Hey, Aljamar, y gracias por comentar.
Arreglaré lo que dices del reflejo, pero, ¿podrías ser más especifico en cuanto a lo que debo mejorar de la intro? ¿Te refieres a describir donde están? Siente que le quitaría el misterio a la escena, pero veré que puedo hacer.
EDIT: La última parte del primer capitulo. He cambiado el nombre de Karel a Karesia porque muchos me han insistido que Karel es un nombre masculino.
El alba estaba rompiendo cuando recuperó la conciencia y la intensa luz hizo que abrir sus ojos fuera un verdadero martirio. No sabía dónde estaba, ni cómo es que había llegado ahí. Karesia se encontró a sí misma en medio de un oscuro bosque, con sus ropas humedecidas por el rocío de la mañana pero extrañamente limpias pese a haber estado en el suelo toda la noche… al menos, eso creía ella. El punto donde se encontraba parecía haber sido víctima del impacto de un meteorito, pero ella se encontraba en el centro del cráter causado por este. Daba la impresión de que había sido ella, y no un meteoro, lo que había caído del cielo.
Se quedó tendida en el cráter por mucho tiempo luego de que recuperase la conciencia. Se sentía enferma, mareada. Miró al firmamento sin poner atención a lo que estaba viendo hasta que notó una roca gigante flotando en el cielo, moviéndose entre las nubes. Entonces se dio cuenta de que algo estaba mal. Había más rocas como esa, flotando en el cielo como pedruscos en el agua, y más allá de estas un enorme círculo luminoso era lo que producía la luz que ella erróneamente había atribuido al sol del amanecer. Dicho circulo estaba divido en siete discos superpuestos, cada uno en diferentes matices del rojo, oscuro el del centro y más claro a medida que llegaban al disco exterior, el cual era también de color oscuro; los discos oscilaban uno en dirección opuesta del otro, salvo el disco del centro, que no giraba.
Retiró el fleco de cabello de su cara con fastidio y se levantó del suelo como un gato; ágil y rápida, con sus ojos abiertos de par en par, en parte sorprendida, en parte asustada. Al salir del cráter se encontró frente a un gran árbol hecho de hierro, en un bosque desconocido conformado por cientos de esos árboles hechos de metal. Aunque en un principio se creyó perdida, soltó un suspiro de alivio al divisar más allá de las hojas metálicas el palacio de gobierno, tras la muralla que separaba al barrio de los nobles del resto de la ciudad, y entonces supo que aún se encontraba en Telos.
Una explosión detrás de ella la devolvió en seco a la realidad y la envolvió en una cortina de humo negro que invadió sus pulmones, haciéndola toser con fuerza. Escuchó el choque del acero y los gritos desesperados de guerreros tratando de reagruparse. Se trataba de una batalla. Una que ocurría en medio de la ciudad. Necesitaba ver lo que estaba ocurriendo con sus propios ojos, pero estaba muy débil para moverse rápido. La incertidumbre y el maldito humo la hicieron proferir juramentos en voz baja.
—¿¡Cómo es posible qué un solo oponente haya acabado con la guardia del Emperador?! ¿¡Quién eres!? —escuchó la voz del capitán de la guardia del palacio, un veterano de las guerras contra los rebeldes.
Más no hubo respuesta alguna a las preguntas del combatiente, solo chillidos y gritos, y el sonido de más explosiones. Al cabo de un rato la cortina de humo empezó a ceder, y Karesia pudo ver con sus propios ojos la batalla que ocurría frente a las murallas del palacio, aunque no podía dar crédito a lo que estaba viendo. El capitán de la guardia, un soldado viejo y canoso, se enfrentaba por si solo a un ser de naturaleza demoníaca mientras los demás miembros de la guardia imperial se encontraban tirados a sus pies, aniquilados.
El demonio, que cargaba en cada mano cadáveres mutilados de los defensores de la ciudad, estaba cubierto por un exoesqueleto de repulsivo color morado, y su cuerpo era larguirucho y escuálido, con la forma de un insecto humanoide, con tres garras tanto en manos como en pies, y una larga cola prensil. Dos grandes protuberancias en la espalda, con la forma de huesos largos y rectos en forma de ángulo de noventa grados apuntando hacia el suelo, le servían como alas. Portaba un yelmo astado que carecía de rostro, pero que tenía seis horrendos ojos rojos que se movían convulsivamente en todas direcciones. De su hombro derecho resaltaba una protuberancia alargada e independiente de su cuerpo, una especie de arma decorada con un humeante cristal verdoso y que estaba unida al cuerpo del demonio por venas palpitantes de diferentes colores y grosor.
