Y otro, que por fastidiar incluye más o menos a los mismos personajes del primero, sólo que "en otra vida". De hecho, voy a cambiarle el nombre a este hilo.
Por cierto, si alguien lo reconoce: sí, éste es el relato que usé para el reto. Sólo que cuando lo colgué ahí quité todo lo que tenía que ver con los personajes por lo de la secretividad. Se supone que a esta versión le aplique alguna corrección basada en lo que comentaron, pero no creo que haya mejorado mucho XD
Por cierto, si alguien lo reconoce: sí, éste es el relato que usé para el reto. Sólo que cuando lo colgué ahí quité todo lo que tenía que ver con los personajes por lo de la secretividad. Se supone que a esta versión le aplique alguna corrección basada en lo que comentaron, pero no creo que haya mejorado mucho XD
Destruir para sanar, y viceversa
Entré al edificio espada en mano y sin disimular mis intenciones. No lo necesitaba, porque nadie podía detenerme, y ellos debían saberlo, porque nadie lo intentó. Subí doce pisos, llenos de joyas invaluables y artefactos mágicos letales, sin que un solo guardia se metiera en mi camino. Tales eran el poder de mi espada y el terror que causaba mi sed de sangre.
Ese día no buscaba saciar esa sed, venía a destruir algo específico en lugar de matar por matar.
Si la leyenda era cierta, el trocito de material irrompible que guardaban en este Laboratorio podía usarse para destruir mi espada. Sería mejor apoderarme de esa astilla antes de que ellos lo descubrieran. Ya bastante suerte había tenido de que no se enteraran aún.
Nadie se cruzó en mi camino, ni siquiera por accidente. Vi a algunos desde lejos. Hombres y mujeres muy mayores o muy jóvenes, cargando libros o frascos sospechosos. Un chico me saludó con una sonrisa, pero alguien tuvo el buen juicio de llevárselo. Tenía un objetivo, y el suficiente autocontrol para dejarlos ir… por ahora.
En el piso número doce, me esperaba una pequeña fiesta de bienvenida. Más de una docena de espadachines.
Dos de ellos atacaron a la vez, de tal forma que uno de ellos alcanzó a herirme mientras la espada del otro se partía en dos al chocar con la mía. Alguien más había salido de la nada para desgarrar mi tobillo.
La magia infundida en mi espada se activó. Mis heridas se transmitieron a la hoja, pero esta era irrompible, así que pareció que sólo había sanado. De vez en cuando un mago comprendía cómo funcionaba, pero no vivía para hablar de ello. Sin embargo, alguien había difundido el rumor. Quizá algún perceptivo de los que intentaban contribuir a mi captura. Valientes esperanzas, ¡capturarme!
A medida que los eliminaba uno a uno, los que quedaban se volvían más fieros, pero yo mantenía la lucidez y el aliento. Finalmente, su determinación se convirtió en terror y dos de ellos incluso intentaron escapar, pero yo había agotado mi compasión para ese día. Los últimos se defendieron muy bien pero nadie puede pelear para siempre.
Avancé entre espadas rotas y cuerpos mutilados, hasta la habitación dónde estaba el fragmento. Sally estaba ahí, inclinada sobre un libro, de esa forma que siempre la hacía ver más menuda de lo que era.
Verla traía malos recuerdos, de esos momentos sin importancia cuando Iuner y ella intentaban entender mi incapacidad para formar conexiones reales con las personas y formar sentimientos a largo plazo. Sally siempre me hacía sentir incómodo, parecía que quería abrirme el cráneo para estudiar mi cerebro. Pero en realidad era una de las personas más inofensivas del laboratorio. Sus muchos dones estaban relacionados con analizar, organizar y reparar.
―Lo siento mucho, tendrás que volver más tarde ―dijo, con su amabilidad habitual, pero al hacerlo levantó la vista y alcanzó a ver las evidencias del caos que no había oído mientras la puerta estaba cerrada.
―Supongo que me recuerdas, pero no vine de visita. Busco el fragmento del material irrompible.
¿Me lo daría antes de morir, o yo tendría que buscarlo después?
