Hola a todos! soy nuevo en este foro, busqué por mucho tiempo algún foro sobre fantasía y lo he encontrado. Ésta es una historia que he comenzado a escribir durante un tiempo, me gustaría que la critiquen y opinar para seguir avanzando, muchas gracias de antemano. Subí el primer capítulo, y en un rato subiré el segundo. Gracias!!
I.
Cassia Rossal se levantó temprano aquel día. Aún era otoño y las secas hojas de los árboles se habían colado por las grandes ventanas de la habitación, pensó que su criada, Pierina, había olvidado cerrar los pesados postigos que la aislaban de las frías corrientes, ya que era una anciana que no tenía la suficiente fuerza para realizar aquella acción.
El agua en la que se sumergió por largos minutos estaba tibia y burbujeante, permitió que su criada le lavara sus castaños cabellos, ya que últimamente una ola de piojos había invadido Fuerte Roble y no podía permitirse estar incómoda en su último banquete. Lord Domen, su señor padre, había invitado a todos los Lores y Damas de la región, incluyendo a Altaír Lemar, noble hijo de Lord Ricker, Señor de Muros Blancos. Cassia se preguntaba a menudo cómo era posible que Lord Ricker siendo un hombre poco agraciado pudiera haber engendrado a un hombre tan hermoso como era Altaír.
«Altaír El Bello» Se refería a él a menudo cuando cuchicheaba con sus amigas.
Pero Cassia no solo estaba emocionada por ver al joven heredero de Muros Blancos, sino que principalmente porque al llegar la luna llena partiría a la Capital para convertirse en una de las damas de honor de la princesa Edda Folmener, conocería al Rey y a su familia real, los largos pasillos del Palacio de Verano, las hermosas playas de agua cristalina que rodeaban el castillo, asistiría al mítico baile del Nuevo Mundo y estaría rodeada de las personas más influyentes del Reino.
― ¿Y si hago mal todas mis tareas y decepciono a la princesa?―preguntaba sin pausa Cassia mientras la criada peinaba su cabello―. Ella ya no me querrá y me devolverá hacia aquí; seré la vergüenza de la Casa Rossal.
― ¡Oh, dulce niña!― canturreaba la anciana―. Si la joven princesa os ha elegido personalmente es porque ha visto algo en usted. Aprenderás a realizar vuestras tareas en cuanto llegues allí, la paciencia es arma y armadura.
― No conozco a la princesa personalmente, ni siquiera al Rey o a la Reina―protestó preocupada mientras su criada trenzaba sus largos cabellos―. Mi padre sólo ha recibido la carta con la invitación.
― Grandes invitaciones son enviadas a grandes Casas― sentenció la anciana en un tono sombrío.
Cassia se miró al espejo y comprobó el peinado; su oscuro cabello estaba recogido en dos grandes trenzas que formaban una gran rosa. «Como las que decoran el escudo de nuestra Casa» pensó mientras se paraba del tocador de roble ennegrecido. Pierina la vistió con un camisón de lino blanco que había lavado en lejía y encima depositó un largo vestido de lana fina que tenía un color rojo oscurecido y que era ocasionalmente utilizado para media estación; parecía ser un día donde el sol brillaba, pero el viento corría fuerte.
Cassia se pasó la mañana cosiendo un nuevo vestido de lana mientras Pierina guiaba sus puntos, la joven soñaba con poder confeccionarle un vestido de fiesta aterciopelado a la princesa Edda o tal vez ser la dama de los peinados.
«Quién sabe, si soy lo suficientemente buena, podría hasta convertirme en dama de honor de la mismísima Reina» pensaba.
Y así entre pensamientos, el atardecer no demoró en caer sobre ellos. Alguien golpeó suavemente la puerta de su habitación y luego de unos segundos entró su madre, Lady Lena. Era una mujer alta, de cara solemne y de cabellos dorados.
― Los cocineros ya están terminando el banquete―anunció su madre mientras se acercaba―. Mandé a que compraran los mejores mariscos y pescados del puerto, también ordené que se hicieran grandes porciones de ensalada con los frutos del bosque, como te gusta a vos.
