29/05/2019 06:22 PM
(This post was last modified: 31/05/2019 08:39 PM by FrancoMendiverry95.)
N.A: Gracias a @Sashka por interesarse, por incentivarme, por dedicarle tiempo a leerlo a pesar de que estaba muy metida en su propio fanfic, por sus meticulosas y precisas correcciones, que hicieron de este relato algo mejor. Moltes gràcies, amiga!
Las Enseñanzas de un Brujo III
Los brujos acabaron su cerveza y con un golpe apoyaron las jarras sobre la mesa de la posada. Las sillas chirriaron al ser arrastradas, las tablas del suelo se quejaron bajo sus botas cuando caminaron hacia la puerta, el posadero se apresuró a recoger las monedas que dejaron atrás.
El viejo maestro abrió y varias hojas secas y anaranjadas se colaron dentro del local, empujadas por el viento matinal. Geralt cerró detrás de él al salir.
En lugar de echar a caminar hacia el establo para recoger sus monturas, se apoyaron uno a cada lado del vano de la puerta. De este modo, transcurrió apenas un momento antes de que sus oídos captaran unos pasos ligeros en el interior, acercándose. La puerta se abrió, Geralt esperó el instante preciso para cruzar el pie en el umbral, el sujeto que salía cayó de bruces al tropezar con él. Entonces, maestro y pupilo le cogieron por los brazos, y haciendo caso omiso a sus gritos, le arrastraron hasta un callejón apartado de ese humilde asentamiento.
Allí le soltaron con un empujón que lo envió al suelo.
—No dejaste de mirarnos desde que bajamos de la habitación, y ahora querías seguirnos —dijo Geralt, acuclillándose. Desde esa posición, alargó una mano hacia el sujeto y le hizo a un lado un mechón de cabello que le caía por los lados—. Dinos por qué… elfo.
—Porque llevaba tiempo aguardando a los de su calaña… vatt’gherns —replicó el sujeto, poniéndose en pie.
—En ese caso pudiste habernos invitado una ronda allá adentro —dijo Vesemir, señalando con una inclinación de cabeza—. Los brujos no mordemos.
—Todos los dh’oine muerden, si tienen la ocasión. Y ustedes no son diferentes, a pesar de las mutaciones.
El viejo brujo gruñó al apoyarse cansinamente contra una de las paredes del callejón.
—Geralt…
—Sí, Vesemir, yo me encargo. —El joven pupilo, erguido ahora, se cruzó de brazos—. ¿Por qué aguardabas por un brujo?
—¿Y qué otro motivo puede haber, si no es para cazar a una alimaña? —siseó el otro—. Una abominación para matar a otra, eso es lo desean quienes contratan sus servicios. —El elfo se quitó ambas botas, las giró boca abajo y de ellas cayeron sendas bolsas de cuero. Las pateó hacia Geralt—. Cabalguen al norte, llegaran a Vermel. Allí, junto a la casa de la herrera, hay una puerta pintada de rojo. Pregunten por Tabar, díganle que los envía la ‹‹paloma que voló››.
Geralt volvió a acuclillarse, cogió una de las bolsas y tanteó el peso. No estaba nada mal.
—Es la mitad —dijo el elfo—. Habrá más al llegar allí. ¿Lo aceptan, o tendré que seguir aguardando?
El joven pupilo miró a su maestro por encima del hombro, Vesemir no dijo nada ni hizo gesto alguno. Geralt tanteó entonces el peso de ambas bolsas a la vez, asintió al ponerse en pie.
—Tabar, en Vermel, ‹‹la paloma que voló››. Lo recordaremos.
Atravesaron las puertas de la ciudad tras dos días de viaje. Mediaba la tarde y llovía con ganas, las ráfagas de viento les helaban el cuerpo húmedo y se afanaban por mojarles el rostro oculto bajo las capuchas. Al ritmo lento al que llevaban los caballos, los brujos veían pasar por delante a los adultos, en rápidas carreras de un techado a otro. Los niños, en cambio, chapoteaban para aquí y para allá felices de la vida, algunos acomodaban pequeños barquitos en los charcos más profundos y dejaban que la corriente se los llevara calle abajo. Los guardias, que en un día con buen clima se hubieran entrometido para llenarles de preguntas, se contentaron con mirarles de modo amenazante desde su resguardo. A estos últimos Geralt les dedicó una sonrisa torcida.
Se detuvieron frente a la posada, allí el joven brujo desmontó y entró, su maestro le esperó fuera sosteniendo las riendas de ambos caballos. Cuando Geralt regresó, tomó la delantera a lomos de Sardinilla y guio la marcha.
Así anduvieron entre las calles, y a medida que avanzaban al oeste se fueron haciendo más estrechas, los edificios se elevaron y apretujaron, torcidos, unidos en las alturas por cuerdas desde las que chorreaban algunas prendas olvidadas.
También, al avanzar hacia allí, iba en aumento el golpeteo del martillo sobre el yunque.
Llegaron a la herrería, era esta la correcta: una mujer con un delantal grueso y el rostro ennegrecido por el carbón levantaba y bajaba el fuelle. Entonces, sin desmontar, buscaron y divisaron la puerta pintada de rojo, al pie de un edificio tan estrecho como alto.
—Aquí es —dijo Geralt.
—Llevemos los caballos al establo y regresemos luego.
Geralt llamó con un nudillo cuando estuvo frente a la puerta roja. Toc toc toc.
Silencio. El joven brujo se volvió hacia Vesemir, se encogió de hombros. El viejo maestro miró a un lado y a otro de la calle, luego con un movimiento de cabeza le impulsó a golpear de nuevo.
Geralt llamó ahora con la parte baja de su puño cerrado.
