Bueno, al final sí escribí para el reto del superpoder aleatorio.
No era ella.
Semanas atrás, cuando volvían del Lago Infinito, había elegido creer que esa impresión era el resultado de las obvias diferencias físicas, pero Fidaki no sólo era un chico, más delgado y quizá un poco más alto que Iuner. También era diferente de verdad.
La chiquilla era paciente y reflexiva; tenía la empatía que a Gerusa le faltaba, y buscaba la belleza en todo.
Fidaki era como un petardo: iba a toda prisa y todo lo acababa con un estruendo. No estaba buscando la belleza en ningún lado, porque no estaba buscando nada; excepto, quizá, un nuevo guardarropa. Y nada de lo que había considerado vestir era bello.
Los materiales y el estilo sencillo eran algo más lógico dado el tipo de trabajo que hacían, pero no le sentaban. Sobre todo los colores oscuros, que Gerusa identificaría siempre como un color de adulto. En dónde él había crecido, hubieran dicho que el niño estaba disfrazándose de “persona grande”; algo patético para alguien que lucía como si atravesara la adolescencia. En el único mundo de la capa Terránea, habrían supuesto que era un chico muy triste o muy enojado.
Y lo peor era que seguía haciendo cambios y arreglos a cada atuendo. Gerusa temía que perdería la cabeza si tenía que volver a dar su opinión sobre cuál manga estaba mejor doblada.
Iuner quizá tenía gustos poco prácticos, pero no pasaba un minuto eligiendo ropa, mucho menos varias semanas.
Y el problema no era que fuera vanidoso o indeciso. Lo que había acabado de convencer a Gerusa de que no había nada de su mejor amiga en este niño, era que el crío sólo tenía ojos para sí mismo.
Y tenía miedo de todo.
Fidaki había conseguido convencerlo de rechazar cada posible asignación en el trabajo durante varias semanas. Incluso cuando se trataba de tareas que Iuner hubiera ido a solicitar, convencida de que era indispensable la rapidez y precisión que ellos tenían.
Y es que Gerusa podía ser sólo “otro guerrero” pero Iuner era única. Había otros magos en La Sociedad, incluso de la misma raza que ella, pero no tenían su experiencia y control. Si de verdad había una “habilidad mágica inmediata” en el universo, la de Iuner tenía muy poco que envidiarle.
Y ella la usaba con responsabilidad.
Pero ella se había ido, y este eco suyo prefería mantenerse lejos del peligro.
Al inicio, había parecido un cambio positivo. Por fin podía dejar de preocuparse porque la conducta desprendida de su amiga (amigo, ahora) fuera la receta para sufrir una muerte noble y dolorosa.
Gerusa creyó que era mejor que tuviera menos de ese valor. Fidaki tampoco le mostraba la admiración y confianza absolutas que él de ningún modo merecía. Sería lo más saludable para el niño. Así que él pensó que había madurado.
Pero una cosa era la prudencia y otra la cobardía. Fidaki caía en lo segundo. ¡Incluso había intentado evadir a un ladrón de poca monta!
Si ahora mismo estaban en el banco de datos que ese delincuente podría intentar robar, era porque él había decidido que podía ir sólo y Fidaki lo había alcanzado cuando tomaba el tren.
Ahora parecía nervioso. Eso tampoco solía hacerlo Iuner.
―Niño. No tienes que…
―Tengo que decirte algo ―Fidaki lo interrumpió, pero luego se quedó callado.
Gerusa comenzó a formular una invitación para que continuara, cuando escuchó las puertas de seguridad abriéndose. Todas a la vez.
Vaya delincuente menor les habían asignado. ¡Se suponía que trabajaba solo y se escabullía en los edificios, indetectable e inofensivo como la neblina baja!
―Tu revisa el recibidor principal ―ordenó, mientras iba al área de emergencias.
La primera vez que trabajaron juntos, se había negado a dejar que su compañera verificara el área más amplia, pero de inmediato había aprendido que la magia de traslación permitía cubrir más terreno.
No escuchó la protesta del chico.
Gerusa no había perdido los sentidos, pero bien podría ser así. El zumbido era tan fuerte que era imposible concentrarse en otra cosa y sus ojos se habían llenado de lágrimas. Aún así, no aflojó su agarre sobre el delincuente.
