en una voz baja pero clara:
–Están cerca.
Siguieron de forma más cautelosa. La luz baja que emitía a esa altura la tea luego de estar encendida por varios minutos les fue favorable. Iluminaba su camino, pero no emitía un resplandor brillante que los delatara ante una mirada casual. No tardaron mucho más en oír ásperas voces que parecían ascender desde los escalones que se internaban en la espesa negrura.
–Aghhh hermaanas, se noos estaa acabaando la comida –dijo una carrasposa voz, que ocasionaba un ronco retumbo al estirar algunas de las silabas de cada palabra.
–¡Teneemos que mataar más de eesos sucioos mercadeeres! –siseó otra–. Al último lo saaboreé por diias enteeros.
–Hay quie serr precaviidas, hermaanas –añadió una tercera, con una voz más aguda pero igualmente horrible –. No quieremos que eesos hummanos se preocuupen en enviiar guerreeros contra nueestro Aquielarre.
–Aghhh, ¿Acaaso tu quieeres segguir comienndo raatas y gusaanos de porquieria? –replicó la segunda.
–¡Nnooo! –gritaron varias a la vez–. No quieeremos eso, hermaana.
–¡Poor supuesto quie no lo quieremos! –exclamó la que al parecer intentaba liderar a estas criaturas, la segunda voz que oyeron Gardar y Wardric, la más grave–. Yo sé quiee mis hermaanas estaan deseoosas de caarrne hummana, juggosa y blannda caarrne hummana. Y si usteedes me ayuudan, hermaanas, yo consegguiré lo quie el Aquielarre necesiita.
Wardric y Gardar se miraron uno al otro. El nórdico dijo que si con la cabeza, dando a entender que lo que estaba por suceder era muy en serio. Y vaya si lo era. Estas criaturas estaban hablando de comer gente, y el zegriense, que en un principio había creído que interceptaban a las caravanas de comercio por la mercadería que transportaban, se puso pálido.
–No dudes, extranjero. No importa lo que veas o escuches, nada más tienes que saber que aquí dentro estamos tú, yo, y ellas. Nadie más. Tú sólo concéntrate en acabar con cada criatura que no tenga este yelmo, ¿me entiendes?
–Sí.
–Entonces ya es hora.
Ya estaban al final de la escalera cuando dejaron de concentrarse en lo que decían las voces, aunque siguieron escuchándolas en todo el último tramo. Gardar se asomó por la esquina de la escalera y analizó el entorno. Era espacioso, como el salón de un palacio, sólo que en lugar de copas y bandejas sobre una mesa, había calderos, carne podrida y huesos sobre un sarcófago de piedra. Todo era perfectamente visible. Una hoguera crepitaba con fuerza en medio del recinto, reflejando en las paredes de la cripta las largas y móviles sombras de las brujas reunidas a su alrededor. Las criaturas se encontraban sentadas: sería fácil sorprenderlas y eliminar aunque sea a una antes de que las otras pudieran hacer algo al respecto. El nórdico dejó caer la antorcha y pasó su brazo por las enarmas del escudo.
–A la cuenta de tres, extranjero. Uno, dos, y…
Irrumpieron en la reunión. Armados y protegidos por su armadura y escudo, entraron con un grito de batalla. Gardar se apresuró en llegar hasta la Bruja Fétida más cercana, y cargó contra ella con un hachazo vertical que se incrustó en la encorvada espalda. La bruja chilló y sus hermanas le correspondieron con aullidos, poniéndose de pie y retrocediendo.
–¡Attaquien hermaanas! –gritó la líder, la que prometió conseguirles carne humana.
La orden no tardó en cumplirse. Una de las brujas agitó hacia atrás y luego hacia adelante sus brazos, con las palmas de la mano abiertas, impactando al escudo del zegriense con ardientes llamaradas. Wardric no salió ileso de eso, el ropaje por debajo de la altura del escudo y algunos de los largos y oscuros cabellos de su cabeza quedaron chamuscados. Pero el flujo de fuego no duró mucho, y pudo alcanzar a la Bruja Fétida responsable del ataque con un tajo diagonal que por poco no logró atravesarla por completo. Quedaban tres, la de la voz grave, la que comunicó que ya no había comida y otra a la que no habían escuchado. El alarido de la bruja caída llenó de ira a las que quedaban en pie. El siguiente ataque fue simultáneo. Dos de las brujas movieron sus manos, de la misma forma en que alguien la movería para decirle a otra persona que se vaya, y de sus ásperas palmas salieron pequeñas y puntiagudas esquirlas de hielo. La mayoría se incrustó en los escudos de los guerreros, y otras tanta se destruyeron al chocar contra las paredes de piedra. Pero una le dio al nórdico en el muslo, justo por debajo del escudo. Gardar no gritó, la adrenalina hizo que no diera cuenta de la herida.
La criatura de la voz grave gritó, ordenándoles a las otras que se dieran prisa en acabar con los humanos. Pero no pudieron. Con cada esquirla de hielo que salió de sus manos la magia se les fue agotando como si fuera la cerveza de un barril. Y por fin se agotó. Sin embargo, no por ello dejaron de ser peligrosas; aún tenían sus garras, tan afiladas como las de un wuffauc.
