26/01/2016 01:39 PM
Es un texto un poco pobre, ya lo mejoraré.
Leyenda sobre los Días Antiguos
En un principio se les llamó “los Saardenjôngetter”, el Pueblo Errante. Era este un pueblo nómada que viajaba por bosques y montañas, pantanos y estepas, comían de tierras salvajes y nunca aguantaban mucho tiempo en un sitio. Las tierras a las que llegaban no les conseguían llenar el alma y pasaron muchos años sin un hogar fijo, desconociendo el destino que los Antiguos tenían preparado para ellos. Mas una noche de finales de otoño, un tipo llamado Rurik observó un punto allá en el cielo, de un color intenso que no supo describir ya que permutaba por segundos. Se movía rápido pero hubo tiempo suficiente para que todos lo vieran. A no mucho tardar, desapareció. Rottênz, líder del grupo, se sintió feliz, pues esa era la señal que tanto y tanto llevaban esperando, y por fin había llegado su turno. Durante el día no era posible ver nada, siendo por la noche cuando un resplandor anaranjado se les aparecía palpitando en el horizonte. El ansia les pudo pues varios días después, la señal parecía extinta. Tristes, lloraron, perdidos en mitad de una tierra que no conocían, y Rottênz maldijo a todo lo que le rodeaba, que con aires malintencionados los había llevado a caer en tamaña argucia. Por suerte, aquel no fue su final. No hubo pasado mucho tiempo cuando un punto brillante surgió en el firmamento. Con incertidumbre en sus mentes, dialogaron durante horas, hasta que se decidió seguirla, ya que aquellas tierras ásperas no eran de su agrado. El trayecto no fue fácil, y poco a poco empezó a hacer frío, llegó el invierno y con él alguna que otra nevada. Muchos del Pueblo Errante murieron mientras que otros se hicieron fuertes y resistentes, y entonces otro punto brillante en el cielo surgió, aún más nítido. Al primero le llamaron Fraise, la Salvación; y al segundo Trokost, el Caminante. Hubo un tercero más, Ardbard, la Morada, y juntos se conocieron como “el Trío de Isar”, que señalaban el este, el norte y el oeste.
Pues bien, el Pueblo Errante llegó hasta la misma línea de la tierra; todo lo que tenían delante era un vasto mar y no supieron entonces interpretar las señales. Fue en ese instante cuando Ardbard se presentó, a la segunda noche, allá en el horizonte, y para su asombro consiguieron vislumbrar un resplandor anaranjado, como el que habían visto semanas atrás. Rottênz habló, intentando convencer a su pueblo de que habría que “cabalgar por las aguas”, pero el frío y pendenciero invierno se cebaba con el mar, y el oleaje atizado por el viento no animaba a nadie. Fueron unas pocas decenas los que con gran iniciativa, comenzaron a construir naves de madera. Lo hacían como si no fuese la primera vez.
Una vez estuvieron terminadas y con gran valor, se echaron a la mar navegando siempre hacia la estrella en momentos cuando caía el sol y las nubes desaparecían. Tres de las cinco embarcaciones zozobraron, y otra se perdió en la noche. Solamente una divisó tierra, y Rottênz lo celebró con su tripulación, donde cundía la alegría.
Estaban ahora en una tierra desconocida totalmente, llena de flora y posiblemente fauna. Navegaban entre islas grandes y pequeñas, y allá al fondo en una cima sin dejar de divisarlo nunca, se encontraba una gigantesca piedra de un color naranja apagado.
Con el tiempo y trazada una ruta, regresaron a por su pueblo. Allí en la isla principal erigieron sus moradas, llamaron al lugar archipiélago de Dranzêck (entrada sinuosa) y a la capital arrecife de Primoronda, que significa “Primera Piedra”.
La piedra está situada sobre un “alfiler” de piedra a muchos metros de altura en el que se ha construido un acceso hasta su cima. Esta tiene como característica que capta los rayos solares. A veces se ve blanca y otras amarillenta, así que nadie ha sabido nunca si está relacionada con la magia o no. Sirve como faro. Las piedras que extraen las usan para navegar (tengo que meterme más en este tema, pues no todo el mundo tiene acceso a ellas, ya que para ellos esa piedra es “su tótem sagrado”).
El Pueblo Errante pasó a llamarse los Belarios (que manejan las velas) o Lemarios (que manejan el timón), depende de la región. Sus creencias son que el meteorito que vieron creó esa tierra y que estaba destinada a ellos, y que ellos son los encargados de guiar a las naves de la zona para llegar a su destino.
Creen más en la ciencia que en la magia, y además de Los Antiguos, veneran a las estrellas (los tres puntos que he puesto pueden ser las primeras tres estrellas que se crearon, por ejemplo, pero estoy abierto a cambios).
Creo que de momento nada más que aportar. Ahora sigo escribiendo sobre este pueblo en la actualidad.