Nunca había aprendido a soltar. Iuner solía recomendarle que trabajara en eso, y él lo había interpretado como una invitación para utilizarlo a su favor. Justo antes de ir al Lago, ella había explicado que no, que se suponía que intentara resolverlo… y que se arrepentía de haberle dado esa recomendación.
―Tienes que soltarlo ―gritó Fidaki, como si también en eso quisiera contradecir al recuerdo de Iuner.
Se giró hacia la voz, ignorando el quejido del muchacho al que sacudía como un trapo.
Apenas alcanzó a ver al niño. El zumbido se había ido, pero sus ojos aún estaban empañados. Así, parecía que el niño tenía cara de preguntarle algo, no de dar instrucciones. Pero repitió la orden.
―¿Qué está mal contigo? ―preguntó, en lugar de obedecer ciegamente como había hecho antes.
―Suelta ―dijo el mago, negando con la cabeza―. No es él.
Parpadeó, intentando enfocar la vista. Estaba demasiado oscuro para ver bien al chico, pero se notaba que algo no le gustaba, porque movía la cabeza como buscando el orígen de algún tipo de amenaza.
―Déjalo ―insistió, pero estaba sacudiendo las manos como solía hacer Iuner cuando estaba molesta, sólo que mucha más energía―. Hay que buscar lo correcto.
Era como una versión aumentada de su amiga, aquella vez que por fin había conseguido enojarla de verdad, cuando ella todavía no entendía que él no ignoraba a propósito las necesidades y los miedos de los demás.
Era gracioso verlo.
―¡Contesta mi pregunta primero! Dijiste que cambiarías, pero no en lo importante. Estás diferente en lo importante.
―¡Te dije que lo d…! ―comenzó Fidaki y luego se cruzó de brazos, como un niño tratando de hacer un berrinche sin gritar. Y así, justo así, era Iuner, cuando Gerusa colmaba su paciencia.
El niño vino hacia ellos a grandes zancadas. Ya no cruzaba los brazos, pero tenía los puños apretados y ahora que estaba más cerca, ¿estaba haciendo un puchero?
―Deja ir al tipo ―dijo, pero todo parecía fuera de lugar, porque estaba dirigiéndose al sujeto que prácticamente colgaba en manos de Gerusa―. ¿Por qué no lo haces?
El guerrero estaba culpando a la falta de luz por esa sensación rara de que el movimiento que alcanzaba a ver en la mandíbula del chico no cuadraba con las palabras que acababan de salir de su boca, pero el pensamiento no llegó a formarse del todo, porque entonces el niño exclamó otro “Ya suéltalo” y golpeó al ladrón en el rostro.
Fue un golpe débil, apenas un roce de los largos y delgados dedos del chico. Y sin embargo, el tipo perdió el conocimiento en un instante.
―¿Está vivo? ¡Dime que no lo maté! ¡Intenté no matarlo, pero estaba…! ¡El tipo es desesperante!
―¿Qué?
Impostura
No era ella.
Semanas atrás, cuando volvían del Lago Infinito, había elegido creer que esa impresión era el resultado de las obvias diferencias físicas, pero Fidaki no sólo era un chico, más delgado y quizá un poco más alto que Iuner. También era diferente de verdad.
La chiquilla era paciente y reflexiva; tenía la empatía que a Gerusa le faltaba, y buscaba la belleza en todo.
Fidaki era como un petardo: iba a toda prisa y todo lo acababa con un estruendo. No estaba buscando la belleza en ningún lado, porque no estaba buscando nada; excepto, quizá, un nuevo guardarropa. Y nada de lo que había considerado vestir era bello.
Los materiales y el estilo sencillo eran algo más lógico dado el tipo de trabajo que hacían, pero no le sentaban. Sobre todo los colores oscuros, que Gerusa identificaría siempre como un color de adulto. En dónde él había crecido, hubieran dicho que el niño estaba disfrazándose de “persona grande”; algo patético para alguien que lucía como si atravesara la adolescencia. En el único mundo de la capa Terránea, habrían supuesto que era un chico muy triste o muy enojado.
