03/04/2017 10:08 PM
Bien... tomando en cuenta lo poco activo que ha estado este tema, aquí les dejo la segunda sección de la novela.
Un momento de paz
15 de Enero de 1750. 10:00 A.M.
Debido a que habíamos llegado tarde al palacio, mis padres le dijeron a mi maestro de esgrima que iba a tomarme el día libre, así que falté por un día al entrenamiento. No hice nada interesante ese día, así que pasemos al siguiente. Mi grupo y yo nos encontrábamos descansando un poco, después de haber practicado algunas nuevas posiciones y formas, a las afueras del barracón; Geraldo y yo nos encontrábamos recargados en el muro del ala oeste del edificio.
– ¡Vaya Victoria, hoy estás que arde en el entrenamiento! Dime, ¿Qué te trae tan inspirada?- Geraldo me preguntaba esto, secándose el sudor de la frente, con un pañuelo blanco, que cargaba en su mano derecha.
– ¿Ehhhhhh? ¿De qué hablas, Geraldo? Yo estoy perfectamente bien.- Le decía al muchacho, volteando a verle confundida, ladeando la cabeza hacia la derecha, rascándome la nuca con mi mano derecha. No me había dado cuenta de cuanto había mejorado mi rendimiento ese mismo día.
– ¡Sabes bien de lo que hablo, Victoria!- En eso, Geraldo se levantaba del suelo y me miraba exaltado, saltando un poco, haciendo ademanes extraños con sus brazos. –Tus movimientos, bloqueos y evasiones se han vuelto mucho más precisos y más veloces. Te has agotado menos y tus ataques son mucho más fuertes; peleas como si estuvieras poseída. ¿No te habías dado cuenta?- Él continuaba haciendo ademanes con las manos, mirándome impresionado, pero yo le miraba aún más confundida.
–La verdad es que no. Yo sólo me dediqué a pelear; nada más.- Le decía a Geraldo, cruzando mis brazos, mirándole algo molesta.
–Entonces… ¿en qué estaba pensando, mientras peleaba, señorita Hosenfeld?- El muchacho me preguntaba esto, sentándose a mi derecha. “Lo que estaba pensando en ese momento…” Sí recuerdo lo que estaba pensando en ese momento. Estaba recordando el hermoso rostro de la joven Montesco; ese bello rostro y ese cuerpo hermoso me habían sentir tan tranquila, tan aliviada.
–Bueno… sonará estúpido, pero estaba pensando en la duquesa Katalina Montesco.-Le decía a Geraldo, rascándome la nuca con mi mano derecha y le sonreía muy avergonzada, con el rostro un poco sonrojado.
– ¿La señorita Montesco? ¿¡USTED CONOCE A LA DUQUESA MONTESCO!?- Mi compañero me exclamaba, cayendo sentado al suelo de la impresión, mirándome entusiasmado, sudando la gota gorda.
–Por supuesto. Hablé con ella hace dos días, en la fiesta que organizó el emperador. ¿Por qué pregunta eso, Geraldo?- Le preguntaba al muchacho, colocando mis manos en mi cintura, ladeando mi cabeza hacia la derecha, levantando mis labios.
– ¿Qué acaso no lo sabe, señorita Hosenfeld? La duquesa Katalina Montesco es de las mujeres más hermosas y deseadas del imperio de Kartina. Sólo la supera la hija del emperador. También se dice que ella ha rechazado TODAS y CADA UNA de las propuestas de matrimonio que le han dado. El hecho que usted haya podido hablar con ella, demuestra que tanta suerte tiene.- Después de la explicación de Geraldo, levantaba la cabeza, colocando mi mano derecha en mi mentón y me puse a pensar durante un rato. Si es que en verdad ha rechazado toda propuesta de matrimonio que se le habían otorgado, ¿acaso eso significa que terminaría pasándome lo mismo a mí, si le declaro mis sentimientos? ¡No! ¡Me negaba a pensar de esa manera! Quizás exista la mínima probabilidad de que pueda entrelazar mi vida con la suya.
–Si te soy sincera, ella me gustó mucho, Geraldo. Y en verdad quiero poder declarar mis sentimientos a la joven duquesa.- Le decía a mi joven compañero, colocando mi mirada hacia el amplio cielo azul, como esperando una señal del cielo mismo, de que mi deseo se cumpliera.
– ¡Un momento…! ¿¡A usted le gustan las mujeres!? ¡Pero eso está mal! ¡Una mujer no debe amar a otra mujer!- Geraldo me reclamaba esto, poniéndose terriblemente histérico, por lo que me levanté del suelo y le lanzaba un puñetazo a la cara, con mi mano derecha. El mero impacto lo hizo caer sentado.
- Me importa poco las leyes morales. Estoy enamorada de esa chica. ¡Y daría mi vida por ella!- Exclamaba esto al muchacho, observándole furiosa por esas palabras, habiendo desenvainado mi estoque, poniéndole la punta de éste en su garganta.
–Guau… así que eso es lo que te tenía tan motivada hace rato…- En eso, el muchacho cambia su mueca por una sonrisa, balbuceando rápidamente.
– ¿Qué? ¿De qué hablas?- Bajaba mi estoque y miraba a mi compañero de manera extrañada, con la cabeza agachada.
– ¿No lo entiendes, Victoria? La señorita Montesco fue lo que te inspiro a luchar, tal y como lo has hecho en el entrenamiento. Si en verdad ella te importa tanto, lo más probable es que hayas encontrado en ella, una razón para luchar.- En eso, el muchacho se levantaba del suelo, sacudiéndose el polvo de su ropa y me sonreía alegremente. Las palabras de él me habían circulado la cabeza, tan rápido como un relámpago. Lo que me había dicho mi padre el otro día se presentaba ante mí.