―No tomo nota de todos los matones del universo―dijo, con la voz controlada de quien trata de disimular su ira o su terror. Nunca sé muy bien cuál es cual.
Vino hacia mí con esa expresión que suelen tener los que me enfrentan, y en el camino tomo un arma del estante donde había varias armas del octavo mundo. Esta era una pistola de diseño muy antiguo. Aún se construían, porque eran de las más precisas y fáciles de manejar. Mi madre me había dado mis primeras lecciones con una de esas. Su única desventaja era que sólo permitían dos disparos, pero a veces eso es todo lo que necesita un buen guerrero.
Contra mí no servirían, pero ella actuaba como si no lo supiera. Se veía tan decidida que me dieron ganas de entretenerme un poco dándole una lección. Abrí mis brazos para invitarla a disparar, gritándole:
―¡No puedes hacerme daño!
―Querrás decir que no puedo hacerle daño a la espada irrompible ―corrigió ella.
Conocía mi secreto.
―Sí, sé sobre eso ―agregó, como respondiendo a mi cara de sorpresa―. Las cosas únicas sí me interesan, ¿recuerdas? Esa espada es una de las cosas que he estudiado obsesivamente. Cada rumor sobre su posible ubicación, intenté verificarlo. ¿Cómo fue a dar a tus manos?
Era como si de pronto se le hubiera olvidado la matanza. Estaba mirando la espada como solía verme a mí, y no parecía asustada.
Temí que estuviera a punto de confirmar la leyenda. Quizá ponía tanta confianza en dos proyectiles, porque sólo necesitaba uno. Así que la ataqué antes de que tuviera tiempo de apuntarme. El disparo acabó dirigido hacia mi brazo, y el impacto fue tal que desvió la estocada para convertir algo letal en una herida menor.
―Que suerte tienes ―exclamé, sorprendido una vez más.
―¿Suerte? ―la mujer reaccionó con tal indignación, que casi no se notaba el temblor en su voz―. ¡No tienes idea de todo lo que he tenido que estudiar para saber como hacer un disparo así de preciso! Además no hay nada de afortunado en lo mucho que va a doler esto más tarde.
¿Más tarde? ¿Acaso no entendía que no viviría tanto?
Me disparó a quemarropa tan pronto como saqué la espada para poder rematarla. Sentí el dolor, como no lo había sentido en varios años, justo cuando observaba que la hoja estaba quebrada, de modo que sólo alcanzaba un par de pulgadas desde la empuñadura.
No tenía sentido. Aún si una de las balas hubiera sido especial, no debería haber bastado para romperla completamente. La hoja debería seguir tomando mis heridas.
Di varios pasos atrás, intentando encontrar algo en que apoyarme; y me di la vuelta a tiempo para sostenerme en el marco de la puerta. Había perdido tanta sangre que ya empezaba a ver borroso, pero aún así noté las espadas, como nuevas, entre los cuerpos sin vida. La voz de Sally me siguió.
―No es un metal irrompible, sólo es más duro que todo lo demás. Si lo golpeas con algo igual de duro, hay desgaste. Se rompe después de muchos intentos.
―Pero… sólo era una astilla…
―No usé el fragmento. No haría gran cosa contra una espada sólida.
―¿Entonces…?
―Lo hiciste tú. Cortaste las espadas de todos esos guerreros en el corredor, y yo las reparé, de la manera más fácil que conozco: transferir el daño a otro objeto: tu arma indestructible. La desventaja es que tenía que estar tocándola para hacerlo.
El suelo estaba muy cerca. Todo se oscurecía…
―Que desperdicio ―ahora ella se sostenía del marco de la puerta, mientras yo miraba su silueta desde el piso―. Una arma brillante y un guerrero aún mejor. Ambos perdidos. ¿Que diria Iuner?
Nada. La pequeña anciana traidora estaba muerta.
Como yo lo estaría muy pronto.
Apenas identifiqué al muchacho que me había sonreído antes, cuando se acercó a mi asesina y la ayudó a sentarse en el suelo.
―Con cuidado. Todavía podrías morir por uno de esos fragmentos.
―¿Morir? ¡Entonces viste esto! ¿Por qué no nos advertiste? ―reclamó ella.