Y lo peor era que seguía haciendo cambios y arreglos a cada atuendo. Gerusa temía que perdería la cabeza si tenía que volver a dar su opinión sobre cuál manga estaba mejor doblada.
Iuner quizá tenía gustos poco prácticos, pero no pasaba un minuto eligiendo ropa, mucho menos varias semanas.
Y el problema no era que fuera vanidoso o indeciso. Lo que había acabado de convencer a Gerusa de que no había nada de su mejor amiga en este niño, era que el crío sólo tenía ojos para sí mismo.
Y tenía miedo de todo.
Fidaki había conseguido convencerlo de rechazar cada posible asignación en el trabajo durante varias semanas. Incluso cuando se trataba de tareas que Iuner hubiera ido a solicitar, convencida de que era indispensable la rapidez y precisión que ellos tenían.
Y es que Gerusa podía ser sólo “otro guerrero” pero Iuner era única. Había otros magos en La Sociedad, incluso de la misma raza que ella, pero no tenían su experiencia y control. Si de verdad había una “habilidad mágica inmediata” en el universo, la de Iuner tenía muy poco que envidiarle.
Y ella la usaba con responsabilidad.
Pero ella se había ido, y este eco suyo prefería mantenerse lejos del peligro.
Al inicio, había parecido un cambio positivo. Por fin podía dejar de preocuparse porque la conducta desprendida de su amiga (amigo, ahora) fuera la receta para sufrir una muerte noble y dolorosa.
Gerusa creyó que era mejor que tuviera menos de ese valor. Fidaki tampoco le mostraba la admiración y confianza absolutas que él de ningún modo merecía. Sería lo más saludable para el niño. Así que él pensó que había madurado.
Pero una cosa era la prudencia y otra la cobardía. Fidaki caía en lo segundo. ¡Incluso había intentado evadir a un ladrón de poca monta!
Si ahora mismo estaban en el banco de datos que ese delincuente podría intentar robar, era porque él había decidido que podía ir sólo y Fidaki lo había alcanzado cuando tomaba el tren.
Ahora parecía nervioso. Eso tampoco solía hacerlo Iuner.
―Niño. No tienes que…
―Tengo que decirte algo ―Fidaki lo interrumpió, pero luego se quedó callado.
Gerusa comenzó a formular una invitación para que continuara, cuando escuchó las puertas de seguridad abriéndose. Todas a la vez.
Vaya delincuente menor les habían asignado. ¡Se suponía que trabajaba solo y se escabullía en los edificios, indetectable e inofensivo como la neblina baja!
―Tu revisa el recibidor principal ―ordenó, mientras iba al área de emergencias.
La primera vez que trabajaron juntos, se había negado a dejar que su compañera verificara el área más amplia, pero de inmediato había aprendido que la magia de traslación permitía cubrir más terreno.
No escuchó la protesta del chico.
***
Fidaki corrió hasta la entrada más cercana. Para cuando llegó, la puerta volvía a estar cerrada.
Que extraño.
Si había oído la puerta al abrirse, ¿por qué no la había escuchado al cerrar?
Miró alrededor. Los pasillos que llevaban a bodegas en desuso estaban demasiado oscuros y no había nada que ver en el corredor iluminado. Si alguien se ocultaba en los pasillos, completaría su misión antes de que él volviera. Necesitaba ver esos pasillos.
La luz que se encendió en cada rincón, antinatural y demasiado intensa, lo cegó por un segundo.
―Hichciadv ―la maldición en su idioma natal hizo eco en los pasillos vacíos, mientras las luces volvían a apagarse. Todas.
Había olvidado lo irritante que era esto. ¿Cuánto más iba a durar?
Empezó a andar hacia la puerta antes de que la luz del corredor se encendiera de nuevo. Deslizó el índice sobre la cerradura. Un chasquido anunció que se abría; uno más, que se estaba cerrando.
Debió haber empezado por esto.
Tonto.
Y si luego no abría, sería una preocupación para mañana.
Gerusa había dicho que podía atrapar al ladrón él sólo, y tendría que hacerlo, pero sin preocuparse por todas esas salidas.
También encontró cerrada la entrada de empleados. Y la siguiente. Al menos no había pasillos oscuros.