–Jejeje… creo que tienes razón, joven Geraldo. Dime, ¿y cuál es tu razón para luchar, joven Geraldo?- Le preguntaba a Geraldo, mientras colocaba mis manos en mi espalda y le miraba, con una sonrisa curiosa.
–…Las cosas no han mejorado en mi casa, desde que mi papá abandonó a mi madre y a mis hermanas por otra mujer.- Geraldo regresaba al muro del barracón y se recargaba en éste, bajando la mirada entristecido. –Siendo que ahora soy el hombre de la casa, depende de mí de darle el sustento a mi familia. Por eso quise volverme espadachín; para poder darle un mejor futuro a mi familia, porque sé que ellos dependen de mí ahora.- Me quedaba mirando intrigada al muchacho, en lo que él continuaba explicándome sus razones para volverse espadachín. En ese entonces, no sabía en la situación que se encontraba. Sin haberme dado cuenta, me dirigía hacia donde estaba Geraldo y colocaba mi mano derecha en su hombro izquierdo, devolviéndole una sonrisa.
–No te preocupes. Si tu fuerza del alma es realmente grande, tu meta será alcanzada.-
-¿Cómo dice, señorita Hosenfeld?- El muchacho volteaba a verme, con una mirada llena de incertidumbre, secándose las lágrimas de sus ojos.
–La señorita Montesco me dijo esto, cuando hablé con ella en la fiesta de antier: “Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar”. Por lo que entendí de esa frase, es que si nuestra fuerza de voluntad para conseguir aquello que queremos es igual de grande, aún si nuestros caminos difieren, podremos reunirnos una vez más.- Le decía a Geraldo, llevando mi mano izquierda al pecho y volteaba a ver hacia arriba, con un semblante pacifico.
–Guau… Si la duquesa Montesco le dijo eso, me imagino que también debe de ser muy sabia, para su joven edad. Escúcheme bien, señorita Hosenfeld… si en verdad está enamorada de esa mujer, no la deje ir. Es muy raro encontrar personas así en el mundo.- El chico me aconsejaba, mientras colocaba su mano derecha en mi hombro izquierdo y me devolvía la sonrisa.
–Jeje. Gracias, Geraldo. Necesitaré tus consejos.- Le decía a Geraldo, devolviéndole la sonrisa, quitándome su brazo de encima cuidadosamente. Me molestaba que me tocaran así, especialmente si se trababa de un hombre.
–Usted se ve MUY hermosa, cuando sonríe, señorita Hosenfeld. ¿Lo sabía?- Mi compañero me decía eso, continuando con su sonreír. Ya no me importaba que me dijeran cosas así. Ya podía estar en paz como una mujer. Aunque aún me molestaba que me tocaran…
–Gracias, joven Geraldo.- Le devolvía la cortesía al joven muchacho, mientras le seguía sonriendo también.
22 de Enero de 1750. 12:00 P.M.
Una semana después de la fiesta, me había preparado para hacerle una visita a la joven duquesa. Me había puesto un traje militar blanco, con camisa blanca y encajes azules, un pantalón blanco, zapatos cafés y guanteletes blancos. Mi corazón palpitaba con tanta fuerza, que pensé que se me saldría del pecho. Mi cuerpo no podía mantenerse quieto por un segundo. En verdad iba a reencontrarme con Katalina. Las palabras no podían explicar la cantidad de emociones que sentía en ese momento. Pero debía tranquilizarme; debía de mantener la cabeza fría, para poder pensar con mayor claridad y no dejarme llevar por las emociones. Terminando de arreglarme, salía de mi cuarto e iba al vestíbulo, para hablarle a mi mamá.
– ¡Oye mamá, voy a salir a visitar a la duquesa Montesco!- Le exclamaba a mi madre, volteando en todas direcciones, a ver si la localizaba de reojo.
– ¡Está bien, Victoria! ¡Nomás no regreses muy tarde!- Mi mamá me gritaba esto, desde la cocina del palacio, la cual no quedaba muy lejos del vestíbulo. Ya habiendo dicho que me iba a retirar, me dirigí a la salida y salí del palacio, para encaminarme a la casa de Katalina.
1:30 P.M.
Después de un largo camino por andar, el carruaje que había tomado me dejaba en la casa, o mejor dicho, castillo de la joven duquesa. La primera impresión que recibí de éste, fue el hecho de que se veía MUY convencional; parecía una fortaleza abandonada, cicatrizada por el paso del tiempo. Era bastante grande; aproximadamente una área de 100 metros cuadrados, pero todo se veía tan desolado. No había decoración exterior y las ventanas parecían muy comunes y corrientes. ¿Cómo era posible que una de las familias más poderosas en todo Kartina pudiera vivir en un lugar como éste, pareciendo que se va a derrumbar en cualquier momento? ¿Especialmente una dama tan hermosa, como Katalina? Ese panorama me intimidaba mucho. ¿Qué tal si la señorita Montesco me jugó una charada y me hizo venir aquí por nada? Sintiendo todo el miedo del mundo corriendo por mis venas, me dirigía a la puerta y la tocaba varias veces, esperando una respuesta.
– Hola… ¿Hay alguien ahí?- Preguntaba algo asustada, recargándome en el lado derecho de mi cabeza, esperando una respuesta. El silencio de ultratumba de ese lugar me aterraba aún más, hasta que escucho esa hermosa voz, una vez más.