Al cabo de un momento, a través de la mirilla de la puerta, llegó una voz.
—¡Todas las habitaciones están ocupadas! ¡Márchese!
El joven brujo, que tenía un hombro apoyado en el vano para mantenerse fuera de la vista, contestó con un graznido:
—Buscamos a Tabar.
Silencio.
—Aquí… aquí no hay ningún Tabar.
Geralt no se lo tragó.
—Nos manda la paloma que voló. —Puso su medallón delante de la mirilla—. Somos brujos.
Un silencio más profundo y prolongado. Luego, de repente, el sujeto descorrió el cerrojo y les abrió.
Geralt le sonrió con arrogancia a su maestro.
—Con tus maneras, no lo habrías logrado —dijo.
Vesemir avanzó y le dio unas palmadas en el hombro al pasar junto a él.
—Yo lo habría hecho más rápido, sin tanto drama.
Geralt gruñó al seguirle al interior.
El tal Tabar cerró la puerta una vez ambos estuvieron dentro, volvió a asegurarla y luego tomó la delantera, cogiendo una lámpara que colgaba de un aplique.
—Por aquí —les dijo, y se perdió por unos escalones que descendían bajo tierra.
Los brujos fueron detrás sin hablar, solo Geralt masculló una palabra cuando se apoyó en la barandilla de la izquierda y esta casi cede a su peso. Una vez en el húmedo sótano, el dueño de casa comenzó a hacer a un lado las cajas que bloqueaban una de las paredes. Cuando acabó, en aquel lugar apareció una puertecita de apenas un metro de alto y la mitad de ancho.
Tabar la abrió con una pequeña llave y dijo:
—No se detengan hasta llegar al final.
Geralt se echó atrás.
—Ya me harté de todo este misterio. No iremos a ninguna parte sin más explicaciones.
—Las explicaciones les aguardan al final de este pasaje —respondió Tabar, señalando la puerta con la lámpara—. Golpeen la puerta, no esperen respuesta. Digan: “el zorro entra en el gallinero”.
—El zorro entra en… ¿pero quién diablos inventa estas gansadas? —gruñó el joven brujo—. ¿Un asno vestido de poeta? ¿Un viejo y decrepito espía que se divierte jugando a su antigua vida?
—Lo averiguarán al llegar al otro lado. Quieren el dinero, ¿verdad, brujos? No hacen esto por buen corazón, porque les guste ayudar a la gente. Lo hacen por dinero, y aquí tienen mucho para ganar.
Geralt resopló.
—¿No vas a decir nada, Vesemir, o es que te has tragado la lengua por el camino y no me he enterado? ¿Vas a dejar que me entierre hasta el fondo en la mierda, cierto? Maldición, otra de tus estúpidas lecciones.
El viejo brujo se mostró extrañamente grave.
—Pasaste las últimas cinco noches diciendo que estabas listo para tomar las riendas, y ahora pides mi ayuda. No, Lobo, no diré nada.
—Como quieras. —Suspiró al agacharse para pasar a través de la puerta—. Hasta el fondo entonces.
Alcanzaron el final de ese pasaje subterráneo, ahí les esperaba otra puerta igual de pequeña que la anterior. Geralt golpeó y a continuación pronunció las palabras tal cual como lo hiciera Tabar.
Tras el chirrido de un mueble que es arrastrado, una llave fue encajada en la cerradura y la puertecita se abrió. Geralt y Vesemir pasaron por la abertura y se encontraron en la habitación de una casa, rodeados por tres elfos de rostros enjutos y ojos fríos.
—Espero estemos invitados a la fiesta —dijo el joven brujo, pasando su mirada por los sables que colgaban de los cinturones del trío.
Dos de los elfos se adelantaron y cogieron los lobos de sus medallones para echarles un vistazo más de cerca, luego se volvieron hacia el restante asintiendo con la cabeza.
—¿Eres tú quien nos explicará qué demonios hacemos aquí? —preguntó Geralt.
El elfo sonrió con malicia, luego echó a andar hacia un lado y ordenó a los suyos:
—Denles las ropas y llévenlos hasta la casona, les esperaré allí.
Al cabo de unos minutos ambos brujos abandonaron el edificio siguiendo a los elfos. Habían tenido que dejar atrás sus mantos largos, _gambesones acolchados y espadas, con la promesa que les serían devueltas pronto. Ahora maestro y pupilo lucían ropas más finas y sueltas, y Geralt llevaba además un pañuelo atado a la cabeza para esconder sus cabellos blancos.
Así fueron conducidos a través las calles, cruzándose con gran cantidad de elfos, de enanos y medianos. Como Vesemir había deducido desde el momento en que hablaron con ‹‹la paloma que voló››, se encontraban en un barrio no-humano. Y lo que vio alrededor de las casas no le gustó un ápice: estaban cercados por una muralla de piedra, y desde las atalayas eran observados por soldados equipados con arcos y ballestas. No, aquello no le agradó en absoluto, pero menos lo hizo el hecho de que Geralt no prestara atención a estos detalles tan claros.
Llegaron hasta una residencia sobre el cual estaba apoyado el elfo que les sonriera con malicia, gesto que repitió al verles vestidos de aquella manera.
Geralt tuvo ganas de borrarle esa sonrisa de un puñetazo.
—Entremos —dijo el elfo—. Está ansioso por conocerlos.
Lo hicieron. La estancia al otro lado se les antojó espaciosa, aunque tal vez fuera así por haber recorrido el estrecho pasaje subterráneo. Como una comitiva que se presenta en un palacio, el grupo avanzó hacia el final de la sala, donde en un sillón alto y elevado sobre unos pequeños escalones descansaba un elfo muy anciano, tan encogido y arrugado como una pasa de uva.