La criatura gorgoteo burlona mientras liberaba una poderosa bola de energía blanca del arma en su hombro, la cual no solo desintegró al capitán al instante, sino que destruyó el suelo bajo sus pies y la muralla detrás de él, y levantó una inmensa nube de polvo en medio de una sorda explosión.
—¡Miserable! —espetó Karesia entre dientes, mientras se armaba con la espada de uno de los soldados muertos y se abalanzaba contra el demonio.
La princesa se movió ágilmente y con solo un corte abrió una profunda herida en el brazo de la infernal criatura, la cual emitió un horrendo chillido y contraatacó con un potente y rápido coletazo, enviando a la joven contra la muralla. Karesia, aunque sangrando y aturdida, tenía aún fuerzas para reincorporarse y pelear, pero se dio cuenta de que la hoja de su espada se había mellado al golpear la piel del monstruo, tan dura como la roca, y llegó a la conclusión de que un segundo ataque con esa misma arma no solo sería inefectivo sino que la dejaría en una precaria posición. Trató de buscar otra arma, en vano, pues el demonio se preparaba en ese instante para darle el golpe de gracia con su arma mágica.
Justo antes de que el arma se disparase, un relámpago retumbó en el aire y golpeó a la criatura, forzándola a retroceder, mientras al mismo en lo alto de la muralla se encontraba un sujeto de armadura negra en una pose de combate, con energía mágica chispeando entre sus manos.
—¡Alegast, el poderoso, hace su entrada! — exclamó el individuo con una carcajada exagerada y arrogante, un elfo cuyo rostro estaba cubierto por un yelmo con forma de la cabeza de un cuervo.
Anonadada por su entrada, Karesia se volvió a ver su salvador justo en el momento en que el demonio cambiaba de objetivo y disparaba su arma mágica contra este. Alegast saltó ágilmente esquivando el poderoso ataque, que en su lugar destruyó la muralla detrás de él, mientras dibujaba un círculo mágico en el aire usando una piedra negra de aspecto repulsivo como pincel.
Al insertar la piedra en el centro del círculo el tiempo se hizo más lento. Del círculo mágico brotó un manantial de energía verdosa que envolvió el cuerpo del elfo, y de la cual se manifestó el mango de una espada, hecho de hueso y cuero rojo, en cuyo pomo iba la piedra negra y que terminaba en una guarda que tenía una forma similar a las alas de un dragón. Esta guarda llevaba incrustada en su centro un horrendo ojo verde que fulguraba con una rojiza luz, observando al mundo con ira y desprecio. La guarda dio lugar a la hoja de una espada, que era serpentina y alargada, y estaba compuesta de un metal negro que se tragaba la luz a su alrededor. Una vez la hoja hubo salido en su totalidad del círculo, éste desapareció y el flujo del tiempo regresó a la normalidad, permitiendo a Alegast caer de pie frente al demonio.
—¡Hay dos estrellas de la calamidad brillando en el cielo! — exclamó al momento de abalanzarse contra la criatura, la cual no tuvo tiempo de reaccionar. El elfo atacó con un swing rápido y antes de que el demonio pudiese asimilarlo, su cuerpo se partió en dos a su vez que el brazo derecho había sido separado del torso—. Tienes muy mala suerte de que se hayan posado sobre ti hoy… —sonrió.
La criatura dijo algo en su idioma blasfemo y luego cayó al suelo con un golpe seco, muerta, formando un charco de sangre verde y viscosa a su alrededor. Karesia se acercó al elfo, con su cuerpo dolorido por el combate y tratando aún de asimilar lo que había pasado.
—¿Eres Alegast, no es así? El ladrón… —preguntó mientras miraba el cadáver del demonio.
Como todos en la corte la princesa conocía las historias que se contaban de Alegast, el ladrón inapreciable al que se le atribuían las más disparatadas proezas y se lo otorgaban los dones más variopintos. Conocido era por operar solo en los castillos y las mansiones de la nobleza, y su última y pintoresca anécdota era aquella en la cual se había negado a robar la valiosa colección de arte pre-imperial del lord regente de la ciudad de Danfort cuando descubrió que aquellas reliquias no eran autenticas.
