06/04/2017 04:22 PM
Hola, Jaden. Perdona por el retraso, pero es que no he tenido tiempo de pasarme por tu relato. Te comento solo un trozo para que tú lo sigas corrigiendo en la misma línea.
Un momento de paz
15 de Enero de 1750. 10:00 A.M.
Debido a que habíamos llegado tarde al palacio, mis padres le dijeron a mi maestro de esgrima que iba a tomarme el día libre, así que falté por un día al entrenamiento. No hice nada interesante ese día, así que pasemos al siguiente. (si no vas a narrar ese día libre, esta información sobra en mi opinión) Mi grupo y yo nos encontrábamos descansando un poco, después de haber practicado algunas nuevas posiciones y formas, a las afueras del barracón (esta última frase la colocaría después de "descansando un poco"); Geraldo y yo nos encontrábamos recargados (¿qué quieres decir con "recargados", que están apoyados en el muro? Míralo.) en el muro del ala oeste del edificio.
– ¡Vaya Victoria, hoy estás que ardes en el entrenamiento! Dime, ¿Qué te trae tan inspirada?- Geraldo me preguntaba esto, secándose el sudor de la frente, con un pañuelo blanco, que cargaba en su mano derecha. Esta frase podrías acortarla diciendo: me preguntó Geraldo mientras se secaba el sudor con un pañuelo blanco (no necesitamos saber que fue con la mano derecha)
– ¿Eh? ¿De qué hablas, Geraldo? Yo estoy perfectamente bien.- Le decía al muchacho, volteando (le decía al muchacho confundida, rascándome la nuca) a verle confundida, ladeando la cabeza hacia la derecha, rascándome la nuca con mi mano derecha. No me había dado cuenta de cuánto había mejorado mi rendimiento ese mismo día.
– ¡Sabes bien de lo que hablo, Victoria!- En eso, Geraldo se levantaba del suelo y me miraba exaltado, saltando un poco, haciendo ademanes extraños con sus brazos. –Tus movimientos, bloqueos y evasiones se han vuelto mucho más precisos y más veloces. Te has agotado menos y tus ataques son mucho más fuertes; peleas como si estuvieras poseída. ¿No te habías dado cuenta?- (subrayaba sus palabras con ademanes de manos, simulando los movimientos de esgrima. Quizá así quede mejor)Él continuaba haciendo ademanes con las manos, mirándome impresionado, pero yo le miraba aún más confundida.
–La verdad es que no. Yo sólo me dediqué a pelear; nada más.- Le decía a Geraldo, cruzando mis brazos, mirándole algo molesta. (contesté cruzando los brazos. Con ese gesto ya se entiende que está molesta)
–Entonces… ¿en qué estaba pensando mientras peleaba, señorita Hosenfeld?- El muchacho me preguntaba esto, sentándose a mi derecha. “Lo que estaba pensando en ese momento…” Sí recuerdo lo que estaba pensando en ese momento. Estaba recordando el hermoso rostro de la joven Montesco; ese bello rostro y ese cuerpo hermoso me habían sentir tan tranquila, tan aliviada.
–Bueno… sonará estúpido, pero estaba pensando en la duquesa Katalina Montesco.-Le decía a Geraldo, rascándome la nuca con mi mano derecha y le sonreía muy avergonzada, con el rostro un poco sonrojado.