– ¡Allá voy! ¡Allá voy!- La voz de la señorita Katalina me reconfortaba demasiado. Era como ir al Paraíso, después de haber atravesado todos los niveles del Infierno. La espera no tomó mucho tiempo, debido a que casi al instante de que Katalina me hablara, ésta me abre la puerta del castillo. Ella andaba vestida con una blusa blanca, una falda azul y dos coletas. Sin maquillaje, sin joyería, sin accesorios y aun así se veía excepcionalmente hermosa… al menos para mí.
–Buenos días, señorita Montesco. Amaneció muy divina hoy.- Le decía a la joven duquesa, sonriéndole alegremente, queriendo conservar la calma. Si no fuera porque apenas la conocía y el hecho de que podría ir a la cárcel, hubiera terminado tomándola por completo, en ese mismo momento.
–Jejeje… muchísimas gracias, señorita Hosenfeld. La verdad es que ni siquiera tuve tiempo para arreglarme. De haber sabido que vendría aquí hoy, me hubiera maquillado aunque sea un poco. Usted se tomó la molestia de venir de gala.- Katalina me decía esto, agachando la cabeza y sonreía algo nervioso, con el rostro todo rojo, cual tomate.
–Aun así se sigue viendo hermosa, señorita Montesco.- Trataba de animar a la joven duquesa, levantándole el mentón con mi diestra y le sonreía más. Ahí fue cuando me di cuenta de lo que hacía por lo que le soltaba el mentón y retrocedía un poco, sonrojándome un poco.
–Jejeje… gracias, señorita Hosenfeld. ¿Le gustaría pasar?- La chica me preguntaba esto, en lo que ella me sonreía tiernamente y levantaba la mirada.
–Por supuesto, señorita Montesco.- En eso, tomaba la mano derecha de mi acompañante femenina con mi siniestra mano y entraba al castillo. Al entrar a éste, me llevé una sorpresa muy interesante; El interior de castillo se veía más como un laboratorio que como un castillo de gente noble. Poca decoración, muchos estantes llenos de libros de distintos tamaños y colores, los muros y el techo eran de color gris, como la piedra del cual estaba hecho.
–Vaya… tu casa es algo... convencional, señorita Montesco.- Le recalcaba a Katalina, viendo de reojo lo que estaba alrededor de mí, cruzado mis brazos.
–Mis padres no les gusta gastar dinero en decoraciones ni nada por ese estilo. Les gusta usar el dinero de la familia, para comprar enciclopedias, libros e instrumentos de química y demás coas así.- La joven duquesa procedía diciéndome esto, volteando hacia arriba, colocando sus manos en su regazo, algo deprimida por estas palabras.
–No te gusta mucho la apariencia de su casa, ¿verdad, señorita Montesco?- Le preguntaba a la joven duquesa, volteando a verla algo preocupada, ladeando mi cabeza hacia la derecha.
–No… para nada… Mejor vayamos a mi cuarto. ¿Le parece?- En eso, Katalina tomaba de mi mano derecha con su mano izquierda, para encaminarme a su cuarto. Viendo que se encontraba algo entristecida, yo no dije nada y le seguí hasta su cuarto, el cual estaba en el segundo piso del castillo. Unos pocos segundos después, finalmente llegamos a su habitación, en el ala oeste de su hogar. La puerta de su cuarto se veía diferente a la del resto del lugar. –Bueno… aquí estamos, señorita Hosenfeld.- En eso, la señorita Montesco abría la puerta de su habitación y lo que veía en ese momento me había dejado perpleja. El diseño y la decoración del cuarto de Katalina contrastaban demasiado con el del resto del castillo. Las paredes y el techo de su cuarto eran de color rosa y morado oscuro, gabinetes de ébano casi negro, con un espejo en el tocador de roble que se encontraba a la derecha del cuarto. Una cama matrimonial, decorada con cortinas moradas, al lado derecho de un vitral de múltiples colores. No era mucha decoración, pero sobresalía demasiado del resto del edificio.
–Guau… su cuarto es mucho más bonito que lo que ya he visto de su casa, señorita Montesco.- Le decía a la joven duquesa, mirando detalladamente su cuarto, un poco impresionada.
–Muchísimas gracias por su comentario, señorita Hosenfeld.- Katalina me decía esto, sentándose en la cama de su cuarto, colocando sus manos en su vientre. –Dígame, señorita Hosenfeld… ¿de qué le gustaría hablar?- Terminada esa pregunta, me recargaba en el muro cercano a la puerta del cuarto, dispuesta a platicar.
Así fue como continuamos hablando de nosotras mismas y de alguno que otro tema de interés mundano, así como leyendo algunos fragmentos de novelas y cuentos que ella tenía. Notaba que, durante el tiempo en el cual ella hablaba conmigo, Katalina se mostraba muy contenta y sonriente, como si en verdad disfrutara de mi presencia en su casa. Inclusive me permitió comer junto con ella y sus dos padres. El archiduque Frederick Montesco y la archiduquesa Belinda Gallows Montesco. La madre de Katalina era una copia a carbón de ella… ¿O debería decir que Katalina es una copia a carbón de su propia madre? La bella señora Belinda era una dama de 45 años, 1.65 metros de alto, mismo color de cabello y de ojos que los de su hija. Igual de pechugona y de caderona que su hija, pero tenía algo de grasa en la cintura. Su padre, era un señor de 50 años, de cabello rubio cenizo y ojos azul claro; el rostro de él era muy robusto y tosco, pero su mirada notaba una paz interior inmutable. De unos 1.76 metros de alto, algo fornido, para ser un científico.
4:00 P.M.