―Muchas gracias madre―contestó Cassia mientras se ponía encima un abrigo gris de lana gruesa―. Estoy algo nerviosa, quiero que todo salga perfecto, deberíais ordenar que los músicos afinen sus instrumentos dentro del salón, el banquete que celebramos para el día de la cosecha fue conocido por las horribles melodías que ofrecimos. Y quiero que recibamos a Altaír con grandes honores, decidle a Ser Fernan que prepare una bienvenida con el escudo de la Casa Lemar.
Su madre asintió sin objeciones. Cassia conocía ese gesto, lo había hecho cuando trató de decirle que el mar de los Dioses había tragado al mayor de sus hermanos, Taro, o cuando su amiga Nadia había sido raptada por unos bandidos del Reino Agua.
― ¿Qué sucede madre?
― En el atardecer llegó un jinete proveniente de las Tierras de los Minerales y nos ha entregado una carta; Lord Ricker y Lady Eleana han muerto.
Cassia se levantó de la incómoda silla.
― ¿Cómo ha sucedido?―preguntó casi gritando.
―Se encontraban en Montehierro, tierra natal de Lady Eleana― contestó su madre con el mismo tono―. Al parecer iban camino a una justa que se realizaría por los Caballeros de Hierro, las ruedas de la carroza no resistieron las quebradas y cayeron al vacío.
Cassia pensó lo peor y soltó un pequeño grito que fue callado con su propia mano.
― ¡Es horrible! ¿Estaba Altaír con ellos?
― Afortunadamente no― situó una mano en el huesudo hombro de Cassia―. El joven Altaír estaba en Muros Blancos cazando jabalíes con sus primos.
El alma volvió rápidamente al cuerpo de la muchacha.
―Eso significa que no vendrá―se dijo para sí misma lamentándose.
―Lo dudo, hija mía. ¿Queréis escribirle una carta expresando tus condolencias? El jinete partirá al anochecer de vuelta a Muros Blancos y podríamos poner vuestra carta junto a la de vuestro padre. Altaír lo valorará mucho en estos momentos.
― ¡Por supuesto madre!―dijo Cassia juntando sus manos.
― Creo que es hora de que bajemos y reunamos a la familia― cambió de tema Lady Lena― Buscaré al castellano para que arme la bienvenida en el patio central.
Lady Lena no esperó respuesta y se marchó de la habitación. Esta noche no podría ver a Altaír El Bello, pero había un banquete que celebrar y bailes que danzar.
El frío se apoderaba de la incipiente noche. La niebla proveniente de los bosques de Roble entraba cautelosa por las murallas del castillo mientras los invitados se apresuraban a entrar al Gran Salón. Era una habitación amplia y alta, diez columnas de sillares de piedra oscura se erguían paralelamente en el salón, mientras que en los huecos de cada columna una escultura de un importante Lord reposaba con firmeza. Los candelabros colgaban del alto techo e iluminaban el suelo recubierto de madera clara y que tronaba cada vez que una persona caminaba. Un gran rosetón con vidrios rojos dejaba pasar la luz de la luna e iluminaba la pálida piel de Cassia, la mesa en donde la familia Rossal estaba sentada se ubicaba en un altillo mientras que los demás lores y damas invitadas se repartían en largas mesas por el salón.
Cassia estaba sentada en el quinto lugar de la mesa, naturalmente su padre estaba primero, seguido de su madre, su hermano menor Lander y su hermano Myro, luego venía ella y su hermana Iona.
Lord Domen dio dos aplausos cortos y la servidumbre entró rápidamente. Grandes bandejas de fruta de temporada comenzaron a repartirse por las distintas mesas. Cassia observaba como Lord Hagnos Follet no dejaba avanzar al pobre muchacho que servía las frutillas, sacaba un puñado con su mano y cuando terminaba de introducírselas a la boca ya tenía su rojiza mano entre la bandeja. Por otro lado, Lady Mena Pinore prohibía a sus gemelos que comieran frutillas o arándanos debido al sarpullido que les provocaba.
«Será una gran noche» pensó. Y así fue.