– ¿La señorita Montesco? ¿¡USTED CONOCE A LA DUQUESA MONTESCO!?- Mi compañero me exclamaba, (Ya sabemos que exclama, no hace falta que nos lo digas) cayendo sentado al suelo de la impresión, mirándome entusiasmado, sudando la gota gorda. (demasiados gerundios juntos. Cambia algo)
–Por supuesto. Hablé con ella hace dos días, en la fiesta que organizó el emperador. ¿Por qué pregunta eso, Geraldo?- Le preguntaba al muchacho,(ya sabemos que se lo pregunta) colocando mis manos en mi cintura, ladeando mi cabeza hacia la derecha, levantando mis labios. (dije colocando mis brazos en jarra. Lo de los labios quítalo, queda un poco rara esa expresión)
– ¿Qué acaso no lo sabe, señorita Hosenfeld? La duquesa Katalina Montesco es de las mujeres más hermosas y deseadas del imperio de Kartina. Sólo la supera la hija del emperador. También se dice que ella ha rechazado TODAS y CADA UNA de las propuestas de matrimonio que le han dado. El hecho que usted haya podido hablar con ella, demuestra que tanta suerte tiene.- Después de la explicación de Geraldo, levantaba la cabeza, colocando mi mano derecha en mi mentón y me puse a pensar durante un rato. Si es que en verdad ha rechazado toda propuesta de matrimonio que se le habían otorgado, ¿acaso eso significa que terminaría pasándome lo mismo a mí, si le declaro mis sentimientos? ¡No! ¡Me negaba a pensar de esa manera! Quizás exista la mínima probabilidad de que pueda entrelazar mi vida con la suya.
–Si te soy sincera, ella me gustó mucho, Geraldo. Y en verdad quiero poder declarar mis sentimientos a la joven duquesa.- Le decía a mi joven compañero, colocando mi mirada hacia el amplio cielo azul, como esperando una señal del cielo mismo, de que mi deseo se cumpliera.
– ¡Un momento…! ¿¡A usted le gustan las mujeres!? ¡Pero eso está mal! ¡Una mujer no debe amar a otra mujer!- Geraldo me reclamaba esto, poniéndose terriblemente histérico, por lo que me levanté del suelo y le lanzaba un puñetazo a la cara, con mi mano derecha. El mero impacto lo hizo caer sentado.
- Me importan poco las leyes morales. Estoy enamorada de esa chica. ¡Y daría mi vida por ella!- Exclamaba esto al muchacho, observándole furiosa por esas palabras, habiendo desenvainado mi estoque, poniéndole la punta de éste en su garganta.
–Guau… así que eso es lo que te tenía tan motivada hace rato…- En eso, el muchacho cambia su mueca por una sonrisa, balbuceando rápidamente.
– ¿Qué? ¿De qué hablas?- Bajaba mi estoque y miraba a mi compañero de manera extrañada, con la cabeza agachada.
– ¿No lo entiendes, Victoria? La señorita Montesco fue lo que te inspiró a luchar, tal y como lo has hecho en el entrenamiento. Si en verdad ella te importa tanto, lo más probable es que hayas encontrado en ella una razón para luchar.- En eso, el muchacho se levantaba del suelo, sacudiéndose el polvo de su ropa y me sonreía alegremente. Las palabras de él me habían circulado la cabeza, tan rápido como un relámpago. Lo que me había dicho mi padre el otro día se presentaba ante mí.
–Jejeje… creo que tienes razón, joven Geraldo. Dime, ¿y cuál es tu razón para luchar, joven Geraldo?- Le preguntaba a Geraldo, mientras colocaba mis manos en mi espalda y le miraba, con una sonrisa curiosa.
–…Las cosas no han mejorado en mi casa, desde que mi papá (padre) abandonó a mi madre y a mis hermanas por otra mujer.- Geraldo regresaba al muro del barracón y se recargaba en éste, bajando la mirada entristecido. –Siendo (siento) que ahora soy el hombre de la casa, depende de mí de darle el sustento a mi familia. Por eso quise volverme espadachín; para poder darle un mejor futuro a mi familia, porque sé que ellos dependen de mí ahora.- Me quedaba mirando intrigada al muchacho, en lo que él continuaba explicándome sus razones para volverse espadachín. En ese entonces, no sabía en la situación que se encontraba. Sin haberme dado cuenta, me dirigía hacia donde estaba Geraldo y colocaba mi mano derecha en su hombro izquierdo, devolviéndole una sonrisa.
