13/08/2021 10:09 AM
(This post was last modified: 13/08/2021 11:51 PM by Yotsugen_Eiji.)
Hola, soy nuevo por aquí, encantado de compartir mi pasión por la fantasía con todos vosotros.
Este es el principio de la novela que estoy escribiendo: "Orígenes de la Magia: El Sueño de la Esfera"
La he empezado a publicar también en Wattpad, por si os interesa.
Espero esos comentarios guapos
Este es el principio de la novela que estoy escribiendo: "Orígenes de la Magia: El Sueño de la Esfera"
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—Esto no ha terminado.
Una gran muchedumbre se reunía en el centro del gran patio, y comentarios parecidos se oían de boca de la mayoría de sus integrantes. Se respiraba una atmósfera de nerviosismo y expectación, lo que, unido a la tarima de roble oscuro que estaba colocada en un lado del grupo, daba a entender que esperaban algo con mucho interés. Todos ellos tenían aspecto de ser jóvenes, quizá alrededor de la veintena, y mientras algunos charlaban animadamente, otros se limitaban a observar la tarima en silencio, leían algo sin prestar atención a sus compañeros o miraban al infinito, ofreciendo una gran variedad de expresiones faciales. La verdad, se trataba de una muchedumbre algo heterogénea. Diríase que procurar unir a tantas personas para que actuasen como un solo ente se antojaba una tarea bastante complicada. Sin embargo, esto fue precisamente lo que ocurrió cuando se vio a alguien subir a la tarima. Todos, sin excepción, guardaron silencio, un silencio tan inquietante como repentino, y prestaron cada pequeño fragmento de su atención al unísono. La razón de este efecto seguramente residía en la persona que acababa de subir: lucía largos ropajes de color azul eléctrico con motivos dorados, sus cabellos eran canosos, largos y no muy abundantes, su mirada inteligente y penetrante, y en su mano izquierda llevaba un bastón con un aspecto muy revelador: era nudoso y tosco, y se retorcía de forma extraña en la punta. Sin duda se trataba de un mago.
—¡Jóvenes aprendices! —tronó su voz profunda en mitad del silencio—. ¡Todos los que habéis llegado aquí, os encontráis en el momento más importante de toda vuestra vida, el que va a determinar el resto de la misma!
La tensión podía respirarse hasta provocar un acceso de tos. La atención de los muchachos era tan intensa, que las poderosas palabras del mago repicaban nítidamente en las paredes del blanco patio, como si solo se encontrase él hablándole a la nada. Prosiguió su discurso tal como sigue:
—No en vano se os ha ocultado el acceso a este patio, visible desde casi todos los puntos del edificio, durante tantos años. ¡Hasta hoy! ¡Os encontráis en la antesala de vuestro futuro, que lleváis vislumbrando casi toda la vida! Y se os ofrece una única oportunidad para reunir el coraje de avanzar. ¡Debéis estar más concentrados que nunca! En el mediodía de hoy os encontraréis con vuestros tutores, que os darán una misión a cada uno, un objetivo personal que deberéis alcanzar de la manera que se os requiera. ¡Los que lo consigan, atravesarán las puertas que quedan detrás de mí, esas puertas que solo se atraviesan una vez en la vida, y entrarán en el Gran Salón de la Catedral, en el que se ungirán con la Savia del Firmamento y se convertirán oficialmente en miembros de la Orden Mística!
El mago realizó un arco muy teatralizado con su báculo y señaló las puertas que efectivamente quedaban tras él, que eran tan altas como un edificio de dos plantas y estaban cubiertas de relieves con motivos dramáticos e impactantes.
—En esta última prueba aprenderéis lo que es el poder. Aprenderéis lo que es el conocimiento. La astucia. La determinación. El valor. Pero, sobre todo, aprenderéis que todo lo anterior parte de lo mismo. Aquello que os defina y explique vuestro lugar en el mundo. Es por eso que os pido...