Geralt y Vesemir se detuvieron al pie del pequeño estrado, con los dos elfos a sus espaldas. El restante, el que les conducía, remontó los escalones y se acomodó por detrás y a la derecha del sillón.
— Mi nombre es Craran aep Sengovir, y les doy la bienvenida a mi morada —habló el anciano, con la voz cascada—. Espero les hayan tratado como merecen. —Se giró apenas hacia el que debía ser su mano derecha.
—Tal como merecen —asintió este, con una reverencia.
—Será como ustedes creen que…
Vesemir puso una mano firme en el hombro de su pupilo, interrumpiéndole. Cuando Geralt le miró, negó con la cabeza.
El elfo anciano sonrió desde su sillón.
—El maestro y su pupilo, la sabiduría y la temeridad. Ah, me recuerdan a mis años mozos, y eso me llena el corazón de nostalgia. —Les miró en silencio durante un tiempo, luego continuó—: Tenemos aquí, en este… barrio, un problema que requiere pronta resolución. Estamos siendo cazados, brujos. Nos acechan desde las alturas, como simples conejos en el coto de caza de un águila. Juegan con nosotros, como el gato con el ratón.
Geralt percibió un movimiento a su derecha y giró la cabeza por instinto. Una elfa, de rasgos jóvenes y hermosos, acababa de aparecer desde el otro lado de una cortina, con una bandeja en las manos. Pero tan pronto como el brujo reparó en ella, el consejero tras el sillón hizo una seña y los dos elfos que custodiaban a los invitados la sacaron de allí con brusquedad.
Geralt gruñó.
—Concéntrate —susurró Vesemir.
Craran ignoró todo esto y prosiguió:
—Les hemos hecho venir, brujos, para que los cazadores sean cazados y su crueldad les sea devuelta.
—Una abominación para matar a otra —dijo el joven pupilo, sacándose el pañuelo de la cabeza para arrojarlo a un costado—. Eso es lo desean quienes contratan nuestros servicios. —Se encogió de hombros—. Que así sea. Pero necesitaré más que metáforas para saber a qué habremos de enfrentarnos.
El viejo elfo asintió una vez.
—Quienes nos cazan solo salen de noche —dijo—, las sombras son sus aliadas. Disfrutan del engaño, con ellos llevan a sus víctimas al sitio que le es predilecto.
—Entiendo que hay más de una criatura.
—Entiendes bien, brujo. Salen en grupo, frecuentan los tejados de las casas, se mueven a una velocidad imposible de alcanzar y de seguir con la vista. Se teleportan, vatt’gherns.
Ante esta revelación, Geralt bajó la mirada un momento, apenas vuelto hacia la izquierda, como si intentara recordar. Y recordó.
—Las víctimas —habló el joven brujo—, ¿han sufrido torturas antes de perecer?
El ojo izquierdo del anciano se abrió y se cerró repetidamente, como un tic, al hablar su voz transmitió dolor:
—Las torturas más crueles que jamás hayan observado mis ojos. Y he visto y sufrido muchas a lo largo de las décadas, oh, demasiadas. —El elfo se levantó del sillón haciendo un gran esfuerzo, descendió los escalones ayudado por su consejero—. Se les hospedará aquí, brujos, se les proporcionará comida, bebida, todo aquello que necesiten para su labor. Mi morada es ahora su morada. Oh, y se les pagará, por supuesto. Aquí no somos ricos, pero somos solidarios con quienes están dispuestos a ayudar. Maten a esas alimañas, y se les dará una suma igual a la que ya han recibido. Mátenlas con prontitud, y recibirán el doble. —Craran aep Sengovir alargó su mano temblorosa hacia el joven pupilo—. ¿Tenemos un trato?
Geralt se la estrechó, se sorprendió ante la fuerza del anciano.
—Lo tenemos.
El elfo que despertó a Geralt se llevó un susto cuando el brujo, tendido boca arriba en la cama, despegó de súbito los párpados y sus ojos dorados relampaguearon hacia él. Las palabras se le atoraron en la garganta.
—¿Ya es la hora? —gruñó el joven pupilo.
El elfo asintió y se marchó deprisa de la habitación.
Geralt se sentó apoyando los pies en el suelo, con un mueca de satisfacción advirtió que junto a él y sobre una pequeña cómoda estaban sus vestiduras de brujo, y sus espadas. Miró entonces hacia la otra cama.
—Levanta, vieja marmota —espetó—. Ya llegó el ocaso.
Vesemir giró en la cama, rumiando unas protestas.
—Te olvidas que tengo un oído tan…
—No olvido nada, Lobo. Soy viejo y tengo el derecho de quejarme por no dormir lo suficiente. —El brujo maestro también se sentó, soltó una maldición por lo bajo.
—El caso es que eres viejo cuando te conviene —sonrió Geralt, apretando las correas de sus brazales por encima de la manga del caftán rojizo—. Venga, arriba, cuanto más lo piensas es peor.
Al cabo de unos minutos, y tras recibir algunas indicaciones por parte de Narilin, el consejero elfo, ambos salieron de la residencia vestidos y armados como verdaderos brujos.
Esa fue la primera de tres noches en las que deambularon por el barrio no-humano sin captar un solo indicio de peligro, sin que sus medallones vibraran en ningún momento contra su pecho. Esa fue la primera en que regresaron a la casa y negaron con la cabeza ante la mirada inquisitiva del consejero, para luego perderse otra vez tras las cortinas que conducían a su habitación. Durante el día los brujos salían de a uno para no llamar la atención de los centinelas humanos, pero el resultado era el mismo: nada.
