Capitulo I:
Karesia y Alegast
I
Karesia y Alegast
Y vi caer del cielo cientos de estrellas, y aquellas eran las que traían los fuegos de la destrucción. Y los llantos de los hijos de Enuma clamaban a lo alto: ¡Oh Diosa! ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué nos envías estas estrellas de la destrucción? ¡Oh! Sagrada Diosa, responde a la pregunta de tu siervo: ¿por qué nosotros debemos sufrir estas calamidades?
Y aquella Diosa de facciones humanas sonrió con ojos bondadosos:
«Porque aquellas estrellas encarnaran a los hijos de Eva...»
Tomado del Libro de las Crónicas Oscuras
Y aquella Diosa de facciones humanas sonrió con ojos bondadosos:
«Porque aquellas estrellas encarnaran a los hijos de Eva...»
Tomado del Libro de las Crónicas Oscuras
I
Recordar la vida antes de la aparición del Muro era difícil. La portentosa construcción cubría gran parte de la ciudad y sus paredes, completamente transparentes, reflejaban la infinita bóveda celeste, como si un pedazo de esta hubiera caído del firmamento y se hubiera tragado la tierra más allá de la sección occidental de la sagrada Telos. Se alzaba sobre las murallas y las torres más altas de la Capital Imperial, y aún el imponente palacio de gobierno parecía pequeño ante aquella construcción misteriosa. Había aparecido de la nada una noche hacía tres años, y desde entonces todas las noches, cuando las lunas estaban en su cenit, emitía un pulso mágico de una longitud de onda de diez kilómetros, que interfería con todos los fuegos —sea de las lámparas o los hogares, e incluso aquellos de naturaleza mágica— a su alcance, aunque no les hacía nada, solo los congelaba por unos instantes. Magos e investigadores de todo el Imperio, e incluso algunos de otras naciones, habían viajado a Telos para poder estudiar este portento.
Pero a Karesia eso poco le importaba. Desde su habitación en una de las plantas altas del palacio observaba el Muro todas las noches. Le atraían bastante las instalaciones que el difunto Emperador, su padre, había hecho construir alrededor del Muro para los investigadores, a las cuales estudiaba con sumo interés. A veces se recostaba en el marco de la ventana, dejando que la luz de las lunas bañase su hermosa y delicada figura; otras veces, cuando el clima era fresco y la brisa corría suavemente, se animaba a salir al balcón o incluso a la azotea del palacio. Pero esa noche lo hacía desde su cama, un enorme mueble redondo adornado con sabanas de seda de muchos colores y docenas de almohadas de la más fina hechura. La joven, en medio de la oscuridad, observaba el fragmento de cielo con esperanza nostálgica, añorando algo que nunca había tenido y que tal vez jamás tendría.
Esa noche era la víspera de su décimo séptimo cumpleaños, y pese a ser la hija consentida del Emperador, estaba más sola que de costumbre. Detestaba la hipocresía de las damas de la corte y de los zalameros burgueses y mercaderes que todos los días iban a rogar audiencia con su hermano mayor, el príncipe Dovarian, mientras fingían que todo estaba bien, pero a sus espaldas la miraban con lastima y susurraban entre sí. Todo se debía a aquella mala experiencia que había sufrido a los diez años, desde la cual aborrecía a las muñecas y miraba con desconfianza a los hombres. Aún así, era feliz. No le importaba que la gente hablara a sus espaldas y se compadecieran de ella, ya que vivía tranquila. Ni siquiera le había afectado la muerte de su padre.
Los nobles, por su parte, no hacían sino hablar de eso. La muerte de Philene III, otra pobre victima de la Plaga, había sido un duro golpe para el Imperio, desestabilizando una paz de por sí bastante frágil. Sin un líder que arengase a los ejércitos en su contra, los Caudillos de la rebelión ahora campaban a sus anchas en las tierras más alejadas de la capital. Y pese a las cruentas batallas que habían estallado desde entonces, la gente solo hablaba del difunto Emperador, especulando quién podría ser su sucesor, como si tratasen de ignorar el destino de los pobres infelices que vivían más allá de las murallas de Telos.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando entró su anciana nodriza, una mujer ourana —pues su piel era morena, diferente a la piel trigueña de la gente del Imperio y las tierras centrales—, y como de costumbre se quedó mirándola con devoción casi religiosa antes de ponerse a hacer sus quehaceres. Aunque a Karesia le disgustaba que lo hiciera, era una reacción natural de las personas "normales" al ver a alguien de la estirpe teloniana. Karesia, como todos los telonianos, tenía tanto los ojos, enmarcados por cejas arqueadas, como el cabello de un inhumano color dorado, y de su cabello resaltaban los dos mechones azules, casi violáceos, a cada lado de su despierto y pálido rostro. Aquellas facciones inspiraban miedo y respeto en los plebeyos, quienes consideraban a los telonianos descendientes de los dioses.