Finalmente era la hora de comer; los cuatro nos encontrábamos en el comedor del castillo, comiendo un poco, mientras platicábamos de nosotros… o mejor dicho, de mí persona. Los padres de Katalina tenían una extraña fijación en mí, por alguna extraña razón. El comedor era algo rustico; igual de gris y café que la mayoría de los muros y techos del lugar. Poca decoración; solo había una gran mesa, en medio de la sala, donde los invitados podrían sentarse.
–Jojojojo… Usted es muy interesante, señorita Victoria. No me sorprende que le haya caído tan bien a mi hija. Dígame, señorita Victoria…- La señora Montesco me decía esto a mí, cubriendo su boca con su diestra mano, para reír un poco, mirándome por encima del hombro. Yo simplemente le miraba algo avergonzada, con la mirada hacia arriba, pero la cabeza agachada. – ¿A dónde piensa ir, cuando se gradúe de la escuela de esgrima a la que va? He escuchado que el emperador está buscando más jóvenes reclutas, para la armada imperial.- Le había contado a los padres de Katalina, acerca de mis planes de volverme espadachín, hace unos minutos atrás en la conversación.
–Bueno… si le soy sincera, aún no he encontrado la razón por la cual quiero volverme espadachín. Yo estoy entrenando, porque el combate es lo que me hace sentir viva; la adrenalina corriendo por el cuerpo cual un veloz galope, el dulce sabor de la victoria al haber derrotado a tu enemigo, el prestigio ganado por la gente que te reconoce como un campeón autentico, ¡todo eso me gusta!- Les decía a los padres de Katalina, exaltándome por mis propias palabras. Los archiduques se quedaban mirándome algo intimidados por mi comportamiento algo imprudente; inclusive Katalina me miraba de tal manera que me trataba de decir que cuidara mi lenguaje corporal.
–Bu-bueno… eso es… algo interesante de saber, niña.- El señor Frederick me decía esto, sonriéndome con una gota de sudor pasando por el lado derecho de su frente. –Pero bueno… como les decía…- Después de un breve momento de silencio, continuábamos platicando normalmente.
8:00 P.M.
Ya había caído la noche; debía de volver a casa, antes de que a mi madre le diera un infarto. Katalina y yo nos encontrábamos en la salida del castillo de ella, lista para irme de vuelta al palacio. Solo me tomaba el tiempo, para devolverle algunas cuantas palabras de cortesía, antes de irme.
–Te agradezco MUCHO que hayas venido hoy, señorita Hosenfeld. En serio que disfruté su corta estancia.- Katalina continuaba halagándome, sonriendo alegremente, colocando sus manos en su pecho.
–De nada, señorita Montesco. Tu familia me trató demasiado bien, si le soy sincera. Sus padres son algo muy… peculiar, por decirlo así.- Le decía a la joven duquesa, rascándome la nuca con la izquierda y bajaba la cabeza, sonriendo algo avergonzada.
– ¿A… a qué se refiere con “peculiar”, señorita Hosenfeld?- La bella dama me preguntaba, ladeando su cabeza hacia la derecha, mirándome algo confundida. Dándome la media vuelta, colocaba ambas manos en la nuca y miraba hacia arriba.
–Bueno… para empezar, durante la comida, ellos no me dejaban de mirar ni de hablar, además del hecho que solo querían hablar de mí. Es como si yo les hubiera parecido una persona muy interesante…. O mejor dicho, un objeto extraño, que jamás habían visto en su vida.- Continuaba mi explicación, bajando mi cabeza, moviendo mi pierna derecha, hacia adelante y hacia atrás.
–Mi familia no está acostumbrada a recibir visitas de parte de amigos o compañeros míos. De hecho, usted es la ÚNICA amiga que tengo. ¡Por supuesto que ellos estaban intrigados contigo, ahora que te conocieron!- La joven duquesa empezaba a enfadarse, frotando sus brazos con sus manos, con la cabeza agachada.
–Momento… ¿a qué se refiere con que YO soy su ÚNICA amiga? ¿Acaso usted no tiene amigos?- Le preguntaba a Katalina, mientras giraba la cintura, para verla sorprendida por sus palabras. – ¿En serio soy su única amiga, señorita Montesco?- En eso, la joven duquesa bajaba la mirada y empezaba a llorar un poco. No podía soportar verla así; no podía soportar ver a una diosa tan hermosa como ella desmoronarse así, por lo que instintivamente, sin darme cuenta de ello, fui a donde ella y le seque las lágrimas de sus ojos, tan delicadamente como me fuera posible. Al notar eso, Katalina levantaba la mirada, mirándome con un rostro entristecido.
–No llores más... Sonríe.- Le decía a la joven duquesa, tratando de animarla, dándole la sonrisa más sincera y pura que pudiera darle. En eso, Katalina toma mi mejilla izquierda, con su mano derecha, mirándome directamente a los ojos; esos ojos que habían quedado cristalinos por sus lágrimas se veían tan hermosos a la luz de la luna. Esa imagen, ese rostro lleno de cariño y amor es algo de lo cual jamás podré olvidarme… o mejor dicho, es algo de lo cual no quiero olvidarme.
–Prométame que vendrá aquí otra vez… ¡Prométame que estará a mi lado cuando le necesite, señorita Hosenfeld!- Sin más previsión de lo que iba a pasar, Katalina me abraza a la altura del pecho, llorando de felicidad. .
–Por supuesto que vendré de vuelta aquí, señorita Montesco. Soy su amiga, después de todo.- Le decía a la joven duquesa, mientras seguía sonriendo, devolviéndole así el abrazo. Y así fue como empecé una bella –y a su vez una horriblemente dolorosa- amistad. ¿Pero quién hubiera dicho que pronto habría algo más, entre nosotras dos? Algo por lo cual, pronto daría mi vida y lucharía por ello.