Por fin alcanzó la puerta principal.
―¿Cerraste todo? ―preguntó Gerusa, desde la tienda de regalos, dónde dominaba la penumbra―. ¿Puedes dejar la última? Aquí lo esperaremos.
―De acuerdo ―replicó el niño, un poco sorprendido por el tono amable. Sobre todo en un momento como este, cuando no perdería el tiempo en lo que consideraba trivialidades. Gerusa no tenía paciencia para esas cosas. Ni para nada, la verdad.
“Es una influencia terrible”, pensó Fidaki, con una sonrisa.
El sonido de cristales rotos lo sacó de sus pensamientos.
―¿Puedes guiarlo hasta acá? ―preguntó Gerusa, acercándose en la semioscuridad de la tienda.
Sólo le faltaba decir por favor. Por lo visto, Fidaki no era el único que estaba cambiando. Y no le gustaba la idea.
―¿Yo por qué? ―rezongó, sólo porque de pronto no quería reforzar ese comportamiento tan impropio de su amigo.
Pero al mismo tiempo, se le ocurrió que esto sí era diferente de lo habitual.
Por lo general esa tarea recaía en el guerrero, y el mago tenía que emboscarlo. Funcionaba mucho mejor.
Pero eso era antes. Probablemente después. No ahora.
¿Gerusa lo sabía? Vaya.
Antes de que el otro formulara alguna respuesta, se puso en camino.
No escuchó el suspiro de alivio, y no vio a la persona que salía de la sala en penumbra mientras él corría sobre sus pasos. Ojala pudiera ir de inmediato al sitio donde creía que había oído el ruido.
Un momento.
Ya estaba deteniéndose mientras lo comprendía: Gerusa lo había mandado a cubrir más terreno. Como siempre. Contaba con que corriera de una puerta a la otra sin pasar por el camino intermedio. No sabía que él estaba teniendo problemas que la anciana Iuner no tenía.
Y los dos sabían que la cortesía era algo que Gerusa sólo podía imitar. Igual que una considerable cantidad de actitudes que nacían de las emociones que no podía sentir. Fingía cuando hacía falta, y no hacía falta fingir con él.
Y la persona que se deslizaba hacia la salida no era el robusto defensor de las normas que había venido con él, sino un escuálido y silencioso ladrón.
Ni siquiera supo si le estaba gritando en su idioma o en el lenguaje universal, cuando le preguntó cómo demonios había imitado a su amigo. El otro no respondió, pero eso podía ser simplemente porque estaba ocupado corriendo.
Su grito de advertencia fue inaudible incluso para él, como lo era el motor de la puerta que se abría. Ese tipo de magia no le parecía familiar, y eso es decir bastante después de todo lo que él había visto. No se sentía como magia, debía ser otro tipo de habilidad.
No podía dejar escapar a una persona que además de estar robando, tenía un don no documentado.
Pero tampoco podía detenerlo en sus condiciones actuales… Si lo intentaba…
―¡Niño! ―exclamó Gerusa, deteniéndose a su lado.
Fidaki dio un saltito. No lo había oído venir.
―¿Estás bien? ¿Qué pasó?
―¡Que se escapa! ¡Detenlo! ¿Qué diablos haces aquí platicando conmigo?
Por un segundo, Gerusa no hizo nada más que verlo con cara de sorpresa, luego corrió tras el delincuente.
Fidaki hubiera querido ayudar, pero en lugar de eso se quedó ahí, tratando de recordar si había estado gritándole a Gerusa todo este tiempo.
Era cierto que había tenido malhumorado, pero no llevaba la cuenta de cada vez que se desquitaba con los demás.
El silencio absoluto no ayudaba a distraerlo de esas ideas que hubieran podido ser útiles en otro momento pero ahora sólo lo distraían.
¿Silencio… absoluto? Eso no tenía sentido.
Que extraño.
Si había oído la puerta al abrirse, ¿por qué no la había escuchado al cerrar?
Miró alrededor. Los pasillos que llevaban a bodegas en desuso estaban demasiado oscuros y no había nada que ver en el corredor iluminado. Si alguien se ocultaba en los pasillos, completaría su misión antes de que él volviera. Necesitaba ver esos pasillos.