Gardar hizo sencillo lo difícil arrojando su escudo sobre la cabeza de una de las brujas, dejándola aturdida el tiempo suficiente para que su hacha se agitara en el aire e hiciera el resto del trabajo. Inmediatamente después, la bruja líder usó su magia para apagar la hoguera y así poder desaparecer por algún recoveco justo después de que Wardric y Gardar abatieran a la restante criatura. La oscuridad llenó el campo de batalla.
–¡Tenemos que atraparla! –gritó el nórdico entre jadeos, notando recién entonces el trozo de hielo clavado en su carne. De un brusco tirón, se lo arrancó– Agg. ¡No permitamos que escape!
Corrieron detrás de la bruja, siguiendo la dirección por donde la habían visto antes de que el fuego se apagara de repente. Allí hallaron un pasadizo. Lo recorrieron palpando las paredes, acostumbrando su vista a la penumbra. De pronto ya no tuvieron nada en que apoyarse, el pasadizo los había llevado a otra zona amplia. Una sombra pasó fugazmente frente a ellos.
–¿Qué fue eso? –preguntó Wardric.
Gardar no contestó, no estaba seguro si había sido algo que se movió o simplemente una ilusión óptica.
De pronto una voz se hizo oír leve y lejana. Wardric abrió los ojos como platos y luego se los restregó con los nudillos de las manos. La voz sonaba como la de su padre.
–¿Qué haces aquí, hijo mío? –preguntó la voz, y ya no tuvo duda de que era él– ¿Por qué no estás en casa cuidando de los caballos?
Miró al nórdico para comprobar si también lo había oído, pero el rostro de su compañero aparecía distorsionado.
–Lo siento, padre –contestó impulsivamente, ensimismado por la voz que resonaba en su mente–. Tuve que vender el establo, ya no podía mantenerlo más.
–¿Qué dices? –le preguntó Gardar– Creo que no te escuché bien.
–¿Lo vendiste? –preguntó la voz de su padre, claramente decepcionado.
Entonces Wardric no sólo pudo oírlo, sino también ver la figura de Oslac de pie frente a él. Como por arte de magia la oscuridad de la cueva se había extinguido.
–¡Yo tuve el negocio por más de veinte años! Sabía que no podía confiar en un mocoso como tú para que lo conservara –dijo su padre mirándolo cara a cara.
–Pero, padre, no fue culpa mía. Hice todo lo que estuvo a mi alcance.
Gardar comprendió lo que estaba sucediendo e intentó hacerlo reaccionar de la única forma que se le ocurrió, dándole una fuerte bofetada. Wardric lo miró sorprendido.
–No todo –escuchó el zegriense-. Estabas más preocupado en conservar la amistad de ese sucio nórdico que en el trabajo, y eso fue lo que te llevo a venderlo. Sólo me fui de viaje un par de meses, y eso te bastó para echarlo todo por la borda.
–¿De viaje? Yo te enterré, padre. Tú estás muerto.
–¡Despierta, extranjero! –exclamó el nórdico zarandeándolo– ¡Lo que ves no es...!
La bruja que había huido lo interrumpió con un empujón que lo envió contra otra de las paredes de la cueva. El yelmo de hierro voló por los aires.
-Estoy aquí, Wardric, no me des la espalda –le dijo su padre desde la otra dirección. Él volteó, buscándolo.
Todo era obra de las artimañas de la maliciosa criatura. Ella estaba jugando con su mente.
–No podría estar más decepcionado contigo, Wardric –continuó el imaginario Oslac–. El haberte concebido fue el error más grande que tuve en mi vida.
–¡No digas eso, padre! –suplicó con un gemido– ¡He hecho cuanto pude!
–Lo único que has hecho en tu vida fue acabar con la de tu madre –espetó su padre desde las sombras–. Mi vida era feliz hasta que tú apareciste en ella.
Las garras de la Bruja Fétida arañaron la pared justo un segundo después de que Gardar se hiciera a un lado. Volaron chispas, el lugar se iluminó momentáneamente. El nórdico asió su mano armada hacia atrás para preparar el golpe, pero los dedos huesudos y fríos de la criatura lo sujetaron fuertemente por la muñeca. La apariencia de la bruja antes los ojos de Gardar era de una mujer escuálida, pero en realidad era un ser con mucha fuerza, quizás incluso más fuerte que él. La terrible presión hizo que dejara caer el hacha al suelo y quedara desarmado.
–Aghhh –gruñó la criatura olfateando a Gardar de una manera desagradable–, juggosa y blannda caarrne hummana.
Gardar sujetó entonces la muñeca de la mano de la bruja que no lo sujetaba a él con toda la fuerza que logró reunir. Llegaron así a una situación sin vuelta atrás. Aquel que aflojara sus fuerzas, seria quien no viviría otro día.
Wardric seguía absorto. De alguna manera sabía que aquello no podía estar sucediendo, algo le decía que no había forma de que su padre este ahí con él. Pero algo más fuerte lo impulsaba a hablarle a aquella figura. Sentía dentro de su cabeza como si alguien manoseara sus pensamientos, su mente.