Disfrútenlo. :p
Un momento de paz
15 de Enero de 1750. 10:00 A.M.
Debido a que habíamos llegado tarde al palacio, mis padres le dijeron a mi maestro de esgrima que iba a tomarme el día libre, así que falté por un día al entrenamiento. No hice nada interesante ese día, así que pasemos al siguiente. Mi grupo y yo nos encontrábamos descansando un poco, después de haber practicado algunas nuevas posiciones y formas, a las afueras del barracón; Geraldo y yo nos encontrábamos recargados en el muro del ala oeste del edificio.
– ¡Vaya Victoria, hoy estás que arde en el entrenamiento! Dime, ¿Qué te trae tan inspirada?- Geraldo me preguntaba esto, secándose el sudor de la frente, con un pañuelo blanco, que cargaba en su mano derecha.
– ¿Ehhhhhh? ¿De qué hablas, Geraldo? Yo estoy perfectamente bien.- Le decía al muchacho, volteando a verle confundida, ladeando la cabeza hacia la derecha, rascándome la nuca con mi mano derecha. No me había dado cuenta de cuanto había mejorado mi rendimiento ese mismo día.
– ¡Sabes bien de lo que hablo, Victoria!- En eso, Geraldo se levantaba del suelo y me miraba exaltado, saltando un poco, haciendo ademanes extraños con sus brazos. –Tus movimientos, bloqueos y evasiones se han vuelto mucho más precisos y más veloces. Te has agotado menos y tus ataques son mucho más fuertes; peleas como si estuvieras poseída. ¿No te habías dado cuenta?- Él continuaba haciendo ademanes con las manos, mirándome impresionado, pero yo le miraba aún más confundida.
–La verdad es que no. Yo sólo me dediqué a pelear; nada más.- Le decía a Geraldo, cruzando mis brazos, mirándole algo molesta.
–Entonces… ¿en qué estaba pensando, mientras peleaba, señorita Hosenfeld?- El muchacho me preguntaba esto, sentándose a mi derecha. “Lo que estaba pensando en ese momento…” Sí recuerdo lo que estaba pensando en ese momento. Estaba recordando el hermoso rostro de la joven Montesco; ese bello rostro y ese cuerpo hermoso me habían sentir tan tranquila, tan aliviada.
–Bueno… sonará estúpido, pero estaba pensando en la duquesa Katalina Montesco.-Le decía a Geraldo, rascándome la nuca con mi mano derecha y le sonreía muy avergonzada, con el rostro un poco sonrojado.
– ¿La señorita Montesco? ¿¡USTED CONOCE A LA DUQUESA MONTESCO!?- Mi compañero me exclamaba, cayendo sentado al suelo de la impresión, mirándome entusiasmado, sudando la gota gorda.
–Por supuesto. Hablé con ella hace dos días, en la fiesta que organizó el emperador. ¿Por qué pregunta eso, Geraldo?- Le preguntaba al muchacho, colocando mis manos en mi cintura, ladeando mi cabeza hacia la derecha, levantando mis labios.
– ¿Qué acaso no lo sabe, señorita Hosenfeld? La duquesa Katalina Montesco es de las mujeres más hermosas y deseadas del imperio de Kartina. Sólo la supera la hija del emperador. También se dice que ella ha rechazado TODAS y CADA UNA de las propuestas de matrimonio que le han dado. El hecho que usted haya podido hablar con ella, demuestra que tanta suerte tiene.- Después de la explicación de Geraldo, levantaba la cabeza, colocando mi mano derecha en mi mentón y me puse a pensar durante un rato. Si es que en verdad ha rechazado toda propuesta de matrimonio que se le habían otorgado, ¿acaso eso significa que terminaría pasándome lo mismo a mí, si le declaro mis sentimientos? ¡No! ¡Me negaba a pensar de esa manera! Quizás exista la mínima probabilidad de que pueda entrelazar mi vida con la suya.
–Si te soy sincera, ella me gustó mucho, Geraldo. Y en verdad quiero poder declarar mis sentimientos a la joven duquesa.- Le decía a mi joven compañero, colocando mi mirada hacia el amplio cielo azul, como esperando una señal del cielo mismo, de que mi deseo se cumpliera.
– ¡Un momento…! ¿¡A usted le gustan las mujeres!? ¡Pero eso está mal! ¡Una mujer no debe amar a otra mujer!- Geraldo me reclamaba esto, poniéndose terriblemente histérico, por lo que me levanté del suelo y le lanzaba un puñetazo a la cara, con mi mano derecha. El mero impacto lo hizo caer sentado.
- Me importa poco las leyes morales. Estoy enamorada de esa chica. ¡Y daría mi vida por ella!- Exclamaba esto al muchacho, observándole furiosa por esas palabras, habiendo desenvainado mi estoque, poniéndole la punta de éste en su garganta.
–Guau… así que eso es lo que te tenía tan motivada hace rato…- En eso, el muchacho cambia su mueca por una sonrisa, balbuceando rápidamente.
– ¿Qué? ¿De qué hablas?- Bajaba mi estoque y miraba a mi compañero de manera extrañada, con la cabeza agachada.
– ¿No lo entiendes, Victoria? La señorita Montesco fue lo que te inspiro a luchar, tal y como lo has hecho en el entrenamiento. Si en verdad ella te importa tanto, lo más probable es que hayas encontrado en ella, una razón para luchar.- En eso, el muchacho se levantaba del suelo, sacudiéndose el polvo de su ropa y me sonreía alegremente. Las palabras de él me habían circulado la cabeza, tan rápido como un relámpago. Lo que me había dicho mi padre el otro día se presentaba ante mí.