La tercera noche en que respondieron meneando la cabeza, Narilin les espetó:
—¿Esto es todo lo que pueden hacer un par de brujos? Dormir, comer y cagar durante el día, dar paseos por la noche. Están viviendo a costa nuestra.
Geralt iba a responder de manera poco elegante, pero esta vez Vesemir intercedió:
—Dime, elfo, ¿Cuántos de los tuyos, enanos o medianos han muerto desde que vinimos? ¿Cuántos han sido atacados? —El otro no supo que contestar—. Exacto. Ninguno. Y eso es porque a diferencia de ti, esas criaturas a las que cazamos no son cretinas: saben de lo que somos capaces.
La cuarta noche, sin embargo, fue diferente a las anteriores desde el mismo instante en que abandonaron la seguridad de la casa. Había algo en el aire, una electricidad que ponía en tensión los músculos y erizaba los vellos, una para la que los brujos no tenían nombre pero sí significado: amenaza.
—Esta noche —dijo Vesemir.
—Esta noche —repitió Geralt.
Echaron a andar hacia el centro mismo del barrio, fingiendo distracción, estar concentrados en lo que tenían delante y nada más. Pero sus oídos captaban los susurros de los traficantes en los callejones, los ladridos de los perros, lejanos algunos y cercanos otros, el maullido de un gato, el rumor de una comadreja que rebuscaba en la basura.
Así fue que deambularon durante un rato, y a medida que se alejaban del muro delimitador todo sonido se apagaba, hasta que todo quedó en silencio. Y partir de allí, cuando alcanzaban una esquina, las farolas de tres de las calles se apagaban al unísono, invitándoles a continuar por aquellas en las pequeñas llamas ardían con más fuerza.
Su caminata aumentó de velocidad hasta un trote, se dejaron conducir por las luces como lo haría cualquier individuo llevado por el miedo. Y ahora, ocultos casi por completo bajo el rumor de sus pasos sobre el empedrado, podían oír roces en los tejados, como si unos pies con garras aterrizasen de tanto en tanto sobre las tejas.
De esa manera llegaron hasta el mercado, un espacio circular rodeado por construcciones altas, contra los que se agolpaban los tenderetes. Una fuente dominaba todo desde el centro.
Y entonces, todas las farolas se apagaron.
De inmediato las pupilas de los brujos se dilataron y alargaron, los medallones se agitaron enviando pequeñas señales a sus corazones ligeramente acelerados. Acto seguido, con un único silbido metálico, Vesemir y Geralt desenvainaron sus espadas de plata, uno junto al otro.
La primera de las criaturas se teleportó justo detrás del joven brujo, le cogió por un hombro y con la otra mano tiró de sus cabellos blancos hacia un lado para dejar desprotegida la carótida, y allí tuvo la intención de morder. Sin embargo, Geralt reaccionó a tiempo doblando el tronco hacia delante, la bestia solo pudo hincarle los dientes en el grueso músculo trapecio. De haber sido un vampiro quien le mordiera, aún la cosa podría haberse acabado allí para el brujo. Pero esa criatura era una bruja de la noche, y sus dientes, aunque afilados, eran pequeños y no penetraron profundo en la carne.
Al oír el grito de dolor de su pupilo, Vesemir giró la espada y golpeó a la criatura en la sien con el pomo, una, dos y tres veces, hasta que consiguió alejarla y entonces le rebanó la cabeza con un tajo desde el codo. De inmediato, no obstante, una segunda bruja apareció de la nada y cayó sobre él, embistiéndole con fuerza desde un lado.
Geralt quiso correr y ayudarle, mas en cuanto dio un paso adelante advirtió una sombra que aparecía a su derecha, y con sus reflejos sobrehumanos la esquivó haciéndose atrás. Un instante después, la criatura descargó contra el suelo sus brazos musculosos. Sin demorarse, viendo su ventaja, el brujo contraatacó con una estocada lanzada desde el hombro, la hoja de plata penetró la carne de la bruja y se enterró entre las costillas.
Al escuchar el chillido que profirió su compañera, la bruja que estaba sobre Vesemir y forcejeaba con él, se teleportó hasta el brocal de la fuente, luego a lo alto de un tenderete, después al balcón de un edificio y por último se perdió entre los tejados. La noche quedó en calma.
Geralt resopló, se acercó a su maestro y le tendió una mano, Vesemir le cogió por el antebrazo para impulsarse.
—Estás cada vez más perezoso, viejo —dijo el joven pupilo, con la voz dolorida—. Siempre acabas con la espalda apoyada en el suelo.
El viejo maestro le miró con una mueca de fastidio, luego esbozó una sonrisa y le señaló con un gesto de la cabeza la herida causada por los dientes de la bruja.
—Y tú, haga lo que haga yo para controlarte, siempre acabas con un chupetón en el cuello.
Nirelin retrocedió un paso cuando les vio entrar en la casa. Vesemir cojeaba un tanto del lado derecho, tenía un tajo diagonal y no poco profundo en su chaquetilla de cuero, y un ojo negro. Geralt en apariencia había sufrido menos daños, pero se movía algo vacilante, con una mano enguantada puesta en el cuello. Ambos tenían los cabellos pegados a los rostros sudorosos.
—¿Lo lograron? ¿Lo lograron? —preguntó el elfo, con expectación en la voz—. ¿Las alimañas han sido por fin cazadas?
No obtuvo respuesta: Geralt se tambaleó, fue a parar con el hombro contra la pared, se deslizó hasta quedar sentado y sin conocimiento, dejando un manchón rojizo en ella.
El joven brujo abrió los ojos poco a poco, llevaba un rato despierto y sabía lo que sucedía a su alrededor. Había esperado que Vesemir les dejara solos para hacerlo.