Luego de ingerir las frescas frutas, la servidumbre sirvió los platos fuertes; por un extremo de la habitación había jabalí bañado en salsa de arándanos y perdices en jugo de ciruela, mientras que en el otro los invitados comían guiso de almejas con salsa amarilla y pescado escabechado.
Lander Rossal tomaba lentamente de su copa de bronce, parecía ingerir su contenido con una expresión de disgusto. Había cumplido trece años hace dos lunas llenas anteriores y no le gustaba el sabor de la cerveza, pero según su padre, la cerveza era la bebida de los hombres y él ya estaba a punto de convertirse en uno. Su pequeño hermano Myro comenzaba a quedarse dormido sobre la larga mesa, Lady Lena ordenó a una de las nodrizas que lo llevara inmediatamente a la cama ya que el baile estaba a punto de comenzar.
Los músicos comenzaron a subir al altillo ubicado entre los pilares oscuros. Cassia podía escuchar los pequeños soplos que realizaban con sus flautas, luego escuchó los suaves deslices de un arpa y la música empezó.
―Al parecer Lord Hagnos quiere bailar contigo―le susurró al oído su hermana Iona―. Ha estado mirándote desde que la sidra se terminó.
«Es verdad, me ha estado observando con sus grises ojos toda la velada» pensó mientras un rubor invadía sus marcados pómulos.
―Callad tu boca―le dijo Cassia en voz baja―. Es un hombre mayor, tiene dos hijas y un joven heredero.
―He escuchado que no se ha comprometido desde que su esposa murió― Iona esbozó una extraña sonrisa―. Quizá no ha traído a su heredero porque está interesado en buscar una novia apropiada para él mismo.
―Cuando estáis callada parecéis una dama apropiada―contestó molesta―. Te quedaréis sola. Es tarde para que una pequeña como tú esté aún en un banquete―Cassia miró rápidamente a su señora madre―. ¡Madre! Iona está muy cansada y desea irse a la cama.
Iona intentó decir algo pero la nodriza ya estaba a su lado tomándole la mano para llevarla a la cama. Cassia le sonrió y tomó un poco del vino que había sido traído del Valle Rojo, no le gustaba el sabor pero en un banquete como el de aquella noche debía hacerlo.
Lord Hagnos Follet se levantó tambaleante de la mesa, sus dos hijas trataron de sujetarlo pero él se liberó rápidamente. Caminó hacia la mesa de los Rossal esquivando a la muchedumbre que bailaba las animadas canciones de los músicos.
Cassia al divisarlo, se disculpó con sus padres y empujó la gran silla de roble oscuro hacia atrás, se levantó y bajó apresurada del altillo.
― ¡Miladi!―lo sorprendió por la espalda Lord Hagnos―. Los Dioses de Tierra la han bendecido con una belleza sin igual.
«Está bebido, muy bebido» pensó.
―Muchas gracias Milord―sonrió nerviosa―. Agradezco vuestro esfuerzo al venir desde Jardines de Lágrimas.
―Largos e incómodos viajes siempre tienen su recompensa―puso en su lugar un castaño cabello de Cassia que se había escapado del peinado en forma de rosa―.
―Disculpadme Lord Hagnos―dijo retrocediendo un paso y observando a su madre― Me gustaría tomar un poco de aire fresco.
― ¿Queréis compañía Miladi?
«Sois estúpida, ahora te seguirá donde nadie podrá vernos» pensó furiosa.
― No será necesaria tal molestia Lord Hagnos―intercedió Lady Lena con una voz firme―. Vuestras hijas están esperándolo.
―Por supuesto―contestó el Lord sorprendido―. Que tengáis una buena velada Lady Lena y agradezco vuestra invitación.
El Lord se marchó tambaleante y desapareció entre la multitud que continuaba bebiendo.
―Gracias madre―dijo Cassia sonrojada― ¿Podría tomar un poco de aire fresco? Me siento un poco mareada.
―Por supuesto, Ser Fernan está afuera custodiando las puertas, decidle que no te quite el ojo de encima.