–Jejeje… creo que tienes razón, joven Geraldo. Dime, ¿y cuál es tu razón para luchar, joven Geraldo?- Le preguntaba a Geraldo, mientras colocaba mis manos en mi espalda y le miraba, con una sonrisa curiosa.
–…Las cosas no han mejorado en mi casa, desde que mi papá abandonó a mi madre y a mis hermanas por otra mujer.- Geraldo regresaba al muro del barracón y se recargaba en éste, bajando la mirada entristecido. –Siendo que ahora soy el hombre de la casa, depende de mí de darle el sustento a mi familia. Por eso quise volverme espadachín; para poder darle un mejor futuro a mi familia, porque sé que ellos dependen de mí ahora.- Me quedaba mirando intrigada al muchacho, en lo que él continuaba explicándome sus razones para volverse espadachín. En ese entonces, no sabía en la situación que se encontraba. Sin haberme dado cuenta, me dirigía hacia donde estaba Geraldo y colocaba mi mano derecha en su hombro izquierdo, devolviéndole una sonrisa.
–No te preocupes. Si tu fuerza del alma es realmente grande, tu meta será alcanzada.-
-¿Cómo dice, señorita Hosenfeld?- El muchacho volteaba a verme, con una mirada llena de incertidumbre, secándose las lágrimas de sus ojos.
–La señorita Montesco me dijo esto, cuando hablé con ella en la fiesta de antier: “Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar”. Por lo que entendí de esa frase, es que si nuestra fuerza de voluntad para conseguir aquello que queremos es igual de grande, aún si nuestros caminos difieren, podremos reunirnos una vez más.- Le decía a Geraldo, llevando mi mano izquierda al pecho y volteaba a ver hacia arriba, con un semblante pacifico.
–Guau… Si la duquesa Montesco le dijo eso, me imagino que también debe de ser muy sabia, para su joven edad. Escúcheme bien, señorita Hosenfeld… si en verdad está enamorada de esa mujer, no la deje ir. Es muy raro encontrar personas así en el mundo.- El chico me aconsejaba, mientras colocaba su mano derecha en mi hombro izquierdo y me devolvía la sonrisa.
–Jeje. Gracias, Geraldo. Necesitaré tus consejos.- Le decía a Geraldo, devolviéndole la sonrisa, quitándome su brazo de encima cuidadosamente. Me molestaba que me tocaran así, especialmente si se trababa de un hombre.
–Usted se ve MUY hermosa, cuando sonríe, señorita Hosenfeld. ¿Lo sabía?- Mi compañero me decía eso, continuando con su sonreír. Ya no me importaba que me dijeran cosas así. Ya podía estar en paz como una mujer. Aunque aún me molestaba que me tocaran…
–Gracias, joven Geraldo.- Le devolvía la cortesía al joven muchacho, mientras le seguía sonriendo también.
22 de Enero de 1750. 12:00 P.M.
Una semana después de la fiesta, me había preparado para hacerle una visita a la joven duquesa. Me había puesto un traje militar blanco, con camisa blanca y encajes azules, un pantalón blanco, zapatos cafés y guanteletes blancos. Mi corazón palpitaba con tanta fuerza, que pensé que se me saldría del pecho. Mi cuerpo no podía mantenerse quieto por un segundo. En verdad iba a reencontrarme con Katalina. Las palabras no podían explicar la cantidad de emociones que sentía en ese momento. Pero debía tranquilizarme; debía de mantener la cabeza fría, para poder pensar con mayor claridad y no dejarme llevar por las emociones. Terminando de arreglarme, salía de mi cuarto e iba al vestíbulo, para hablarle a mi mamá.
– ¡Oye mamá, voy a salir a visitar a la duquesa Montesco!- Le exclamaba a mi madre, volteando en todas direcciones, a ver si la localizaba de reojo.
– ¡Está bien, Victoria! ¡Nomás no regreses muy tarde!- Mi mamá me gritaba esto, desde la cocina del palacio, la cual no quedaba muy lejos del vestíbulo. Ya habiendo dicho que me iba a retirar, me dirigí a la salida y salí del palacio, para encaminarme a la casa de Katalina.
1:30 P.M.
Después de un largo camino por andar, el carruaje que había tomado me dejaba en la casa, o mejor dicho, castillo de la joven duquesa. La primera impresión que recibí de éste, fue el hecho de que se veía MUY convencional; parecía una fortaleza abandonada, cicatrizada por el paso del tiempo. Era bastante grande; aproximadamente una área de 100 metros cuadrados, pero todo se veía tan desolado. No había decoración exterior y las ventanas parecían muy comunes y corrientes. ¿Cómo era posible que una de las familias más poderosas en todo Kartina pudiera vivir en un lugar como éste, pareciendo que se va a derrumbar en cualquier momento? ¿Especialmente una dama tan hermosa, como Katalina? Ese panorama me intimidaba mucho. ¿Qué tal si la señorita Montesco me jugó una charada y me hizo venir aquí por nada? Sintiendo todo el miedo del mundo corriendo por mis venas, me dirigía a la puerta y la tocaba varias veces, esperando una respuesta.
– Hola… ¿Hay alguien ahí?- Preguntaba algo asustada, recargándome en el lado derecho de mi cabeza, esperando una respuesta. El silencio de ultratumba de ese lugar me aterraba aún más, hasta que escucho esa hermosa voz, una vez más.