La elfa que le cosía la herida se sobresaltó y pinchó la piel con negligencia, Geralt aspiró entre dientes.
—Lo siento —balbució ella, limpió la herida con un trapo mojado y se levantó de la silla.
—No has terminado —dijo el brujo, cogiéndola por la muñeca, con fuerza pero sin violencia. Aún sentía la herida abierta.
—Iré a avisar que has despertado. No puedo…
—¿Acaso eres una princesa que no se te puede mirar? —se mofó él, sonrió con la boca torcida al soltarla—. Puedo seguir fingiendo que duermo si con ello consigo que te quedes.
La elfa le miró descolocada, su vista pasó disimuladamente por el torso desnudo del brujo. Pero duró apenas un instante; cogió la palangana con agua y se marchó con pasos ruidosos sin decir nada más.
A los pocos segundos entró Vesemir.
—Me imagine que habías despertado —murmuró el maestro, sentándose muy despacio en la misma silla que desocupara la elfa—. ¿Te encuentras bien, Lobo?
—Mejor que tú, seguro —replicó el joven brujo, colocando una mano por detrás de su nuca.
—Ah, me recuperaré rápido, solo ha sido el golpe al aterrizar con la cadera en la piedra. Eso y… —señaló su ojo.
—Si te lo callas no lo notaba —sonrió Geralt con malicia—. ¿Les has contado a los señores estirados de nuestra experiencia de anoche?
—Aún es esta noche, no has descansado tanto, Lobo. Y les conté, por supuesto. Con alguna floritura, ya sabes, trucos de regateador.
Se quedaron en silencio un momento, sin saber qué más decir, o si hacía falta decir algo.
—Oh —exclamó de pronto el maestro—, no acabó de coserte la herida. ¿Te molesta si se ocupa de ello un viejo con las manos callosas y no una doncella elfa?
—Muéstrame la mano. —La mano del viejo brujo temblaba un poco—. Hum, adelante, de todas maneras yo no lavaré las sábanas si pinchas donde no debes.
Tras el descanso y el cuidado que recibieron a lo largo del día (ayudados por los brebajes que llevaban en las alforjas, que a su vez les fueron traídas de fuera del barrio) ambos se recuperaron pronto y por completo para la siguiente noche.
De nuevo abandonaron la vivienda armados y pertrechados para su faena, sin demorarse se dispusieron a andar hacia el mercado donde tuvieron el enfrentamiento anterior. Ahora que tenían la certeza de a qué criatura se enfrentaban, sabían muy bien cómo proceder.
Llegaron al lugar sin que nada se lo pusiera difícil, sin percibir ojo alguno posado sobre ellos. Tal como esperaban, las brujas debían estar asustadas. A partir de allí siguieron el rumbo que habían visto tomar a la criatura que escapó, y en un determinado punto sus medallones comenzaron a vibrar. Los brujos, que iban ya con las espadas desenvainadas, no redujeron el paso sino al contrario, dejándose guiar por los movimientos de los lobos de plata.
Así alcanzaron una plaza, dominada desde el centro por un enorme árbol, de tronco arrugado y ramas muertas. Al estar frente a él, los medallones se descontrolaron, saltando y golpeándoles contra el pecho. Vesemir alargó una mano y tocó las raíces, que sobresalían de la tierra como si un gran vendaval las hubiera obligado a aparecer, su medallón se tensó de pronto, tirando de la cadena hacia abajo.
El viejo brujo mantuvo el contacto un momento, luego retrocedió hasta quedar a la par de su pupilo.
—Aquí es —dijo.
Geralt desató el frasquito que llevaba amarrado a la cintura, lo abrió con una sola mano y avanzó dos pasos. Tras mirar a su maestro y asentir, salpicó las raíces con el líquido. El brebaje tenía un color verdoso, y siseó al hacer contacto. Era sangre de bruja.
Ante su mirada, las raíces se retorcieron y sacudieron como serpientes, abriendo un espacio, y en ese espacio apareció un hueco oscuro. Geralt y Vesemir echaron un vistazo, vieron los escalones que se internaban en lo profundo de la tierra.
—¿Estás preparado, Lobo?
—Lo estoy.
Entonces, tras beber la poción Gato, se dejaron engullir por esa boca negra.
Los escalones les dejaron en un corredor rectangular, cuyas paredes eran un entramado de raíces y tierra compacta. Vesemir avanzó delante, Geralt dejó que se alejara unos cinco metros antes de seguirle. Ambos se movían con las piernas un tanto flexionadas y el tronco encorvado, sosteniendo con una mano la empuñadura de la espada junto a la oreja derecha, de modo que las hojas de plata precedieran sus pasos. Un mero movimiento en la oscuridad y el viejo brujo extendería el brazo en una estocada letal.
Varios metros más allá aparecieron bifurcaciones a los lados, pero ellos no se desviaron en ninguna. El único cambio fue que, a partir de allí, Geralt avanzó de espaldas a su maestro, atento a la retaguardia.
Nada sucedió hasta que ambos brujos chocaron sus espaldas. Vesemir se había detenido.
—¿Qué? —preguntó Geralt, sin voltear.
—Shhh. Escucha.
El rumor de una voz aguda se arrastraba por el pasaje.
—¿La oyes, Lobo?
—Hum, y la huelo —respondió el joven brujo.
Vesemir aspiró hondamente por la nariz.
—Sí…, la Bruja Mayor está allí delante. Ten. —El viejo maestro le dio unos corchos, y él mismo se puso un par en las orejas—. Primero las otras, Lobo. Ella…
—No es peligrosa sin su voz —concluyó Geralt—. Lo sé, Vesemir. Vamos, el efecto del elixir no durará para siempre.
