30/03/2017 10:53 PM
Muy bien... ya con mi novela registrada, os pido a ustedes que sean tan amables de leer mi novela por partes y puedan darme recomendaciones.
Aquí está la primera parte del manuscrito:
La Legenda de las Reinas de Cristal
Ciclo 1, Parte 1: Victoria Hosenfeld. La Primera Cazadora
Escrito por Jaden Diamondknight
La fiesta
“Hasta el día en que muera… hasta el día en que muera…” Esas eran las únicas palabras que salían de mi boca y que circundaban mi cabeza, posándome en la cima de una montaña de cadáveres de demonios, empuñando mi estoque, mirando hacia el horizonte, con un semblante frio y serio. Mi ropa estaba empapada de sangre, mi nariz estaba repugnada del olor a muerto y sangre; casi podría saborear la carne de los cadáveres que se encontraban bajo de mí… pero aun así, eso no me inmutaba en lo más mínimo. Mis ojos miraban más allá del horizonte, mirando hacia el futuro, viendo las cosas que iban a pasar en él; mirando las generaciones futuras de mi familia, que iban a seguir mis pasos. Miraba a mis hijos, mis nietos y bisnietos volverse cazadores de demonios, ya sea para fines altruistas o egoístas; generaciones futuras que iban a derramar su sangre y entregar su vida por sus principios. Ese semblante me hacía feliz por dentro… más aun así, me seguía diciendo a mí misma la promesa que le hice a mi ser más amado, aquel día en el cual decidí entregar mi vida por un futuro mejor.
6 de Enero de 1750 D.C. 9:30 A.M.
Me encontraba practicando esgrima con mis demás compañeros de clase, hasta que de pronto, durante el entrenamiento, termino derribando a unos de mis compañeros de clase, con el que tenía un combate de práctica.
-¡Aghhhhhh!- En eso, mi compañero que entrenaba conmigo caía al suelo duramente, estando boca arriba, retorciéndose un poco del dolor.
-¡Es suficiente!- Mi maestro de esgrima, un anciano robusto de cabello blanco corto y ojos azules, se acercaba a donde estábamos ambos y detenía el combate. –La ganadora es la condesa Victoria.- Siendo declarada la ganadora, lo único que hice fue hacer una reverencia y volvía a mi lugar, en una esquina del cuarto, alejada del resto de mis compañeros, los cuales me ovacionaban. Pese a las muestras de halago de mis compañeros, yo no me inmutaba en lo absoluto; permanecía seria y distante con ellos, mientras veía a la ventana, observando cuan lento pasaba el tiempo, jugando con el mechón derecho de mí cabello rubio claro.
Jamás he sido la más alta de mi grupo; siempre viéndome a unos centímetros por debajo de mis compañeros y mis familiares. Pero eso no significaba nada para mí; solo eran susurros al viento… o al menos era lo que quería pensar…
5:00 P.M.
Un rato después del entrenamiento, los demás chicos y yo salimos con dirección a nuestras casas. Yo no tenía intención alguna de hablar con alguien en el camino, pero uno de mis compañeros míos decidió seguirme hasta mi casa. No quería ser grosera con el pobre muchacho, por lo que dejé que me siguiera.
-¡Increíble combate el de hoy, señorita Hosenfeld! En verdad eres la mejor esgrimista de todo Kartina.- Uno de mis compañeros de clase, de complexión delgada, cabello castaño rojizo y ojos cafés, de lentes, me decía esto, cargando su estoque con una de sus manos, saltando un poco, sonriendo amablemente.
–Gracias, Geraldo. Pero estoy segura que cualquier esgrimista profesional me ganaría en el primer set. No sé tú- Le decía al muchacho, limpiando el sudor de mi rostro, con una toalla que sostenía con mi mano derecha, frotando mi frente, mirándolo por encima del hombro. Me era lindo que él me diera esos halagos, más no me gustaba que me dieran crédito por logros que no ameritaba, especialmente los cuales eran meras exageraciones.
-¡Hablo en serio, señorita Hosenfeld! Usted es la mejor esgrimista de esta región de Kartina. La elegancia con la que se mueve, la precisión de sus ataques, la rapidez de sus bloqueos y sus evasiones; todo eso es casi insuperable para cualquiera de nuestra escuela. Dígame…- En eso, Geraldo se colocaba en frente de mí, viéndome son una sonrisa en su rostro. En mi caso, yo tenía el rostro cubierto con una capucha, para que no se me notase el rostro; eso es algo que solía hacer muy a menudo. -¿Qué es lo que la vuelve tan buena en esto? ¿Qué es lo que la impulsa a entrenar tanto y a pelear con tanta fiereza, más que la de cualquiera de este pueblo, señorita Hosenfeld?-
Al terminar de decirme esto, yo me paraba en seco y bajaba la cabeza, para de pronto subir la mirada, cruzando los brazos.
-¿En verdad quieres saberlo, Geraldo?- Le preguntaba a mi compañero, mientras volteaba a verlo de reojo.
–Uhmmmm… bueno… la verdad es que si.- Geraldo me respondía mi pregunta, rascándose la nuca con su mano derecha, sonriéndome un poco nervioso, con una gota de sudor en el lado izquierdo de la frente. En mi caso, lo único que hice fue suspirar, agachando la mirada.
–Estoy harta de la vida noble, Geraldo. Durante toda mi vida, he tenido que ser educada conforme mi clase social; aprender a hablar correctamente, comer platillos sofisticados de manera refinada, tener una postura elegante y firme, vestir con ropas finas y delicadas, optar por la diplomacia por encima de la violencia, etcétera. Me siento tan vacía por dentro; como si no tuviera alma alguna.
Cuando escuche que mi padre quería que practicara esgrima, no sabía a lo que me atenía; siempre pensé que los combates y las artes marciales son de salvajes. Pero después de unos días de entrenamiento con ustedes, mi manera de pensar cambió demasiado. El código ético que siguen los guerreros, ya sean esgrimistas u otra clase, así como la sensación de luchar cambiaron la perspectiva que tenía sobre ello. Por primera vez en mi vida, me había sentido realmente viva. Finalmente había encontrado una razón para vivir… Por esa razón decidí continuar entrenando, con todo el ahínco que mi propio cuerpo pueda entregar.- Le decía esto a Geraldo, empuñando mi mano derecha y la miraba hacia abajo. El combate lo era todo para mí… Antes de conocer a ella…
–Ohhhhh… Ha de ser difícil vivir bajo tantos privilegios y responsabilidades. Pero igualmente me alegra que hayas encontrado algo que te motive a seguir adelante, señorita Hosenfeld.- En eso, Geraldo colocaba sus manos en su cadera y me sonreía alegremente.
–Jejeje… Gracias.- Le decía al muchacho, mientras sonreía un poco, aun evitando que se me vea todo el rostro, rascándome mi algo larga nariz con mi mano derecha.
-Vaya... por lo común usted suele ser algo seria y poco expresiva, señorita Victoria. En verdad me sorprende verla sonreír. - Geraldo me recalcaba eso, mientras sonreía de manera más amplia, enseñando la dentadura.
– ¡Ni te acostumbres a eso, Geraldo!- Le decía esto al muchacho, mientras bajaba más mi capucha, con mi mano derecha, tapando más mi rostro. Sonreír no es algo que solía hacer con mucha frecuencia. No tenía por qué demostrar mis sentimientos hacia otras personas, si no era necesario. Si algo me molestaba, era que la gente se me quedara viendo; lo sentía como un centenar de agujas clavándose en mi cuerpo.
– ¡Anímese, Señorita Hosenfeld! Si usted es hermosa. Sonreír le hace ver aún más hermosa.- Antes de que Geraldo pudiera continuar con sus halagos, yo me enojaba y di la media vuelta, mirándole enfadada.
– ¡BASTA YA!- En eso, el joven acompañante retrocedía un poco, mirándome un poco aterrado. Al parecer le intimidó mi reacción. –No quiero que me trates como una dama delicada. ¡No quiero que nadie en este mundo me trate como una persona que solo sobresale por su belleza! ¡No quiero sus miradas tiernas, de sus halagos ni de sus caricias! Ser una guerrera es el camino el cual yo escogí. El combate lo es TODO para mí. ¡Quiero vivir para luchar! Y si tú o el resto del mundo no puede entender eso, ¡por mi pueden irse al infierno!-
Al haber terminado de decir esto, di la media vuelta y me fui yo sola a mi casa, dejando al otro muchacho sin palabras. En ese tiempo, me molestaba que me tratasen bien, por el simple hecho de ser bonita; lo consideraba algo deshonroso, tomando en cuenta el camino que había decidido recorrer. Pero esa perspectiva iba a cambiar, cuando terminaría conociendo a ella…
7:00 P.M.
Un rato después, finalmente llegué a mi casa, la cual estaba en la cima de una pequeña colina; a pesar de ser algo pequeña, ésta expulsaba un aire de misticismo al verla. Las estatuas de ángeles y diosas, así como los vitrales en las ventanas le daban un aspecto sagrado, que se veía intimidante de noche. Sin más preámbulos, entré a la casa, dando al vestíbulo, el cual estaba decorado con más estatuas y muebles de ébano. Mi familia es parte de la nobleza del reino de Kartina; un reino localizado en el norte del continente de Celes, el cual estaba localizado en el hemisferio norte del planeta. El clima del reino era comúnmente frio; solía nevar muy a menudo, pero de vez en cuando podíamos disfrutar de un día fresco, inclusive caluroso, durante los veranos. La economía del reino era estable, inclusive con las altas y las bajas que se daban, a consecuencia de las relaciones políticas con los otros reinos, naciones y tribus.
En el caso de mi familia, somos devotos a distintas deidades femeninas que han existido en este mundo. Poco se sabe de los orígenes exactos de mis ancestros, pero se dice que fueron bendecidos por las diosas.