—Es un placer conoceros, lhiannan —respondió Alegast con una educada reverencia quitándose su yelmo al mismo tiempo que la espada en sus manos se convertía en un montón de ceniza, de la cual quedó solo la piedra negra que se había usado para invocarla.
Karesia se sonrojó al ver el rostro del elfo, de rasgos finos e inhumanos, con ojos de un sobrenatural azul y piel morena casi cobriza, que de alguna forma le recordaba a la tierra o a la corteza de los árboles.
—Por vuestros rasgos, sois una dama teloniana, ¿o estoy equivocado? — preguntó Alegast tratando de emular la cortesía humana, algo que se le daba fatal.
—En efecto —sonrió Karesia presumida—. Quinta princesa del Sacro Imperio Teloniano, Lady Karesia Dragul Fastrade Maevaris Portia ir'Drakengast. Es todo un honor para alguien como vos el conocerme.
—Caramba, ese es un nombre demasiado extenso… —replicó perplejo Alegast, rascándose la barbilla—. Si me lo permite, creo que mejor le llamaré Kari, lhiannan.
—Pues no se lo permito —arguyó Karesia, roja de la indignación y la ira.
Más en aquel momento fueron interrumpidos por un pelotón de soldados imperiales que provenía de las barracas de la muralla exterior de la ciudad, a la cabeza de los cuales iba Drego ir’Delacroix, Comandante de la Quinta Escuadra de Élite de las fuerzas militares del Imperio.
A diferencia de los soldados que pertenecían a la guardia del palacio, que usaban simples cotas de malla, que portaban sobre un uniforme azul oscuro que servía para distinguirlos de los soldados otras divisiones, y no llevaban más armas que espadas o ballestas, los soldados al mando de Delacroix portaban vistosas armaduras de placas plateadas, estaban armados con lanzas, espadas y alabardas, y llevaban con orgullo sus grandes escudos que tenían grabado el blasón imperial —un dragón volando sobre el disco solar—. Delacroix portaba además la capa purpura y un yelmo con penacho rojo, que lo identificaba como el oficial de más alto rango.
Delacroix era un tipo delgado y de aspecto delicado, de piel blanca, ojos café y cabello cenizo, lo que revelaba la sangre teloniana que corría por sus venas, si bien no era alguien del linaje puro de los telonianos, como Karesia, sino quizá el fruto del romance prohibido de un teloniano y alguien de la plebe. Aún así, al ser medio teloniano, estaba por encima de cualquier otro ser humano en el imperio, o eso creían los de la estirpe teloniana.
—Mylady, ¿se encuentra usted bien? —preguntó arrodillándose ante la princesa, cosa que sus oficiales imitaron.
—Así es. Y no gracias a ustedes —les reprendió indignada—. De no ser por este buen elfo, ya estaría muerta.
—Hablando de eso… Alegast el ladrón, se encuentra usted bajo arresto por los cargos de pillaje, hurto, allanamiento de morada, secuestro y otra larga lista de crímenes que solo los dioses sabrán —encaró Delacroix al elfo una vez hubo terminado de presentarle sus respetos a Karesia.
Ante las palabras de su comandante, los demás soldados le rodearon, a lo que Alegast respondió con una sonrisa, dispuesto a hacer uso del Arte para escapar en cualquier momento. No había robado la Rosa de la Corona para que se la quitaran sin que nadie hubiese notado el hurto. Por otro lado, podía dejarse capturar y luego escapar de las mazmorras, o incluso del cadalso, que según los carteles de “se busca” iba a ser su destino si le atrapaban. Eso daría un espectáculo digno del pueblo y dejaría humillados a los soldados imperiales por muchos años.
Pero Karesia tenía sus propios planes, pues se puso frente a Delacroix y con un ademán le ordenó detenerse.
—Ser Alegast viene conmigo, comandante. Es mi invitado de honor y se dirige hacia el palacio conmigo en este instante —dijo con determinación, e ignoró la expresión abobada que hizo Delacroix al escuchar las órdenes de la princesa.
