Gracias por comentar.
Y bueno, a lo de la parte de ciencia ficción, ya lo diría la emblemática Agatha Heterodyne: "Cualquier magia lo suficientemente analizada es indistinguible de la ciencia".
EDIT:
Capitulo 2, listo :v
El sol del amanecer se vio cubierto por la polvareda que se levantaba al sur de la Cordillera del Dragón, en la frontera imperial meridional, mientras el suelo temblaba ante la avanzada del ejército de Argenta, la nación magócrata que estaba al otro lado del Mar de las Estrellas, lo cual era un signo inequívoco de la gran batalla que se avecinaba. Las cosas no estaban tranquilas desde la aparición de las criaturas extrañas en medio de la Ciudad Sagrada de Telos, pero la situación política entre las diversas naciones de Eria se encontraba bastante tensa desde mucho antes.
Las cosas habían empeorado cuando los Caudillos, líderes de las fuerzas rebeldes que se oponían a la familia Imperial, habían roto la tregua tras la muerte del Emperador y ahora se enfrentaban entre sí, iniciando uno una guerra de facciones en busca de anexar más territorios a sus autodenominadas “zonas independientes”, regiones que habían proclamado bajo su dominio. A pesar de ello, el mayor peligro para el Imperio lo representaban las fuerzas extranjeras. Y de entre esas la más peligrosa era Argenta, una nación pequeña y otrora poco importante en el orden político mundial, pero que de repente se había convertido una potencia militar con el poder para desafiar incluso al Imperio. Los diplomáticos ya había intentado negociar la paz, pero los magos de Argenta había sido adamantinos y habían rechazado toda posibilidad de compromisos con el Imperio.
A lo lejos, los desesperados habitantes de Valeholm se encontraban preparándose para evacuar a la seguridad de las Tierras Centrales, en el corazón del Imperio, pues las fuerzas invasoras se encontraban tan solo a media jornada del Fuerte del Ave de Plata, la única defensa que protegía la región meridional del Imperio. Aquel puesto de guardia era una reliquia de las guerras Társias, habiendo servido como escudo contra las invasiones zooantropas de oriente unos cien años atrás, cuando los caminos comerciales a Telos estaban prohibidos y este era el único paso que ofrecía un acceso a la Ciudad Sagrada, y aquellos hombres bestia intentaron dominar las tierras del valle al sur de la cordillera.
Del histórico Fuerte salían ahora los raudos defensores imperiales, al mando del Capitán Durgen, un tipo que portaba una monstruosa armadura de placas y un yelmo astado, y exigía de sus temerosos soldados una victoria aplastante o una muerte gloriosa en el campo de batalla. Aquel Durgen era veterano de la guerra civil, aunque carecía de meritos para el rango que ostentaba. Muchos decían que su promoción a capitán se debía más a conexiones con los nobles que a recompensa por un servicio militar excelente, pues tenía fama entre los círculos militares de ser cruel y autoritario, y de no tener piedad con nadie, tratando a enemigos y civiles por igual.
Los ejércitos de Argenta, por su parte, eran comandados por la Encantadora Levkova, una de las magas más jóvenes de la nación sureña e infame por su linaje, pues era una cambión, el fruto de los amoríos de un mortal y un demonio, aunque aquello poco importaba a los ojos de sus superiores, pues estos apreciaban más la efectividad de sus estrategias y el tremendo poder de sus conjuros. Con la muerte de Philene III, los magos de Argenta, envalentonados, habían encargado a Levkova que recuperase los territorios al sur del Imperio, que otrora habían pertenecido a la nación magócrata. En los pocos meses que había durado la campaña, varios pueblos y villas del Imperio ya habían caído ante su poder arrollador.
La batalla comenzó tan rápido, que para el momento en que los habitantes de Valeholm se dieron cuenta, la llanura se había convertido en una carnicería. Los defensores del Fuerte del Ave de Plata contaban con legiones fuertemente armadas, soldados veteranos bien entrenados y equipados con armas de la mejor calidad, y superaban en número a las fuerzas invasoras, pero al cabo de un rato se vieron obligados a retroceder y ceder el territorio de las llanuras al sur del Fuerte. Pues aunque Argenta contaba con una fuerza de caballería e infantería bastante insignificante, y unos cuantos magos que servían como artillería, el grueso de sus fuerzas estaba compuesto por enormes gólems de piedra, constructos autómatas que por sí solos tenían el poder para acabar con batallones enteros.