Cassia caminó hacia las puertas, saludando a los nobles caballeros y damas que se encontraba en el camino, hasta que por fin Ser Fernan abrió las puertas y una fría brisa danzó en sus pómulos ruborizados. El castellano la acompañó hacia el patio central y montó guardia.
La noche estaba despejada e iluminada por las estrellas que se repartían en el firmamento, la joven notó que en el establo aledaño al patio había un caballo observándola, era blanco y mediano, Cassia comprobó que su pelaje era suave como el aterciopelado de su habitación. De pronto el caballo retrocedió bruscamente y una sombra emergió desde el fondo y caminó hacia ella.
Cassia intentó gritar pero antes de que la voz saliera de su boca reconoció a la silueta; era Alexandor Goldtur, hijo del castellano Ser Fernan, trabajaba en los establos del castillo y conocía a la doncella desde que eran niños de pecho. Era un joven delgado, alto para su edad, de cabellos largos y castaños como el roble del bosque y de piel pálida como la nieve que caía en las tierras del invierno.
― Espero no haberla asustado Miladi―dijo Alexandor― Noté que le ha gustado Luna.
― ¿Es así como se llama?―respondió Cassia observando al hermoso caballo.
― Es la única que ha nacido de éste color, nació en una noche donde las estrellas estaban ocultas y lo único que iluminaba el establo era la gran luna. Su madre murió cuando dio a luz, así que tuvimos que ponerla junto a otros recién nacidos.
―Es realmente bella.
―Sin duda Miladi―dijo acariciando el lomo a Luna―. He oído que se irá a Piedrafuego para servir a la princesa Folmener.
―Habéis escuchado bien, partiré a la Capital en luna llena― respondió con una gran sonrisa―. No puedo sentirme más ansiosa.
― Es un largo viaje Miladi― dijo mientras dejaba en el suelo un pesado balde con agua― Disculpadme, pero ¿Acaso no extrañará dejar Fuerte Roble?
« ¿Éste castillo de madera podrida?» pensó mientras los jóvenes se ponían en marcha hacía el Roble más alto que decoraba el patio.
― Por supuesto que lo haré Alexandor― mintió mirando el suelo de tierra―. Pero la grandeza demanda sacrificios.
― ¿Pero qué grandeza sería esa?―dijo el joven frunciendo el ceño.
― Tener el gran placer de servir a la corona― respondió sorprendida Cassia.
― Disculpadme nuevamente Miladi―dijo el joven con una voz firme mientras se detenían bajo el gran roble― ¿Por qué debemos servir a la corona Folmener si estas fértiles tierras pertenecen a la corona de los Dugues?
― Los Folmener provienen de una de las dinastías más antiguas del continente― contestó ruborizada y exaltada―. Ellos expulsaron a los hombres de la Sombra de estas mismas tierras cuando nos invadieron desde el Aguijón.
― ¿Por qué debemos obedecer al Fuego cuando hemos sido engendrados por la Tierra?― preguntó apresurado.
― Eh…Sois todo un rebelde― respondió Cassia con una sonrisa incómoda―. No dejéis que tu padre te escuche.
Ambos jóvenes observaron el suelo, Alexandor parecía molesto y un silencio reinó en el gran patio. Las hojas del roble comenzaron a caer desde las ramas pero ninguna se depositaba sobre ellos, Cassia las observó sorprendida mientras que Alexandor la miraba anonadado. Las ramas crujieron y se doblaron fácilmente sobre ellos. La joven dio un paso al lado y lanzó un pequeño grito. Alexandor la siguió preocupado y las ramas parecían estar firmes nuevamente.
― ¿Habréis visto eso?― preguntó la joven con la respiración agitada.
― Sin duda Miladi, el viento se está comportando de manera extraña― sentenció Alexandor mientras observaba las secas hojas que se habían acumulado a su alrededor. ― Los vientos del sur soplan cada vez con más fuerza, quizá se acerca una tormenta.
― Así veo…― lo observó temblando― .Será mejor que vuelva al festín, de repente me ha entrado un frío terrible.
Cassia caminó hacia la gran puerta y observó que Ser Fernan dormía de pie frente a la entrada. De pronto la joven sintió un gran deseo de irse de Fuerte Roble.