Arreglaré lo que dices del reflejo, pero, ¿podrías ser más especifico en cuanto a lo que debo mejorar de la intro? ¿Te refieres a describir donde están? Siente que le quitaría el misterio a la escena, pero veré que puedo hacer.
EDIT: La última parte del primer capitulo. He cambiado el nombre de Karel a Karesia porque muchos me han insistido que Karel es un nombre masculino.
III
El alba estaba rompiendo cuando recuperó la conciencia y la intensa luz hizo que abrir sus ojos fuera un verdadero martirio. No sabía dónde estaba, ni cómo es que había llegado ahí. Karesia se encontró a sí misma en medio de un oscuro bosque, con sus ropas humedecidas por el rocío de la mañana pero extrañamente limpias pese a haber estado en el suelo toda la noche… al menos, eso creía ella. El punto donde se encontraba parecía haber sido víctima del impacto de un meteorito, pero ella se encontraba en el centro del cráter causado por este. Daba la impresión de que había sido ella, y no un meteoro, lo que había caído del cielo.
Se quedó tendida en el cráter por mucho tiempo luego de que recuperase la conciencia. Se sentía enferma, mareada. Miró al firmamento sin poner atención a lo que estaba viendo hasta que notó una roca gigante flotando en el cielo, moviéndose entre las nubes. Entonces se dio cuenta de que algo estaba mal. Había más rocas como esa, flotando en el cielo como pedruscos en el agua, y más allá de estas un enorme círculo luminoso era lo que producía la luz que ella erróneamente había atribuido al sol del amanecer. Dicho circulo estaba divido en siete discos superpuestos, cada uno en diferentes matices del rojo, oscuro el del centro y más claro a medida que llegaban al disco exterior, el cual era también de color oscuro; los discos oscilaban uno en dirección opuesta del otro, salvo el disco del centro, que no giraba.
Retiró el fleco de cabello de su cara con fastidio y se levantó del suelo como un gato; ágil y rápida, con sus ojos abiertos de par en par, en parte sorprendida, en parte asustada. Al salir del cráter se encontró frente a un gran árbol hecho de hierro, en un bosque desconocido conformado por cientos de esos árboles hechos de metal. Aunque en un principio se creyó perdida, soltó un suspiro de alivio al divisar más allá de las hojas metálicas el palacio de gobierno, tras la muralla que separaba al barrio de los nobles del resto de la ciudad, y entonces supo que aún se encontraba en Telos.
Una explosión detrás de ella la devolvió en seco a la realidad y la envolvió en una cortina de humo negro que invadió sus pulmones, haciéndola toser con fuerza. Escuchó el choque del acero y los gritos desesperados de guerreros tratando de reagruparse. Se trataba de una batalla. Una que ocurría en medio de la ciudad. Necesitaba ver lo que estaba ocurriendo con sus propios ojos, pero estaba muy débil para moverse rápido. La incertidumbre y el maldito humo la hicieron proferir juramentos en voz baja.
—¿¡Cómo es posible qué un solo oponente haya acabado con la guardia del Emperador?! ¿¡Quién eres!? —escuchó la voz del capitán de la guardia del palacio, un veterano de las guerras contra los rebeldes.
Más no hubo respuesta alguna a las preguntas del combatiente, solo chillidos y gritos, y el sonido de más explosiones. Al cabo de un rato la cortina de humo empezó a ceder, y Karesia pudo ver con sus propios ojos la batalla que ocurría frente a las murallas del palacio, aunque no podía dar crédito a lo que estaba viendo. El capitán de la guardia, un soldado viejo y canoso, se enfrentaba por si solo a un ser de naturaleza demoníaca mientras los demás miembros de la guardia imperial se encontraban tirados a sus pies, aniquilados.
El demonio, que cargaba en cada mano cadáveres mutilados de los defensores de la ciudad, estaba cubierto por un exoesqueleto de repulsivo color morado, y su cuerpo era larguirucho y escuálido, con la forma de un insecto humanoide, con tres garras tanto en manos como en pies, y una larga cola prensil. Dos grandes protuberancias en la espalda, con la forma de huesos largos y rectos en forma de ángulo de noventa grados apuntando hacia el suelo, le servían como alas. Portaba un yelmo astado que carecía de rostro, pero que tenía seis horrendos ojos rojos que se movían convulsivamente en todas direcciones. De su hombro derecho resaltaba una protuberancia alargada e independiente de su cuerpo, una especie de arma decorada con un humeante cristal verdoso y que estaba unida al cuerpo del demonio por venas palpitantes de diferentes colores y grosor.