La luz que se encendió en cada rincón, antinatural y demasiado intensa, lo cegó por un segundo.
―Hichciadv ―la maldición en su idioma natal hizo eco en los pasillos vacíos, mientras las luces volvían a apagarse. Todas.
Había olvidado lo irritante que era esto. ¿Cuánto más iba a durar?
Empezó a andar hacia la puerta antes de que la luz del corredor se encendiera de nuevo. Deslizó el índice sobre la cerradura. Un chasquido anunció que se abría; uno más, que se estaba cerrando.
Debió haber empezado por esto.
Tonto.
Y si luego no abría, sería una preocupación para mañana.
Gerusa había dicho que podía atrapar al ladrón él sólo, y tendría que hacerlo, pero sin preocuparse por todas esas salidas.
También encontró cerrada la entrada de empleados. Y la siguiente. Al menos no había pasillos oscuros.
Por fin alcanzó la puerta principal.
―¿Cerraste todo? ―preguntó Gerusa, desde la tienda de regalos, dónde dominaba la penumbra―. ¿Puedes dejar la última? Aquí lo esperaremos.
―De acuerdo ―replicó el niño, un poco sorprendido por el tono amable. Sobre todo en un momento como este, cuando no perdería el tiempo en lo que consideraba trivialidades. Gerusa no tenía paciencia para esas cosas. Ni para nada, la verdad.
“Es una influencia terrible”, pensó Fidaki, con una sonrisa.
El sonido de cristales rotos lo sacó de sus pensamientos.
―¿Puedes guiarlo hasta acá? ―preguntó Gerusa, acercándose en la semioscuridad de la tienda.
Sólo le faltaba decir por favor. Por lo visto, Fidaki no era el único que estaba cambiando. Y no le gustaba la idea.
―¿Yo por qué? ―rezongó, sólo porque de pronto no quería reforzar ese comportamiento tan impropio de su amigo.
Pero al mismo tiempo, se le ocurrió que esto sí era diferente de lo habitual.
Por lo general esa tarea recaía en el guerrero, y el mago tenía que emboscarlo. Funcionaba mucho mejor.
Pero eso era antes. Probablemente después. No ahora.
¿Gerusa lo sabía? Vaya.
Antes de que el otro formulara alguna respuesta, se puso en camino.
No escuchó el suspiro de alivio, y no vio a la persona que salía de la sala en penumbra mientras él corría sobre sus pasos. Ojala pudiera ir de inmediato al sitio donde creía que había oído el ruido.
Un momento.
Ya estaba deteniéndose mientras lo comprendía: Gerusa lo había mandado a cubrir más terreno. Como siempre. Contaba con que corriera de una puerta a la otra sin pasar por el camino intermedio. No sabía que él estaba teniendo problemas que la anciana Iuner no tenía.
Y los dos sabían que la cortesía era algo que Gerusa sólo podía imitar. Igual que una considerable cantidad de actitudes que nacían de las emociones que no podía sentir. Fingía cuando hacía falta, y no hacía falta fingir con él.
Y la persona que se deslizaba hacia la salida no era el robusto defensor de las normas que había venido con él, sino un escuálido y silencioso ladrón.
Ni siquiera supo si le estaba gritando en su idioma o en el lenguaje universal, cuando le preguntó cómo demonios había imitado a su amigo. El otro no respondió, pero eso podía ser simplemente porque estaba ocupado corriendo.
Su grito de advertencia fue inaudible incluso para él, como lo era el motor de la puerta que se abría. Ese tipo de magia no le parecía familiar, y eso es decir bastante después de todo lo que él había visto. No se sentía como magia, debía ser otro tipo de habilidad.
No podía dejar escapar a una persona que además de estar robando, tenía un don no documentado.
Pero tampoco podía detenerlo en sus condiciones actuales… Si lo intentaba…
―¡Niño! ―exclamó Gerusa, deteniéndose a su lado.
Fidaki dio un saltito. No lo había oído venir.
―¿Estás bien? ¿Qué pasó?
―¡Que se escapa! ¡Detenlo! ¿Qué diablos haces aquí platicando conmigo?
Por un segundo, Gerusa no hizo nada más que verlo con cara de sorpresa, luego corrió tras el delincuente.