El pasadizo fue abriéndose más y más, desembocó en una cueva espaciosa. Antes de entrar en ella, se detuvieron para echar un vistazo. Fue así que sus miraras se vieron enseguida atraídas hacia una gran cuba, alta y de buen diámetro, iluminada por un haz de luz que se filtraba desde arriba. Y sumergida en ella hasta los pechos, vieron a una bruja con la piel más oscura que las demás, y con largos cabellos blancos, cuyas puntas se habían vuelto rojas como el líquido que chorreaba de la tina. Y a su alrededor estaban de rodillas tres brujas menores, con las cabezas vueltas hacia arriba y las lenguas fuera de la boca, retorciéndose y gimiendo con anhelo. La Mayor alzó entonces una copa dorada, llena hasta el tope, y la vertió en un círculo sobre los rostros de sus discípulas, que se relamieron ante cada gota.
Los brujos arrugaron el rostro por la aversión, por instinto apretaron con más fuerza las empuñaduras. Mirándose uno al otro, aspiraron y exhalaron con fuerza. Luego, a una señal de sus cabeza, entraron en la cueva, rápidos e indetenibles como relámpagos.
La Bruja Mayor les vio y señaló, las menores reaccionaron torpemente retrocediendo entre aullidos y tropiezos, mas una de ellas no logró escapar del embate de Geralt, que con una estocada en salto le seccionó la espina dorsal.
Vesemir llegó poco después, más lento, vio desprotegida a la Mayor y avanzó hacia ella. Ésta respondió con un chillido, a su llamada acudió una de las brujas menores, teleportándose hasta quedar en medio. Sin embargo, esto era exactamente lo que el viejo brujo quería, pues perseguir a esas criaturas en un espacio tan amplio le hubiera resultado tedioso y agotador. Dispuesto a dejarla sin reacción, lanzó un rápido tajo desde el codo derecho, pero la criatura desapareció y la hoja cortó el aire. Aun cuando la espada seguía su rumbo al no hallar la resistencia esperada, Vesemir percibió que la bruja se había teleportado a su retaguardia. Entonces, anticipando su ataque, inclinó el torso y la cabeza a la derecha, las garras y el brazo de la bruja zumbaron al pasar junto a su oreja y sobre su hombro izquierdo. Teniéndola a tan escasa distancia, Vesemir contraatacó con un cabezazo directo a la sien. Luego, mientras la criatura se tambaleaba, le sajó ambas piernas de un solo espadazo.
Luego, al verla arrastrándose para alejarse de él, el brujo fue detrás ella, le apoyó una bota en la espalda y le clavó su hoja como quien clava una estaca.
Al volverse hacia la Mayor, que a todo esto murmuraba sortilegios inútiles gracias a los corchos, Vesemir vio venir a Geralt. Su pupilo arrastraba de una pierna a la bruja restante, dejando un rastro de sangre en el suelo de la cueva.
La criatura oscura y de cabellos blancos, asustada al ver que ninguno de sus hechizos funcionaba contra esos dos hombres, se sumergió en la sangre. No le sirvió nada: el joven brujo volteó la cuba de una patada y la bruja fue vomitada entre el líquido rojo.
—¿Lo haces tú o lo hago yo? —preguntó Geralt, su maestro no le miró—. ¡Eh, que si lo haces tú o lo hago…! ¡Oh, genial, ahora te haces el sordo! Sé que me oíste a pesar de los corchos, Vesemir, no estoy murmurando como esta alimaña apestosa.
El viejo brujo se quitó los tapones de las orejas.
—¿Decías algo, Lobo? Me pareció oír tu voz.
Geralt hizo una mueca.
—¿Nunca te ha gustado ensuciarte, eh viejo?
—No cuando tengo alguien que puede hacerlo por mí.
El joven pupilo suspiró y avanzó de mala gana hacia la bruja, sacando el cuchillo de su cinturón.
Una gran cantidad de elfos, enanos y medianos se reunieron delante de las puertas de la muralla que circundaba el barrio. Algo más adelantados a estos, se hallaban los brujos que, a pesar del sol, llevaban puestas las capuchas. Al frente de todos, como voceros de la multitud, estaban Craran aep Sengovir, apoyado en un bastón, y Narilin, su consejero.
Ante la repentina reunión, las murallas no tardaron en llenarse de centinelas, armados con arcos y ballestas. Aquello desató grandes murmullos entre el gentío, y algunos comenzaron a retirarse disimuladamente. Vesemir miró a Geralt, el joven brujo observaba con gran interés lo que sucedía.
—Mejor nos vamos, Lobo —dijo el maestro, hablando por la comisura de la boca.
—Aún no nos pagan —replicó Geralt, de la misma manera—. Y ‹‹Don Bastón›› y el lacayo ‹‹Estirado›› están ahí delante. Quiero saber qué ocurre, Vesemir.
El viejo brujo negó con la cabeza. Ya lo verás, murmuró entre dientes, ya lo verás.
Ni bien acabó esta pequeña charla, un hombre pertrechado con una armadura de placas apareció por encima de la puerta, en el adarve de la muralla, y se inclinó sobre el antepecho, mostrando su rostro a la multitud. Varios más de los no-humanos se marcharon al verle.
—¡Capitán Routre! —gritó el consejero elfo. Toda la plaza quedó en silencio.
Al oírle, y como un águila que busca una presa específica entre muchas otras, el hombre en el adarve observó con una mirada dura y fría a cada uno de los que estaban allí abajo.