– ¡Allá voy! ¡Allá voy!- La voz de la señorita Katalina me reconfortaba demasiado. Era como ir al Paraíso, después de haber atravesado todos los niveles del Infierno. La espera no tomó mucho tiempo, debido a que casi al instante de que Katalina me hablara, ésta me abre la puerta del castillo. Ella andaba vestida con una blusa blanca, una falda azul y dos coletas. Sin maquillaje, sin joyería, sin accesorios y aun así se veía excepcionalmente hermosa… al menos para mí.
–Buenos días, señorita Montesco. Amaneció muy divina hoy.- Le decía a la joven duquesa, sonriéndole alegremente, queriendo conservar la calma. Si no fuera porque apenas la conocía y el hecho de que podría ir a la cárcel, hubiera terminado tomándola por completo, en ese mismo momento.
–Jejeje… muchísimas gracias, señorita Hosenfeld. La verdad es que ni siquiera tuve tiempo para arreglarme. De haber sabido que vendría aquí hoy, me hubiera maquillado aunque sea un poco. Usted se tomó la molestia de venir de gala.- Katalina me decía esto, agachando la cabeza y sonreía algo nervioso, con el rostro todo rojo, cual tomate.
–Aun así se sigue viendo hermosa, señorita Montesco.- Trataba de animar a la joven duquesa, levantándole el mentón con mi diestra y le sonreía más. Ahí fue cuando me di cuenta de lo que hacía por lo que le soltaba el mentón y retrocedía un poco, sonrojándome un poco.
–Jejeje… gracias, señorita Hosenfeld. ¿Le gustaría pasar?- La chica me preguntaba esto, en lo que ella me sonreía tiernamente y levantaba la mirada.
–Por supuesto, señorita Montesco.- En eso, tomaba la mano derecha de mi acompañante femenina con mi siniestra mano y entraba al castillo. Al entrar a éste, me llevé una sorpresa muy interesante; El interior de castillo se veía más como un laboratorio que como un castillo de gente noble. Poca decoración, muchos estantes llenos de libros de distintos tamaños y colores, los muros y el techo eran de color gris, como la piedra del cual estaba hecho.
–Vaya… tu casa es algo... convencional, señorita Montesco.- Le recalcaba a Katalina, viendo de reojo lo que estaba alrededor de mí, cruzado mis brazos.
–Mis padres no les gusta gastar dinero en decoraciones ni nada por ese estilo. Les gusta usar el dinero de la familia, para comprar enciclopedias, libros e instrumentos de química y demás coas así.- La joven duquesa procedía diciéndome esto, volteando hacia arriba, colocando sus manos en su regazo, algo deprimida por estas palabras.
–No te gusta mucho la apariencia de su casa, ¿verdad, señorita Montesco?- Le preguntaba a la joven duquesa, volteando a verla algo preocupada, ladeando mi cabeza hacia la derecha.
–No… para nada… Mejor vayamos a mi cuarto. ¿Le parece?- En eso, Katalina tomaba de mi mano derecha con su mano izquierda, para encaminarme a su cuarto. Viendo que se encontraba algo entristecida, yo no dije nada y le seguí hasta su cuarto, el cual estaba en el segundo piso del castillo. Unos pocos segundos después, finalmente llegamos a su habitación, en el ala oeste de su hogar. La puerta de su cuarto se veía diferente a la del resto del lugar. –Bueno… aquí estamos, señorita Hosenfeld.- En eso, la señorita Montesco abría la puerta de su habitación y lo que veía en ese momento me había dejado perpleja. El diseño y la decoración del cuarto de Katalina contrastaban demasiado con el del resto del castillo. Las paredes y el techo de su cuarto eran de color rosa y morado oscuro, gabinetes de ébano casi negro, con un espejo en el tocador de roble que se encontraba a la derecha del cuarto. Una cama matrimonial, decorada con cortinas moradas, al lado derecho de un vitral de múltiples colores. No era mucha decoración, pero sobresalía demasiado del resto del edificio.
–Guau… su cuarto es mucho más bonito que lo que ya he visto de su casa, señorita Montesco.- Le decía a la joven duquesa, mirando detalladamente su cuarto, un poco impresionada.
–Muchísimas gracias por su comentario, señorita Hosenfeld.- Katalina me decía esto, sentándose en la cama de su cuarto, colocando sus manos en su vientre. –Dígame, señorita Hosenfeld… ¿de qué le gustaría hablar?- Terminada esa pregunta, me recargaba en el muro cercano a la puerta del cuarto, dispuesta a platicar.
Así fue como continuamos hablando de nosotras mismas y de alguno que otro tema de interés mundano, así como leyendo algunos fragmentos de novelas y cuentos que ella tenía. Notaba que, durante el tiempo en el cual ella hablaba conmigo, Katalina se mostraba muy contenta y sonriente, como si en verdad disfrutara de mi presencia en su casa. Inclusive me permitió comer junto con ella y sus dos padres. El archiduque Frederick Montesco y la archiduquesa Belinda Gallows Montesco. La madre de Katalina era una copia a carbón de ella… ¿O debería decir que Katalina es una copia a carbón de su propia madre? La bella señora Belinda era una dama de 45 años, 1.65 metros de alto, mismo color de cabello y de ojos que los de su hija. Igual de pechugona y de caderona que su hija, pero tenía algo de grasa en la cintura. Su padre, era un señor de 50 años, de cabello rubio cenizo y ojos azul claro; el rostro de él era muy robusto y tosco, pero su mirada notaba una paz interior inmutable. De unos 1.76 metros de alto, algo fornido, para ser un científico.
4:00 P.M.
Finalmente era la hora de comer; los cuatro nos encontrábamos en el comedor del castillo, comiendo un poco, mientras platicábamos de nosotros… o mejor dicho, de mí persona. Los padres de Katalina tenían una extraña fijación en mí, por alguna extraña razón. El comedor era algo rustico; igual de gris y café que la mayoría de los muros y techos del lugar. Poca decoración; solo había una gran mesa, en medio de la sala, donde los invitados podrían sentarse.
