El Traidor de Koralia
Capítulo 3: El Certero Filo del Embustero.
Es difícil que uno se acostumbre al clima semidesértico de Nygr-Thothep, pero Okanu caminaba sin queja alguna envolviendo su corazón en la coraza de estoicismo y disciplina tan típicas de los Kaes. Tu ya no eres un Kae, se recordaba una y otra vez en los últimos días de caminata a través de la ancha tierra. Tal vez, fuera de la añoranza de su mundo y el estar fuera del amable clima y las comodidades de este, lo que más molestara a Okanu fuera ver al joven Ídrish, de constitución débil, caminando por el desierto como si de un paseo por un jardín se tratara. Eso hacía más evidente su procedencia, Ídrish provenía de un desierto eminentemente más duro y cruel. Sus pasos firmes por la yerma tierra recordaron a Okanu que no debía de subestimar a ese muchacho, puesto que ya lo había hecho una vez y la inteligencia mordaz del joven le había dejado en ridículo.
No era un desierto de arena, era un desierto de tierra seca salpicada incontables piedrecitas y caprichosos arbustos. La comida no fue un problema, Ídrish fue amable y no tubo reparos en compartir lo que llevaba en el macuto, parece que estaba preparado para una puesta en marcha inesperada. Un Kae no podía quejarse de la comida aunque esta se tratase de carnes secas y ahumadas, y panecillos aún más duros que las piedras del camino.
Tú ya no eres un Kae.
Últimamente se repetía esa frase como un mantra interiorizado, pero no como un mantra como el que los monjes utilizaban para calmar al volcán Ukanakia en la bella tierra ambarina. No, era un mantra que como una astilla, se iba introduciendo más y más en la carne, horadando, desgarrando a su paso. Dolía. Sangraba.
Por fin tras una jornada extenuante la tierra yerma dejó paso a un rio, y fue necesario puesto que la pequeña cantimplora de cuero de Ídrish se había agotado el día anterior. El joven sustentándose en sus mapas le había asegurado que por ese camino encontrarían pronto un rio. Y tenía razón. Tal vez encontrar a ese muchacho fuese lo mejor que le había pasado, pero le costaba reconocérselo a si mismo; un Kae siempre rehuía de la dependencia de los demás, un Kae era autosuficiente, ingenioso y audaz… pero tú ya no eres un Kae, se dijo por enésima vez.
Ídrish comenzaba a preguntarse si había hecho bien en juntarse con ese hombre tan taciturno, no se esperaba cruzar todo Nygr-Thothep en el silencio más sepulcral. Cada intento de entablar una conversación o arrancar al Kae algo que fuese más que un monosílabo acaba en un esfuerzo pueril y hueco.
La cosa pareció mejorar cuando encontraron y atravesaron el rio, parece que la tan ansiada hidratación fue suficiente argumento para levantar el humor de su compañero de viaje. Aún así, la cosa no cambio mucho, su tan ansiada curiosidad sobre las tierras ambarinas estaba lejos de ser saciada. Si bien, era cierto que cada vez tenía mayor interés por ese extraño individuo, susceptible de masacrar en unos instantes a unos maleantes y al minuto siguiente capaz de mostrar la más aliviada de las sonrisas por el simple hecho de constatarle la realización de un pago.
Pago que en realidad no hice, se recordó Ídrish, tal vez debería ser discreto respecto a eso.
La nueva actitud duro poco, pero lo suficiente para que llegaran a una urbe, que ya alejados de lo más duro del desierto parecía imponer el principio de la vegetación.
Ídrish se dio cuenta pronto de su error, la ciudad que planeaban visitar estaba precisamente en el desierto unas cuantas millas de viaje tras atravesar el rio. Se agachó de súbito y se quito el macuto y cogió los mapas de la región.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Okanu.
—¿Por qué para ti tiene que haber siempre un problema?
Okanu suspiró profundamente.
—¿Hay, o no hay un problema?
—Hay un problema —reconoció Ídrish rechinando los dientes—. Verás, esta ciudad no es Samystus, creo que nos desviamos al norte, si no me confundo estamos en Qa´Ibishah… ya no estamos en Nygr-Thothep, esto son tierras del Imperio Tzerza.
Okanu se puso de cuclillas llevándose las manos a la cabeza, luego sacudió sus rubios cabellos con rabia y el sudor de su frente empapó su oscura piel. Parecía que iba arrancar a gritar de frustración pero para sorpresa de Idrish, tras ese pequeño gesto de descontrol, se levantó sereno.