Mientras observaba con preocupación desde una de las atalayas más altas del Fuerte, Lord Wendell, el General de las Fuerzas de Defensa Fronteriza, se preguntó como los magos de una nación de segunda habían adquirido de repente los medios para crear tales constructos. Aquel viejo soldado rozaba en la mediana edad, con el cabello totalmente cano y los ojos cansados, emperifollado en una armadura púrpura que denotaba su estatus como uno de los oficiales de más alto rango en el Imperio, que por haberse granjeado la ira de uno de los hijos Philene III había sido enviado a servir en tierras tan alejadas de la Capital.
Al ver que sus fuerzas cedían cada vez más terreno tomó el cristal de comunicación, un artefacto novedoso que tenía la forma de un espejo cóncavo y redondo, y permitía comunicarse con alguien que tuviese otro cristal, mientras ambos estuviesen sintonizados, que llevaba en un zurrón atado a su cinturón.
—¿Cuanto más debemos esperar para intervenir? —preguntó a Balzac por el cristal de comunicación.
La imagen de Balzac, de largo cabello blanco, barba corta bien cuidada y anteojos redondos, se materializó poco después en el cristal. Se trataba de uno de los magos más viejos que pertenecía a la Cábala, el gremio de magia más importante de Imperio, cuyo poder político era similar a ese de los nobles y los príncipes mercaderes.
—Aún no tenemos órdenes de intervenir. Por ahora, encárgate de rescatar a los civiles sobrevivientes y contener la batalla en la llanura. El Príncipe Dovarian no quiere que más regiones se vean envueltas en esta conflagración —respondió Balzac. Luego suspiró, y replicó en tono desanimado—. No sé que estamos esperando para acabar con esta situación de raíz…
–Órdenes son órdenes —concluyó Lord Wendell de muy mala gana, y se dispuso a preparar al resto de las fuerzas defensoras para lanzar una contraofensiva y rescatar a los soldados que se enfrentaban al increíble poderío de las fuerzas Argénteas.
Y bueno, a lo de la parte de ciencia ficción, ya lo diría la emblemática Agatha Heterodyne: "Cualquier magia lo suficientemente analizada es indistinguible de la ciencia".
EDIT:
Capitulo 2, listo :v
Capitulo II:
Fuegos de Guerra
I
Fuegos de Guerra
I
“Argenta era una pequeña nación sureña gobernada por la cábala de magos local. De gentes simples y una cultura estancada en costumbres y tradiciones que no habían cambiado en generaciones, era un país que nunca había resaltado en la historia de Eria. Nadie creería que de todas las naciones del sur, sería la única que pudiera hacerle frente al poderoso ejército del imperio teloniano.”
Fragmento del Compendio Histórico de Eria.
Fragmento del Compendio Histórico de Eria.
El sol del amanecer se vio cubierto por la polvareda que se levantaba al sur de la Cordillera del Dragón, en la frontera imperial meridional, mientras el suelo temblaba ante la avanzada del ejército de Argenta, la nación magócrata que estaba al otro lado del Mar de las Estrellas, lo cual era un signo inequívoco de la gran batalla que se avecinaba. Las cosas no estaban tranquilas desde la aparición de las criaturas extrañas en medio de la Ciudad Sagrada de Telos, pero la situación política entre las diversas naciones de Eria se encontraba bastante tensa desde mucho antes.
Las cosas habían empeorado cuando los Caudillos, líderes de las fuerzas rebeldes que se oponían a la familia Imperial, habían roto la tregua tras la muerte del Emperador y ahora se enfrentaban entre sí, iniciando uno una guerra de facciones en busca de anexar más territorios a sus autodenominadas “zonas independientes”, regiones que habían proclamado bajo su dominio. A pesar de ello, el mayor peligro para el Imperio lo representaban las fuerzas extranjeras. Y de entre esas la más peligrosa era Argenta, una nación pequeña y otrora poco importante en el orden político mundial, pero que de repente se había convertido una potencia militar con el poder para desafiar incluso al Imperio. Los diplomáticos ya había intentado negociar la paz, pero los magos de Argenta había sido adamantinos y habían rechazado toda posibilidad de compromisos con el Imperio.
A lo lejos, los desesperados habitantes de Valeholm se encontraban preparándose para evacuar a la seguridad de las Tierras Centrales, en el corazón del Imperio, pues las fuerzas invasoras se encontraban tan solo a media jornada del Fuerte del Ave de Plata, la única defensa que protegía la región meridional del Imperio. Aquel puesto de guardia era una reliquia de las guerras Társias, habiendo servido como escudo contra las invasiones zooantropas de oriente unos cien años atrás, cuando los caminos comerciales a Telos estaban prohibidos y este era el único paso que ofrecía un acceso a la Ciudad Sagrada, y aquellos hombres bestia intentaron dominar las tierras del valle al sur de la cordillera.