—Como imaginaba —dijo al encontrarle—. ¿Quién si no tú, Narilin, podía estar involucrado en todo este desorden? Aguarden —arrugó el ceño, se mesó el mostacho—, ¿el viejo carcamal también ha salido de la caverna? Hum, esto promete ser muy interesante. —Abrió los brazos, esbozó una sonrisa—. Hablen, pues, mis muchachos y yo les escuchamos con atención.
El anciano elfo asintió hacia su consejero. Este hizo una reverencia, cogió de las manos de otro un bulto envuelto en un saco, y sosteniéndolo avanzó varios pasos hasta quedar justo debajo de la muralla. Entonces, de un tirón y ante la vista expectante de todos, extrajo del saco la cabeza de la Bruja Mayor, sosteniéndola por los cabellos blancos.
—He ahí la bestia que cazaba a nuestra gente —pronunció Craran, esforzándose más de la cuenta para ser oído por el hombre del mostacho—. He ahí la bestia responsable de nuestro encierro, Capitán Routre. Por astucia y habilidad de estos brujos… —giró e hizo un ademán para que se adelantasen hasta él, el joven pupilo obedeció, su maestro le siguió tras meditarlo un momento—. Por astucia y habilidad de estos brujos, llamados Vesemir y Geralt de Rivia, ya no somos cazados. Por lo tanto, como usted y el intendente han prometido, esa puerta que tenemos delante debe ser abierta, y los no-humanos seremos libres para deambular otra vez por esta ciudad que también nos es amada.
El Capitán Routre quedó en silencio, mesándose otra vez el bigote.
—¿Eso prometimos? —preguntó con fingida confusión—. De verás que no recuerdo tal cosa. Pero no me hagan caso, la memoria de un hombre puede fallar, incluso la mía. —Sonrió—. La cuestión es, haya habido promesa o no, ¿cómo sabré yo, y el intendente a través de mí, que esa criatura era la responsable? No, no, mi querido elfo arrugado, evita mirar a los brujos, la palabra de dos vagabundos no me es garantía de nada.
—¡¿Y cuál sería una garantía válida?! —tronó Narilin, con claro malestar en la voz.
El Capitán Routre se cruzó de brazos, alzando su mentón partido.
—Lo sabré cuando la tenga delante de mí. No antes.
Y dicho esto, el hombre del mostacho se dispuso a darse la vuelta y marcharse, pero entre el clamor que se había levantado en la multitud se oyó un chasquido, seguido de un silbido; solo Vesemir y Geralt vieron la flecha volar y torcerse en el aire antes de impactar sobre los ojos del Capitán Routre. Se produjo un gran ‹‹ooohhhh›› mientras el hombre del mostacho se tambaleaba y caía luego hacia delante, para acabar apoyándose ya sin fuerzas en el parapeto.
Pasado el instante de conmoción, los centinelas halaron los gatillos de las ballestas y las crueles saetas dieron muerte a varios antes de que los primeros echasen a correr. Los gritos y aullidos se hicieron ensordecedores, los enanos, elfos y medianos se empujaron unos a otros, tropezaban con los que eran derribados por la espalda. Geralt no lo dudó: se lanzó enseguida sobre el viejo elfo, lo cargó en brazos y se alejó de allí corriendo en zigzag, los pernos y flechas impactaban contra la piedra y rebotaban con un zumbido.
Vesemir vio venir una saeta y la rechazó con la espada, luego la marejada de gente le arrastró lejos de allí. En medio de todo aquello, solo alcanzó a atisbar la espalda de Geralt, perdiéndose en otra dirección.
El viejo brujo llegó a la residencia de Craran y llamó a gritos a su pupilo. Al no recibir respuesta, se movió deprisa por la sala, descorriendo cada cortina, echando un rápido vistazo a las habitaciones. No halló a Geralt, ni al anciano del bastón, ni al consejero. Pero sí a lo muchacha que había curado sus heridas: estaba sentada en una cama, llorando.
Al verle aparecer de pronto, la elfa se asustó. Luego, debido al gesto que adoptó Vesemir al contemplarla, se limpió los ojos con la manga y sorbió los mocos.
—¿Qué sucede? —inquirió ella con la voz cortada.
—Su anciano…, Geralt, mi compañero, ¿nadie ha regresado de fuera? ¿Nadie?
La elfa negó con la cabeza, su pregunta ahora fue contundente, llena de preocupación:
—¿Qué sucedió?
En ese momento se oyó un portazo. Vesemir volvió a la sala y soltó una exhalación de alivio al ver el rostro de Geralt, rodeado por un grupo de veinte elfos, todos armados con sables y arcos. Su joven pupilo dejó al dueño de casa sostenerse por sí mismo, caminó hasta él en cuanto le vio.
—Creí que te habías rezagado —dijo Geralt. En sus palabras podían notarse huellas del temor que había sentido respecto a ello. Él mismo se dio cuenta y para disimular sonrió y soltó—: Supongo que no estás tan viejo como para que la muerte te dé alcance, ¿cierto…? —Se detuvo de pronto al sentir una molestia en la espada, con el ceño fruncido se llevó una mano atrás—. ¿Qué demonios…? ¿Vesemir, es lo que creo que es?
Se giró, dejando que el maestro observara su espalda, el viejo brujo observó con preocupación, luego sonrió, arrancó la flecha de un tirón y se la dio.
—No logró penetrar el refuerzo de hierro —dijo. Ya no sonreía para nada—. Lobo, solo fue suerte.
Desde fuera llegaron los sonidos de unas trompetas, el retumbar de los tambores. Y aun en la distancia, los brujos pudieron oír el roce metálico del paso redoblado de la infantería.
—¡Atranquen la puerta! —rugió Narilin—. ¡Deprisa, bloquéenla con todo lo que haya a su alcance! ¡Arqueros, al piso superior! —Miró cara a cara a todos ellos—. No disparen, pero estén listos para hacerlo.
