Os dejo con la segunda parte del relato corto. Vuelvo a decir que se trata de un borrador, por lo que aún no está revisada de todo la ortografía, gramática y demás. De hecho veréis que a uno de los personajes a veces lo llamo Friedrich y otras Friederich XDD La cuestión de que aún no haya empezado las revisiones es que si lo hago antes de terminar el relato me obsesiono y después ya no soy capaz de ver nada XD
Es un texto dividido en escenas, pero no en capítulos. os publico separados por comodidad y para que no os encontréis con todo el tochaco de golpe, pero si preferís que edite el primer post separando por escenas no dudéis en decirlo.
Agradezco todos los comentarios, ya que me ayudarán a reescribir la última versión.
Ahí va la siguiente parte
No importaba lo fuerte que sonaran los truenos en el pequeño pueblo de Vilheim, los alaridos de aquellos que Friederich tenía prisioneros bajo la iglesia siempre sonaban más. Con una antorcha en la mano, el compositor avanzaba por un pasillo estrecho en cuyas paredes laterales se abrían las puertas a las celdas de los presos. Obviamente, todas estaban vacías, salvo por alguna rata que correteaba entre los escombros y que Wyover utilizaba para sus guisos. Puede que el chico fuera un ser deforme y repulsivo, pero si algo apreciaba Friederich von Spee de él, eso eran sus artes culinarias, casi tan excelentes como su dominio con la ballesta.
El pasillo se bifurcaba varias veces a lo largo del trayecto, formando un intrincado laberinto que el compositor conocía como la palma de la mano. Mientras caminaba, girando a izquierda y derecha cuando lo consideraba oportuno, los hombres y mujeres que colgaban del techo con las muñecas atravesadas por puntas pedían agua. Las voces de aquellas personas moribundas eran gritos ahogados que se mezclaban con hilos de voz que apenas eran susurros. Lloraban y suplicaban comida con la poca fuerza que les quedaba, pero Friederich pasaba de largo, dedicándoles de vez en cuando algún saludo efusivo.
—Celdas para las ratas y techo para los hombres. Todos los humanos aspiran a lo más alto y, ¿qué hay más alto que el techo? —canturreaba—. ¿El cielo? Solo es otro tipo de techo.
A medida que se internaba en la oscuridad del sótano, el frío aumentaba, y con él el olor a podredumbre, un olor insoportable que el compositor disfrutó con una inspiración profunda.
Tras girar a la derecha por última vez, llegó frente a un portón de madera y lo abrió:
—¡Ya estoy aquí, Lady Margaret! —saludó—. Discúlpame si he tardado un solo segundo más de lo que te he echado de menos, que no es sino la mitad del amor que siento por ti.
Al fondo de la habitación, una silueta se diferenciaba de las demás, erguida y apoyada contra la pared. La poca luz que emitía la antorcha apenas permitía ver más de dos palmos por delante, por lo que era imposible adivinar las facciones de la mujer a la que se dirigía el compositor.
Friederich se acercó un poco más a ella, lo mínimo indispensable para que la cara de la doncella se viera.
De pie, Lady Margaret, desnuda y con el cuerpo cosido con hilo negro, observaba inexpresiva al compositor. Toda su piel estaba surcada por remiendos, como si de un peluche al que hubieran descuartizado se tratara. Y aun así era hermosa. Tan hermosa que matarían por casarse con ella. Tan hermosa como para volver a un hombre loco.
—Estás tan bella como siempre —dijo el compositor a medida que se acercaba a la mujer, pero ella no contestó—. Pasaba a decirte que mañana pondremos en marcha el mecanismo. Disfrutaremos de la última balada y bailaremos, como te prometí. Todo el mundo está colaborando. ¡El pueblo entero está entregado! —Besó al cadáver en los labios y, al ver que la cera que cubría su cuerpo comenzaba a derretirse debido al calor de la antorcha, se retiró—. Le diré a Wyover que prepare tu mejor vestido para la ocasión. Hasta entonces solo podré extrañarte.