Fidaki hubiera querido ayudar, pero en lugar de eso se quedó ahí, tratando de recordar si había estado gritándole a Gerusa todo este tiempo.
Era cierto que había tenido malhumorado, pero no llevaba la cuenta de cada vez que se desquitaba con los demás.
El silencio absoluto no ayudaba a distraerlo de esas ideas que hubieran podido ser útiles en otro momento pero ahora sólo lo distraían.
¿Silencio… absoluto? Eso no tenía sentido.
***
Gerusa no había perdido los sentidos, pero bien podría ser así. El zumbido era tan fuerte que era imposible concentrarse en otra cosa y sus ojos se habían llenado de lágrimas. Aún así, no aflojó su agarre sobre el delincuente.
Nunca había aprendido a soltar. Iuner solía recomendarle que trabajara en eso, y él lo había interpretado como una invitación para utilizarlo a su favor. Justo antes de ir al Lago, ella había explicado que no, que se suponía que intentara resolverlo… y que se arrepentía de haberle dado esa recomendación.
―Tienes que soltarlo ―gritó Fidaki, como si también en eso quisiera contradecir al recuerdo de Iuner.
Se giró hacia la voz, ignorando el quejido del muchacho al que sacudía como un trapo.
Apenas alcanzó a ver al niño. El zumbido se había ido, pero sus ojos aún estaban empañados. Así, parecía que el niño tenía cara de preguntarle algo, no de dar instrucciones. Pero repitió la orden.
―¿Qué está mal contigo? ―preguntó, en lugar de obedecer ciegamente como había hecho antes.
―Suelta ―dijo el mago, negando con la cabeza―. No es él.
Parpadeó, intentando enfocar la vista. Estaba demasiado oscuro para ver bien al chico, pero se notaba que algo no le gustaba, porque movía la cabeza como buscando el orígen de algún tipo de amenaza.
―Déjalo ―insistió, pero estaba sacudiendo las manos como solía hacer Iuner cuando estaba molesta, sólo que mucha más energía―. Hay que buscar lo correcto.
Era como una versión aumentada de su amiga, aquella vez que por fin había conseguido enojarla de verdad, cuando ella todavía no entendía que él no ignoraba a propósito las necesidades y los miedos de los demás.
Era gracioso verlo.
―¡Contesta mi pregunta primero! Dijiste que cambiarías, pero no en lo importante. Estás diferente en lo importante.
―¡Te dije que lo d…! ―comenzó Fidaki y luego se cruzó de brazos, como un niño tratando de hacer un berrinche sin gritar. Y así, justo así, era Iuner, cuando Gerusa colmaba su paciencia.
El niño vino hacia ellos a grandes zancadas. Ya no cruzaba los brazos, pero tenía los puños apretados y ahora que estaba más cerca, ¿estaba haciendo un puchero?
―Deja ir al tipo ―dijo, pero todo parecía fuera de lugar, porque estaba dirigiéndose al sujeto que prácticamente colgaba en manos de Gerusa―. ¿Por qué no lo haces?
El guerrero estaba culpando a la falta de luz por esa sensación rara de que el movimiento que alcanzaba a ver en la mandíbula del chico no cuadraba con las palabras que acababan de salir de su boca, pero el pensamiento no llegó a formarse del todo, porque entonces el niño exclamó otro “Ya suéltalo” y golpeó al ladrón en el rostro.
Fue un golpe débil, apenas un roce de los largos y delgados dedos del chico. Y sin embargo, el tipo perdió el conocimiento en un instante.
―¿Está vivo? ¡Dime que no lo maté! ¡Intenté no matarlo, pero estaba…! ¡El tipo es desesperante!
―¿Qué?
***
El tipo desesperante estaba vivo.
Efectivamente, no era un mago. La encargada del Laboratorio del Noveno Mundo estaba loca de dicha cuando Fidaki le contó que ese criminal había hecho desaparecer su voz con la misma facilidad con la que imitaba a cualquiera de ellos.
―¡Y ni siquiera estaba hablando! Sólo… solo se oía nuestra voz.