– ¡Ya llegue, mamá!- Le gritaba a mi madre, mientras subía al tercer piso, para dirigirme a mi cuarto, el cual quedaba en el ala este de la mansión. Al haber llegado a éste, abrí la puerta y entre a mi cuarto, para quitarme la ropa; más precisamente, la capucha. El interior de mi cuarto era la definición de “minimalista”; lo único que había en mi cuarto era una cama personal, un ropero y un espejo. Nada de adornos ni artículos de belleza o cosas así. Ya quitándome el yelmo, lo colocaba junto al ropero e iba a acostarme en la cama, mirando hacia el techo.
– ¡Victoria, la familia fue invitada a una fiesta en la capital, la próxima semana! ¿Vas a venir?- mi mamá me preguntaba esto, desde lo lejos. Yo me llevaba la mano derecha a la frente, con un rostro lleno de melancolía.
– ¿Ya qué? Parece que no tengo otra opción…- Le decía a mi madre, tapando mi cara con una de las almohadas de la cama, suspirando tristemente. No quería ir a la fiesta; se bien que las fiestas de la alta sociedad son aburridas a mas no poder. Pero el simple hecho de ser condesa, ya me comprometía a asistir. Gracias a Dios que pronto me arrepentiría de ese comentario, ya que en esa fiesta, conocería a ella…
13 de Enero de 1750. 7:30 P.M.
Ya era el día de la fiesta. Yo me había arreglado con un traje militar de gala, color rojo sangre y una camisa blanca, de corbata rosa, unos pantalones rojo sangre y unas botas café oscuro, con unos guantes blancos. Mi madre, una dama en sus 50 años, cabello castaño claro largo, rizado, de ojos violeta. Una complexión y rostro más robusto, de pechos medianos, cadera más ancha y piernas largas y torneadas, de unos 1.69 metros de alto. Ella estaba vistiendo un vestido de gala color azul oscuro, con encajes dorados, zapatillas y guantes azules. Mientras tanto, mi padre, un señor cerca de sus 60 años, cabello corto, ya cubierto de canas, de cejas grandes, rostro gordo, complexión robusta, pero más musculosa, de unos 1.85 metros de alto. Él vestía en un traje de gala blanco, con camisa negra, corbata blanca, pantalones blancos, guantes y zapatos negros.
–Jejejeje. Te ves divina con esa vestimenta militar, Victoria. No pensaba que la ropa de tu papá te quedara muy bien.- Mi mamá me decía esto, jalándome las mejillas con sus manos, sonriendo tiernamente. Pero ese gesto de cariño me molestaba.
–No soy una niña, mamá. Deja de jalarme las mejillas.- Le decía a mi madre, mientras retrocedía un poco y me quitaba sus manos de mi rostro, de manera un poco agresiva.
–Bueno, mis bellas damas, es hora de irnos a la fiesta. El carruaje está esperando por nosotros.- Mi padre nos decía esto, señalando con su pulgar derecho la salida de la casa, sonriéndonos alegremente. Mi madre se iba adelantando a la salida, pero yo me quedaba parada en el vestíbulo, con la cabeza baja, cruzándome de brazos. No tenía el más mínimo deseo de ir a esa fiesta, pero ya me había comprometido a ir, así que no era el momento para quejarme. Sin nada que decir, caminé hasta la salida de la mansión, para entrar al carruaje. Ya habiendo subido al carruaje, el conductor le da la señal a los sementales blancos, para empezar la larga cabalgada, hasta el castillo del emperador de Kartina, donde se celebraría la fiesta.
– ¿Te sientes bien, hija? Te he visto desconectada del mundo, últimamente.- Mientras yo estaba recargada en la ventana de ese carruaje de ébano, con refuerzos de oro y ruedas de mármol, mirando cómo es que la noche caía lentamente sobre nosotros, mi mamá apoyaba su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, mirándome preocupada.
– ¿Yo? No, nada. Me siento bien, mamá. Gracias.- Le decía a mi madre, tratando de sonreírle, para contentarla.
–No nos mientras, jovencita. Algo te ha estado pasando desde que empezaste a ir a esgrima, hace años. Empezaste a aislarte del resto de la familia, dejaste tus tutorías y te dedicaste exclusivamente a la esgrima. ¿Se podría decir por qué?- Mi padre decía esto, apuntándome con el índice derecho, entrecerrando los ojos, mirándome sospechosamente. Yo bajaba la cabeza, frunciendo el ceño en señal de enojo, apretando los puños.
–Sabía que tarde o temprano tendría que hablar de esto…-
-¿Ehhhhh?- Mis papás bajaban la mirada, hacia donde yo estaba, observándome escépticamente.
–Estoy cansada de todo… estoy cansada de las clases de modales refinados, de la ropa fina, de las fiestas de la alta sociedad; estoy harta de la vida de la nobleza. ¡Quiero ser una guerrera! ¡QUIERO VIVIR PARA LUCHAR!- En eso, levantaba la cabeza y les miraba enfadada a ambos, con mis ojos azul celeste, pero en eso mi papá me daba una bofetada en la mejilla derecha.
– ¡Controla tu comportamiento, niña! Te mandamos a esgrima, porque tu mamá y yo pensamos que eso te iba a enseñar algo de disciplina. Pero al parecer esas clases solo te han vuelto más retraída y distanciada del resto de la familia. Dime, ¿al menos ya tienes clara tu razón para pelear? - Mi padre me reclamaba, mirándome con la ceja derecha levantada, frunciendo el ceño algo enojado, cruzándose de brazos, al mismo tiempo que mi mamá trataba de apaciguarlo, tomándole del brazo izquierdo, jalándolo hacia ella y yo le observaba directamente a los ojos, temblando del miedo, sujetando mi mejilla derecha.
–N-no… Si te soy sincera, aun no sé por qué razón quiero dedicarme al combate, papá… Solo quería dedicarme a ello, porque me hace sentir bien.- Le decía a mi padre, agachando la mirada, algo entristecida por esa realización.
–Muy bien… de ser así, te daré unas lecciones de historia, para que aprendas un poco.- En eso, mi mamá y yo recobrábamos la compostura y nos dedicamos a escuchar las palabras de mi papá, el cual se acomodaba la solapa con su diestra mano. –Los samuráis son una clase guerrera del país de Sensha; país el cual está ubicado en el continente de Erhtía, la cual se dedica a proteger a su respectivo señor feudal, de cualquier daño que pueda pasarle. Su dedicación a su trabajo, así como su lealtad a su señor feudal y a su código ético, llamado Bushido, los vuelve excepcionalmente formidables y superiores al resto de las clases guerreras de ese país. Y si por alguna razón fracasaban en cumplir su misión o terminaban dando la espalda al Bushido, recurrían a un ritual suicida llamado seppuku, con el cual recobraban su honor.-
-Entonces… los samuráis son equivalente a los paladines, ¿verdad?- Cuando mi padre terminó de decirme eso, pedí la palabra para aclarar mis dudas, levantando la mano derecha, ladeando mi cabeza hacia la derecha.
–Algo así. Pero a lo que voy es a esto, niña… Si vas a dedicar tu vida al combate, como MINIMO debes de tener un código de honor al cual adecuarte y una razón por la cual luchar. ¡No puedes andar por la vida, peleando por ninguna razón! Esta actitud va a terminar destruyéndote tarde o temprano. Si vas a abandonar la nobleza, para dedicarte a la esgrima, por mí está bien. Pero lo que no está bien es que arruines tu vida yendo en círculos, lastimando a otra gente, solo porque eso te hace sentir mejor.- Las palabras de mi padre me habían dejado atónita; en ese entonces, jamás había pensado en ello. Jamás me había puesto a pensar porque razón quería pelear. Solo entrenaba porque eso me hacía sentir bien.
–Bue-bueno… la verdad es que jamás había pensado eso. Además de que no sé porque quiero luchar…- Le decía a mi padre, mientras bajaba la cabeza avergonzada y colocaba mis manos en mi regazo.
–Ahí está el problema, niña. Pero no te preocupes. Si en verdad tanto deseas volverte un espadachín, tarde o temprano vas a encontrar tu razón para luchar.- En eso, mi papá me acariciaba la cabeza con su diestra, riéndose a carcajadas. Mi mamá le acompañaba con una risa delicada y yo le sonreía. Era la primera vez que me sentía feliz por el hecho de platicar con ellos. Pero aún me faltaba algo; esa razón por la cual quería pelear; y esa razón la iba a conocer esa misma noche…
9:00 p.m.
Después de un largo viaje, habíamos llegado finalmente a la capital del reino de Kartina: la ciudad de Pralvea. La ciudad era y aún es ENORME; aproximadamente de unos 500 kilómetros cuadrados. La arquitectura entera, desde las calles y avenidas de la ciudad, hasta los más altos edificios del reino, estaban hechos de roca duramente sólida, adornados con pilares, esculturas e inscripciones de distintos tipos. Un aspecto muy poco colorido; abundaba mucho el gris y el café. Como era de noche, todo estaba MUY desolado; sólo se veían a algunas prostitutas vagar por las calles, así como gente que solía trabajar en turnos nocturnos y otros que iban a bares u otros lugares así. Eso sí… había mucha iluminación, por donde quiera se miraba. Una persona podría quedarse ciega durante la noche, de tanta luz que emanaban las lámparas de aceite que colgaban de los postes de la calle y de las casas.
Nuestro carruaje continuaba avanzando por la avenida principal, hasta que finamente llegamos al castillo de la familia imperial. Si el tamaño de la ciudad era colosal, el castillo tampoco se quedaba atrás; el castillo, más que castillo, era una ciudad interna, de 100 kilómetros cuadrados. Había edificaciones que servían como cuartos de huéspedes, donde se hospedarían las personas que quisieran pasar la noche en el castillo o que también servían como albergue en caso de que pasase una catástrofe. Otros edificios servían como almacenes y tiendas, donde se podrían reabastecer los damnificados o los invitados. Y al oeste de la ciudad interna, se podía apreciar el monumental castillo imperial. No había una edificación que identificara al entero reino de Kartina, era el castillo de la familia imperial; solo la torre más alta medía 100 metros. La estructura principal del castillo tenía incrustaciones de piedras preciosas, las cuales resplandecían durante la noche, cuando la iluminación nocturna se alzaba. Aproximadamente unas 100 habitaciones en total, las cuales consistían, en su mayoría, en más habitaciones para huéspedes. Una pequeña laguna en el extenso jardín del castillo, cual cristalina como el hielo, pintado de un color más rojizo que el resto de la ciudad. Protegido por un millar de soldados, los cuales no se iban a mover de su lugar, sin importar lo que pasase, así como atalayas, en las cuales, se encontraban centinelas, los cuales custodiaban en castillo, como un halcón.
