10/01/2021 10:33 AM
(This post was last modified: 28/12/2021 10:34 PM by Muad Atreides.)
4
—¿Qué estás haciendo?
Salia caminaba a su lado, preocupada. Desde hacía unas semanas su abuelo no pensaba con claridad, y ahora seguía a aquellos asdarh hacia un lugar que no conocían y que ignoraba si serían bien recibidos.
Hacia el este la noche parecía ceder lentamente ante el nuevo día, y aún no se veían señales de civilización por ningún lado, algo que comenzaba a inquietar a la joven emisar. Conocía a Nirak demasiado bien; sabía que se traía algo entre manos. Lo que ignoraba era cómo reaccionarían los jinetes del desierto a eso.
—Debo cuidar de ese corcel —dijo de pronto su abuelo, señalando a la jinete que llevaba por la brida al caballo que en circunstancias normales ya estaría muerto.
—¿Qué hiciste, abuelo?
Nirak sonrió.
—Digamos que lo he potenciado.
En ese momento el caballo relinchó, y no por primera vez la mujer asdarh tuvo que tranquilizarlo. Luego volteó, mirando con suspicacia a Nirak. Este le sonrió, como si todo estuviera perfectamente bien.
Salia tardó en percatarse que muchos de los jinetes habían desaparecido. Nuevamente los habitantes del desierto demostraban que hablar pareciese algo innecesario. De todos modos le alegró que aquella mujer, quien parecía estar al mando, sintiera que podía confiar en dos extraños a los que apenas conocía. Luego reflexionó, comprendiendo que tal vez esa confianza no estaba deposita en ellos, sino en sus habilidades guerreras.
Ya que su abuelo parecía estar sumido en su mundo particular, otra vez, decidió entablar una conversación con la mujer, por lo que apuró el paso y se colocó a su lado.
—Hermoso animal —dijo, observando al corcel que guiaba de las riendas—. Es un mazaro, ¿cierto?
La asadrh la observó, como si la viera por primera vez.
—¿Qué sabes de los mazaros?
Salia miró al frente, como meditando su respuesta.
—La verdad, muy poco —admitió—. Solo sé que son excelentes monturas, y por lo que pude notar anoche, le tienes mucho afecto.
Como si supiera que hablaban de él, el caballo bufó, sacudiendo la cabeza. Las dos mujeres lo observaron con una sonrisa en los labios.
—Y por lo que puedo ver son muy perceptivos —agregó Salia.
—Se llama Vígaro —dijo la jinete—, y es mi compañera desde hace más de diez años.
Aquello era un comienzo, pero la joven emisar supo que no sería recomendable presionar a la asdarh, pues tenían fama de ser parcos y desconfiados. A pesar de esto tenía muchas preguntas, sin embargo optó por armarse de paciencia y esperar el momento indicado para hacerlas. Instintivamente buscó el hueso que guardaba en el bolsillo de su casaca. El tacto de este la hizo sentirse más segura.
—¿Es tu padre?
La pregunta la sorprendió. Vio cómo la mujer asdarh observaba a Nirak, y no supo si su abuelo estaba en peligro o sería recompensado por lo que había hecho.
—Es mi abuelo.
—¿Tú también eres una bruja?
—¿Una bruja? —Salia sonrió, pues aquel terminó le parecía gracioso. Luego comprendió que la mujer no estaba bromeando, por lo que trató de sonar respetuosa cuando dijo—: Somos emisars de la Orden de Meridian.
—Brujos —concluyó la asdarh, y siguió caminando.
Una hora después llegaron a una aldea. Nirak y Salia se vieron sorprendidos por la familiaridad con la que los niños los recibieron. Esos pequeños, a diferencia de los jinetes, llevaban simples túnicas; todos ellos iban descalzos y parecían estar cómodos de esa manera.
La jinete les hizo una seña para que la siguieran; una joven aldeana, que resaltaba por unas botas negras que desentonaban con el resto de su atuendo, se acercó a ellos al verlos llegar.
—Marhad —dijo a manera de saludo.
—Irize, ¿ya has elegido tu montura?
La joven asdarh bajó la cabeza, apenada. Sin embargo la mujer le palmeó el hombro.
—Ánimo, Irize. Yo tuve que lidiar con muchos potros antes de que Vígaro me aceptara.
Esto pareció reconfortar a la joven aspirante a jinete, quien tomó las riendas de la yegua y se retiró a los establos, que ya bullían de actividad.
—¡Tú, Brujo!
Nirak, que había estado absorto contemplando los movimientos del animal, solo se dio por aludido cuando Salia lo tomó del brazo, zarandeándolo suavemente. El viejo volvió a la realidad. La mujer asdarh, quien ahora se había quitado el turbante negro de la cabeza, lo miraba a los ojos. Su cabello, de un color castaño claro, era tan corto que podría haberse confundido con un hombre.
—Es una marhad —le susurró Salia al oído.
La claridad pareció volver a Nirak. Una marhad era una líder tribal; se hallaba ante la persona de mayor importancia en esa aldea. Cuando se inclinó e hizo una reverencia, Nirak ya no se veía como el viejo harapiento y medio loco de antes.
—Marhad, mi nombre es Nirak, y ella es Salia. Somos emisars de Meridian.
—Eso ya lo sé —contestó con impaciencia la mujer asdarh—. Lo que no sé todavía es qué le hiciste a mi yegua.
—La salvó —intervino Salia, quien temía que su abuelo metiera la pata en cualquier momento.
—Y por ello te estoy agradecida —contestó, posando su mirada otra vez en Nirak—. Pero Vígaro ya no es la misma. Necesito saber si ahora debo que sacrificarla.
Jamás dejes de crear, es muy aburrido.