Leyenda sobre los Días Antiguos
En un principio se les llamó “los Saardenjôngetter”, el Pueblo Errante. Era este un pueblo nómada que viajaba por bosques y montañas, pantanos y estepas, comían de tierras salvajes y nunca aguantaban mucho tiempo en un sitio. Las tierras a las que llegaban no les conseguían llenar el alma y pasaron muchos años sin un hogar fijo, desconociendo el destino que los Antiguos tenían preparado para ellos. Mas una noche de finales de otoño, un tipo llamado Rurik observó un punto allá en el cielo, de un color intenso que no supo describir ya que permutaba por segundos. Se movía rápido pero hubo tiempo suficiente para que todos lo vieran. A no mucho tardar, desapareció. Rottênz, líder del grupo, se sintió feliz, pues esa era la señal que tanto y tanto llevaban esperando, y por fin había llegado su turno. Durante el día no era posible ver nada, siendo por la noche cuando un resplandor anaranjado se les aparecía palpitando en el horizonte. El ansia les pudo pues varios días después, la señal parecía extinta. Tristes, lloraron, perdidos en mitad de una tierra que no conocían, y Rottênz maldijo a todo lo que le rodeaba, que con aires malintencionados los había llevado a caer en tamaña argucia. Por suerte, aquel no fue su final. No hubo pasado mucho tiempo cuando un punto brillante surgió en el firmamento. Con incertidumbre en sus mentes, dialogaron durante horas, hasta que se decidió seguirla, ya que aquellas tierras ásperas no eran de su agrado. El trayecto no fue fácil, y poco a poco empezó a hacer frío, llegó el invierno y con él alguna que otra nevada. Muchos del Pueblo Errante murieron mientras que otros se hicieron fuertes y resistentes, y entonces otro punto brillante en el cielo surgió, aún más nítido. Al primero le llamaron Fraise, la Salvación; y al segundo Trokost, el Caminante. Hubo un tercero más, Ardbard, la Morada, y juntos se conocieron como “el Trío de Isar”, que señalaban el este, el norte y el oeste.
Pues bien, el Pueblo Errante llegó hasta la misma línea de la tierra; todo lo que tenían delante era un vasto mar y no supieron entonces interpretar las señales. Fue en ese instante cuando Ardbard se presentó, a la segunda noche, allá en el horizonte, y para su asombro consiguieron vislumbrar un resplandor anaranjado, como el que habían visto semanas atrás. Rottênz habló, intentando convencer a su pueblo de que habría que “cabalgar por las aguas”, pero el frío y pendenciero invierno se cebaba con el mar, y el oleaje atizado por el viento no animaba a nadie. Fueron unas pocas decenas los que con gran iniciativa, comenzaron a construir naves de madera. Lo hacían como si no fuese la primera vez.
Una vez estuvieron terminadas y con gran valor, se echaron a la mar navegando siempre hacia la estrella en momentos cuando caía el sol y las nubes desaparecían. Tres de las cinco embarcaciones zozobraron, y otra se perdió en la noche. Solamente una divisó tierra, y Rottênz lo celebró con su tripulación, donde cundía la alegría.
Estaban ahora en una tierra desconocida totalmente, llena de flora y posiblemente fauna. Navegaban entre islas grandes y pequeñas, y allá al fondo en una cima sin dejar de divisarlo nunca, se encontraba una gigantesca piedra de un color naranja apagado.
Con el tiempo y trazada una ruta, regresaron a por su pueblo. Allí en la isla principal erigieron sus moradas, llamaron al lugar archipiélago de Dranzêck (entrada sinuosa) y a la capital arrecife de Primoronda, que significa “Primera Piedra”.
La piedra está situada sobre un “alfiler” de piedra a muchos metros de altura en el que se ha construido un acceso hasta su cima. Esta tiene como característica que capta los rayos solares. A veces se ve blanca y otras amarillenta, así que nadie ha sabido nunca si está relacionada con la magia o no. Sirve como faro. Las piedras que extraen las usan para navegar (tengo que meterme más en este tema, pues no todo el mundo tiene acceso a ellas, ya que para ellos esa piedra es “su tótem sagrado”).
El Pueblo Errante pasó a llamarse los Belarios (que manejan las velas) o Lemarios (que manejan el timón), depende de la región. Sus creencias son que el meteorito que vieron creó esa tierra y que estaba destinada a ellos, y que ellos son los encargados de guiar a las naves de la zona para llegar a su destino.
Creen más en la ciencia que en la magia, y además de Los Antiguos, veneran a las estrellas (los tres puntos que he puesto pueden ser las primeras tres estrellas que se crearon, por ejemplo, pero estoy abierto a cambios).
Creo que de momento nada más que aportar. Ahora sigo escribiendo sobre este pueblo en la actualidad.
Navega, no te dejes llevar por la corriente