–Muy bien, chicas, hemos llegado.- Mi padre nos decía esto, a mi mamá y a mí, en lo que los tres observábamos el castillo y nos dirigíamos hacia la entrada, donde uno de los sirvientes nos diría donde estacionar nuestro carruaje.
–Por aquí, señor Homero.- El sirviente le decía a mi padre y al conductor del carruaje, indicando la dirección en la cual íbamos a estacionarnos. Logramos estacionarnos cerca de la entrada, al lado de otras dos carrozas; una blanca y otra negra. Me había llamado la atención la carroza negra. No era algo muy común ver una carroza de ese color. Ya habiendo bajado, los tres nos dirigimos a la entrada del castillo imperial. No tenía tiempo para contemplar algo tan trivial como una carroza de color distinto.
Ya habiendo entrado a las instalaciones principales, nosotros nos topábamos con el hermoso panorama de ese lugar y de esa noche. Una enorme sala principal, decorada con estatuas de ángeles hechas de mármol, candelabros de oro, vasijas y vitrales hechos del más fino vidrio que se pudiera encontrar en el reino. Y en el centro de todo eso, una fuente grande, con la figura de la diosa Afrodita y con zafiros incrustados en ésta. La sala estaba repleta de gente importante, la cual había sido invitada a la fiesta; desde otros miembros de la realeza y la nobleza, hasta figuras populares, como músicos, científicos, miembros de la guardia imperial, etcétera. Si les soy sincera, no me importaba nada de eso; de todos modos, la mayoría de la gente que estaba reunida, era tan superficial y hueca como una vasija de barro.
–Pffff… que desperdicio de tiempo…- Yo decidí alejarme de los demás invitados, evitando decirle esto a mi familia, dirigiéndome hacia las afueras del castillo.
Ya habiendo salido de las instalaciones, voy a recargarme a uno de los muros del castillo, deseando que el tiempo pasara un poco más rápido, para poder irme de ahí. Estaba a punto de cerrar los ojos y ponerme a meditar un poco, hasta que de pronto me topo con ella… la mujer de la cual me enamoraría de por vida. La mujer que me hechizó con solo una mirada; una mirada que me cautivaría toda mi vida…
Una bella dama de 19 años, 1.64 metros de alto, busto grande, una cintura algo carnosa, unas caderas muy anchas, piernas largas y muy bien cuidadas. Cabello negro azulado, largo, alaciado, de ojos verde esmeralda. Una nariz pequeña y respingada, unos labios carnosos y todos rojos, cual berenjena. Una mirada que demostraba un inmenso amor, calidez y compasión por el mundo; esa mirada que haría que hasta el más peligroso psicópata se volviera el filántropo más grande del mundo entero. Una mirada que terminaría esclavizándome por el resto de mi vida.
Ella estaba vistiendo un lujoso vestido de gala, color azul real, con encajes de zafiro y amatista, unos guanteletes azules, aretes y collar de zafiro. Esa misma noche, sentía que había presenciado a una diosa, en frente de mí. La belleza y delicadeza de esa chica me había cautivado por completo, a tal punto en que, sin darme cuenta, mis pies empezaron a caminar con dirección a ella. Ella había salido de esa extraña carroza negra y ahora se encontraba saludando a algunos de los invitados de la fiesta, devolviéndoles sonrisas amables a los quien saludaba, cuando de pronto, volteaba hacia donde yo estaba, viendo cómo es que me dirigía hacia ella.
–Buenas noches, señorita.- La muchacha me decía esto, mientras me sonreía tiernamente, como una sirena cantando en el agua de un rio. La voz de ella era tan melodiosa y delicada. Casi como si me estuvieran cantando una canción de cuna. Me sentía completamente hipnotizada hacia la encantadora duquesa, hasta que de pronto, ésta empieza a mirarme preocupada.
– ¿Se siente bien, señorita?- La chica me preguntaba, mientras ladeaba la cabeza hacia su izquierda, colocando sus manos en su regazo. Cuando ella me preguntó esto, inmediatamente salgo de su trance inducido por su belleza y la miraba avergonzada, con la cabeza hacia abajo, jugando con las yemas de mis dedos, con el rostro sonrojado. Me sentía tan poco digna ante su belleza; era como si una hormiga tratara de comparar su tamaño con el de un elefante.
–Ahhhh-a-ahhhh… ¡Sí! Si estoy bien, señorita. Muy buenas noches, para usted también.- Le decía a la señorita, colocando mis manos detrás de mi espalda, sonrojándome aún más. Me sentía tan caliente en ese momento que en verdad pensé que me iba a desmayar. – ¿C-como se llama?- Entonces, mis rodillas empezaban a tambalearse, al mismo tiempo en que mis brazos temblaban.
–Mi nombre es Katalina Montesco. Un placer conocerle, señorita.- En eso, la señorita Katalina me daba su nombre, entrelazando sus manos sobre su regazo, devolviendo una mirada cálida y alegre. Yo me quedaba impactada ante la identidad de la chica. ¡La duquesa y única hija de la familia Montesco: Katalina Montesco! La familia de ella era reconocida por ser una familia compuesta por famosos alquimistas, en el reino de Kartina. Se decía que su tatarabuelo, Patrick Montesco, fue el fundador de la universidad de alquimistas, ubicada al norte del reino.
– ¿¡Eres nieta del fundador de la escuela de alquimistas!?- Le decía a la joven duquesa, mientras mi mandíbula casi caía al suelo de la impresión, mirándole con los ojos bien abiertos, que casi podían salirse de mis cuencas.
–Así es. Él era mi abuelo…- Katalina me decía esto, tratando de proyectar una sonrisa, pero en eso bajaba la miraba y se entristecía, colocando sus manos en el regazo.
– ¿Qué pasa, señorita Montesco? - Le preguntaba a la chica, mientras ladeaba la cabeza hacia la izquierda y le observaba intranquila, inclinando mi cuerpo hacia adelante.
–No… no me gusta la alquimia. Es todo.- La duquesa ladeaba la cabeza hacia la derecha, evitando verme a los ojos, pero lograba ver una pequeña lagrima recorrer su bello rostro. Me destrozaba el corazón, ver a una diosa tan bella desmoronarse así. No sabía que decirle para animarla.
– ¿E-entonces que está estudiando, señorita Montesco? ¿O a qué se dedica? - Le decía a la joven duquesa, mientras colocando mis manos en mi espalda, colocando la punta de mi pie derecho en el suelo, haciendo un pequeño hoyo en el suelo, mirado al suelo un poco entristecida.
–Estoy yendo a la escuela de magia de Pralvea. En serio me atrae la idea de aprender a manipular el agua, aire, tierra y fuego.- La chica me decía esto, sonriéndome ampliamente, inclinando su cuerpo hacia adelante. – ¿Y usted que está estudiando, señorita… ahmmmm…? - En eso, Katalina preguntaba esto, colocando su dedo índice derecho en los labios de su boca y bajaba la cabeza, con un rostro sonrojado y escéptico.
–Hosenfeld. Mi nombre es Victoria Hosenfeld. Y yo ando entrenando en el arte marcial de la esgrima. Un placer, señorita.- Le decía a Katalina, sonriéndole elegantemente y hacia una reverencia, besando su mano derecha, como muestra de respeto.
–Hosenfeld….He escuchado hablar de tu familia, señorita. Sé que ellos son devotos a distintas deidades femeninas, existentes en el mundo. Además del hecho que fueron héroes de guerra, hace casi más de 500 años atrás.- La duquesa me decía esto, dirigiendo su mirada hacia el cielo nublado, con el dedo índice derecho aún en sus dulces labios carnosos. Se veía tan divina así; parecía una niña indefensa…
-Jejeje… La verdad es que si lo somos. Nuestros antepasados nos han tratado de meter eso en la cabeza, por alguna extraña razón. En mi caso, yo pensaba que las diosas no existían… hasta ahora…- Le decía a Katalina, subiendo la mirada y sonriéndole bobamente, con mis manos entrelazadas entre la espalda. Si hubiera podido ver mi expresión facial en ese momento, estoy segura que me hubiera muerto de vergüenza a los pocos minutos después. Pero simplemente no podía contener lo que sentía por la joven damisela. Ella era y AÚN es una diosa para mí.
– ¿Y por qué dice eso, señorita Hosenfeld?- La damisela me preguntaba esto, ladeando su cabeza hacia la izquierda, mirándome de manera algo interesada.
–Bueno… digamos que hoy conocí a la diosa más hermosa de todas. Es todo.- En eso, me llevaba las manos a la nuca y le sonreía a Katalina, mostrando la dentadura.
–Jejeje… Me alegra escuchar eso de su parte, señorita Hosenfeld. Me alegra que la esté pasando bien, por su parte.- La duquesa me decía esto, devolviéndome la sonrisa, pero la suya era más delicada, a comparación de la mía.
–Disculpe, señorita Montesco… ¿le gustaría pasar la velada conmigo, hablando en el jardín del castillo?- Le preguntaba a Katalina, estirando la mano derecha, pidiéndole la mano para llevarla al jardín, donde continuaríamos la conversación.
–Con mucho placer, señorita Hosenfeld.- En eso, la joven duquesa me daba su mano, en lo que ella me sonreía gentilmente. Su mano se sentía tan cálida y suave. También pude sentir las emociones que estaba transmitiendo en ese momento a través de mí. Podía sentir lo que ella estaba sintiendo en ese momento; esa emoción, ese sentimiento era cariño. Ante esa agradable sensación, yo también le sonreí gentilmente y la encaminaba hasta el jardín.
Ambas habíamos entrado al salón principal, donde estaban los demás invitados, ya que el acceso al jardín se encontraba al fondo de la izquierda del salón principal. Pero en eso, mi papá y mi mamá me veían pasar desde lo lejos, tomada de la mano de la duquesa.