El protagonista de esta historia no se encontraba allí. Bueno, para no dar lugar a confusiones, diremos que sí, se trataba de uno de los neófitos que se encontraba a punto de terminar sus estudios de magia, y sí, también aguardaba para realizar su última prueba, una misión personal, para poder promocionar como un mago de pleno derecho. Pero él no se encontraba entre los jóvenes que escuchaban religiosamente aquel discurso tan motivador. Y no es que le hubiese ocurrido nada, ni que nadie se lo impidiese, como de hecho había ocurrido con otros alumnos, ya tuvieran más responsabilidades o menos permiso por parte de los instructores. No. Simplemente, ese tipo de actos le aburrían desesperadamente. De hecho, en ese preciso instante, las profundas palabras del mago le llegaban entrecortadas a través de un ventanuco del baño, mientras él se concentraba en afinar su puntería.
—Puertas de una vez en la vida... bah —masculló mientras trataba de no dar en el agua, para no producir sonidos incómodos—. Para luego poder entrar en ese Salón tan impresionante por la puerta normal y corriente... Menuda inutilidad arquitectónica.
El chico terminó su labor y se recompuso, sacándose la túnica que se había remetido en los anchos pantalones de lino para evitar una colada adicional e innecesaria. Todavía andaba medio mareado por la larga siesta de la que se había despertado hacía solo unos minutos, por lo que aún en mitad del baño se dio un momento más para estar seguro de que mantenía el equilibrio. Echó un vistazo por la ventana. La arenga había finalizado, y todos los estudiantes aplaudieron y vitorearon enfervorizados en ese instante, provocando el vuelo inmediato de varias especies de aves.
—Vaya un escándalo... —prosiguió mascullando para sus adentros—. Como si fuera necesario tanto bombo y platillo para que la gente haga lo que tiene que hacer. En fin...
Y con un último suspiro de suficiencia, abandonó el baño. Este salía a un gran pasillo de piedra, cuyas tres dimensiones en el espacio se alargaban tanto que el sonido de los pasos del muchacho parecía perderse más allá del mundo. Tras doblar la esquina y subir una amplia escalinata, este empujó una pesada puerta de abeto y se introdujo en lo que a todas luces se antojaba como una pequeña biblioteca, con altos estantes atravesando toda la estancia y una hilera de mesas atornilladas al suelo al fondo, junto a las ventanas. El chico se paseó por los estantes, cogió un libro y se sentó en una de las mesas para repasarlo tranquilamente.
—¡Daaf!
El repaso duró más bien poco. Frente a Daaf (pues así le habían llamado) se había sentado una chica de cabellos rubios y gafas rectangulares, mirándole con una expresión peculiar. Su boca esbozaba una sonrisa radiante, pero sus verdes ojos mantenían un semblante acusador, por lo que resultaba difícil saber cómo responder según se le mirara a una u otra parte de la cara.
—No has ido a la Ceremonia del Patio Blanco ¿Por qué no has ido a la Ceremonia del Patio Blanco? ¡Nadie quiere perderse la Ceremonia!
Hablaba rápido y con una voz clara y aguda, lo cual irritaba notablemente a Daaf.
—Paso —replicó este, fingiendo que la ignoraba con la mirada fija en el libro, a pesar de que no podía concentrarse en leer nada—. Prefiero aprovechar mejor el tiempo por mi cuenta.
—Pero… ¿Cómo puedes decir eso? ¡Es el maldito Patio Blanco! El único lugar de la Catedral que no se puede encontrar hasta que no tienes todas las marcas de talento. —La chica se sacó un pequeño medallón dorado que llevaba al cuello, repleto de grabados simétricos por toda su superficie, excepto en el centro—. ¿No te da curiosidad entrar, verlo de cerca...?
—Se puede ver desde casi todas las ventanas, lo llevo viendo cuatro años, Leril. No puede haber cosa que me dé menos curiosidad. ¿Y qué pasa contigo? Tú tampoco has ido.
—Yo tengo turno de biblioteca justo aquí, atontado. ¿Te piensas que vine a buscar este sitio solo para molestarte?
—Es tu pasatiempo favorito...
—Ah —contestó la chica exagerando ridículamente su indignación—, cómo me dices eso, con lo buena amiga que soy siempre... —Daaf alzó una ceja escéptica—. Sí, no me pongas esa cara, que si no fuera por mí a saber si hubieras pasado todavía el Primer Año de Avanzado...
Leril calló un momento, como eligiendo sus próximas palabras. Daaf estaba pensando que quizá podría entender el fragmento del libro que llevaba un buen rato mirando, cuando la chica volvió a la carga.