“Desde la rebelión de los elementos los Dioses condenaron a los seres humanos a vivir en tierras mundanas, sometidos al hambre, sed y al sueño. Sin embargo, el origen divino de cada elemento no pudo ser borrado del alma humana…”
Libro de los Elementos, El Gran Antiguo Norg
Libro de los Elementos, El Gran Antiguo Norg
I.
Cassia Rossal se levantó temprano aquel día. Aún era otoño y las secas hojas de los árboles se habían colado por las grandes ventanas de la habitación, pensó que su criada, Pierina, había olvidado cerrar los pesados postigos que la aislaban de las frías corrientes, ya que era una anciana que no tenía la suficiente fuerza para realizar aquella acción.
El agua en la que se sumergió por largos minutos estaba tibia y burbujeante, permitió que su criada le lavara sus castaños cabellos, ya que últimamente una ola de piojos había invadido Fuerte Roble y no podía permitirse estar incómoda en su último banquete. Lord Domen, su señor padre, había invitado a todos los Lores y Damas de la región, incluyendo a Altaír Lemar, noble hijo de Lord Ricker, Señor de Muros Blancos. Cassia se preguntaba a menudo cómo era posible que Lord Ricker siendo un hombre poco agraciado pudiera haber engendrado a un hombre tan hermoso como era Altaír.
«Altaír El Bello» Se refería a él a menudo cuando cuchicheaba con sus amigas.
Pero Cassia no solo estaba emocionada por ver al joven heredero de Muros Blancos, sino que principalmente porque al llegar la luna llena partiría a la Capital para convertirse en una de las damas de honor de la princesa Edda Folmener, conocería al Rey y a su familia real, los largos pasillos del Palacio de Verano, las hermosas playas de agua cristalina que rodeaban el castillo, asistiría al mítico baile del Nuevo Mundo y estaría rodeada de las personas más influyentes del Reino.
― ¿Y si hago mal todas mis tareas y decepciono a la princesa?―preguntaba sin pausa Cassia mientras la criada peinaba su cabello―. Ella ya no me querrá y me devolverá hacia aquí; seré la vergüenza de la Casa Rossal.
― ¡Oh, dulce niña!― canturreaba la anciana―. Si la joven princesa os ha elegido personalmente es porque ha visto algo en usted. Aprenderás a realizar vuestras tareas en cuanto llegues allí, la paciencia es arma y armadura.
― No conozco a la princesa personalmente, ni siquiera al Rey o a la Reina―protestó preocupada mientras su criada trenzaba sus largos cabellos―. Mi padre sólo ha recibido la carta con la invitación.
― Grandes invitaciones son enviadas a grandes Casas― sentenció la anciana en un tono sombrío.
Cassia se miró al espejo y comprobó el peinado; su oscuro cabello estaba recogido en dos grandes trenzas que formaban una gran rosa. «Como las que decoran el escudo de nuestra Casa» pensó mientras se paraba del tocador de roble ennegrecido. Pierina la vistió con un camisón de lino blanco que había lavado en lejía y encima depositó un largo vestido de lana fina que tenía un color rojo oscurecido y que era ocasionalmente utilizado para media estación; parecía ser un día donde el sol brillaba, pero el viento corría fuerte.
Cassia se pasó la mañana cosiendo un nuevo vestido de lana mientras Pierina guiaba sus puntos, la joven soñaba con poder confeccionarle un vestido de fiesta aterciopelado a la princesa Edda o tal vez ser la dama de los peinados.
«Quién sabe, si soy lo suficientemente buena, podría hasta convertirme en dama de honor de la mismísima Reina» pensaba.
Y así entre pensamientos, el atardecer no demoró en caer sobre ellos. Alguien golpeó suavemente la puerta de su habitación y luego de unos segundos entró su madre, Lady Lena. Era una mujer alta, de cara solemne y de cabellos dorados.
― Los cocineros ya están terminando el banquete―anunció su madre mientras se acercaba―. Mandé a que compraran los mejores mariscos y pescados del puerto, también ordené que se hicieran grandes porciones de ensalada con los frutos del bosque, como te gusta a vos.