–Oye, hija, ¿A dónde vas? ¿Y quién es la señorita con la que andas?- Mi madre me decía esto, haciéndome una seña con la mano derecha, sonriéndome. Quería ignorarla por completo, pero Katalina se detuvo de golpe, por lo que volteé a verla, tan nerviosa que el sudor de mi frente se hacía muy evidente.
– ¿Esa de allá es tu madre, señorita Hosenfeld?- La joven duquesa volteaba con dirección a donde estaban mis padres, mirándoles detenidamente, devolviéndoles el saludo.
–Si… son ellos…- Le decía a la chica, mientras cerraba los ojos y ponía una mueca algo molesta, agachando la mirada.
-¿Te gustaría ir a presentármelos, señorita Hosenfeld?- En eso, Katalina voltea a verme a mí y me observaba con una sonrisa delicada. En serio no quería ir a hablar con mis padres, pero no había manera de que pudiera resistirme a esa mirada de la bella duquesa; una mirada que expresaba inocencia y dulzura.
–E-está bien, señorita Montesco…- Le decía a la chica, sonriéndole gentilmente y así empezamos a caminar hacia donde estaban mis padres, más precisamente, al lado izquierdo de la fuente.
–Vaaaaya, Victoria~, ¿y quién es tu linda acompañante?- Mi padre me decía esto, acariciándome la cabeza con su mano derecha, sonriendo de manera burlona.
–Mi nombre es Katalina Montesco, de la familia Montesco. Es un placer conocerles.- La joven duquesa les decía esto a mis padres, haciendo una reverencia a los dos.
– ¡Con que usted es la joven Duquesa Montesco! Habíamos escuchado hablar de su familia, señorita Montesco.- Mi padre le decía esto a Katalina, inclinándose hacia adelante, sonriendo algo impresionado, por las palabras de mi acompañante. –Nosotros somos los marqueses Homero Hosenfeld y Adelaida Redmont Hosenfeld, padres de la pequeña cría aquí presente, la condesa Victoria Hosenfeld.- En eso, mi papá abrazaba a mi mamá de la cintura y a mí de los hombros, sonriendo orgullosamente, al igual que mi mamá. Yo solo suspiraba molesta, bajando la mirada.
–Jejeje… la señorita Hosenfeld no me había dicho que ella era condesa.- Katalina decía esto, cubriendo su boca con su mano izquierda y reía delicadamente.
–La verdad es que Victoria quiere abandonar la nobleza y volverse una paladina o algo así, señorita Montesco.- Mi mamá le decía esto a Katalina, mientras yo trataba de quitarme de encima a mi padre.
–Ma… quería acompañar a la señorita Montesco al jardín imperial. Ahora, si me disculpan, ella y yo nos iremos inmediatamente.- Le decía a mis padres, colocándome a la derecha de la duquesa y les sonreía a los tres, con el rostro algo rojo por lo nerviosa que me encontraba.
–Jejeje… Debiste haberle caído muy bien a mi hija, como para que ella desee estar a solas con usted, señorita Montesco.- Mi mamá decía esto de forma burlona, colocando sus manos en su regazo, mientras que yo me sonrojaba aún más.
– ¡Volvemos en un rato, mamá!- Terminado de decir esto a mis padres, tomaba la mano de la chica y salimos corriendo hacia el jardín, cortando la conversación en seco. Ya no podía soportar la vergüenza que me hacían sentir mis padres, en ese momento.
– ¡Espere, señorita Hosenfeld! ¿Al menos sabe por dónde queda el jardín?- La duquesa me cuestionaba esto, tratando de seguir mi ritmo a cómo podía; casi tropezándose por lo rápido que la estaba llevando y por el hecho que estaba usando tacones en esa ocasión.
–Por supuesto que sí, señorita Montesco. Si no es la primera vez que vengo al castillo. ¿Acaso usted no había venido aquí antes?- Le preguntaba a la joven Duquesa, abriendo la puerta que daba acceso al jardín.
–Bueno… la verdad…-Antes de que mi acompañante pudiera terminar la sentencia, ambas llegamos al jardín imperial, donde podríamos estar a solas. El jardín imperial era de al menos unos cuatro kilómetros cuadrados; dos de esos, ocupaba la laguna cristalina, que estaba en medio de éste. Abundaban mucho las rosas y los lirios de distintos colores, los cuales adornaban las pasarelas del jardín. A lo lejos, se podía ver una mesa y unas sillas, donde el emperador y su familia salían a comer.
–Esta es la primera vez que había venido aquí…- La joven duquesa se quedaba admirando la inmensidad de ese jardín, mientras que yo volteaba a verla con la ceja derecha levantada, ladeando mi cabeza hacia la izquierda. ¿En serio esta es la primera vez que ella había venido al castillo? Creía que alguien de su nivel, venía muy a menudo a lugares como éste.
– ¿No había estado en el castillo antes, señorita Montesco?- Le preguntaba a Katalina, sentándonos ambas en el césped del jardín, mirando cómo es que ya empezaba a nevar.
–La verdad es que no, señorita Hosenfeld. De hecho, esta es la primera fiesta de la alta sociedad a la que he ido,…- La chica bajaba la mirada, algo entristecía, acercándose a mí por la izquierda. –Me la he pasado casi toda mi vida estudiando magia, aprendiendo a manipular los cuatro elementos esenciales; tardé cinco años en aprender a usar magia tipo agua y unos siete a usar magia viento. Desgraciadamente, mis padres no parecen entender eso. Ellos aún me insisten que deje la magia y me dedique a la alquimia- Mientras me decía eso, Katalina recargaba su frente sobre sus piernas, achicandose. Al parecer, la bella duquesa y yo, estábamos pasando por el mismo predicamento; queremos tomar caminos distintos a los que nuestros antepasados habían tomado, pero nuestros padres no nos dejan. Bueno… mi padre si me dejara volverme una guerrera, pero aún debía encontrar ese “algo” por lo que debía pelear.
–Bueno… la verdad es que no somos muy diferentes, señorita Montesco… mire…- En eso, la bella damisela y yo empezamos a platicar sobre nuestras vivencias, nuestras propias anécdotas y nuestras aspiraciones. Ella me había dicho que deseaba volverse aprender a usar el éter; el quinto elemento divino, el cual solo podía aprenderse al haber aprendido a usar los otros cuatro elementos anteriores. Ella deseaba aprender a usar el éter, para aprender más de su funcionamiento y cómo es que éste está ligado con la magia y el mundo humano. Yo le había dicho acerca de que quería volverme una guerrera, pero necesitaba ese “algo” para pelear. Me era demasiado contrastante la diferencia de pensamientos y de direcciones que ella y yo teníamos; Katalina quería usar sus habilidades para entender más sobre este mundo. Yo aún no sabía porque quería pelear. Me sentía tan miserable e indigna al lado suyo. Pero quien iba a decir que nuestros caminos terminarían por entrelazarse, en unos años más…
14 de Enero de 1750. 12:00 A.M.
Katalina y yo nos habíamos pasado TODA la noche hablando en el jardín imperial. Al final de la noche, ambas nos encontrábamos riendo de nuestras conversaciones, nuestros chistes y nuestros puntos de vista, no sin antes haber pasado por un poco de agrias lágrimas de tristeza.
–Jajajajaja… Me cae muy bien, señorita Hosenfeld. Usted y yo podremos ser muy buenas amigas.- La bella damisela me decía esto, sosteniendo mi mano derecha con sus dos finas manos. El hecho de que haya usado la palabra “amigos” para referirse a nuestra nueva relación, laceraba mi corazón lentamente, como filosas cuchillas. Es como si estuviera rasguñando mi pecho con sus propias uñas.
-Sí... amigas.- Le decía a Katalina, tratando de sonreírle de vuelta, pero el dolor que estaba sintiendo no me lo permitía del todo. Quería decirle cuando la adoraba, como una diosa; pero el dolor y el miedo no me lo permitía.
– ¡Oye, Victoria, ya nos vamos, hija! Despídete de la señorita Montesco rápido.- Mi papá me gritaba desde la puerta de acceso del jardín, por lo que las dos volteamos a ver con esa dirección.
–Bueno… al parecer este es el fin de la conversación y de la velada, señorita Montesco…- Le decía a Katalina, agachando la mirada, un poco entristecida.
–No se preocupe, señorita Hosenfeld. Podremos continuar nuestra conversación en otra ocasión.- La joven duquesa me decía esto, sonriéndome tiernamente, ayudándome a levantarme. En eso, yo le devolvía la sonrisa. –Puede venir siempre que usted lo desee a mi casa, a las afueras de la ciudad de Pralvea.-
-Jejeje… Está bien, señorita Montesco.- Le decía a ella, soltando su mano y luego hacia una reverencia, como muestra de mi respeto. -Nos veremos otra vez, señorita Montesco.- En eso, salía caminando con dirección al interior del castillo, para ir al estacionamiento.
– ¡Recuerde estas palabras, señorita Hosenfeld! Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar.- Terminada de decir esta frase, la duquesa se despide con una cálida sonrisa en el rostro, mientras me despedía de ella. Un rato después, mis padres y yo subimos a nuestra carroza y salimos de ese lugar.
–Dime, hija mía… ¿te divertiste esta noche?- Mi padre me decía esto, mientras se recargaba en sus piernas y me observaba detenidamente.
–Como nunca en mi vida, papá. Jamás olvidaré esta noche.- Le decía a mi padre, observando el panorama nocturno de esa noche nevada.
–Me alegra que hayas conocido a alguien quien te cayera bien, Victoria.- Mi madre me decía esto, sonriendo gentilmente, acariciándome la cabeza con su mano derecha.
–Y mi corazón reboza de felicidad por la idea de poder volver a verla otra vez, puesto que la fuerza de nuestra alma nos llevará al mismo lugar.- Le decía a mi madre, sonriendo emocionadamente, esperando con ahínco poder visitar a Katalina… la persona a la cual le entregaría mi vida. Aquella persona cuyo camino la llevaría al mismo lugar que al que yo voy.