―Hubieran puesto más gente en la entrada y te hubieran sacado a ti. Además, el merecía este final.
Hubo más pasos a mi alrededor, y alguien buscó mi pulso. No entendí lo que dijo.
Lo último que oí fueron los primeros alaridos de dolor mientras sacaban los fragmentos de metal de su tórax. No era tan satisfactorio como de costumbre. Pero el silencio que se arrastró entre ellos, y el terror del final, casi eran como sentir. El vacío que había intentado llenar con todas esas muertes, por fin era ocupado: con la mía.
Ese día no buscaba saciar esa sed, venía a destruir algo específico en lugar de matar por matar.
Si la leyenda era cierta, el trocito de material irrompible que guardaban en este Laboratorio podía usarse para destruir mi espada. Sería mejor apoderarme de esa astilla antes de que ellos lo descubrieran. Ya bastante suerte había tenido de que no se enteraran aún.
Nadie se cruzó en mi camino, ni siquiera por accidente. Vi a algunos desde lejos. Hombres y mujeres muy mayores o muy jóvenes, cargando libros o frascos sospechosos. Un chico me saludó con una sonrisa, pero alguien tuvo el buen juicio de llevárselo. Tenía un objetivo, y el suficiente autocontrol para dejarlos ir… por ahora.
En el piso número doce, me esperaba una pequeña fiesta de bienvenida. Más de una docena de espadachines.
Dos de ellos atacaron a la vez, de tal forma que uno de ellos alcanzó a herirme mientras la espada del otro se partía en dos al chocar con la mía. Alguien más había salido de la nada para desgarrar mi tobillo.
La magia infundida en mi espada se activó. Mis heridas se transmitieron a la hoja, pero esta era irrompible, así que pareció que sólo había sanado. De vez en cuando un mago comprendía cómo funcionaba, pero no vivía para hablar de ello. Sin embargo, alguien había difundido el rumor. Quizá algún perceptivo de los que intentaban contribuir a mi captura. Valientes esperanzas, ¡capturarme!
A medida que los eliminaba uno a uno, los que quedaban se volvían más fieros, pero yo mantenía la lucidez y el aliento. Finalmente, su determinación se convirtió en terror y dos de ellos incluso intentaron escapar, pero yo había agotado mi compasión para ese día. Los últimos se defendieron muy bien pero nadie puede pelear para siempre.
Avancé entre espadas rotas y cuerpos mutilados, hasta la habitación dónde estaba el fragmento. Sally estaba ahí, inclinada sobre un libro, de esa forma que siempre la hacía ver más menuda de lo que era.
Verla traía malos recuerdos, de esos momentos sin importancia cuando Iuner y ella intentaban entender mi incapacidad para formar conexiones reales con las personas y formar sentimientos a largo plazo. Sally siempre me hacía sentir incómodo, parecía que quería abrirme el cráneo para estudiar mi cerebro. Pero en realidad era una de las personas más inofensivas del laboratorio. Sus muchos dones estaban relacionados con analizar, organizar y reparar.
―Lo siento mucho, tendrás que volver más tarde ―dijo, con su amabilidad habitual, pero al hacerlo levantó la vista y alcanzó a ver las evidencias del caos que no había oído mientras la puerta estaba cerrada.
―Supongo que me recuerdas, pero no vine de visita. Busco el fragmento del material irrompible.
¿Me lo daría antes de morir, o yo tendría que buscarlo después?
―No tomo nota de todos los matones del universo―dijo, con la voz controlada de quien trata de disimular su ira o su terror. Nunca sé muy bien cuál es cual.
Vino hacia mí con esa expresión que suelen tener los que me enfrentan, y en el camino tomo un arma del estante donde había varias armas del octavo mundo. Esta era una pistola de diseño muy antiguo. Aún se construían, porque eran de las más precisas y fáciles de manejar. Mi madre me había dado mis primeras lecciones con una de esas. Su única desventaja era que sólo permitían dos disparos, pero a veces eso es todo lo que necesita un buen guerrero.