—Y cuando has dicho eso de aprovechar el tiempo por tu cuenta, ¿le añades el siestorro que te acabas de echar, o eso lo saltamos para una cuestión aparte?
Daaf se rindió y cerró el libro.
—Ayer me hice otra Asimilación, Leril, y sabes bien lo que cansa. No es sencillo tratar de poner en orden un montón de información que te acaban de meter directamente en el cerebro. Si no descanso bien...
—Que sí, que vale, dime otra excusa —le cortó ella en tono burlón—. Siempre que te apetece echarte un rato vienes con lo mismo. El señorito importante, que podía asimilar incluso después de la preparatoria... Venga, hombre.
—No, y lo peor es que lo sabes... —comentó Daaf mirando por la ventana—. Tú ya hace tiempo que no lo haces, pero seguro que no se te ha olvidado...
—No lo hago ya, pero porque soy una persona normal, y me preocupa mi cabeza y tengo cuidado con ella. Otra cosa es que tú quieras ir a lo loco saltándote los protocolos.
Daaf calló y esbozó una sonrisa. Leril solía meterse con él aludiendo a esa circunstancia tan excepcional que lo había convertido en la comidilla de todo el cuerpo estudiantil cuando ingresó allí, pero estaba seguro de que no era más que envidia. Sin embargo, por lo menos esa broma en particular hacía más soportable la curiosa forma que tenía esta de profesarle su amistad.
—¿Y no estás emocionado por la misión que nos van a dar? —saltó de nuevo, de pronto—. Eso te hará reaccionar, digo yo, no siempre vas a poner cara de "paso de todo, soy especial", que seguro que tiene que acabar aburriéndote...
—Bueno —admitió el chico—, supongo, pero mientras no sepa de qué va, no hay mucho espacio para emocionarse, ¿no crees?
—Anda, que es durillo de pelar... ¿Quién es tu tutor principal?
—El Ilustre Magna.
—Sí, claro.
Esas últimas palabras las intercambiaron rápidamente, como si no fuera la primera vez que tenían la misma conversación.
—No entiendo por qué no quieres decirme quién es tu tutor, Daaf, no hay necesidad de callárselo —comentó Leril, poniéndose un poco más seria—. Siempre que te pregunto saltas con la misma tontería.
—Es que no me lo he callado en ningún momento. Es el Ilustre Magna.
—Sí, bueno, ahora resulta que la máxima autoridad en el estudio de la magia no tiene nada mejor que hacer que adiestrarte a ti personalmente. Claro. A ver, que has venido a estudiar a Sinax, que vale que es la sede de la Magna Locuis y la principal ciudad mágica de todo el Reino de las Camelias y todo eso, pero de ahí a pretender que te haga caso el mago más poderoso, me parece un poco fantasía.
—No fantaseo, Leril. De verdad que es él.
Leril le dedicó una sonrisa cargada de ternura a su amigo.
—No se te da bien este tipo de bromas. Deberías dejarlo.
Daaf arqueó una ceja de nuevo. Su amiga se levantó de repente.
—Bueno, yo me voy que tengo que entregar los informes de préstamos en la Sección Central. ¡No te olvides de que dentro de un rato es la reunión para la misión final con los tutores! —le dijo, mientras ya se alejaba—. Sea quien sea el tuyo... —añadió, y cerró la puerta de la biblioteca.
Daaf dio un largo resoplido. Sin duda la mejor parte de una conversación con Leril era cuando esta se iba y la habitación quedaba en calma absoluta. Por fin cogió el libro y pudo leerlo tranquilamente como quería, y así se quedó durante las tres horas siguientes, absorto en complicadas descripciones y diagramas geométricos adornados con extraños símbolos. Después, cuando se dio cuenta de que faltaba poco para la reunión, volvió a dejar el libro en su lugar y salió de nuevo a aquellos enormes pasillos de piedra. Tras un paseo un poco más largo que el anterior, en el que subió muchas más escaleras, se detuvo frente a una gran puerta de un nácar brillante, a la que llamó suavemente con los nudillos. Esta se entreabrió por sí sola, sin que nadie respondiera, por lo que Daaf entró directamente al despacho de su tutor.