La criatura gorgoteo burlona mientras liberaba una poderosa bola de energía blanca del arma en su hombro, la cual no solo desintegró al capitán al instante, sino que destruyó el suelo bajo sus pies y la muralla detrás de él, y levantó una inmensa nube de polvo en medio de una sorda explosión.
—¡Miserable! —espetó Karesia entre dientes, mientras se armaba con la espada de uno de los soldados muertos y se abalanzaba contra el demonio.
La princesa se movió ágilmente y con solo un corte abrió una profunda herida en el brazo de la infernal criatura, la cual emitió un horrendo chillido y contraatacó con un potente y rápido coletazo, enviando a la joven contra la muralla. Karesia, aunque sangrando y aturdida, tenía aún fuerzas para reincorporarse y pelear, pero se dio cuenta de que la hoja de su espada se había mellado al golpear la piel del monstruo, tan dura como la roca, y llegó a la conclusión de que un segundo ataque con esa misma arma no solo sería inefectivo sino que la dejaría en una precaria posición. Trató de buscar otra arma, en vano, pues el demonio se preparaba en ese instante para darle el golpe de gracia con su arma mágica.
Justo antes de que el arma se disparase, un relámpago retumbó en el aire y golpeó a la criatura, forzándola a retroceder, mientras al mismo en lo alto de la muralla se encontraba un sujeto de armadura negra en una pose de combate, con energía mágica chispeando entre sus manos.
—¡Alegast, el poderoso, hace su entrada! — exclamó el individuo con una carcajada exagerada y arrogante, un elfo cuyo rostro estaba cubierto por un yelmo con forma de la cabeza de un cuervo.
Anonadada por su entrada, Karesia se volvió a ver su salvador justo en el momento en que el demonio cambiaba de objetivo y disparaba su arma mágica contra este. Alegast saltó ágilmente esquivando el poderoso ataque, que en su lugar destruyó la muralla detrás de él, mientras dibujaba un círculo mágico en el aire usando una piedra negra de aspecto repulsivo como pincel.
Al insertar la piedra en el centro del círculo el tiempo se hizo más lento. Del círculo mágico brotó un manantial de energía verdosa que envolvió el cuerpo del elfo, y de la cual se manifestó el mango de una espada, hecho de hueso y cuero rojo, en cuyo pomo iba la piedra negra y que terminaba en una guarda que tenía una forma similar a las alas de un dragón. Esta guarda llevaba incrustada en su centro un horrendo ojo verde que fulguraba con una rojiza luz, observando al mundo con ira y desprecio. La guarda dio lugar a la hoja de una espada, que era serpentina y alargada, y estaba compuesta de un metal negro que se tragaba la luz a su alrededor. Una vez la hoja hubo salido en su totalidad del círculo, éste desapareció y el flujo del tiempo regresó a la normalidad, permitiendo a Alegast caer de pie frente al demonio.
—¡Hay dos estrellas de la calamidad brillando en el cielo! — exclamó al momento de abalanzarse contra la criatura, la cual no tuvo tiempo de reaccionar. El elfo atacó con un swing rápido y antes de que el demonio pudiese asimilarlo, su cuerpo se partió en dos a su vez que el brazo derecho había sido separado del torso—. Tienes muy mala suerte de que se hayan posado sobre ti hoy… —sonrió.
La criatura dijo algo en su idioma blasfemo y luego cayó al suelo con un golpe seco, muerta, formando un charco de sangre verde y viscosa a su alrededor. Karesia se acercó al elfo, con su cuerpo dolorido por el combate y tratando aún de asimilar lo que había pasado.
—¿Eres Alegast, no es así? El ladrón… —preguntó mientras miraba el cadáver del demonio.
Como todos en la corte la princesa conocía las historias que se contaban de Alegast, el ladrón inapreciable al que se le atribuían las más disparatadas proezas y se lo otorgaban los dones más variopintos. Conocido era por operar solo en los castillos y las mansiones de la nobleza, y su última y pintoresca anécdota era aquella en la cual se había negado a robar la valiosa colección de arte pre-imperial del lord regente de la ciudad de Danfort cuando descubrió que aquellas reliquias no eran autenticas.