–No te preocupes. Si tu fuerza del alma es realmente grande, tu meta será alcanzada.-
-¿Cómo dice, señorita Hosenfeld?- El muchacho volteaba a verme, con una mirada llena de incertidumbre, secándose las lágrimas de sus ojos.
–La señorita Montesco me dijo esto, cuando hablé con ella en la fiesta de antier: “Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar”. Por lo que entendí de esa frase, es que si nuestra fuerza de voluntad para conseguir aquello que queremos es igual de grande, aún si nuestros caminos difieren, podremos reunirnos una vez más.- Le decía a Geraldo, llevando mi mano izquierda al pecho y volteaba a ver hacia arriba, con un semblante pacifico.
–Guau… Si la duquesa Montesco le dijo eso, me imagino que también debe de ser muy sabia, para su joven edad. Escúcheme bien, señorita Hosenfeld… si en verdad está enamorada de esa mujer, no la deje ir. Es muy raro encontrar personas así en el mundo.- El chico me aconsejaba, mientras colocaba su mano derecha en mi hombro izquierdo y me devolvía la sonrisa.
–Jeje. Gracias, Geraldo. Necesitaré tus consejos.- Le decía a Geraldo, devolviéndole la sonrisa, quitándome su brazo de encima cuidadosamente. Me molestaba que me tocaran así, especialmente si se trababa de un hombre.
–Usted se ve MUY hermosa, cuando sonríe, señorita Hosenfeld. ¿Lo sabía?- Mi compañero me decía eso, continuando con su sonreír. Ya no me importaba que me dijeran cosas así. Ya podía estar en paz como una mujer. Aunque aún me molestaba que me tocaran…
–Gracias, joven Geraldo.- Le devolvía la cortesía al joven muchacho, mientras le seguía sonriendo también.
Bueno, hasta aquí he visto muchas repeticiones y explicaciones innecesarias especialmente en los diálogos y en las explicaciones de los diálogos. Vigila todo eso y comienza a pulir tu obra.
Espero que te haya servido. Saludos.
Un momento de paz
15 de Enero de 1750. 10:00 A.M.
Debido a que habíamos llegado tarde al palacio, mis padres le dijeron a mi maestro de esgrima que iba a tomarme el día libre, así que falté por un día al entrenamiento. No hice nada interesante ese día, así que pasemos al siguiente. (si no vas a narrar ese día libre, esta información sobra en mi opinión) Mi grupo y yo nos encontrábamos descansando un poco, después de haber practicado algunas nuevas posiciones y formas, a las afueras del barracón (esta última frase la colocaría después de "descansando un poco"); Geraldo y yo nos encontrábamos recargados (¿qué quieres decir con "recargados", que están apoyados en el muro? Míralo.) en el muro del ala oeste del edificio.
– ¡Vaya Victoria, hoy estás que ardes en el entrenamiento! Dime, ¿Qué te trae tan inspirada?- Geraldo me preguntaba esto, secándose el sudor de la frente, con un pañuelo blanco, que cargaba en su mano derecha. Esta frase podrías acortarla diciendo: me preguntó Geraldo mientras se secaba el sudor con un pañuelo blanco (no necesitamos saber que fue con la mano derecha)
– ¿Eh? ¿De qué hablas, Geraldo? Yo estoy perfectamente bien.- Le decía al muchacho, volteando (le decía al muchacho confundida, rascándome la nuca) a verle confundida, ladeando la cabeza hacia la derecha, rascándome la nuca con mi mano derecha. No me había dado cuenta de cuánto había mejorado mi rendimiento ese mismo día.
– ¡Sabes bien de lo que hablo, Victoria!- En eso, Geraldo se levantaba del suelo y me miraba exaltado, saltando un poco, haciendo ademanes extraños con sus brazos. –Tus movimientos, bloqueos y evasiones se han vuelto mucho más precisos y más veloces. Te has agotado menos y tus ataques son mucho más fuertes; peleas como si estuvieras poseída. ¿No te habías dado cuenta?- (subrayaba sus palabras con ademanes de manos, simulando los movimientos de esgrima. Quizá así quede mejor)Él continuaba haciendo ademanes con las manos, mirándome impresionado, pero yo le miraba aún más confundida.