—Debemos dar vuelta y tratar de llegar a Samystus.
—¿Por qué? —preguntó Ídrish.
—Porque necesito contratar una caravana.
—Podemos hacerlo en esta misma ciudad.
—De ningún modo, ¿quieres aparecer muerto? Hasta los ambarinos sabemos que el Imperio Tzerza tiene de Imperio solo el nombre, una caravana thothepnia tiene buena seguridad, buena reputación y hasta los propios bandidos las evitan, nadie quiere atraer a las tropas thothepnias. Aquí en cambio es más peligroso viajar en caravana que solo.
—¿Cuando te volviste un experto en geopolítica?
—No se muchas cosas como tú, pero las que sé, las sé —dijo con solemnidad Okanu.
—Mmmm… déjame adivinar, las que no sabes… ¿no las sabes?
—Ríete todo lo que quieras, te digo que debemos volver y buscar una ciudad thothepnia.
—Mira Okanu, te seré sincero, he tratado de seguir las estrellas para encontrar la ciudad, cuando encontramos el rio, me pareció una confirmación de que lo que estaba haciendo era correcto. Pero lo cierto es que el cielo estrellado no es exactamente igual en estas tierras como en mi querido desierto de Asdarh, y siendo realistas, la verdad es que me he perdido y hemos llegado aquí. No creo que fuera capaz de conducirte exactamente a dónde quieres llegar.
El koralino miró a la pequeña ciudad que tenían delante con desafío.
—Lo siento Okanu, tal vez no deberíamos jugar más con nuestra suerte en este desierto —insistió Idrish.
Las cosas no siempre salían como uno quería, eso cualquier Kae lo sabía, llegados a ese punto solo quedaba la resignación o la aceptación. Cualquier hombre que se precie debe afrontar la realidad. Okanu avanzó decidido a esa pequeña ciudad, apenas un pueblo grande, que daba la bienvenida sin murallas, abierta al mundo. Cualquier población sin murallas solo podía significar una cosa, el peligro no vendría de fuera, sino de dentro.
Avanzaron entre las barriadas exteriores, caóticas y empobrecidas hasta encontrar el núcleo del pueblo. No era muy diferente del exterior, tal vez las calles fuesen algo más anchas, y la tierra que pisaban algo más densa. Por el resto, el marrón del suelo, paredes y hasta la vegetación acastañada, lo volvían el lugar más monótono y feo en el que Okanu había estado.
—Buscaremos un lugar donde cenar y dormir, y mañana ya buscaremos la Caravana —dijo Ídrish.
Okanu asintió pensativo.
—¿Cómo vamos de dinero?
—Tranquilo, este lugar es mucho barato que Nygr-Thothep, podremos cenar y beber como reyes.
—Los Kae no… Yo no bebo —se corrigió Okanu.
—Entiendo, entonces yo beberé por los dos —dijo sonriente Ídrish.
Por fin asentados en la taberna probablemente más cara de Qa´Ibishah, Ídrish sonreía enrojecido de oreja a oreja, había sido una suerte encontrar aquel lugar, en una ciudad thothepnia jamas habrían podido cenar, dormir y sobre todo beber por tan poco. Y el riesgo que argumentaba el Kae era a todas luces exagerado, los ciudadanos del Imperio Tzerza, poco o nada tenían que ver con los caudillos que controlaban militarmente el territorio, eran personas de sonrisas sencillas, abiertos y hospitalarios, lejos del orgullo y la altivez de los hombres de Nygr-Thothep.
Sin embargo a Ídrish le preocupaba otra cosa, ¿cómo podía soltarle la lengua a un hombre que literalmente parecía caminar con su espada en el trasero? Su intención desde el principio había sido obtener información de primera mano sobre el tan aislado Archipiélago Ambarino. Sí bien era cierto que era posible viajar a aquel lugar, al igual que Nygr-Thothep era una nación cara, de costumbres extrañas y poco amiga del viajero. Más raro si cabe aun era encontrarse con un Kae fuera del territorio de las islas, eses hombres eran los misteriosos protectores de sus aguas y costas, durante milenios la solitaria orden a la que pertenecían había alimentado leyendas que trascendían al propio archipiélago… lo que tenía en frente sin embargo era un hombre bajito, terco y gruñón… pero había visto con sus propios ojos lo que había hecho con su espada.
Por tanto, tenía un plan para esa noche, para sonsacar aunque fuera un mínimo con el que saciar su curiosidad.
