Aquí os dejo la siguiente parte!!! En el siguiente post que escriba os agradeceré las lecturas, que ahora ismo ando un poco liado.
La imagen no podía ser más tierna. Clavado en una pared, el cura de Vilheim suplicaba a Friederich que lo liberara. Tras un año encerrado en aquella sala repleta de telas viejas, el anciano mostraba un aspecto pálido y demacrado, con los huesos asomando en la fina piel que le sujetaba las tripas. Sus miembros, retorcidos en unas partes y amputados en otras, estaban unidos al complejo mecanismo de palancas y engranajes que recorría la iglesia, y que conectaba con el órgano que el compositor tenía en la planta principal.
Obviamente, el anciano no era el único ser que se encontraba allí. En el resto de paredes que formaban la habitación, varios cuerpos más colgaban con los brazos y las piernas doblados en ángulos anormales. La mayoría de aquellas personas estaban muertas y contribuían a aromatizar la sala con el olor de la carne en descomposición. Los que todavía seguían vivos, sin embargo, rezaban por morir cuanto antes. Todos ellos habían sido alguna vez habitantes de Vilheim, campesinos y comerciantes que vivían su día a día sin mayor preocupación que la de enterarse de la vida de los demás. La única función que habían tenido había sido la de trabajar para poder morir de la forma más digna. No obstante, ahora su función era otra, algo que sí sería de utilidad. Todos, tanto los muertos como los que aún seguían vivos, formaban parte del enorme dispositivo que Friederich y Wyover habían construido a lo largo del año, por lo que todos eran parte del instrumento que emitiría la última balada.
—Sácame de aquí —suplicó el cura con un hilo de voz—. Libérame, y tal vez Dios se apiade de tu alma.
Friederich soltó una carcajada y aplaudió. Después acarició la cabeza del viejo casi con dulzura.
—Si le digo la verdad, padre Bogdan, creo que es usted quien tiene que rogar a Dios por la suya —dijo a medida que comenzaba a dar saltos rápidos y enérgicos en el sitio—. Yo me encuentro perfectamente.
Bogdan miró a Friederich con desprecio.
—Está loco —escupió—. Tanto usted como ese repugnante engendro que jamás tendría que haber nacido.
El músico dejó de saltar, se tumbó en el suelo frío de la habitación y soltó un largo suspiro.
—Puedo asegurarle que Wyover es el niño más cuerdo que conozco —contestó—. Y todo un portento de la adivinación. —Señaló un círculo de sangre que había dibujado en el suelo con varios huesos desordenados en el interior—. ¿Quién si no podría saber la situación exacta de alguien usando semejantes herramientas?
—Brujería —respondió el padre Bogdan—: la misma magia oscura que lavó su cerebro y el de todos los hombres de Vilheim.
—No confunda la obsesión y el poder de su cargo con la brujería. Sabía que ella nunca sería de Sir Laneher. ¡Ella era mía y mi amor le pertenecía a ella!
La expresión de Friederich cambió hasta adquirir un tono amenazante, pero el cura no se dejó amedrentar. Si conseguía enfurecerlo, tal vez el compositor lo apuñalara, consiguiendo así descansar por fin.
—Margaret era una bruja que lo volvió loco. Lavó su cabeza y la de Sir Laneher...
—¡Cállese! —exigió Friederich.
—... pero ahora está muerta y nunca podrá ser suya. Lo que sucedió en la hoguera demostró que decíamos la verdad. Dios es justo y nos protege de los demonios. ¡Su muerte fue lo mejor que pudo haberle pasado a este pueblo!
Friederich estalló en carcajadas. Saltó, gritó de alegría y rió mientras con una tenacilla amputaba los dedos de los otros prisioneros, que caían al suelo empapando de sangre las cortinas que cubrían las paredes. Después, con una sonrisa que se ensanchó al ver la expresión de horror del cura, dijo:
—El único que está muerto aquí es usted, padre, pero aún no lo sabe.
Acto seguido, el músico accionó una de las palancas y los engranajes empezaron a girar, estirando y retorciendo los miembros del párroco, que chilló de dolor al notar como los huesos se le desencajaban. Obviamente, no era el dolor que Friederich buscaba. El dolor del padre Bogdan era físico y no llegaba a transmitir la musicalidad que el compositor necesitaba. Por suerte, el dolor que anhelaba llegaría esa misma noche acompañado de Wyover, y entonces la balada podría comenzar.