Al ir hacia él para hacerlo callar, sabía que estaba tan harto por la suplantación, que lastimaría al muchacho, pero suponía que, si usaba magia gestual en lugar de la que se basaba en sus emociones, podría no ser tan severo.
Pero se había sentido demasiado… bien. Había puesto emoción en ese golpe.
Daba igual. Estaba vivo y probablemente mentía al decir que su habilidad de forzar y callar sonidos había desaparecido.
Ahora era problema de alguien más. Lo custodiaban sordos, telépatas, o algún otro guardia al que no podría engañar aunque su poder funcionara.
Fidaki podía ocuparse de sus propias complicaciones.
―Cuando me preguntaste que anda mal conmigo. Sí te contesté.
―No, no es cierto. Lo que sea que dijiste, lo dijiste negando la cabeza. Y yo sé que sí te pasa algo.
―Dije que nada, es normal.
―¿Normal? ¡Estás rarísimo!
―Estoy de mal humor. Y… sí, es posible que en eso reaccione un poco como harías tú. Eres una mala influencia.
―¿Y porque estás de mal humor? Y si dices que es por que no encuentras accesorios que no te estorben al moverte…
―No. Lo de la ropa es hasta divertido. El problema es la magia.
―¿Qué? Si estás mejor que nunca. Apenas lo tocaste…
―La magia es mejor, pero yo tengo la experiencia de siempre. Todavía no me familiarizo con esto y… se me va de las manos. Así que prácticamente no puedo hacer nada sin preocuparme de volar en pedazos el objetivo o que el efecto dure demasiado. Y a veces se me olvida y… es un lío. Lo odio.
―Oh. Haberlo dicho antes. Tenemos que practicar mucho.
Estuvo a punto de insistir en lo arriesgado que era, pero Gerusa lo sabía. Y no era la primera vez que lidiaba con un mago o con lecciones en que se corría el riesgo de una muerte accidental.
Sí, debería haberlo dicho antes.
Efectivamente, no era un mago. La encargada del Laboratorio del Noveno Mundo estaba loca de dicha cuando Fidaki le contó que ese criminal había hecho desaparecer su voz con la misma facilidad con la que imitaba a cualquiera de ellos.
―¡Y ni siquiera estaba hablando! Sólo… solo se oía nuestra voz.
Al ir hacia él para hacerlo callar, sabía que estaba tan harto por la suplantación, que lastimaría al muchacho, pero suponía que, si usaba magia gestual en lugar de la que se basaba en sus emociones, podría no ser tan severo.
Pero se había sentido demasiado… bien. Había puesto emoción en ese golpe.
Daba igual. Estaba vivo y probablemente mentía al decir que su habilidad de forzar y callar sonidos había desaparecido.
Ahora era problema de alguien más. Lo custodiaban sordos, telépatas, o algún otro guardia al que no podría engañar aunque su poder funcionara.
Fidaki podía ocuparse de sus propias complicaciones.
―Cuando me preguntaste que anda mal conmigo. Sí te contesté.
―No, no es cierto. Lo que sea que dijiste, lo dijiste negando la cabeza. Y yo sé que sí te pasa algo.
―Dije que nada, es normal.
―¿Normal? ¡Estás rarísimo!
―Estoy de mal humor. Y… sí, es posible que en eso reaccione un poco como harías tú. Eres una mala influencia.
―¿Y porque estás de mal humor? Y si dices que es por que no encuentras accesorios que no te estorben al moverte…
―No. Lo de la ropa es hasta divertido. El problema es la magia.
―¿Qué? Si estás mejor que nunca. Apenas lo tocaste…
―La magia es mejor, pero yo tengo la experiencia de siempre. Todavía no me familiarizo con esto y… se me va de las manos. Así que prácticamente no puedo hacer nada sin preocuparme de volar en pedazos el objetivo o que el efecto dure demasiado. Y a veces se me olvida y… es un lío. Lo odio.
―Oh. Haberlo dicho antes. Tenemos que practicar mucho.
Estuvo a punto de insistir en lo arriesgado que era, pero Gerusa lo sabía. Y no era la primera vez que lidiaba con un mago o con lecciones en que se corría el riesgo de una muerte accidental.
Sí, debería haberlo dicho antes.
El eje de todos los mundos posibles no tiene esquinas ni aristas.