Del histórico Fuerte salían ahora los raudos defensores imperiales, al mando del Capitán Durgen, un tipo que portaba una monstruosa armadura de placas y un yelmo astado, y exigía de sus temerosos soldados una victoria aplastante o una muerte gloriosa en el campo de batalla. Aquel Durgen era veterano de la guerra civil, aunque carecía de meritos para el rango que ostentaba. Muchos decían que su promoción a capitán se debía más a conexiones con los nobles que a recompensa por un servicio militar excelente, pues tenía fama entre los círculos militares de ser cruel y autoritario, y de no tener piedad con nadie, tratando a enemigos y civiles por igual.
Los ejércitos de Argenta, por su parte, eran comandados por la Encantadora Levkova, una de las magas más jóvenes de la nación sureña e infame por su linaje, pues era una cambión, el fruto de los amoríos de un mortal y un demonio, aunque aquello poco importaba a los ojos de sus superiores, pues estos apreciaban más la efectividad de sus estrategias y el tremendo poder de sus conjuros. Con la muerte de Philene III, los magos de Argenta, envalentonados, habían encargado a Levkova que recuperase los territorios al sur del Imperio, que otrora habían pertenecido a la nación magócrata. En los pocos meses que había durado la campaña, varios pueblos y villas del Imperio ya habían caído ante su poder arrollador.
La batalla comenzó tan rápido, que para el momento en que los habitantes de Valeholm se dieron cuenta, la llanura se había convertido en una carnicería. Los defensores del Fuerte del Ave de Plata contaban con legiones fuertemente armadas, soldados veteranos bien entrenados y equipados con armas de la mejor calidad, y superaban en número a las fuerzas invasoras, pero al cabo de un rato se vieron obligados a retroceder y ceder el territorio de las llanuras al sur del Fuerte. Pues aunque Argenta contaba con una fuerza de caballería e infantería bastante insignificante, y unos cuantos magos que servían como artillería, el grueso de sus fuerzas estaba compuesto por enormes gólems de piedra, constructos autómatas que por sí solos tenían el poder para acabar con batallones enteros.
Mientras observaba con preocupación desde una de las atalayas más altas del Fuerte, Lord Wendell, el General de las Fuerzas de Defensa Fronteriza, se preguntó como los magos de una nación de segunda habían adquirido de repente los medios para crear tales constructos. Aquel viejo soldado rozaba en la mediana edad, con el cabello totalmente cano y los ojos cansados, emperifollado en una armadura púrpura que denotaba su estatus como uno de los oficiales de más alto rango en el Imperio, que por haberse granjeado la ira de uno de los hijos Philene III había sido enviado a servir en tierras tan alejadas de la Capital.
Al ver que sus fuerzas cedían cada vez más terreno tomó el cristal de comunicación, un artefacto novedoso que tenía la forma de un espejo cóncavo y redondo, y permitía comunicarse con alguien que tuviese otro cristal, mientras ambos estuviesen sintonizados, que llevaba en un zurrón atado a su cinturón.
—¿Cuanto más debemos esperar para intervenir? —preguntó a Balzac por el cristal de comunicación.
La imagen de Balzac, de largo cabello blanco, barba corta bien cuidada y anteojos redondos, se materializó poco después en el cristal. Se trataba de uno de los magos más viejos que pertenecía a la Cábala, el gremio de magia más importante de Imperio, cuyo poder político era similar a ese de los nobles y los príncipes mercaderes.
—Aún no tenemos órdenes de intervenir. Por ahora, encárgate de rescatar a los civiles sobrevivientes y contener la batalla en la llanura. El Príncipe Dovarian no quiere que más regiones se vean envueltas en esta conflagración —respondió Balzac. Luego suspiró, y replicó en tono desanimado—. No sé que estamos esperando para acabar con esta situación de raíz…
–Órdenes son órdenes —concluyó Lord Wendell de muy mala gana, y se dispuso a preparar al resto de las fuerzas defensoras para lanzar una contraofensiva y rescatar a los soldados que se enfrentaban al increíble poderío de las fuerzas Argénteas.
Great power can come from anger, but you may lose yourself in the process. Therefore, your mind must remain calm, and your spirit must be still.