—Pronto —dijo mientras observaba la baba sanguinolenta que caía de la boca de Bogdan—. Muy pronto.
Parte 3
La imagen no podía ser más tierna. Clavado en una pared, el cura de Vilheim suplicaba a Friederich que lo liberara. Tras un año encerrado en aquella sala repleta de telas viejas, el anciano mostraba un aspecto pálido y demacrado, con los huesos asomando en la fina piel que le sujetaba las tripas. Sus miembros, retorcidos en unas partes y amputados en otras, estaban unidos al complejo mecanismo de palancas y engranajes que recorría la iglesia, y que conectaba con el órgano que el compositor tenía en la planta principal.
Obviamente, el anciano no era el único ser que se encontraba allí. En el resto de paredes que formaban la habitación, varios cuerpos más colgaban con los brazos y las piernas doblados en ángulos anormales. La mayoría de aquellas personas estaban muertas y contribuían a aromatizar la sala con el olor de la carne en descomposición. Los que todavía seguían vivos, sin embargo, rezaban por morir cuanto antes. Todos ellos habían sido alguna vez habitantes de Vilheim, campesinos y comerciantes que vivían su día a día sin mayor preocupación que la de enterarse de la vida de los demás. La única función que habían tenido había sido la de trabajar para poder morir de la forma más digna. No obstante, ahora su función era otra, algo que sí sería de utilidad. Todos, tanto los muertos como los que aún seguían vivos, formaban parte del enorme dispositivo que Friederich y Wyover habían construido a lo largo del año, por lo que todos eran parte del instrumento que emitiría la última balada.
—Sácame de aquí —suplicó el cura con un hilo de voz—. Libérame, y tal vez Dios se apiade de tu alma.
Friederich soltó una carcajada y aplaudió. Después acarició la cabeza del viejo casi con dulzura.
—Si le digo la verdad, padre Bogdan, creo que es usted quien tiene que rogar a Dios por la suya —dijo a medida que comenzaba a dar saltos rápidos y enérgicos en el sitio—. Yo me encuentro perfectamente.
Bogdan miró a Friederich con desprecio.
—Está loco —escupió—. Tanto usted como ese repugnante engendro que jamás tendría que haber nacido.
El músico dejó de saltar, se tumbó en el suelo frío de la habitación y soltó un largo suspiro.
—Puedo asegurarle que Wyover es el niño más cuerdo que conozco —contestó—. Y todo un portento de la adivinación. —Señaló un círculo de sangre que había dibujado en el suelo con varios huesos desordenados en el interior—. ¿Quién si no podría saber la situación exacta de alguien usando semejantes herramientas?
—Brujería —respondió el padre Bogdan—: la misma magia oscura que lavó su cerebro y el de todos los hombres de Vilheim.
—No confunda la obsesión y el poder de su cargo con la brujería. Sabía que ella nunca sería de Sir Laneher. ¡Ella era mía y mi amor le pertenecía a ella!
La expresión de Friederich cambió hasta adquirir un tono amenazante, pero el cura no se dejó amedrentar. Si conseguía enfurecerlo, tal vez el compositor lo apuñalara, consiguiendo así descansar por fin.
—Margaret era una bruja que lo volvió loco. Lavó su cabeza y la de Sir Laneher...
—¡Cállese! —exigió Friederich.
—... pero ahora está muerta y nunca podrá ser suya. Lo que sucedió en la hoguera demostró que decíamos la verdad. Dios es justo y nos protege de los demonios. ¡Su muerte fue lo mejor que pudo haberle pasado a este pueblo!
Friederich estalló en carcajadas. Saltó, gritó de alegría y rió mientras con una tenacilla amputaba los dedos de los otros prisioneros, que caían al suelo empapando de sangre las cortinas que cubrían las paredes. Después, con una sonrisa que se ensanchó al ver la expresión de horror del cura, dijo:
—El único que está muerto aquí es usted, padre, pero aún no lo sabe.
Acto seguido, el músico accionó una de las palancas y los engranajes empezaron a girar, estirando y retorciendo los miembros del párroco, que chilló de dolor al notar como los huesos se le desencajaban. Obviamente, no era el dolor que Friederich buscaba. El dolor del padre Bogdan era físico y no llegaba a transmitir la musicalidad que el compositor necesitaba. Por suerte, el dolor que anhelaba llegaría esa misma noche acompañado de Wyover, y entonces la balada podría comenzar.
—Pronto —dijo mientras observaba la baba sanguinolenta que caía de la boca de Bogdan—. Muy pronto.
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