Sir Friederich salió de la habitación y emprendió el camino de regreso al piso superior. En sus ojos había lágrimas, pero sus labios se arqueaban hasta formar una sonrisa perfecta.
—Muy pronto estará todo listo. Sí, muy pronto.
Es un texto dividido en escenas, pero no en capítulos. os publico separados por comodidad y para que no os encontréis con todo el tochaco de golpe, pero si preferís que edite el primer post separando por escenas no dudéis en decirlo.
Agradezco todos los comentarios, ya que me ayudarán a reescribir la última versión.
Ahí va la siguiente parte
Parte 2
No importaba lo fuerte que sonaran los truenos en el pequeño pueblo de Vilheim, los alaridos de aquellos que Friederich tenía prisioneros bajo la iglesia siempre sonaban más. Con una antorcha en la mano, el compositor avanzaba por un pasillo estrecho en cuyas paredes laterales se abrían las puertas a las celdas de los presos. Obviamente, todas estaban vacías, salvo por alguna rata que correteaba entre los escombros y que Wyover utilizaba para sus guisos. Puede que el chico fuera un ser deforme y repulsivo, pero si algo apreciaba Friederich von Spee de él, eso eran sus artes culinarias, casi tan excelentes como su dominio con la ballesta.
El pasillo se bifurcaba varias veces a lo largo del trayecto, formando un intrincado laberinto que el compositor conocía como la palma de la mano. Mientras caminaba, girando a izquierda y derecha cuando lo consideraba oportuno, los hombres y mujeres que colgaban del techo con las muñecas atravesadas por puntas pedían agua. Las voces de aquellas personas moribundas eran gritos ahogados que se mezclaban con hilos de voz que apenas eran susurros. Lloraban y suplicaban comida con la poca fuerza que les quedaba, pero Friederich pasaba de largo, dedicándoles de vez en cuando algún saludo efusivo.
—Celdas para las ratas y techo para los hombres. Todos los humanos aspiran a lo más alto y, ¿qué hay más alto que el techo? —canturreaba—. ¿El cielo? Solo es otro tipo de techo.
A medida que se internaba en la oscuridad del sótano, el frío aumentaba, y con él el olor a podredumbre, un olor insoportable que el compositor disfrutó con una inspiración profunda.
Tras girar a la derecha por última vez, llegó frente a un portón de madera y lo abrió:
—¡Ya estoy aquí, Lady Margaret! —saludó—. Discúlpame si he tardado un solo segundo más de lo que te he echado de menos, que no es sino la mitad del amor que siento por ti.
Al fondo de la habitación, una silueta se diferenciaba de las demás, erguida y apoyada contra la pared. La poca luz que emitía la antorcha apenas permitía ver más de dos palmos por delante, por lo que era imposible adivinar las facciones de la mujer a la que se dirigía el compositor.
Friederich se acercó un poco más a ella, lo mínimo indispensable para que la cara de la doncella se viera.
De pie, Lady Margaret, desnuda y con el cuerpo cosido con hilo negro, observaba inexpresiva al compositor. Toda su piel estaba surcada por remiendos, como si de un peluche al que hubieran descuartizado se tratara. Y aun así era hermosa. Tan hermosa que matarían por casarse con ella. Tan hermosa como para volver a un hombre loco.
—Estás tan bella como siempre —dijo el compositor a medida que se acercaba a la mujer, pero ella no contestó—. Pasaba a decirte que mañana pondremos en marcha el mecanismo. Disfrutaremos de la última balada y bailaremos, como te prometí. Todo el mundo está colaborando. ¡El pueblo entero está entregado! —Besó al cadáver en los labios y, al ver que la cera que cubría su cuerpo comenzaba a derretirse debido al calor de la antorcha, se retiró—. Le diré a Wyover que prepare tu mejor vestido para la ocasión. Hasta entonces solo podré extrañarte.
Sir Friederich salió de la habitación y emprendió el camino de regreso al piso superior. En sus ojos había lágrimas, pero sus labios se arqueaban hasta formar una sonrisa perfecta.
—Muy pronto estará todo listo. Sí, muy pronto.
Hazte con un ejemplar de mi primer libro: SIETE LUCES OSCURAS