En aquel momento el pulso mágico, una onda circular de energía verdiazul, atravesó su habitación agitando el fuego del hogar que la mantenía cálida e iluminada. No era la primera vez que Karesia veía eso. Todas las noches desde la aparición del Muro se quedaba despierta hasta tarde solo para observar el pulso, y la extraña onda de lucecillas que despedía.
—¿Viste eso, Norta? —preguntó Karesia sin mucho interés—. ¿Viste las luces verdes que flotan en el aire?
—No, no he visto nada querida... —respondió la anciana, enfrascada en sus quehaceres.
Y era una respuesta que Karesia esperaba. Cuando vio esas luces por primera vez se emocionó demasiado, y trato de hablar con sus hermanos y con otras personas que estudiaban el Muro, pero cuando todos le dijeron que ella era la única que decía ver esas luces, se desanimó bastante y decidió no decir nada más.
Una segunda pulsación emanó del muro y recorrió toda su habitación, brillando como un sol de color verde. Eso era inusual. Jamás había ocurrido una segunda pulsación. Además, esta era mucho más fuerte que la primera, y las pequeñas luces verdiazules eran más abundantes.
—¡Es muy bonito! —exclamó Karesia maravillada ante la preocupada mirada de su nodriza—. No sabes de lo que te estás perdiendo —le sonrió guiñándole el ojo.
Sin embargo, la joven fue interrumpida por un fuerte sonido que comenzó a oírse repentinamente por toda la ciudad. Al principio parecía como el ruido del aleteo de una libélula cerca del oído, después comenzó a sonar mucho más grave, haciendo resonancia con todos los edificios del área, causando un temblor en todo el distrito imperial. A medida que pasaban los segundos, el temblor se hizo más fuerte, haciendo que la cama de Karesia comenzara a bailar.
—¡Es un terremoto! —gritó la nodriza.
—¡Mira! —señaló Karesia con el dedo al Muro, que ahora resplandecía.
Una gran concentración de energía se hizo visible como un haz de luz que se levantaba hacia el firmamento.
—¿¡Qué rayos está pasando!? ¿¡Qué es esa luz!? —se escuchó gritar a uno de los guardias que hacía su ronda esa noche cerca de la habitación de la princesa.
—¡Oh! ¡Por el Sol! —gritó la nodriza al ver aquel resplandor—. ¿Qué es esa luz?
El ruido desapareció en ese instante. El temblor se detuvo y una inquietante tranquilidad reinó en ese momento. La luz, más resplandeciente que antes, iluminaba todos los rincones del cuarto de Karesia. La princesa vio como los nobles salieron a las ventanas de sus mansiones cercanas al palacio para ver qué era lo que iluminaba en la noche como si fuese un nuevo sol. Durante tres años el muro había parecido inactivo y las personas ahora estaban asustadas y preocupadas. La gente comenzó a especular, y en los pocos minutos en los que había durado aquella calma, las más disparatadas teorías se podían oír en las conversaciones, desde el fin del mundo hasta la posibilidad de un ataque de los magos de Argenta.
Para Karesia las cosas eran muy diferentes. El resplandor verde era más abundante y resplandeciente, y emanaba del muro como una cascada de luz. Aquellos raudos caudales lo envolvían todo, incluyendo su cuerpo, y la sensación de estar sumergida en un mar de electricidad estática que le ponía la piel de gallina embargaba su cuerpo. Entonces, fue cuando todo ocurrió.
—¿Qué demonios es eso...? —fue lo único que alcanzó a murmurar.
La luz del muro explotó, elevándose hacía el cielo como un domo de energía y envolviéndolo todo, tragándose el palacio y la mitad de Telos antes de que alguien pudiese darse cuenta de que era lo que estaba ocurriendo.
Great power can come from anger, but you may lose yourself in the process. Therefore, your mind must remain calm, and your spirit must be still.