―Muchas gracias madre―contestó Cassia mientras se ponía encima un abrigo gris de lana gruesa―. Estoy algo nerviosa, quiero que todo salga perfecto, deberíais ordenar que los músicos afinen sus instrumentos dentro del salón, el banquete que celebramos para el día de la cosecha fue conocido por las horribles melodías que ofrecimos. Y quiero que recibamos a Altaír con grandes honores, decidle a Ser Fernan que prepare una bienvenida con el escudo de la Casa Lemar.
Su madre asintió sin objeciones. Cassia conocía ese gesto, lo había hecho cuando trató de decirle que el mar de los Dioses había tragado al mayor de sus hermanos, Taro, o cuando su amiga Nadia había sido raptada por unos bandidos del Reino Agua.
― ¿Qué sucede madre?
― En el atardecer llegó un jinete proveniente de las Tierras de los Minerales y nos ha entregado una carta; Lord Ricker y Lady Eleana han muerto.
Cassia se levantó de la incómoda silla.
― ¿Cómo ha sucedido?―preguntó casi gritando.
―Se encontraban en Montehierro, tierra natal de Lady Eleana― contestó su madre con el mismo tono―. Al parecer iban camino a una justa que se realizaría por los Caballeros de Hierro, las ruedas de la carroza no resistieron las quebradas y cayeron al vacío.
Cassia pensó lo peor y soltó un pequeño grito que fue callado con su propia mano.
― ¡Es horrible! ¿Estaba Altaír con ellos?
― Afortunadamente no― situó una mano en el huesudo hombro de Cassia―. El joven Altaír estaba en Muros Blancos cazando jabalíes con sus primos.
El alma volvió rápidamente al cuerpo de la muchacha.
―Eso significa que no vendrá―se dijo para sí misma lamentándose.
―Lo dudo, hija mía. ¿Queréis escribirle una carta expresando tus condolencias? El jinete partirá al anochecer de vuelta a Muros Blancos y podríamos poner vuestra carta junto a la de vuestro padre. Altaír lo valorará mucho en estos momentos.
― ¡Por supuesto madre!―dijo Cassia juntando sus manos.
― Creo que es hora de que bajemos y reunamos a la familia― cambió de tema Lady Lena― Buscaré al castellano para que arme la bienvenida en el patio central.
Lady Lena no esperó respuesta y se marchó de la habitación. Esta noche no podría ver a Altaír El Bello, pero había un banquete que celebrar y bailes que danzar.
El frío se apoderaba de la incipiente noche. La niebla proveniente de los bosques de Roble entraba cautelosa por las murallas del castillo mientras los invitados se apresuraban a entrar al Gran Salón. Era una habitación amplia y alta, diez columnas de sillares de piedra oscura se erguían paralelamente en el salón, mientras que en los huecos de cada columna una escultura de un importante Lord reposaba con firmeza. Los candelabros colgaban del alto techo e iluminaban el suelo recubierto de madera clara y que tronaba cada vez que una persona caminaba. Un gran rosetón con vidrios rojos dejaba pasar la luz de la luna e iluminaba la pálida piel de Cassia, la mesa en donde la familia Rossal estaba sentada se ubicaba en un altillo mientras que los demás lores y damas invitadas se repartían en largas mesas por el salón.
Cassia estaba sentada en el quinto lugar de la mesa, naturalmente su padre estaba primero, seguido de su madre, su hermano menor Lander y su hermano Myro, luego venía ella y su hermana Iona.
Lord Domen dio dos aplausos cortos y la servidumbre entró rápidamente. Grandes bandejas de fruta de temporada comenzaron a repartirse por las distintas mesas. Cassia observaba como Lord Hagnos Follet no dejaba avanzar al pobre muchacho que servía las frutillas, sacaba un puñado con su mano y cuando terminaba de introducírselas a la boca ya tenía su rojiza mano entre la bandeja. Por otro lado, Lady Mena Pinore prohibía a sus gemelos que comieran frutillas o arándanos debido al sarpullido que les provocaba.
«Será una gran noche» pensó. Y así fue.