Contra mí no servirían, pero ella actuaba como si no lo supiera. Se veía tan decidida que me dieron ganas de entretenerme un poco dándole una lección. Abrí mis brazos para invitarla a disparar, gritándole:
―¡No puedes hacerme daño!
―Querrás decir que no puedo hacerle daño a la espada irrompible ―corrigió ella.
Conocía mi secreto.
―Sí, sé sobre eso ―agregó, como respondiendo a mi cara de sorpresa―. Las cosas únicas sí me interesan, ¿recuerdas? Esa espada es una de las cosas que he estudiado obsesivamente. Cada rumor sobre su posible ubicación, intenté verificarlo. ¿Cómo fue a dar a tus manos?
Era como si de pronto se le hubiera olvidado la matanza. Estaba mirando la espada como solía verme a mí, y no parecía asustada.
Temí que estuviera a punto de confirmar la leyenda. Quizá ponía tanta confianza en dos proyectiles, porque sólo necesitaba uno. Así que la ataqué antes de que tuviera tiempo de apuntarme. El disparo acabó dirigido hacia mi brazo, y el impacto fue tal que desvió la estocada para convertir algo letal en una herida menor.
―Que suerte tienes ―exclamé, sorprendido una vez más.
―¿Suerte? ―la mujer reaccionó con tal indignación, que casi no se notaba el temblor en su voz―. ¡No tienes idea de todo lo que he tenido que estudiar para saber como hacer un disparo así de preciso! Además no hay nada de afortunado en lo mucho que va a doler esto más tarde.
¿Más tarde? ¿Acaso no entendía que no viviría tanto?
Me disparó a quemarropa tan pronto como saqué la espada para poder rematarla. Sentí el dolor, como no lo había sentido en varios años, justo cuando observaba que la hoja estaba quebrada, de modo que sólo alcanzaba un par de pulgadas desde la empuñadura.
No tenía sentido. Aún si una de las balas hubiera sido especial, no debería haber bastado para romperla completamente. La hoja debería seguir tomando mis heridas.
Di varios pasos atrás, intentando encontrar algo en que apoyarme; y me di la vuelta a tiempo para sostenerme en el marco de la puerta. Había perdido tanta sangre que ya empezaba a ver borroso, pero aún así noté las espadas, como nuevas, entre los cuerpos sin vida. La voz de Sally me siguió.
―No es un metal irrompible, sólo es más duro que todo lo demás. Si lo golpeas con algo igual de duro, hay desgaste. Se rompe después de muchos intentos.
―Pero… sólo era una astilla…
―No usé el fragmento. No haría gran cosa contra una espada sólida.
―¿Entonces…?
―Lo hiciste tú. Cortaste las espadas de todos esos guerreros en el corredor, y yo las reparé, de la manera más fácil que conozco: transferir el daño a otro objeto: tu arma indestructible. La desventaja es que tenía que estar tocándola para hacerlo.
El suelo estaba muy cerca. Todo se oscurecía…
―Que desperdicio ―ahora ella se sostenía del marco de la puerta, mientras yo miraba su silueta desde el piso―. Una arma brillante y un guerrero aún mejor. Ambos perdidos. ¿Que diria Iuner?
Nada. La pequeña anciana traidora estaba muerta.
Como yo lo estaría muy pronto.
Apenas identifiqué al muchacho que me había sonreído antes, cuando se acercó a mi asesina y la ayudó a sentarse en el suelo.
―Con cuidado. Todavía podrías morir por uno de esos fragmentos.
―¿Morir? ¡Entonces viste esto! ¿Por qué no nos advertiste? ―reclamó ella.
―Hubieran puesto más gente en la entrada y te hubieran sacado a ti. Además, el merecía este final.
Hubo más pasos a mi alrededor, y alguien buscó mi pulso. No entendí lo que dijo.
Lo último que oí fueron los primeros alaridos de dolor mientras sacaban los fragmentos de metal de su tórax. No era tan satisfactorio como de costumbre. Pero el silencio que se arrastró entre ellos, y el terror del final, casi eran como sentir. El vacío que había intentado llenar con todas esas muertes, por fin era ocupado: con la mía.
El eje de todos los mundos posibles no tiene esquinas ni aristas.