—Me disculpas un momento Okanu, voy regar los hierbajos y vuelvo.
El Kae alzó una mano perezosa en respuesta e Ídrish se dirigió al exterior, o eso fingió. El Asdarhciano se paró con el mesero en una esquina de la taberna. Hablar idiomas era casi como tener un poder mágico como el de las leyendas, no habría forma de que Okanu supiera jamas lo que le estaba contando al mesero.
Okanu languidecía en la mesa pesaroso, sabía de la importancia de su viaje, pero eso no era suficiente para evitarle el sufrimiento por romper sus votos. Entonces apareció Ídrish con la jarra de vino dulce más grande que había visto jamas. Ese muchacho era imbecil o no acababa de entender que no debían de despilfarrar el dinero.
—¿Qué…?
—Antes de que te enfades —le cortó el joven—, esto es una invitación del mesero —Okanu dirigió su mirada al viejo decrépito que se marchitaba tras la barra y el respondió con una cabezada extraña—. El hombre insistió, no es cosa mia, es tradición regalar una jarra a los que cruzan el desierto.
—¿Cómo demonios piensas beberte todo eso? —dijo Okanu tratando de mostrar la mueca más desagradable de su extenso repertorio.
Ídrish apoyo la jarra con delicadeza y le echo la mano al hombro con solemnidad.
—Esto no me lo voy a beber yo solo, es imposible, creo que hasta podría morir. Debes ayudarme amigo.
Okanu lo miró con suspicacia.
—Te he dicho que no bebo, disfrútalo hasta donde puedas, pero mañana no quiero ni oír tus lamentos.
—No se trata de eso, debemos de acabárnosla, lo contrario se consideraría un insulto en estas tierras, ¿quieres faltar al respeto a toda esta gente?
Okanu levantó la cabeza y miró cómo la multitud observaba la jarra desde las diferentes mesas, les dedicó sus sonrisa más natural, por supuesto sin mucho éxito.
¡A la mierda! ya no soy un Kae y no lo seré hasta que regrese a morir por mis faltas, se dijo mientras apuraba la copa que le acaba de servir Ídrish.
El dulzor meloso de la vid le rascó el gaznate. Pronto una sensación de calor invadió su cuerpo, pero más allá de eso, no notó cambio alguno. No era imbecil sabía del peligro de las bebidas alcohólicas, pero pronto comprendió que tal vez su cuerpo entrenado estuviese por encima del famoso efecto de estas bebidas.
Ídrish comenzó a ponerse nervioso, Okanu se había bajado media jarra el solo y ahora su cara estaba haciendo algo verdaderamente extraño, ¿qué era eso?
…oh gran Matriarca, eso es una sonrisa, pensó Ídrish mientras apartaba la jarra del alcance de Okanu, si bebía demasiado el Kae caería antes siquiera de que comenzara con sus preguntas.
—Okanu, ¿te encuentras bien?
—Perfectamente, ¿por?
—Te has bebido prácticamente media jarra tu solo —explicó Ídrish.
—Haber apurado.
Ídrish se sacudió.
—No me refiero a eso, puede hacerte daño.
—Estoy descubriendo que los Kae somos inmunes al vino dulce.
—Ya veo… —Ídrish se acomodó sobre la silla, era ahora o nunca—. ¿Puedo preguntarte algo?
Decidió interpretar el extraño eructo como un sí.
—¿Porque abandonaste tu tierra?
—Busco a alguien.
—¿De quién se trata?
—Una persona —dijo Okanu dando un nuevo trago.
Ídrish bufó pero contuvo su frustración.
—Imagino que será una persona lo que buscas, pero me refería a algo más amplio, cómo específicamente quien o por ejemplo la razón por la que la buscas.
Ni el alcohol pareció amortiguar la conciencia del Kae en ese momento, la seriedad le sobrevino un instante, respiró profundamente, acto seguido buscó entre su toga (como siempre con excelso cuidado de no mostrar su mano izquierda) y arrojó un trozo de papiro rasgado sobre la mesa. Ídrish lo recogió con cuidado, y observó el grabado a carboncillo hecho sobre la superficie. Un sol negro donde cada uno de sus diez rayos circundantes finalizaba en forma de mano.
—Las diez manos del Fhetnis.
—¿Fhetnis? —repitió Okanu.
—Es una criatura mitológica de diez manos, sé lo que es esto Okanu, es el símbolo de los Aefhether. ¿Que demonios estas buscando Okanu, la muerte? —dijo Ídrish fuera de sí.
El Kae gruñó y le arrebató el trozo de papiro.