—Es un placer conoceros, lhiannan —respondió Alegast con una educada reverencia quitándose su yelmo al mismo tiempo que la espada en sus manos se convertía en un montón de ceniza, de la cual quedó solo la piedra negra que se había usado para invocarla.
Karesia se sonrojó al ver el rostro del elfo, de rasgos finos e inhumanos, con ojos de un sobrenatural azul y piel morena casi cobriza, que de alguna forma le recordaba a la tierra o a la corteza de los árboles.
—Por vuestros rasgos, sois una dama teloniana, ¿o estoy equivocado? — preguntó Alegast tratando de emular la cortesía humana, algo que se le daba fatal.
—En efecto —sonrió Karesia presumida—. Quinta princesa del Sacro Imperio Teloniano, Lady Karesia Dragul Fastrade Maevaris Portia ir'Drakengast. Es todo un honor para alguien como vos el conocerme.
—Caramba, ese es un nombre demasiado extenso… —replicó perplejo Alegast, rascándose la barbilla—. Si me lo permite, creo que mejor le llamaré Kari, lhiannan.
—Pues no se lo permito —arguyó Karesia, roja de la indignación y la ira.
Más en aquel momento fueron interrumpidos por un pelotón de soldados imperiales que provenía de las barracas de la muralla exterior de la ciudad, a la cabeza de los cuales iba Drego ir’Delacroix, Comandante de la Quinta Escuadra de Élite de las fuerzas militares del Imperio.
A diferencia de los soldados que pertenecían a la guardia del palacio, que usaban simples cotas de malla, que portaban sobre un uniforme azul oscuro que servía para distinguirlos de los soldados otras divisiones, y no llevaban más armas que espadas o ballestas, los soldados al mando de Delacroix portaban vistosas armaduras de placas plateadas, estaban armados con lanzas, espadas y alabardas, y llevaban con orgullo sus grandes escudos que tenían grabado el blasón imperial —un dragón volando sobre el disco solar—. Delacroix portaba además la capa purpura y un yelmo con penacho rojo, que lo identificaba como el oficial de más alto rango.
Delacroix era un tipo delgado y de aspecto delicado, de piel blanca, ojos café y cabello cenizo, lo que revelaba la sangre teloniana que corría por sus venas, si bien no era alguien del linaje puro de los telonianos, como Karesia, sino quizá el fruto del romance prohibido de un teloniano y alguien de la plebe. Aún así, al ser medio teloniano, estaba por encima de cualquier otro ser humano en el imperio, o eso creían los de la estirpe teloniana.
—Mylady, ¿se encuentra usted bien? —preguntó arrodillándose ante la princesa, cosa que sus oficiales imitaron.
—Así es. Y no gracias a ustedes —les reprendió indignada—. De no ser por este buen elfo, ya estaría muerta.
—Hablando de eso… Alegast el ladrón, se encuentra usted bajo arresto por los cargos de pillaje, hurto, allanamiento de morada, secuestro y otra larga lista de crímenes que solo los dioses sabrán —encaró Delacroix al elfo una vez hubo terminado de presentarle sus respetos a Karesia.
Ante las palabras de su comandante, los demás soldados le rodearon, a lo que Alegast respondió con una sonrisa, dispuesto a hacer uso del Arte para escapar en cualquier momento. No había robado la Rosa de la Corona para que se la quitaran sin que nadie hubiese notado el hurto. Por otro lado, podía dejarse capturar y luego escapar de las mazmorras, o incluso del cadalso, que según los carteles de “se busca” iba a ser su destino si le atrapaban. Eso daría un espectáculo digno del pueblo y dejaría humillados a los soldados imperiales por muchos años.
Pero Karesia tenía sus propios planes, pues se puso frente a Delacroix y con un ademán le ordenó detenerse.
—Ser Alegast viene conmigo, comandante. Es mi invitado de honor y se dirige hacia el palacio conmigo en este instante —dijo con determinación, e ignoró la expresión abobada que hizo Delacroix al escuchar las órdenes de la princesa.
Great power can come from anger, but you may lose yourself in the process. Therefore, your mind must remain calm, and your spirit must be still.