–Jojojojo… Usted es muy interesante, señorita Victoria. No me sorprende que le haya caído tan bien a mi hija. Dígame, señorita Victoria…- La señora Montesco me decía esto a mí, cubriendo su boca con su diestra mano, para reír un poco, mirándome por encima del hombro. Yo simplemente le miraba algo avergonzada, con la mirada hacia arriba, pero la cabeza agachada. – ¿A dónde piensa ir, cuando se gradúe de la escuela de esgrima a la que va? He escuchado que el emperador está buscando más jóvenes reclutas, para la armada imperial.- Le había contado a los padres de Katalina, acerca de mis planes de volverme espadachín, hace unos minutos atrás en la conversación.
–Bueno… si le soy sincera, aún no he encontrado la razón por la cual quiero volverme espadachín. Yo estoy entrenando, porque el combate es lo que me hace sentir viva; la adrenalina corriendo por el cuerpo cual un veloz galope, el dulce sabor de la victoria al haber derrotado a tu enemigo, el prestigio ganado por la gente que te reconoce como un campeón autentico, ¡todo eso me gusta!- Les decía a los padres de Katalina, exaltándome por mis propias palabras. Los archiduques se quedaban mirándome algo intimidados por mi comportamiento algo imprudente; inclusive Katalina me miraba de tal manera que me trataba de decir que cuidara mi lenguaje corporal.
–Bu-bueno… eso es… algo interesante de saber, niña.- El señor Frederick me decía esto, sonriéndome con una gota de sudor pasando por el lado derecho de su frente. –Pero bueno… como les decía…- Después de un breve momento de silencio, continuábamos platicando normalmente.
8:00 P.M.
Ya había caído la noche; debía de volver a casa, antes de que a mi madre le diera un infarto. Katalina y yo nos encontrábamos en la salida del castillo de ella, lista para irme de vuelta al palacio. Solo me tomaba el tiempo, para devolverle algunas cuantas palabras de cortesía, antes de irme.
–Te agradezco MUCHO que hayas venido hoy, señorita Hosenfeld. En serio que disfruté su corta estancia.- Katalina continuaba halagándome, sonriendo alegremente, colocando sus manos en su pecho.
–De nada, señorita Montesco. Tu familia me trató demasiado bien, si le soy sincera. Sus padres son algo muy… peculiar, por decirlo así.- Le decía a la joven duquesa, rascándome la nuca con la izquierda y bajaba la cabeza, sonriendo algo avergonzada.
– ¿A… a qué se refiere con “peculiar”, señorita Hosenfeld?- La bella dama me preguntaba, ladeando su cabeza hacia la derecha, mirándome algo confundida. Dándome la media vuelta, colocaba ambas manos en la nuca y miraba hacia arriba.
–Bueno… para empezar, durante la comida, ellos no me dejaban de mirar ni de hablar, además del hecho que solo querían hablar de mí. Es como si yo les hubiera parecido una persona muy interesante…. O mejor dicho, un objeto extraño, que jamás habían visto en su vida.- Continuaba mi explicación, bajando mi cabeza, moviendo mi pierna derecha, hacia adelante y hacia atrás.
–Mi familia no está acostumbrada a recibir visitas de parte de amigos o compañeros míos. De hecho, usted es la ÚNICA amiga que tengo. ¡Por supuesto que ellos estaban intrigados contigo, ahora que te conocieron!- La joven duquesa empezaba a enfadarse, frotando sus brazos con sus manos, con la cabeza agachada.
–Momento… ¿a qué se refiere con que YO soy su ÚNICA amiga? ¿Acaso usted no tiene amigos?- Le preguntaba a Katalina, mientras giraba la cintura, para verla sorprendida por sus palabras. – ¿En serio soy su única amiga, señorita Montesco?- En eso, la joven duquesa bajaba la mirada y empezaba a llorar un poco. No podía soportar verla así; no podía soportar ver a una diosa tan hermosa como ella desmoronarse así, por lo que instintivamente, sin darme cuenta de ello, fui a donde ella y le seque las lágrimas de sus ojos, tan delicadamente como me fuera posible. Al notar eso, Katalina levantaba la mirada, mirándome con un rostro entristecido.
–No llores más... Sonríe.- Le decía a la joven duquesa, tratando de animarla, dándole la sonrisa más sincera y pura que pudiera darle. En eso, Katalina toma mi mejilla izquierda, con su mano derecha, mirándome directamente a los ojos; esos ojos que habían quedado cristalinos por sus lágrimas se veían tan hermosos a la luz de la luna. Esa imagen, ese rostro lleno de cariño y amor es algo de lo cual jamás podré olvidarme… o mejor dicho, es algo de lo cual no quiero olvidarme.
–Prométame que vendrá aquí otra vez… ¡Prométame que estará a mi lado cuando le necesite, señorita Hosenfeld!- Sin más previsión de lo que iba a pasar, Katalina me abraza a la altura del pecho, llorando de felicidad. .
–Por supuesto que vendré de vuelta aquí, señorita Montesco. Soy su amiga, después de todo.- Le decía a la joven duquesa, mientras seguía sonriendo, devolviéndole así el abrazo. Y así fue como empecé una bella –y a su vez una horriblemente dolorosa- amistad. ¿Pero quién hubiera dicho que pronto habría algo más, entre nosotras dos? Algo por lo cual, pronto daría mi vida y lucharía por ello.
Disfrútenlo. :p
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