Espero su respuesta, muchachos. :p
Aquí está la primera parte del manuscrito:
La Legenda de las Reinas de Cristal
Ciclo 1, Parte 1: Victoria Hosenfeld. La Primera Cazadora
Escrito por Jaden Diamondknight
La fiesta
“Hasta el día en que muera… hasta el día en que muera…” Esas eran las únicas palabras que salían de mi boca y que circundaban mi cabeza, posándome en la cima de una montaña de cadáveres de demonios, empuñando mi estoque, mirando hacia el horizonte, con un semblante frio y serio. Mi ropa estaba empapada de sangre, mi nariz estaba repugnada del olor a muerto y sangre; casi podría saborear la carne de los cadáveres que se encontraban bajo de mí… pero aun así, eso no me inmutaba en lo más mínimo. Mis ojos miraban más allá del horizonte, mirando hacia el futuro, viendo las cosas que iban a pasar en él; mirando las generaciones futuras de mi familia, que iban a seguir mis pasos. Miraba a mis hijos, mis nietos y bisnietos volverse cazadores de demonios, ya sea para fines altruistas o egoístas; generaciones futuras que iban a derramar su sangre y entregar su vida por sus principios. Ese semblante me hacía feliz por dentro… más aun así, me seguía diciendo a mí misma la promesa que le hice a mi ser más amado, aquel día en el cual decidí entregar mi vida por un futuro mejor.
6 de Enero de 1750 D.C. 9:30 A.M.
Me encontraba practicando esgrima con mis demás compañeros de clase, hasta que de pronto, durante el entrenamiento, termino derribando a unos de mis compañeros de clase, con el que tenía un combate de práctica.
-¡Aghhhhhh!- En eso, mi compañero que entrenaba conmigo caía al suelo duramente, estando boca arriba, retorciéndose un poco del dolor.
-¡Es suficiente!- Mi maestro de esgrima, un anciano robusto de cabello blanco corto y ojos azules, se acercaba a donde estábamos ambos y detenía el combate. –La ganadora es la condesa Victoria.- Siendo declarada la ganadora, lo único que hice fue hacer una reverencia y volvía a mi lugar, en una esquina del cuarto, alejada del resto de mis compañeros, los cuales me ovacionaban. Pese a las muestras de halago de mis compañeros, yo no me inmutaba en lo absoluto; permanecía seria y distante con ellos, mientras veía a la ventana, observando cuan lento pasaba el tiempo, jugando con el mechón derecho de mí cabello rubio claro.
Jamás he sido la más alta de mi grupo; siempre viéndome a unos centímetros por debajo de mis compañeros y mis familiares. Pero eso no significaba nada para mí; solo eran susurros al viento… o al menos era lo que quería pensar…
5:00 P.M.
Un rato después del entrenamiento, los demás chicos y yo salimos con dirección a nuestras casas. Yo no tenía intención alguna de hablar con alguien en el camino, pero uno de mis compañeros míos decidió seguirme hasta mi casa. No quería ser grosera con el pobre muchacho, por lo que dejé que me siguiera.
-¡Increíble combate el de hoy, señorita Hosenfeld! En verdad eres la mejor esgrimista de todo Kartina.- Uno de mis compañeros de clase, de complexión delgada, cabello castaño rojizo y ojos cafés, de lentes, me decía esto, cargando su estoque con una de sus manos, saltando un poco, sonriendo amablemente.
–Gracias, Geraldo. Pero estoy segura que cualquier esgrimista profesional me ganaría en el primer set. No sé tú- Le decía al muchacho, limpiando el sudor de mi rostro, con una toalla que sostenía con mi mano derecha, frotando mi frente, mirándolo por encima del hombro. Me era lindo que él me diera esos halagos, más no me gustaba que me dieran crédito por logros que no ameritaba, especialmente los cuales eran meras exageraciones.
-¡Hablo en serio, señorita Hosenfeld! Usted es la mejor esgrimista de esta región de Kartina. La elegancia con la que se mueve, la precisión de sus ataques, la rapidez de sus bloqueos y sus evasiones; todo eso es casi insuperable para cualquiera de nuestra escuela. Dígame…- En eso, Geraldo se colocaba en frente de mí, viéndome son una sonrisa en su rostro. En mi caso, yo tenía el rostro cubierto con una capucha, para que no se me notase el rostro; eso es algo que solía hacer muy a menudo. -¿Qué es lo que la vuelve tan buena en esto? ¿Qué es lo que la impulsa a entrenar tanto y a pelear con tanta fiereza, más que la de cualquiera de este pueblo, señorita Hosenfeld?-
Al terminar de decirme esto, yo me paraba en seco y bajaba la cabeza, para de pronto subir la mirada, cruzando los brazos.
-¿En verdad quieres saberlo, Geraldo?- Le preguntaba a mi compañero, mientras volteaba a verlo de reojo.
–Uhmmmm… bueno… la verdad es que si.- Geraldo me respondía mi pregunta, rascándose la nuca con su mano derecha, sonriéndome un poco nervioso, con una gota de sudor en el lado izquierdo de la frente. En mi caso, lo único que hice fue suspirar, agachando la mirada.
–Estoy harta de la vida noble, Geraldo. Durante toda mi vida, he tenido que ser educada conforme mi clase social; aprender a hablar correctamente, comer platillos sofisticados de manera refinada, tener una postura elegante y firme, vestir con ropas finas y delicadas, optar por la diplomacia por encima de la violencia, etcétera. Me siento tan vacía por dentro; como si no tuviera alma alguna.
Cuando escuche que mi padre quería que practicara esgrima, no sabía a lo que me atenía; siempre pensé que los combates y las artes marciales son de salvajes. Pero después de unos días de entrenamiento con ustedes, mi manera de pensar cambió demasiado. El código ético que siguen los guerreros, ya sean esgrimistas u otra clase, así como la sensación de luchar cambiaron la perspectiva que tenía sobre ello. Por primera vez en mi vida, me había sentido realmente viva. Finalmente había encontrado una razón para vivir… Por esa razón decidí continuar entrenando, con todo el ahínco que mi propio cuerpo pueda entregar.- Le decía esto a Geraldo, empuñando mi mano derecha y la miraba hacia abajo. El combate lo era todo para mí… Antes de conocer a ella…
–Ohhhhh… Ha de ser difícil vivir bajo tantos privilegios y responsabilidades. Pero igualmente me alegra que hayas encontrado algo que te motive a seguir adelante, señorita Hosenfeld.- En eso, Geraldo colocaba sus manos en su cadera y me sonreía alegremente.
–Jejeje… Gracias.- Le decía al muchacho, mientras sonreía un poco, aun evitando que se me vea todo el rostro, rascándome mi algo larga nariz con mi mano derecha.
-Vaya... por lo común usted suele ser algo seria y poco expresiva, señorita Victoria. En verdad me sorprende verla sonreír. - Geraldo me recalcaba eso, mientras sonreía de manera más amplia, enseñando la dentadura.
– ¡Ni te acostumbres a eso, Geraldo!- Le decía esto al muchacho, mientras bajaba más mi capucha, con mi mano derecha, tapando más mi rostro. Sonreír no es algo que solía hacer con mucha frecuencia. No tenía por qué demostrar mis sentimientos hacia otras personas, si no era necesario. Si algo me molestaba, era que la gente se me quedara viendo; lo sentía como un centenar de agujas clavándose en mi cuerpo.
– ¡Anímese, Señorita Hosenfeld! Si usted es hermosa. Sonreír le hace ver aún más hermosa.- Antes de que Geraldo pudiera continuar con sus halagos, yo me enojaba y di la media vuelta, mirándole enfadada.
– ¡BASTA YA!- En eso, el joven acompañante retrocedía un poco, mirándome un poco aterrado. Al parecer le intimidó mi reacción. –No quiero que me trates como una dama delicada. ¡No quiero que nadie en este mundo me trate como una persona que solo sobresale por su belleza! ¡No quiero sus miradas tiernas, de sus halagos ni de sus caricias! Ser una guerrera es el camino el cual yo escogí. El combate lo es TODO para mí. ¡Quiero vivir para luchar! Y si tú o el resto del mundo no puede entender eso, ¡por mi pueden irse al infierno!-
Al haber terminado de decir esto, di la media vuelta y me fui yo sola a mi casa, dejando al otro muchacho sin palabras. En ese tiempo, me molestaba que me tratasen bien, por el simple hecho de ser bonita; lo consideraba algo deshonroso, tomando en cuenta el camino que había decidido recorrer. Pero esa perspectiva iba a cambiar, cuando terminaría conociendo a ella…
7:00 P.M.
Un rato después, finalmente llegué a mi casa, la cual estaba en la cima de una pequeña colina; a pesar de ser algo pequeña, ésta expulsaba un aire de misticismo al verla. Las estatuas de ángeles y diosas, así como los vitrales en las ventanas le daban un aspecto sagrado, que se veía intimidante de noche. Sin más preámbulos, entré a la casa, dando al vestíbulo, el cual estaba decorado con más estatuas y muebles de ébano. Mi familia es parte de la nobleza del reino de Kartina; un reino localizado en el norte del continente de Celes, el cual estaba localizado en el hemisferio norte del planeta. El clima del reino era comúnmente frio; solía nevar muy a menudo, pero de vez en cuando podíamos disfrutar de un día fresco, inclusive caluroso, durante los veranos. La economía del reino era estable, inclusive con las altas y las bajas que se daban, a consecuencia de las relaciones políticas con los otros reinos, naciones y tribus.
En el caso de mi familia, somos devotos a distintas deidades femeninas que han existido en este mundo. Poco se sabe de los orígenes exactos de mis ancestros, pero se dice que fueron bendecidos por las diosas.
– ¡Ya llegue, mamá!- Le gritaba a mi madre, mientras subía al tercer piso, para dirigirme a mi cuarto, el cual quedaba en el ala este de la mansión. Al haber llegado a éste, abrí la puerta y entre a mi cuarto, para quitarme la ropa; más precisamente, la capucha. El interior de mi cuarto era la definición de “minimalista”; lo único que había en mi cuarto era una cama personal, un ropero y un espejo. Nada de adornos ni artículos de belleza o cosas así. Ya quitándome el yelmo, lo colocaba junto al ropero e iba a acostarme en la cama, mirando hacia el techo.