Luego de ingerir las frescas frutas, la servidumbre sirvió los platos fuertes; por un extremo de la habitación había jabalí bañado en salsa de arándanos y perdices en jugo de ciruela, mientras que en el otro los invitados comían guiso de almejas con salsa amarilla y pescado escabechado.
Lander Rossal tomaba lentamente de su copa de bronce, parecía ingerir su contenido con una expresión de disgusto. Había cumplido trece años hace dos lunas llenas anteriores y no le gustaba el sabor de la cerveza, pero según su padre, la cerveza era la bebida de los hombres y él ya estaba a punto de convertirse en uno. Su pequeño hermano Myro comenzaba a quedarse dormido sobre la larga mesa, Lady Lena ordenó a una de las nodrizas que lo llevara inmediatamente a la cama ya que el baile estaba a punto de comenzar.
Los músicos comenzaron a subir al altillo ubicado entre los pilares oscuros. Cassia podía escuchar los pequeños soplos que realizaban con sus flautas, luego escuchó los suaves deslices de un arpa y la música empezó.
―Al parecer Lord Hagnos quiere bailar contigo―le susurró al oído su hermana Iona―. Ha estado mirándote desde que la sidra se terminó.
«Es verdad, me ha estado observando con sus grises ojos toda la velada» pensó mientras un rubor invadía sus marcados pómulos.
―Callad tu boca―le dijo Cassia en voz baja―. Es un hombre mayor, tiene dos hijas y un joven heredero.
―He escuchado que no se ha comprometido desde que su esposa murió― Iona esbozó una extraña sonrisa―. Quizá no ha traído a su heredero porque está interesado en buscar una novia apropiada para él mismo.
―Cuando estáis callada parecéis una dama apropiada―contestó molesta―. Te quedaréis sola. Es tarde para que una pequeña como tú esté aún en un banquete―Cassia miró rápidamente a su señora madre―. ¡Madre! Iona está muy cansada y desea irse a la cama.
Iona intentó decir algo pero la nodriza ya estaba a su lado tomándole la mano para llevarla a la cama. Cassia le sonrió y tomó un poco del vino que había sido traído del Valle Rojo, no le gustaba el sabor pero en un banquete como el de aquella noche debía hacerlo.
Lord Hagnos Follet se levantó tambaleante de la mesa, sus dos hijas trataron de sujetarlo pero él se liberó rápidamente. Caminó hacia la mesa de los Rossal esquivando a la muchedumbre que bailaba las animadas canciones de los músicos.
Cassia al divisarlo, se disculpó con sus padres y empujó la gran silla de roble oscuro hacia atrás, se levantó y bajó apresurada del altillo.
― ¡Miladi!―lo sorprendió por la espalda Lord Hagnos―. Los Dioses de Tierra la han bendecido con una belleza sin igual.
«Está bebido, muy bebido» pensó.
―Muchas gracias Milord―sonrió nerviosa―. Agradezco vuestro esfuerzo al venir desde Jardines de Lágrimas.
―Largos e incómodos viajes siempre tienen su recompensa―puso en su lugar un castaño cabello de Cassia que se había escapado del peinado en forma de rosa―.
―Disculpadme Lord Hagnos―dijo retrocediendo un paso y observando a su madre― Me gustaría tomar un poco de aire fresco.
― ¿Queréis compañía Miladi?
«Sois estúpida, ahora te seguirá donde nadie podrá vernos» pensó furiosa.
― No será necesaria tal molestia Lord Hagnos―intercedió Lady Lena con una voz firme―. Vuestras hijas están esperándolo.
―Por supuesto―contestó el Lord sorprendido―. Que tengáis una buena velada Lady Lena y agradezco vuestra invitación.
El Lord se marchó tambaleante y desapareció entre la multitud que continuaba bebiendo.
―Gracias madre―dijo Cassia sonrojada― ¿Podría tomar un poco de aire fresco? Me siento un poco mareada.
―Por supuesto, Ser Fernan está afuera custodiando las puertas, decidle que no te quite el ojo de encima.