—Sé que son peligrosos, y no, no busco la muerte, no busco la muerte, pero no temblaré si ella me encuentra. Además, nunca te pedí que me siguieras.
—Esta bien —dijo Ídrish tratando de calmarse un poco—, es solo que no me lo esperaba, dónde esta la persona a la que buscas.
Okanu suspiró profundamente.
—La pista que tengo me conduce a Meridian —confesó.
—¿Quien es esa persona?
El Kae se dispuso a hablar, pero antes de que lo hiciera un hombre rechoncho, de barba abundante se sentó inesperadamente con ellos en la mesa. Se sirvió lo que quedaba en la jarra, y antes de que Ídrish pudiese protestar le hizo un gesto al mesero para que trajera otra.
—Mi nombre es Arbus. Me encantan los viajeros, puesto que yo también soy uno, es bueno practicar la lengua común de vez en cuando —dijo alzando la jarra contento.
—Bebe buen hombre, por lo que veo el mesero te va a invitar a ti también a una jarra—dijo Okanu.
El recién conocido intercambio miradas confusas con Ídrish, que tragó saliva con tensión, pero Arbus pareció pasar por alto el comentario de Okanu. El buen Arbus parecía un hombre llenó de anécdotas, la mayoría de ellas parecían tener como protagonistas a dudosas amistades y a mujeres profesión impopular. Pero el Kae parecía que nunca había conocido a un bribón similar. Ídrish por su parte se recluyó en su silla temeroso de que si volvía a salir el tema de la jarra de vino dulce, Arbus pudiera hacer entender al Kae la encerrona a la que se había visto expuesto.
En cierto momento de la noche Okanu, Arbus y media taberna celebraban con la simple excusa del vino en sus venas, mientras Ídrish seguía observando desde un rincón. El colmo fue ver cómo los pueblerinos y un desinhibido Okanu jugaban a lanzar la espada del Kae a una mesa que habían tumbado para la ocasión. La espada se clavaba con la facilidad pasmosa de un ancha empujada por el fuerza de un leñador. En cierto momento, los ojos cansados de Ídrish no pudieron más.
Okanu se despertó con un horrendo dolor de cabeza. Su primer pensamiento fue para preguntarse porque demonios había alquilado una habitación si finalmente habían decidido dormir en el mismo sucio suelo de la taberna.
Se levantó con dificultad, todavía no estaba el tendero, por lo que se sirvió un poco de agua en el barril de la esquina. Mojada la cara y el gaznate, pudo observar con mayor eficacia a su alrededor.
La cabeza me da vueltas, esto es una humillación para un Kae… No, ¡un kae jamas haría esto!
—¡Ídrish! —gritó Okanu.
El joven se removió de súbito en su silla, cayendo y golpeándose contra el respaldo.
—Te odio, ¿a ti te gustaría que te despertasen así?
—Me da vueltas la cabeza, no me lo pongas difícil.
Ídrish rio socarronamente.
—Ayer te jactabas de no se que resistencia especial de los Kaes a la bebida.
Esta vez Okanu trago sus malos pensamientos antes de abrir la boca.
—Por favor, ya me arrepiento yo solo lo suficiente, no me martirices tú también. Tenemos que irnos.
Ídrish fue a la habitación a por su macuto y bajó enseguida puesto que estaba sin deshacer. Pero Okanu comprendió enseguida que algo iba mal, algo no estaba en su sitio, una sensación de ausencia se apoderaba de él, pero su cabeza, sus nauseas le impedían comprender el qué.
—¿Estoy listo nos vamos?
—Ídrish, tengo la sensación de que se nos olvida algo.
Ídrish lo miró de arriba abajo.
—¡Oh no!
—¿Qué? —replicó Okanu ahora alertado.
—¡Tu espada, Okanu… alguien se ha llevado tu espada!
Okanu se arrodilló sobre el suelo de la taberna. Desertor y ahora un vulgar borracho, ¿se podía caer más bajo? Era evidente que sí. Ahora ya no debía volverse a regir por los principios de un Kae, ya no era apto para sus altos ideales. Un Kae cuida su espada como a una parte más de su cuerpo, es un hijo, es una esposa, es un amigo. Sin espada no podría seguir manteniendo la farsa.
Sin espada... ya no era un Kae.
© Created by Miles.
Atrás solo quedan los errores, adelante en cambio hay... errores nuevos, pero imprevisibles y diversos. Disfrutaré y lamentaré cada uno de ellos a su debido tiempo.