19/09/2021 12:38 PM
(This post was last modified: 28/12/2021 10:37 PM by Muad Atreides.)
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Luego de sacudirse por tercera vez, intentó calmarse, dejando que el influjo retomara su cauce de ida y vuelta, como un remolino que devolviera sus pensamientos mezclados con los del otro ser. Se concentró en sus pulsaciones, y a través de estas pudo distinguir el fluir precipitado que hacía tan inestable a la yegua. Suspiró y se concentró una vez más; sabía que ese instante de paz no duraría mucho, que en cuanto Vígaro sintiese otra vez ese ímpetu en sus venas volvería a relinchar y corcovear como poseída por cien demonios.
Con el patrón de la empatía llegó hasta la mente del animal, y desde allí logró crear un comportamiento instintivo que, debido a su complejidad, lo dejó exhausto. Jamás había hecho algo así, no obstante, y debido a los cambios operados en la yegua mazaro no tenía más opción que adentrarse en la génesis de su especie, por lo que tuvo que navegar hasta sus más atávicas conductas e insertar el conocimiento que lograra lidiar con esa nueva facultad que ahora poseía su cuerpo.
Luego de un tiempo que no supo precisar, rompió el contacto (lamentablemente era la única forma de hacerlo), y retrocedió dos pasos, cayendo como una bolsa de papas allí mismo, en medio del corral.
Salia corrió hacia él, sorteando la cerca sin que nadie osara detenerla. Cuando llegó a su lado Nirak tenía los ojos abiertos. Sin embargo, aún respiraba débilmente. Susurró algo, y la joven tuvo que acercar el oído a su rostro barbudo para escucharlo mejor.
—Tiene que montarla ahora... y no parar hasta que ella lo decida.
Cuando se apartó de su abuelo, Salia se llevó el susto de su vida al encontrar el rostro de la marhad pegado al suyo, asintiendo brevemente e incorporándose decidida. Mientras la mujer guerrera se acercaba a la yegua, Salia acunó al viejo, como si de un bebé indefenso se tratase; jamás lo había visto tan agotado. Afortunadamente no halló ese brillo de locura en Nirak, un brillo que viera en un par de ocasiones que no quisiera volver a revivir.
El animal parecía incansable. Hacía más de dos horas que habían abandonado la aldea a todo galope y no demostraba el menor indicio de cansancio. Por un momento la marhad temió que la yegua sucumbiera de un momento a otro, pero al posar una mano en su cuello supo que podría seguir más tiempo sin siquiera esforzarse.
—Anihalta—. Su voz, luego de estar tanto tiempo sin hablar, sonó un tanto gutural y quebrada. Carraspeó y probó de nuevo, esta vez más alto—: ¡Anihalta!
Como parecía que Vígaro no tenía intención de detenerse la jinete dejó vagar su mente, recordando ese momento en el cual tuvo que hacerse cargo de su tribu...
Anihalta. ¿Cuánto hacía que nadie la llamaba así? No necesitó esforzarse demasiado para recordar el día en el cual su nombre había muerto. Y si bien tenía que retroceder diez años en el pasado, logró rememorar aquel momento como si lo estuviera viviendo ahí mismo, entre el calor del desierto y el sonido de los cascos de su yegua, entre el viento que silbaba de manera entrecortada y las monótonas dunas que desfilaban como si fuesen replicas de un mismo sueño.
Una mañana no muy diferente a esta se convirtió en marhad de su tribu, en el mismo instante en el cual su antecesora había sucumbido a una fiebre repentina que la había aquejado durante toda la noche. Muchos creyeron que aquello era un signo de debilidad, y que por lo tanto ella, su predecesora, estaba destinada a fracasar. Esto no afectó en lo más mínimo a Anihalta, pues no creía en esas supersticiones. Pero hubo quienes comenzaron a hablar de envenenamiento, tal vez no a viva voz, pero para los asdarh una mirada valía más que mil palabras. Y esto fue algo que la flamante marhad no podía permitir que pasara.
Fue por ello que mató ella misma a las tres jinetes que osaron poner en duda su legitimidad como guía de la tribu. Una de ellas había sido Enald, una de sus mejores amigas, con quien compartiera su infancia y todo el aprendizaje que las llevaría a convertirse en las jinetes más jóvenes de la tribu en más de cien años.
Anihalta sonrió con tristeza mientras inclinaba su cuerpo hacia adelante, ya que Vígaro había decidido que sería una buena idea remontar la falda de las montañas del norte. ¿Tan lejos hemos llegado? En solo unas horas se hallaban en el límite de lo que podría ser considerado su territorio.
Vígaro aminoró la marcha, no porque estuviese cansada, a pesar de que había logrado calmar el fuego que corría por sus venas. No, eso no fue lo que hizo que el animal se detuviera casi por completo, sino la proximidad de otros caballos. Anihalta tardó unos segundos más en darse cuenta de su presencia. Cuando desmontó ya podía escuchar las voces que la pusieron en alerta.
Jamás dejes de crear, es muy aburrido.