Cassia caminó hacia las puertas, saludando a los nobles caballeros y damas que se encontraba en el camino, hasta que por fin Ser Fernan abrió las puertas y una fría brisa danzó en sus pómulos ruborizados. El castellano la acompañó hacia el patio central y montó guardia.
La noche estaba despejada e iluminada por las estrellas que se repartían en el firmamento, la joven notó que en el establo aledaño al patio había un caballo observándola, era blanco y mediano, Cassia comprobó que su pelaje era suave como el aterciopelado de su habitación. De pronto el caballo retrocedió bruscamente y una sombra emergió desde el fondo y caminó hacia ella.
Cassia intentó gritar pero antes de que la voz saliera de su boca reconoció a la silueta; era Alexandor Goldtur, hijo del castellano Ser Fernan, trabajaba en los establos del castillo y conocía a la doncella desde que eran niños de pecho. Era un joven delgado, alto para su edad, de cabellos largos y castaños como el roble del bosque y de piel pálida como la nieve que caía en las tierras del invierno.
― Espero no haberla asustado Miladi―dijo Alexandor― Noté que le ha gustado Luna.
― ¿Es así como se llama?―respondió Cassia observando al hermoso caballo.
― Es la única que ha nacido de éste color, nació en una noche donde las estrellas estaban ocultas y lo único que iluminaba el establo era la gran luna. Su madre murió cuando dio a luz, así que tuvimos que ponerla junto a otros recién nacidos.
―Es realmente bella.
―Sin duda Miladi―dijo acariciando el lomo a Luna―. He oído que se irá a Piedrafuego para servir a la princesa Folmener.
―Habéis escuchado bien, partiré a la Capital en luna llena― respondió con una gran sonrisa―. No puedo sentirme más ansiosa.
― Es un largo viaje Miladi― dijo mientras dejaba en el suelo un pesado balde con agua― Disculpadme, pero ¿Acaso no extrañará dejar Fuerte Roble?
« ¿Éste castillo de madera podrida?» pensó mientras los jóvenes se ponían en marcha hacía el Roble más alto que decoraba el patio.
― Por supuesto que lo haré Alexandor― mintió mirando el suelo de tierra―. Pero la grandeza demanda sacrificios.
― ¿Pero qué grandeza sería esa?―dijo el joven frunciendo el ceño.
― Tener el gran placer de servir a la corona― respondió sorprendida Cassia.
― Disculpadme nuevamente Miladi―dijo el joven con una voz firme mientras se detenían bajo el gran roble― ¿Por qué debemos servir a la corona Folmener si estas fértiles tierras pertenecen a la corona de los Dugues?
― Los Folmener provienen de una de las dinastías más antiguas del continente― contestó ruborizada y exaltada―. Ellos expulsaron a los hombres de la Sombra de estas mismas tierras cuando nos invadieron desde el Aguijón.
― ¿Por qué debemos obedecer al Fuego cuando hemos sido engendrados por la Tierra?― preguntó apresurado.
― Eh…Sois todo un rebelde― respondió Cassia con una sonrisa incómoda―. No dejéis que tu padre te escuche.
Ambos jóvenes observaron el suelo, Alexandor parecía molesto y un silencio reinó en el gran patio. Las hojas del roble comenzaron a caer desde las ramas pero ninguna se depositaba sobre ellos, Cassia las observó sorprendida mientras que Alexandor la miraba anonadado. Las ramas crujieron y se doblaron fácilmente sobre ellos. La joven dio un paso al lado y lanzó un pequeño grito. Alexandor la siguió preocupado y las ramas parecían estar firmes nuevamente.
― ¿Habréis visto eso?― preguntó la joven con la respiración agitada.
― Sin duda Miladi, el viento se está comportando de manera extraña― sentenció Alexandor mientras observaba las secas hojas que se habían acumulado a su alrededor. ― Los vientos del sur soplan cada vez con más fuerza, quizá se acerca una tormenta.
― Así veo…― lo observó temblando― .Será mejor que vuelva al festín, de repente me ha entrado un frío terrible.
Cassia caminó hacia la gran puerta y observó que Ser Fernan dormía de pie frente a la entrada. De pronto la joven sintió un gran deseo de irse de Fuerte Roble.