—Buenas tardes, Daaf—le saludó este.
—Buenas tardes, Ilustre Magna.
Un rato antes, mientras Daaf aún continuaba absorbido por la lectura, Leril acababa de salir de la Sección Central de la biblioteca tras completar sus deberes con la misma, y se encontraba pensando si podría volver a molestar un poco más a Daaf, su pasatiempo favorito.
—¡Leril! ¡Espera!
La chica puso los ojos en blanco y resopló por lo bajo. Conocía demasiado bien a la persona que la había llamado con voz nerviosa.
—Hola, Stolok —respondió con voz neutra.
Stolok la alcanzó y se puso a caminar a su lado.
—Hey, qué pasa —volvió a saludarla torpemente.
—A ver, dime qué quieres.
Stolok titubeó un momento, algo abrumado por la forma tan directa que tenía la chica de hablarle.
—Sí… verás. Ya pronto vamos a terminar aquí, ¿verdad?
—Ah, ¿sí? Guau, no me había dado cuenta… —replicó Leril sin esconder su sarcasmo, manteniendo un paso firme.
—Y bueno… después de tantos años juntos… compartiendo el estudio de nu... nuestra pasión y eso…
La muchacha estaba planteándose si la amonestarían por empujar a Stolok por la amplia escalinata que estaban bajando en ese momento.
—Bueno… que lo que quería decirte es… osea, que me gu… gustaría mucho...
—A ver, Stolok —le cortó Leril justo al pie de las escaleras—, te voy a atajar porque tanto tartamudeo y lentitud me están atacando los nervios. No hace falta que inventes discursos. No tienes que hacer nada, no tienes que forzarte para que me gustes.
El chico esbozó una sorprendida sonrisa en su cara picada de viruela. Leril suspiró de impaciencia.
—Quiero decir que no me interesas, a ver si te enteras —prosiguió la muchacha llevándose la mano a la cara. A Stolok se le congeló la expresión—. ¿Tienes idea de cuántas veces me puede haber pasado esto mismo durante el curso? Y que te quede claro que no es nada contra ti, simplemente no me atraen los mojigatos como tú. Y al parecer en la Catedral prácticamente no hay otro tipo de persona. Así que quítate la fantasía esa cuanto antes de la cabeza y vamos a terminar los estudios de una vez, me has hecho sentir muy incómoda.
Y sin más se dio la vuelta y continuó por el amplio distribuidor al que habían bajado.
—Pero… ¿cómo puedes decirme eso? —le gritó Stolok más nervioso que nunca. Arrancó el paso y se puso a perseguir a la chica—. Con la de veces que hemos compartido el estudio, los momentos que has pasado conmigo, yo… ¡Yo creía que prácticamente me ibas a decir que sí! ¡No tienes derecho a soltarme eso ahora!
El tono del chico había cambiado sutilmente hasta sonar furioso y autoritario. Leril se paró en seco y cerró los ojos. Su paciencia acababa de agotarse completamente.
—Vaya… —susurró para sí—. Otro pobre infeliz que no podrá hacer su misión de unción…
En los cinco segundos siguientes todo ocurrió tan deprisa que cualquier espectador casual habría acabado totalmente confundido. Leril se dio la vuelta, movió las manos de forma incomprensible y al instante la alfombra que cubría toda la estancia se estiró justo debajo de su compañero y lo golpeó como si fuera una piedra justo entre sus dos piernas. Stolok dejó de respirar y de moverse porque así se lo ordenó el intenso dolor que empezaba a gritar desde sus partes más delicadas. De repente tenía a Leril justo a dos centímetros de él. Le puso un dedo en el cuello y lo empujó, con lo que el muchacho no tuvo más opción que caerse al suelo y empezar a retorcerse como si fuera una araña a la que acaban de rociar con insecticida.
—Regla número uno —recitó Leril mientras volvía a alejarse—: No me toques las narices. No hay más reglas.
Antes de desaparecer por la esquina, aún chasqueó los dedos, lo que provocó que todo el aire junto a la mejilla de Stolok se moviese en masa en la misma dirección, proporcionándole un tortazo invisible. Esto terminó de confundir al muchacho, que a partir de aquel momento decidió alejarse todo lo posible de aquel peligro andante.