– ¡Victoria, la familia fue invitada a una fiesta en la capital, la próxima semana! ¿Vas a venir?- mi mamá me preguntaba esto, desde lo lejos. Yo me llevaba la mano derecha a la frente, con un rostro lleno de melancolía.
– ¿Ya qué? Parece que no tengo otra opción…- Le decía a mi madre, tapando mi cara con una de las almohadas de la cama, suspirando tristemente. No quería ir a la fiesta; se bien que las fiestas de la alta sociedad son aburridas a mas no poder. Pero el simple hecho de ser condesa, ya me comprometía a asistir. Gracias a Dios que pronto me arrepentiría de ese comentario, ya que en esa fiesta, conocería a ella…
13 de Enero de 1750. 7:30 P.M.
Ya era el día de la fiesta. Yo me había arreglado con un traje militar de gala, color rojo sangre y una camisa blanca, de corbata rosa, unos pantalones rojo sangre y unas botas café oscuro, con unos guantes blancos. Mi madre, una dama en sus 50 años, cabello castaño claro largo, rizado, de ojos violeta. Una complexión y rostro más robusto, de pechos medianos, cadera más ancha y piernas largas y torneadas, de unos 1.69 metros de alto. Ella estaba vistiendo un vestido de gala color azul oscuro, con encajes dorados, zapatillas y guantes azules. Mientras tanto, mi padre, un señor cerca de sus 60 años, cabello corto, ya cubierto de canas, de cejas grandes, rostro gordo, complexión robusta, pero más musculosa, de unos 1.85 metros de alto. Él vestía en un traje de gala blanco, con camisa negra, corbata blanca, pantalones blancos, guantes y zapatos negros.
–Jejejeje. Te ves divina con esa vestimenta militar, Victoria. No pensaba que la ropa de tu papá te quedara muy bien.- Mi mamá me decía esto, jalándome las mejillas con sus manos, sonriendo tiernamente. Pero ese gesto de cariño me molestaba.
–No soy una niña, mamá. Deja de jalarme las mejillas.- Le decía a mi madre, mientras retrocedía un poco y me quitaba sus manos de mi rostro, de manera un poco agresiva.
–Bueno, mis bellas damas, es hora de irnos a la fiesta. El carruaje está esperando por nosotros.- Mi padre nos decía esto, señalando con su pulgar derecho la salida de la casa, sonriéndonos alegremente. Mi madre se iba adelantando a la salida, pero yo me quedaba parada en el vestíbulo, con la cabeza baja, cruzándome de brazos. No tenía el más mínimo deseo de ir a esa fiesta, pero ya me había comprometido a ir, así que no era el momento para quejarme. Sin nada que decir, caminé hasta la salida de la mansión, para entrar al carruaje. Ya habiendo subido al carruaje, el conductor le da la señal a los sementales blancos, para empezar la larga cabalgada, hasta el castillo del emperador de Kartina, donde se celebraría la fiesta.
– ¿Te sientes bien, hija? Te he visto desconectada del mundo, últimamente.- Mientras yo estaba recargada en la ventana de ese carruaje de ébano, con refuerzos de oro y ruedas de mármol, mirando cómo es que la noche caía lentamente sobre nosotros, mi mamá apoyaba su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, mirándome preocupada.
– ¿Yo? No, nada. Me siento bien, mamá. Gracias.- Le decía a mi madre, tratando de sonreírle, para contentarla.
–No nos mientras, jovencita. Algo te ha estado pasando desde que empezaste a ir a esgrima, hace años. Empezaste a aislarte del resto de la familia, dejaste tus tutorías y te dedicaste exclusivamente a la esgrima. ¿Se podría decir por qué?- Mi padre decía esto, apuntándome con el índice derecho, entrecerrando los ojos, mirándome sospechosamente. Yo bajaba la cabeza, frunciendo el ceño en señal de enojo, apretando los puños.
–Sabía que tarde o temprano tendría que hablar de esto…-
-¿Ehhhhh?- Mis papás bajaban la mirada, hacia donde yo estaba, observándome escépticamente.
–Estoy cansada de todo… estoy cansada de las clases de modales refinados, de la ropa fina, de las fiestas de la alta sociedad; estoy harta de la vida de la nobleza. ¡Quiero ser una guerrera! ¡QUIERO VIVIR PARA LUCHAR!- En eso, levantaba la cabeza y les miraba enfadada a ambos, con mis ojos azul celeste, pero en eso mi papá me daba una bofetada en la mejilla derecha.
– ¡Controla tu comportamiento, niña! Te mandamos a esgrima, porque tu mamá y yo pensamos que eso te iba a enseñar algo de disciplina. Pero al parecer esas clases solo te han vuelto más retraída y distanciada del resto de la familia. Dime, ¿al menos ya tienes clara tu razón para pelear? - Mi padre me reclamaba, mirándome con la ceja derecha levantada, frunciendo el ceño algo enojado, cruzándose de brazos, al mismo tiempo que mi mamá trataba de apaciguarlo, tomándole del brazo izquierdo, jalándolo hacia ella y yo le observaba directamente a los ojos, temblando del miedo, sujetando mi mejilla derecha.
–N-no… Si te soy sincera, aun no sé por qué razón quiero dedicarme al combate, papá… Solo quería dedicarme a ello, porque me hace sentir bien.- Le decía a mi padre, agachando la mirada, algo entristecida por esa realización.
–Muy bien… de ser así, te daré unas lecciones de historia, para que aprendas un poco.- En eso, mi mamá y yo recobrábamos la compostura y nos dedicamos a escuchar las palabras de mi papá, el cual se acomodaba la solapa con su diestra mano. –Los samuráis son una clase guerrera del país de Sensha; país el cual está ubicado en el continente de Erhtía, la cual se dedica a proteger a su respectivo señor feudal, de cualquier daño que pueda pasarle. Su dedicación a su trabajo, así como su lealtad a su señor feudal y a su código ético, llamado Bushido, los vuelve excepcionalmente formidables y superiores al resto de las clases guerreras de ese país. Y si por alguna razón fracasaban en cumplir su misión o terminaban dando la espalda al Bushido, recurrían a un ritual suicida llamado seppuku, con el cual recobraban su honor.-
-Entonces… los samuráis son equivalente a los paladines, ¿verdad?- Cuando mi padre terminó de decirme eso, pedí la palabra para aclarar mis dudas, levantando la mano derecha, ladeando mi cabeza hacia la derecha.
–Algo así. Pero a lo que voy es a esto, niña… Si vas a dedicar tu vida al combate, como MINIMO debes de tener un código de honor al cual adecuarte y una razón por la cual luchar. ¡No puedes andar por la vida, peleando por ninguna razón! Esta actitud va a terminar destruyéndote tarde o temprano. Si vas a abandonar la nobleza, para dedicarte a la esgrima, por mí está bien. Pero lo que no está bien es que arruines tu vida yendo en círculos, lastimando a otra gente, solo porque eso te hace sentir mejor.- Las palabras de mi padre me habían dejado atónita; en ese entonces, jamás había pensado en ello. Jamás me había puesto a pensar porque razón quería pelear. Solo entrenaba porque eso me hacía sentir bien.
–Bue-bueno… la verdad es que jamás había pensado eso. Además de que no sé porque quiero luchar…- Le decía a mi padre, mientras bajaba la cabeza avergonzada y colocaba mis manos en mi regazo.
–Ahí está el problema, niña. Pero no te preocupes. Si en verdad tanto deseas volverte un espadachín, tarde o temprano vas a encontrar tu razón para luchar.- En eso, mi papá me acariciaba la cabeza con su diestra, riéndose a carcajadas. Mi mamá le acompañaba con una risa delicada y yo le sonreía. Era la primera vez que me sentía feliz por el hecho de platicar con ellos. Pero aún me faltaba algo; esa razón por la cual quería pelear; y esa razón la iba a conocer esa misma noche…
9:00 p.m.
Después de un largo viaje, habíamos llegado finalmente a la capital del reino de Kartina: la ciudad de Pralvea. La ciudad era y aún es ENORME; aproximadamente de unos 500 kilómetros cuadrados. La arquitectura entera, desde las calles y avenidas de la ciudad, hasta los más altos edificios del reino, estaban hechos de roca duramente sólida, adornados con pilares, esculturas e inscripciones de distintos tipos. Un aspecto muy poco colorido; abundaba mucho el gris y el café. Como era de noche, todo estaba MUY desolado; sólo se veían a algunas prostitutas vagar por las calles, así como gente que solía trabajar en turnos nocturnos y otros que iban a bares u otros lugares así. Eso sí… había mucha iluminación, por donde quiera se miraba. Una persona podría quedarse ciega durante la noche, de tanta luz que emanaban las lámparas de aceite que colgaban de los postes de la calle y de las casas.
Nuestro carruaje continuaba avanzando por la avenida principal, hasta que finamente llegamos al castillo de la familia imperial. Si el tamaño de la ciudad era colosal, el castillo tampoco se quedaba atrás; el castillo, más que castillo, era una ciudad interna, de 100 kilómetros cuadrados. Había edificaciones que servían como cuartos de huéspedes, donde se hospedarían las personas que quisieran pasar la noche en el castillo o que también servían como albergue en caso de que pasase una catástrofe. Otros edificios servían como almacenes y tiendas, donde se podrían reabastecer los damnificados o los invitados. Y al oeste de la ciudad interna, se podía apreciar el monumental castillo imperial. No había una edificación que identificara al entero reino de Kartina, era el castillo de la familia imperial; solo la torre más alta medía 100 metros. La estructura principal del castillo tenía incrustaciones de piedras preciosas, las cuales resplandecían durante la noche, cuando la iluminación nocturna se alzaba. Aproximadamente unas 100 habitaciones en total, las cuales consistían, en su mayoría, en más habitaciones para huéspedes. Una pequeña laguna en el extenso jardín del castillo, cual cristalina como el hielo, pintado de un color más rojizo que el resto de la ciudad. Protegido por un millar de soldados, los cuales no se iban a mover de su lugar, sin importar lo que pasase, así como atalayas, en las cuales, se encontraban centinelas, los cuales custodiaban en castillo, como un halcón.
