—Tú lo sabes, Jahevé. Sé que lo sabes. ¿Por qué no me cuentas quién vive en la Torre Negra?
—Aish, Ricot, algún día comprenderás que la ignorancia es la virtud más envidiada por el sabio.
Ricot esperó respetuosamente unos segundos, pero el anciano no añadió más explicaciones a sus enigmáticas palabras. Ricot ya se preparaba para replicar cuando de pronto Jahevé continuó hablando con voz seca y áspera sin apartar la mirada de la inerte llama prendida en la vela que tenía delante, cómo si su mente se encontrase muy lejos del hostal en el que se encontraban.
—Circula un rumor. Dicen que un espectro malvado recorre estas tierras sembrando la desesperanza entre los hombres. Afirman que solo aparece al amparo de la oscuridad de la noche y que cuando su vigilia termina planea por los aires hasta su negra guarida. Aquellos que han vislumbrado las tinieblas que corroen a este ser aseguran de forma fanática que tras él cabalga el Apocalipsis.
—¿Entonces, crees que se trata de un ángel? Si es así quizá pueda ayudarnos. Seguro que está al tanto de todo lo que está ocurriendo. A lo mejor…
—¡Serás ingenuo! —le cortó el sabio—. No obtendrás ayuda alguna por su parte, pues tengo la certera sospecha de que las historias que me han traído hasta aquí son verídicas. El prisionero de la Torre Negra no es otro que el mismísimo señor de la oscuridad, Abbadón; Ángel de Muerte.
—¡¿El señor de la oscuridad mora en estas tierras?! Debemos advertir al emperador…
—Ya es tarde para eso. Tal como tú mismo acabas de decir, Abbadón no solo debe de estar al tanto de lo que ocurre; él debe de ser el causante.
—Pero… si has dicho que está preso… ¿no? ¿Cómo va a ser él el causante? Yo mismo he visto la Torre Negra con mis propios ojos, y es una estructura de sólida roca sin fisuras que carece de puerta o de ventanal alguno. Si de verdad está allí dentro, no puede salir…
—Eso mismo pensaba yo, Ricot. Pero los pergaminos de Yemal me abrieron los ojos. Sí que hay una salida. La leyenda dice que Abbadón fue abandonado en la tierra para que se transformara en un demonio, ¿pero cómo iban sus hermanos a volver a por él en caso de necesidad? Estoy casi seguro de que el acceso a la Torre Negra no se encuentra en su base, si no en su cima. Es por esa razón por la que las únicas criaturas que pueden ingresar en la Torre Negra son los ángeles. Y al parecer Abbadón, aunque le arrebataron la capacidad de volar, ha encontrado una forma de entrar y salir de su cautiverio.
—¿Y cuál es su plan? ¿Qué es lo que pretende? ¿Por qué desea iniciar el Apocalipsis?
—No lo sé, muchacho. Hay tantas preguntas en mi propia mente sin respuesta… Pero tengo la sensación de que pronto se producirá una batalla entre dos fuerzas descomunales. Y por el bien de nuestro mundo, espero que Abbadón no salga vencedor de ella.
—Te refieres a Gabriel. ¿A qué espera para bajar a la tierra y detenerle?
—Solo es una conjetura, pero… En los pergaminos del cielo Yemal también especula sobre la existencia de una maldición. Gabriel es el líder de los cielos, y por tanto una maldición que negaría todos sus poderes caería sobre él si llegase a tocar tierra firme, negando su supremacía para gobernar sobre el resto de ángeles. Diría que Gabriel tiene miedo de lo que Abbadón ha planeado contra él, por lo que no bajará a detenerle a menos que se vea obligado a ello.
—Aish, Ricot, algún día comprenderás que la ignorancia es la virtud más envidiada por el sabio.
Ricot esperó respetuosamente unos segundos, pero el anciano no añadió más explicaciones a sus enigmáticas palabras. Ricot ya se preparaba para replicar cuando de pronto Jahevé continuó hablando con voz seca y áspera sin apartar la mirada de la inerte llama prendida en la vela que tenía delante, cómo si su mente se encontrase muy lejos del hostal en el que se encontraban.
—Circula un rumor. Dicen que un espectro malvado recorre estas tierras sembrando la desesperanza entre los hombres. Afirman que solo aparece al amparo de la oscuridad de la noche y que cuando su vigilia termina planea por los aires hasta su negra guarida. Aquellos que han vislumbrado las tinieblas que corroen a este ser aseguran de forma fanática que tras él cabalga el Apocalipsis.
—¿Entonces, crees que se trata de un ángel? Si es así quizá pueda ayudarnos. Seguro que está al tanto de todo lo que está ocurriendo. A lo mejor…
—¡Serás ingenuo! —le cortó el sabio—. No obtendrás ayuda alguna por su parte, pues tengo la certera sospecha de que las historias que me han traído hasta aquí son verídicas. El prisionero de la Torre Negra no es otro que el mismísimo señor de la oscuridad, Abbadón; Ángel de Muerte.
—¡¿El señor de la oscuridad mora en estas tierras?! Debemos advertir al emperador…
—Ya es tarde para eso. Tal como tú mismo acabas de decir, Abbadón no solo debe de estar al tanto de lo que ocurre; él debe de ser el causante.
—Pero… si has dicho que está preso… ¿no? ¿Cómo va a ser él el causante? Yo mismo he visto la Torre Negra con mis propios ojos, y es una estructura de sólida roca sin fisuras que carece de puerta o de ventanal alguno. Si de verdad está allí dentro, no puede salir…
—Eso mismo pensaba yo, Ricot. Pero los pergaminos de Yemal me abrieron los ojos. Sí que hay una salida. La leyenda dice que Abbadón fue abandonado en la tierra para que se transformara en un demonio, ¿pero cómo iban sus hermanos a volver a por él en caso de necesidad? Estoy casi seguro de que el acceso a la Torre Negra no se encuentra en su base, si no en su cima. Es por esa razón por la que las únicas criaturas que pueden ingresar en la Torre Negra son los ángeles. Y al parecer Abbadón, aunque le arrebataron la capacidad de volar, ha encontrado una forma de entrar y salir de su cautiverio.
—¿Y cuál es su plan? ¿Qué es lo que pretende? ¿Por qué desea iniciar el Apocalipsis?
—No lo sé, muchacho. Hay tantas preguntas en mi propia mente sin respuesta… Pero tengo la sensación de que pronto se producirá una batalla entre dos fuerzas descomunales. Y por el bien de nuestro mundo, espero que Abbadón no salga vencedor de ella.
—Te refieres a Gabriel. ¿A qué espera para bajar a la tierra y detenerle?
—Solo es una conjetura, pero… En los pergaminos del cielo Yemal también especula sobre la existencia de una maldición. Gabriel es el líder de los cielos, y por tanto una maldición que negaría todos sus poderes caería sobre él si llegase a tocar tierra firme, negando su supremacía para gobernar sobre el resto de ángeles. Diría que Gabriel tiene miedo de lo que Abbadón ha planeado contra él, por lo que no bajará a detenerle a menos que se vea obligado a ello.
"El pasado nunca deja de perseguirnos."