–La verdad es que no. Yo sólo me dediqué a pelear; nada más.- Le decía a Geraldo, cruzando mis brazos, mirándole algo molesta. (contesté cruzando los brazos. Con ese gesto ya se entiende que está molesta)
–Entonces… ¿en qué estaba pensando mientras peleaba, señorita Hosenfeld?- El muchacho me preguntaba esto, sentándose a mi derecha. “Lo que estaba pensando en ese momento…” Sí recuerdo lo que estaba pensando en ese momento. Estaba recordando el hermoso rostro de la joven Montesco; ese bello rostro y ese cuerpo hermoso me habían sentir tan tranquila, tan aliviada.
–Bueno… sonará estúpido, pero estaba pensando en la duquesa Katalina Montesco.-Le decía a Geraldo, rascándome la nuca con mi mano derecha y le sonreía muy avergonzada, con el rostro un poco sonrojado.
– ¿La señorita Montesco? ¿¡USTED CONOCE A LA DUQUESA MONTESCO!?- Mi compañero me exclamaba, (Ya sabemos que exclama, no hace falta que nos lo digas) cayendo sentado al suelo de la impresión, mirándome entusiasmado, sudando la gota gorda. (demasiados gerundios juntos. Cambia algo)
–Por supuesto. Hablé con ella hace dos días, en la fiesta que organizó el emperador. ¿Por qué pregunta eso, Geraldo?- Le preguntaba al muchacho,(ya sabemos que se lo pregunta) colocando mis manos en mi cintura, ladeando mi cabeza hacia la derecha, levantando mis labios. (dije colocando mis brazos en jarra. Lo de los labios quítalo, queda un poco rara esa expresión)
– ¿Qué acaso no lo sabe, señorita Hosenfeld? La duquesa Katalina Montesco es de las mujeres más hermosas y deseadas del imperio de Kartina. Sólo la supera la hija del emperador. También se dice que ella ha rechazado TODAS y CADA UNA de las propuestas de matrimonio que le han dado. El hecho que usted haya podido hablar con ella, demuestra que tanta suerte tiene.- Después de la explicación de Geraldo, levantaba la cabeza, colocando mi mano derecha en mi mentón y me puse a pensar durante un rato. Si es que en verdad ha rechazado toda propuesta de matrimonio que se le habían otorgado, ¿acaso eso significa que terminaría pasándome lo mismo a mí, si le declaro mis sentimientos? ¡No! ¡Me negaba a pensar de esa manera! Quizás exista la mínima probabilidad de que pueda entrelazar mi vida con la suya.
–Si te soy sincera, ella me gustó mucho, Geraldo. Y en verdad quiero poder declarar mis sentimientos a la joven duquesa.- Le decía a mi joven compañero, colocando mi mirada hacia el amplio cielo azul, como esperando una señal del cielo mismo, de que mi deseo se cumpliera.
– ¡Un momento…! ¿¡A usted le gustan las mujeres!? ¡Pero eso está mal! ¡Una mujer no debe amar a otra mujer!- Geraldo me reclamaba esto, poniéndose terriblemente histérico, por lo que me levanté del suelo y le lanzaba un puñetazo a la cara, con mi mano derecha. El mero impacto lo hizo caer sentado.
- Me importan poco las leyes morales. Estoy enamorada de esa chica. ¡Y daría mi vida por ella!- Exclamaba esto al muchacho, observándole furiosa por esas palabras, habiendo desenvainado mi estoque, poniéndole la punta de éste en su garganta.
–Guau… así que eso es lo que te tenía tan motivada hace rato…- En eso, el muchacho cambia su mueca por una sonrisa, balbuceando rápidamente.