—Este lugar no es una fortaleza —espetó Geralt al escuchar todo aquello—. Si desean entrar, lo harán. Ustedes son apenas veinte, ahí fuera habrá al menos cien.
Craran aep Sengovir caminó lentamente hacia el final de la sala, remontó los escalones y se dejó caer lleno de agotamiento en el sillón. Ni él ni nadie hicieron caso a las palabras del joven brujo. Antes de que Geralt insistiera con maneras más bruscas, Vesemir le sujetó del brazo y le llevó a un lado, hablando por lo bajo. Ambos acabaron sentándose en el suelo, con la espalda contra la pared.
Al cabo de unos minutos se reanudaron los gritos en el exterior, muchos eran silenciados antes de alcanzar su cota máxima. Los pasos rítmicos de la guardia de la ciudad fueron acercándose y acercándose, los brujos sentían aumentar el temblor del suelo de la residencia.
La tropa se detuvo frente a la casa. Venían a por la cabeza del anciano. Todos sabían eso. Narilin subió deprisa las escaleras, regresó con un gesto moderado. Tal vez no había una centena de hombres del otro lado, pero con toda seguridad Geralt se dijo que al menos sí la mitad.
De pronto una voz se alzó sobre toda otra:
—¡Les habla el intendente Nergyt! ¡Están rodeados, no tienen escapatoria! ¡Ríndanse y respondan ante la ley por los crímenes cometidos!
—¡¿Crímenes?! —espetó el consejero—. ¡Un crimen es tenernos encerrados dentro de estas murallas, dejarnos como entretenimiento para las criaturas que nos cazaban!
—La rebeldía no les servirá de nada ahora —replicó fríamente Nergyt—. Les ofrezco la elección, ustedes son los que deciden. Entréguense, y quizá alguno de ustedes salve su vida. Luchen, y ahí dentro no quedará en pie un solo elfo.
Craran se incorporó y se movió lento pero seguro hasta el centro de la sala. Allí Narilin le cedió un sable con empuñadura de oro.
—¡Si hemos de morir —exclamó el anciano—, los elfos escogemos hacerlo peleando!
Hubo murmullos al otro lado de la puerta, el intendente los calló con una pregunta certera:
—¿Y qué hay de los brujos? Sabemos que están ahí dentro y nada tienen que ver en todo esto. ¡Que salgan, les permitiré abandonar en paz mi ciudad!
Maestro y pupilo se incorporaron con esfuerzo, el primero avanzó hasta quedar cara a cara con el anciano.
—Deben pagarnos lo prometido —dijo.
—Y se lo pagaré —contestó Craran, hizo una seña hacia un costado. La muchacha surgió de una cortina sujetando dos bolsas tan rebosantes como aquellas que los brujos recibieron en el callejón. Y detrás de ella un elfo trajo otras tres—. He ahí su pago prometido. Cójanlas, son suyas. —La elfa le entregó las bolsas a Geralt—. Y esas otras también pueden serlo. Brujos, han compartido comida y techo conmigo, mi nieta les ha curado las heridas cuando llegaron tambaleantes a esta morada, les salvo la vida. Ahora, tal vez esos no se les antojen favores que deban devolver, ni sientan la responsabilidad de ayudar a quienes les han tratado con el respeto que merecen, no como esos humanos que los llaman parias. Por ello apelo al dinero, que es su debilidad. Veinte elfos y dos brujos pueden vencer en esta contienda. —Craran les miró a los ojos—. ¿Qué opina a esto Vesemir, el maestro? ¿Y qué opina Geralt de Rivia, el pupilo?
El joven brujo no miraba al dinero, miraba a la elfa. Si acaso los soldados entraban, la muerte sería un regalo para ella, uno que no le sería concedido pronto. Aquello no podía ser así, no podía abandonar a quienes habían hecho de su casa la suya propia.
—Yo…
Vesemir le interrumpió apoyándole una mano en el pecho.
—No, Geralt, aquí no hay nada que decidir, nada que opinar. La neutralidad de un brujo no se compra con favores, tampoco con dinero. —Hizo una pequeña reverencia, dio media vuelta y caminó hacia la puerta—. Lobo, no ponemos precio a nuestra convicción. Nos vamos.
El pupilo miró de nuevo a la muchacha que había cosido sus heridas, luego bajó la vista y con la cabeza gacha siguió a su maestro.
Juntos hicieron a un lado los objetos que obstaculizaban la entrada. Mientras lo hacían, un cuchillo se clavó en la madera de la puerta.
—¡Traidores! —siseó Narilin.
Geralt negó con la cabeza.
—No —replicó con gravedad—, un traidor es aquel que cambia de bando. Nosotros solo nos mantenemos a un lado.
Y tras advertir a los soldados que saldrían, ambos brujos abandonaron la casa con las manos en alto. Un par de uniformados les apresaron enseguida, llevándoles hasta el intendente.
—Vesemir —dijo Nergyt—. Me alegra que hayas recordado nuestra amistad.
—No lo hice —contestó el viejo maestro—. Solo actué como espero que mi pupilo lo haga a partir de hoy. A veces, para enseñar, uno mismo debe servir de ejemplo y cargar con la responsabilidad.
Y dicho esto, fueron apartados de allí. A sus espaldas las flechas comenzaron a silbar, los soldados se metieron en la casa como una tromba. Luego, al llegar a la puerta, un aullido agudo cortó el aire del mediodía.
Geralt sintió helársele la sangre, pero no dijo nada ni volvió la vista.
Era un brujo.
Viviendo a la sombra del destino.