–Muy bien, chicas, hemos llegado.- Mi padre nos decía esto, a mi mamá y a mí, en lo que los tres observábamos el castillo y nos dirigíamos hacia la entrada, donde uno de los sirvientes nos diría donde estacionar nuestro carruaje.
–Por aquí, señor Homero.- El sirviente le decía a mi padre y al conductor del carruaje, indicando la dirección en la cual íbamos a estacionarnos. Logramos estacionarnos cerca de la entrada, al lado de otras dos carrozas; una blanca y otra negra. Me había llamado la atención la carroza negra. No era algo muy común ver una carroza de ese color. Ya habiendo bajado, los tres nos dirigimos a la entrada del castillo imperial. No tenía tiempo para contemplar algo tan trivial como una carroza de color distinto.
Ya habiendo entrado a las instalaciones principales, nosotros nos topábamos con el hermoso panorama de ese lugar y de esa noche. Una enorme sala principal, decorada con estatuas de ángeles hechas de mármol, candelabros de oro, vasijas y vitrales hechos del más fino vidrio que se pudiera encontrar en el reino. Y en el centro de todo eso, una fuente grande, con la figura de la diosa Afrodita y con zafiros incrustados en ésta. La sala estaba repleta de gente importante, la cual había sido invitada a la fiesta; desde otros miembros de la realeza y la nobleza, hasta figuras populares, como músicos, científicos, miembros de la guardia imperial, etcétera. Si les soy sincera, no me importaba nada de eso; de todos modos, la mayoría de la gente que estaba reunida, era tan superficial y hueca como una vasija de barro.
–Pffff… que desperdicio de tiempo…- Yo decidí alejarme de los demás invitados, evitando decirle esto a mi familia, dirigiéndome hacia las afueras del castillo.
Ya habiendo salido de las instalaciones, voy a recargarme a uno de los muros del castillo, deseando que el tiempo pasara un poco más rápido, para poder irme de ahí. Estaba a punto de cerrar los ojos y ponerme a meditar un poco, hasta que de pronto me topo con ella… la mujer de la cual me enamoraría de por vida. La mujer que me hechizó con solo una mirada; una mirada que me cautivaría toda mi vida…
Una bella dama de 19 años, 1.64 metros de alto, busto grande, una cintura algo carnosa, unas caderas muy anchas, piernas largas y muy bien cuidadas. Cabello negro azulado, largo, alaciado, de ojos verde esmeralda. Una nariz pequeña y respingada, unos labios carnosos y todos rojos, cual berenjena. Una mirada que demostraba un inmenso amor, calidez y compasión por el mundo; esa mirada que haría que hasta el más peligroso psicópata se volviera el filántropo más grande del mundo entero. Una mirada que terminaría esclavizándome por el resto de mi vida.
Ella estaba vistiendo un lujoso vestido de gala, color azul real, con encajes de zafiro y amatista, unos guanteletes azules, aretes y collar de zafiro. Esa misma noche, sentía que había presenciado a una diosa, en frente de mí. La belleza y delicadeza de esa chica me había cautivado por completo, a tal punto en que, sin darme cuenta, mis pies empezaron a caminar con dirección a ella. Ella había salido de esa extraña carroza negra y ahora se encontraba saludando a algunos de los invitados de la fiesta, devolviéndoles sonrisas amables a los quien saludaba, cuando de pronto, volteaba hacia donde yo estaba, viendo cómo es que me dirigía hacia ella.
–Buenas noches, señorita.- La muchacha me decía esto, mientras me sonreía tiernamente, como una sirena cantando en el agua de un rio. La voz de ella era tan melodiosa y delicada. Casi como si me estuvieran cantando una canción de cuna. Me sentía completamente hipnotizada hacia la encantadora duquesa, hasta que de pronto, ésta empieza a mirarme preocupada.
– ¿Se siente bien, señorita?- La chica me preguntaba, mientras ladeaba la cabeza hacia su izquierda, colocando sus manos en su regazo. Cuando ella me preguntó esto, inmediatamente salgo de su trance inducido por su belleza y la miraba avergonzada, con la cabeza hacia abajo, jugando con las yemas de mis dedos, con el rostro sonrojado. Me sentía tan poco digna ante su belleza; era como si una hormiga tratara de comparar su tamaño con el de un elefante.
–Ahhhh-a-ahhhh… ¡Sí! Si estoy bien, señorita. Muy buenas noches, para usted también.- Le decía a la señorita, colocando mis manos detrás de mi espalda, sonrojándome aún más. Me sentía tan caliente en ese momento que en verdad pensé que me iba a desmayar. – ¿C-como se llama?- Entonces, mis rodillas empezaban a tambalearse, al mismo tiempo en que mis brazos temblaban.
–Mi nombre es Katalina Montesco. Un placer conocerle, señorita.- En eso, la señorita Katalina me daba su nombre, entrelazando sus manos sobre su regazo, devolviendo una mirada cálida y alegre. Yo me quedaba impactada ante la identidad de la chica. ¡La duquesa y única hija de la familia Montesco: Katalina Montesco! La familia de ella era reconocida por ser una familia compuesta por famosos alquimistas, en el reino de Kartina. Se decía que su tatarabuelo, Patrick Montesco, fue el fundador de la universidad de alquimistas, ubicada al norte del reino.
– ¿¡Eres nieta del fundador de la escuela de alquimistas!?- Le decía a la joven duquesa, mientras mi mandíbula casi caía al suelo de la impresión, mirándole con los ojos bien abiertos, que casi podían salirse de mis cuencas.
–Así es. Él era mi abuelo…- Katalina me decía esto, tratando de proyectar una sonrisa, pero en eso bajaba la miraba y se entristecía, colocando sus manos en el regazo.
– ¿Qué pasa, señorita Montesco? - Le preguntaba a la chica, mientras ladeaba la cabeza hacia la izquierda y le observaba intranquila, inclinando mi cuerpo hacia adelante.
–No… no me gusta la alquimia. Es todo.- La duquesa ladeaba la cabeza hacia la derecha, evitando verme a los ojos, pero lograba ver una pequeña lagrima recorrer su bello rostro. Me destrozaba el corazón, ver a una diosa tan bella desmoronarse así. No sabía que decirle para animarla.
– ¿E-entonces que está estudiando, señorita Montesco? ¿O a qué se dedica? - Le decía a la joven duquesa, mientras colocando mis manos en mi espalda, colocando la punta de mi pie derecho en el suelo, haciendo un pequeño hoyo en el suelo, mirado al suelo un poco entristecida.
–Estoy yendo a la escuela de magia de Pralvea. En serio me atrae la idea de aprender a manipular el agua, aire, tierra y fuego.- La chica me decía esto, sonriéndome ampliamente, inclinando su cuerpo hacia adelante. – ¿Y usted que está estudiando, señorita… ahmmmm…? - En eso, Katalina preguntaba esto, colocando su dedo índice derecho en los labios de su boca y bajaba la cabeza, con un rostro sonrojado y escéptico.
–Hosenfeld. Mi nombre es Victoria Hosenfeld. Y yo ando entrenando en el arte marcial de la esgrima. Un placer, señorita.- Le decía a Katalina, sonriéndole elegantemente y hacia una reverencia, besando su mano derecha, como muestra de respeto.
–Hosenfeld….He escuchado hablar de tu familia, señorita. Sé que ellos son devotos a distintas deidades femeninas, existentes en el mundo. Además del hecho que fueron héroes de guerra, hace casi más de 500 años atrás.- La duquesa me decía esto, dirigiendo su mirada hacia el cielo nublado, con el dedo índice derecho aún en sus dulces labios carnosos. Se veía tan divina así; parecía una niña indefensa…
-Jejeje… La verdad es que si lo somos. Nuestros antepasados nos han tratado de meter eso en la cabeza, por alguna extraña razón. En mi caso, yo pensaba que las diosas no existían… hasta ahora…- Le decía a Katalina, subiendo la mirada y sonriéndole bobamente, con mis manos entrelazadas entre la espalda. Si hubiera podido ver mi expresión facial en ese momento, estoy segura que me hubiera muerto de vergüenza a los pocos minutos después. Pero simplemente no podía contener lo que sentía por la joven damisela. Ella era y AÚN es una diosa para mí.
– ¿Y por qué dice eso, señorita Hosenfeld?- La damisela me preguntaba esto, ladeando su cabeza hacia la izquierda, mirándome de manera algo interesada.
–Bueno… digamos que hoy conocí a la diosa más hermosa de todas. Es todo.- En eso, me llevaba las manos a la nuca y le sonreía a Katalina, mostrando la dentadura.
–Jejeje… Me alegra escuchar eso de su parte, señorita Hosenfeld. Me alegra que la esté pasando bien, por su parte.- La duquesa me decía esto, devolviéndome la sonrisa, pero la suya era más delicada, a comparación de la mía.
–Disculpe, señorita Montesco… ¿le gustaría pasar la velada conmigo, hablando en el jardín del castillo?- Le preguntaba a Katalina, estirando la mano derecha, pidiéndole la mano para llevarla al jardín, donde continuaríamos la conversación.
–Con mucho placer, señorita Hosenfeld.- En eso, la joven duquesa me daba su mano, en lo que ella me sonreía gentilmente. Su mano se sentía tan cálida y suave. También pude sentir las emociones que estaba transmitiendo en ese momento a través de mí. Podía sentir lo que ella estaba sintiendo en ese momento; esa emoción, ese sentimiento era cariño. Ante esa agradable sensación, yo también le sonreí gentilmente y la encaminaba hasta el jardín.
Ambas habíamos entrado al salón principal, donde estaban los demás invitados, ya que el acceso al jardín se encontraba al fondo de la izquierda del salón principal. Pero en eso, mi papá y mi mamá me veían pasar desde lo lejos, tomada de la mano de la duquesa.