– ¿Qué? ¿De qué hablas?- Bajaba mi estoque y miraba a mi compañero de manera extrañada, con la cabeza agachada.
– ¿No lo entiendes, Victoria? La señorita Montesco fue lo que te inspiró a luchar, tal y como lo has hecho en el entrenamiento. Si en verdad ella te importa tanto, lo más probable es que hayas encontrado en ella una razón para luchar.- En eso, el muchacho se levantaba del suelo, sacudiéndose el polvo de su ropa y me sonreía alegremente. Las palabras de él me habían circulado la cabeza, tan rápido como un relámpago. Lo que me había dicho mi padre el otro día se presentaba ante mí.
–Jejeje… creo que tienes razón, joven Geraldo. Dime, ¿y cuál es tu razón para luchar, joven Geraldo?- Le preguntaba a Geraldo, mientras colocaba mis manos en mi espalda y le miraba, con una sonrisa curiosa.
–…Las cosas no han mejorado en mi casa, desde que mi papá (padre) abandonó a mi madre y a mis hermanas por otra mujer.- Geraldo regresaba al muro del barracón y se recargaba en éste, bajando la mirada entristecido. –Siendo (siento) que ahora soy el hombre de la casa, depende de mí de darle el sustento a mi familia. Por eso quise volverme espadachín; para poder darle un mejor futuro a mi familia, porque sé que ellos dependen de mí ahora.- Me quedaba mirando intrigada al muchacho, en lo que él continuaba explicándome sus razones para volverse espadachín. En ese entonces, no sabía en la situación que se encontraba. Sin haberme dado cuenta, me dirigía hacia donde estaba Geraldo y colocaba mi mano derecha en su hombro izquierdo, devolviéndole una sonrisa.
–No te preocupes. Si tu fuerza del alma es realmente grande, tu meta será alcanzada.-
-¿Cómo dice, señorita Hosenfeld?- El muchacho volteaba a verme, con una mirada llena de incertidumbre, secándose las lágrimas de sus ojos.
–La señorita Montesco me dijo esto, cuando hablé con ella en la fiesta de antier: “Nuestros caminos son distintos, pero la fuerza de nuestra alma es lo que nos reunirá en el mismo lugar”. Por lo que entendí de esa frase, es que si nuestra fuerza de voluntad para conseguir aquello que queremos es igual de grande, aún si nuestros caminos difieren, podremos reunirnos una vez más.- Le decía a Geraldo, llevando mi mano izquierda al pecho y volteaba a ver hacia arriba, con un semblante pacifico.
–Guau… Si la duquesa Montesco le dijo eso, me imagino que también debe de ser muy sabia, para su joven edad. Escúcheme bien, señorita Hosenfeld… si en verdad está enamorada de esa mujer, no la deje ir. Es muy raro encontrar personas así en el mundo.- El chico me aconsejaba, mientras colocaba su mano derecha en mi hombro izquierdo y me devolvía la sonrisa.
–Jeje. Gracias, Geraldo. Necesitaré tus consejos.- Le decía a Geraldo, devolviéndole la sonrisa, quitándome su brazo de encima cuidadosamente. Me molestaba que me tocaran así, especialmente si se trababa de un hombre.
–Usted se ve MUY hermosa, cuando sonríe, señorita Hosenfeld. ¿Lo sabía?- Mi compañero me decía eso, continuando con su sonreír. Ya no me importaba que me dijeran cosas así. Ya podía estar en paz como una mujer. Aunque aún me molestaba que me tocaran…
–Gracias, joven Geraldo.- Le devolvía la cortesía al joven muchacho, mientras le seguía sonriendo también.
Bueno, hasta aquí he visto muchas repeticiones y explicaciones innecesarias especialmente en los diálogos y en las explicaciones de los diálogos. Vigila todo eso y comienza a pulir tu obra.
Espero que te haya servido. Saludos.
El sueño de Perséfone