Si Gardar quería sobrevivir, debía despertar a su compañero de aquel trance. El nórdico ya había vivido una situación parecida, en una de sus primeras misiones como miembro de los Forjados. Sólo que aquella vez fue él quien cayo rendido antes las dotes controladoras de una bruja. Si su hermano pudo despertarlo en aquel momento, se dijo que podía hacer lo mismo con el extranjero. Recordó que Gudrik había recurrido a sus recuerdos.
–Lo que ves no es real –insistió Gardar al mismo tiempo en que forcejeaba por su vida–. Recuerda el día en que tu padre murió, el día en que tuviste que sepultarlo.
El zegriense no sufrió cambio alguno. Siguió de pie, inmóvil, hablando en susurros.
–Tienes que despertar. ¡Concéntrate! Tú sabes que tu padre no está aquí contigo, recuerda cuanto lo lloraste.
Una voz que sonaba lejana comparada con la de su padre apareció en la cabeza de Wardric. Parecía estar desesperada. Suplicaba, pedía algo que no alcanzaba a entender. Tampoco supo de quién era esa voz.
–Yo no tuve la culpa de lo que le sucedió a mi madre –dijo–. Y tú lo sabes bien, padre, fuiste tú quien me explicó que había sido cosa del destino. Dijiste que los Dioses necesitaban de su bondad.
–Ja ja, el destino no existe, Wardric –respondió su padre–. ¿Bondad? Tu madre no era una santa, era una víbora maliciosa que esperaba el momento adecuado para soltar una mordida.
–Recuerda a tu amigo, Wardric –volvió a hablar Gardar–. Recuerda que estas en Fasnarím para que él no sufra lo que tú, eso fue lo que me dijiste. ¡Tienes que reaccionar, tienes que ayudarme!
La Bruja Fétida pudo zafar su mano del agarre del nórdico, que se había ido debilitando poco a poco. Ahora era ella quien dominaba. Colocó su entonces mano libre en el cuello de Gardar y comenzó a estrangularlo.
–Juggosa y blannda caarrne humana. Hoy te connvertiiras enn mi cena.
–Wardric… Wardric, piensa en tu madre –balbuceó el nórdico.
<<Piensa en tu madre>> eso es lo que dijo esa voz que intentaba abrirse paso en su cabeza.
Wardric lo hizo.
No había tenido la suerte de conocerla, pero a través de los relatos de su padre y el relicario que este le había regalado de pequeño, había logrado armar una imagen muy aproximada de ella. ¿Qué es lo que decía mi padre de ella?, pensó rebuscando en sus pensamientos.
<<Tu madre era una mujer sin igual, Wardric, tienes que saberlo –le había contado–. No había nadie que se preocupara tan poco por su beneficio, y tanto del de los demás. Una mujer valiente, alegre y segura de sí misma. Era la perfección en persona>>
La imagen de su padre se hizo más borrosa. La mente de Wardric estaba ocupada por otra persona.
–¿Acaso te duelen mis palabras? –preguntó Oslac– Nunca te atreverías a contradecir a tu propio padre, eres un gallina.
–Tienes razón, nunca lo haría –dijo–. Pero tú, tú no eres mi padre.
–¿Qué estás diciendo, hijo?
–Tú no eres mi padre. Mi padre está muerto, y así lo han querido los Dioses. Tú no eres mi padre, y por eso no te daré más mi atención.
Wardric giró sobre sus pies y pareció despertar de un largo trance, de un profundo sueño. La imagen de su padre desapareció detrás suyo como si nunca hubiese aparecido, y frente a él vio a su compañero de viaje, luchando con sus últimas fuerzas para mantenerse con vida.
–Wardric… –farfulló Gardar–. …Ayúdame.
El zegriense levantó con mucha tranquilidad su espada del suelo y se acercó a la criatura. Inmutable, apoyó el extremo de la hoja de Harmrid en la espalda curvada de la bruja.
–Suéltalo, horrenda criatura –aseveró.
La presión sobre el cuello y la muñeca de Gardar disminuyó. La criatura levantó las manos y permaneció inmóvil. El nórdico dio un largo respiro jadeante.
–Eres una criatura vil y maliciosa –dijo-. Morirás sin piedad.
Wardric hundió la hoja de su espada hasta que la espalda de la bruja rozo las manos que rodeaban la empuñadura. La Bruja Fétida chilló gravemente y cayó al suelo. Ya no iba a comer nada más en su miserable vida, ni gusanos ni jugosa carne humana. Su último reflejo fue intentar alcanzar a Gardar con sus garras. El nórdico se hizo a un lado, se arrastró hacia donde estaba su hacha y luego, con el arma en una mano, avanzó decidido hasta el cuerpo inmóvil de la criatura. Sin emoción alguna en su rostro, la decapitó.
–Esto será un recuerdo –dijo mientras miró con asco la cabeza que sostenía por los largos y sucios cabellos–. Ahora encontremos lo que vinimos a buscar y vámonos de aquí.
[Image: forjado.gif]
Viviendo a la sombra del destino.