–Oye, hija, ¿A dónde vas? ¿Y quién es la señorita con la que andas?- Mi madre me decía esto, haciéndome una seña con la mano derecha, sonriéndome. Quería ignorarla por completo, pero Katalina se detuvo de golpe, por lo que volteé a verla, tan nerviosa que el sudor de mi frente se hacía muy evidente.
– ¿Esa de allá es tu madre, señorita Hosenfeld?- La joven duquesa volteaba con dirección a donde estaban mis padres, mirándoles detenidamente, devolviéndoles el saludo.
–Si… son ellos…- Le decía a la chica, mientras cerraba los ojos y ponía una mueca algo molesta, agachando la mirada.
-¿Te gustaría ir a presentármelos, señorita Hosenfeld?- En eso, Katalina voltea a verme a mí y me observaba con una sonrisa delicada. En serio no quería ir a hablar con mis padres, pero no había manera de que pudiera resistirme a esa mirada de la bella duquesa; una mirada que expresaba inocencia y dulzura.
–E-está bien, señorita Montesco…- Le decía a la chica, sonriéndole gentilmente y así empezamos a caminar hacia donde estaban mis padres, más precisamente, al lado izquierdo de la fuente.
–Vaaaaya, Victoria~, ¿y quién es tu linda acompañante?- Mi padre me decía esto, acariciándome la cabeza con su mano derecha, sonriendo de manera burlona.
–Mi nombre es Katalina Montesco, de la familia Montesco. Es un placer conocerles.- La joven duquesa les decía esto a mis padres, haciendo una reverencia a los dos.
– ¡Con que usted es la joven Duquesa Montesco! Habíamos escuchado hablar de su familia, señorita Montesco.- Mi padre le decía esto a Katalina, inclinándose hacia adelante, sonriendo algo impresionado, por las palabras de mi acompañante. –Nosotros somos los marqueses Homero Hosenfeld y Adelaida Redmont Hosenfeld, padres de la pequeña cría aquí presente, la condesa Victoria Hosenfeld.- En eso, mi papá abrazaba a mi mamá de la cintura y a mí de los hombros, sonriendo orgullosamente, al igual que mi mamá. Yo solo suspiraba molesta, bajando la mirada.
–Jejeje… la señorita Hosenfeld no me había dicho que ella era condesa.- Katalina decía esto, cubriendo su boca con su mano izquierda y reía delicadamente.
–La verdad es que Victoria quiere abandonar la nobleza y volverse una paladina o algo así, señorita Montesco.- Mi mamá le decía esto a Katalina, mientras yo trataba de quitarme de encima a mi padre.
–Ma… quería acompañar a la señorita Montesco al jardín imperial. Ahora, si me disculpan, ella y yo nos iremos inmediatamente.- Le decía a mis padres, colocándome a la derecha de la duquesa y les sonreía a los tres, con el rostro algo rojo por lo nerviosa que me encontraba.
–Jejeje… Debiste haberle caído muy bien a mi hija, como para que ella desee estar a solas con usted, señorita Montesco.- Mi mamá decía esto de forma burlona, colocando sus manos en su regazo, mientras que yo me sonrojaba aún más.
– ¡Volvemos en un rato, mamá!- Terminado de decir esto a mis padres, tomaba la mano de la chica y salimos corriendo hacia el jardín, cortando la conversación en seco. Ya no podía soportar la vergüenza que me hacían sentir mis padres, en ese momento.
– ¡Espere, señorita Hosenfeld! ¿Al menos sabe por dónde queda el jardín?- La duquesa me cuestionaba esto, tratando de seguir mi ritmo a cómo podía; casi tropezándose por lo rápido que la estaba llevando y por el hecho que estaba usando tacones en esa ocasión.
–Por supuesto que sí, señorita Montesco. Si no es la primera vez que vengo al castillo. ¿Acaso usted no había venido aquí antes?- Le preguntaba a la joven Duquesa, abriendo la puerta que daba acceso al jardín.
–Bueno… la verdad…-Antes de que mi acompañante pudiera terminar la sentencia, ambas llegamos al jardín imperial, donde podríamos estar a solas. El jardín imperial era de al menos unos cuatro kilómetros cuadrados; dos de esos, ocupaba la laguna cristalina, que estaba en medio de éste. Abundaban mucho las rosas y los lirios de distintos colores, los cuales adornaban las pasarelas del jardín. A lo lejos, se podía ver una mesa y unas sillas, donde el emperador y su familia salían a comer.
–Esta es la primera vez que había venido aquí…- La joven duquesa se quedaba admirando la inmensidad de ese jardín, mientras que yo volteaba a verla con la ceja derecha levantada, ladeando mi cabeza hacia la izquierda. ¿En serio esta es la primera vez que ella había venido al castillo? Creía que alguien de su nivel, venía muy a menudo a lugares como éste.
– ¿No había estado en el castillo antes, señorita Montesco?- Le preguntaba a Katalina, sentándonos ambas en el césped del jardín, mirando cómo es que ya empezaba a nevar.
–La verdad es que no, señorita Hosenfeld. De hecho, esta es la primera fiesta de la alta sociedad a la que he ido,…- La chica bajaba la mirada, algo entristecía, acercándose a mí por la izquierda. –Me la he pasado casi toda mi vida estudiando magia, aprendiendo a manipular los cuatro elementos esenciales; tardé cinco años en aprender a usar magia tipo agua y unos siete a usar magia viento. Desgraciadamente, mis padres no parecen entender eso. Ellos aún me insisten que deje la magia y me dedique a la alquimia- Mientras me decía eso, Katalina recargaba su frente sobre sus piernas, achicandose. Al parecer, la bella duquesa y yo, estábamos pasando por el mismo predicamento; queremos tomar caminos distintos a los que nuestros antepasados habían tomado, pero nuestros padres no nos dejan. Bueno… mi padre si me dejara volverme una guerrera, pero aún debía encontrar ese “algo” por lo que debía pelear.
–Bueno… la verdad es que no somos muy diferentes, señorita Montesco… mire…- En eso, la bella damisela y yo empezamos a platicar sobre nuestras vivencias, nuestras propias anécdotas y nuestras aspiraciones. Ella me había dicho que deseaba volverse aprender a usar el éter; el quinto elemento divino, el cual solo podía aprenderse al haber aprendido a usar los otros cuatro elementos anteriores. Ella deseaba aprender a usar el éter, para aprender más de su funcionamiento y cómo es que éste está ligado con la magia y el mundo humano. Yo le había dicho acerca de que quería volverme una guerrera, pero necesitaba ese “algo” para pelear. Me era demasiado contrastante la diferencia de pensamientos y de direcciones que ella y yo teníamos; Katalina quería usar sus habilidades para entender más sobre este mundo. Yo aún no sabía porque quería pelear. Me sentía tan miserable e indigna al lado suyo. Pero quien iba a decir que nuestros caminos terminarían por entrelazarse, en unos años más…
14 de Enero de 1750. 12:00 A.M.
Katalina y yo nos habíamos pasado TODA la noche hablando en el jardín imperial. Al final de la noche, ambas nos encontrábamos riendo de nuestras conversaciones, nuestros chistes y nuestros puntos de vista, no sin antes haber pasado por un poco de agrias lágrimas de tristeza.
–Jajajajaja… Me cae muy bien, señorita Hosenfeld. Usted y yo podremos ser muy buenas amigas.- La bella damisela me decía esto, sosteniendo mi mano derecha con sus dos finas manos. El hecho de que haya usado la palabra “amigos” para referirse a nuestra nueva relación, laceraba mi corazón lentamente, como filosas cuchillas. Es como si estuviera rasguñando mi pecho con sus propias uñas.
-Sí... amigas.- Le decía a Katalina, tratando de sonreírle de vuelta, pero el dolor que estaba sintiendo no me lo permitía del todo. Quería decirle cuando la adoraba, como una diosa; pero el dolor y el miedo no me lo permitía.
– ¡Oye, Victoria, ya nos vamos, hija! Despídete de la señorita Montesco rápido.- Mi papá me gritaba desde la puerta de acceso del jardín, por lo que las dos volteamos a ver con esa dirección.
–Bueno… al parecer este es el fin de la conversación y de la velada, señorita Montesco…- Le decía a Katalina, agachando la mirada, un poco entristecida.
–No se preocupe, señorita Hosenfeld. Podremos continuar nuestra conversación en otra ocasión.- La joven duquesa me decía esto, sonriéndome tiernamente, ayudándome a levantarme. En eso, yo le devolvía la sonrisa. –Puede venir siempre que usted lo desee a mi casa, a las afueras de la ciudad de Pralvea.-
-Jejeje… Está bien, señorita Montesco.- Le decía a ella, soltando su mano y luego hacia una reverencia, como muestra de mi respeto. -Nos veremos otra vez, señorita Montesco.- En eso, salía caminando con dirección al interior del castillo, para ir al estacionamiento.
– ¡Recuerde estas palabras, señorita Hosenfeld! Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar.- Terminada de decir esta frase, la duquesa se despide con una cálida sonrisa en el rostro, mientras me despedía de ella. Un rato después, mis padres y yo subimos a nuestra carroza y salimos de ese lugar.
–Dime, hija mía… ¿te divertiste esta noche?- Mi padre me decía esto, mientras se recargaba en sus piernas y me observaba detenidamente.
–Como nunca en mi vida, papá. Jamás olvidaré esta noche.- Le decía a mi padre, observando el panorama nocturno de esa noche nevada.
–Me alegra que hayas conocido a alguien quien te cayera bien, Victoria.- Mi madre me decía esto, sonriendo gentilmente, acariciándome la cabeza con su mano derecha.
–Y mi corazón reboza de felicidad por la idea de poder volver a verla otra vez, puesto que la fuerza de nuestra alma nos llevará al mismo lugar.- Le decía a mi madre, sonriendo emocionadamente, esperando con ahínco poder visitar a Katalina… la persona a la cual le entregaría mi vida. Aquella persona cuyo camino la llevaría al mismo lugar que al que yo voy.
Espero su respuesta, muchachos. :p
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