22/02/2016 03:29 PM
Una de las cosas más entretenidas en esta cuestión es darse cuenta de que existen infinitas maneras de crear una historia, según el autor, según la inspiración del momento, según el carácter de la historia… Vamos, que es imposible sacar una receta que valga para todos.
En lo que a mí respecta, tiendo a usar más el modo «Cuenta la historia cuando tienes ideas, haz una pausa y reléete cuando sospechas que hay que cambiar aspectos importantes y una vez finalizada la obra mejora los detalles».
Para empezar una historia, suele ocurrírseme una idea precisa para desarrollarla, aunque no siempre. Con El espía de Simraz, por ejemplo, empecé sin tener ni idea de qué iba a ir la historia. Puse a dos hermanos, luego a una princesa, que resultó ser fantasma por algún motivo extraño de mi mente, y a partir de ahí se fue deshilvanando la cosa de causa a efecto.
Lo que sí que no hago es fijar líneas antes de empezar a escribir, y jamás de los jamases he escrito una historia sabiendo cómo terminaría. Es un poco como decís: admito que una vez reveladas todas las cosas, me sentiría frustrada de no poder escribirlas en un solo día y luego empezaría a pensar en otras historias y querría escribirlas también, de modo que probablemente dejaría a un lado la historia acabada, aunque no estuviese escrita.
Por eso también, cuando me voy por una rama que no me convence, la podo por completo, sin dejar rastro, y vuelvo a empezar desde un momento en que sé que me convence. Lo mismo me pasa con los nombres de los personajes: cuando escribo una historia y que no me convence y la abandono, jamás vuelvo a utilizar los nombres de los personajes que aparecen en esta, me sentiría como si estuviese transplantando la personalidad de una persona muerta a un ser al que intento dar vida de verdad. Cada personaje debe ser único.
Lo que sí que hago, en cambio, es pensar en el mundo y los personajes que estoy creando y darles vida propia, pero eso lo hago mientras escribo, no lo planeo. Muy pocas veces tuve problemas para saber el punto exacto en el que debe acabar un capítulo, así que de los capítulos nunca me preocupo.
Cuando se me ocurren ideas diversas y me acuerdo de ellas, las apunto, pero sin darles demasiada importancia. Cuando repaso las anotaciones, a veces me dan ideas, y a veces se quedan ahí para siempre olvidadas. De cuando en cuando también apunto réplicas de diálogo o ideas para algunas escenas, y generalmente cuando llego al momento adecuado suelo acordarme de que las he apuntado, aunque no siempre…
Bueno… en general, esta es mi manera de proceder. Yo creo que el mejor lema a seguir es este: «escribe como se te antoje». Si uno es meticuloso, pues a meticulosear. Si uno es chapucero, pues a chapucerear Al primero lo vería como a un mago pensando en qué sortilegios soltar. Al segundo como un bersérker que va a lo loco. En ambos casos, el resultado es el mismo y todo depende de la habilidad de cada uno.
En lo que a mí respecta, tiendo a usar más el modo «Cuenta la historia cuando tienes ideas, haz una pausa y reléete cuando sospechas que hay que cambiar aspectos importantes y una vez finalizada la obra mejora los detalles».
Para empezar una historia, suele ocurrírseme una idea precisa para desarrollarla, aunque no siempre. Con El espía de Simraz, por ejemplo, empecé sin tener ni idea de qué iba a ir la historia. Puse a dos hermanos, luego a una princesa, que resultó ser fantasma por algún motivo extraño de mi mente, y a partir de ahí se fue deshilvanando la cosa de causa a efecto.
Lo que sí que no hago es fijar líneas antes de empezar a escribir, y jamás de los jamases he escrito una historia sabiendo cómo terminaría. Es un poco como decís: admito que una vez reveladas todas las cosas, me sentiría frustrada de no poder escribirlas en un solo día y luego empezaría a pensar en otras historias y querría escribirlas también, de modo que probablemente dejaría a un lado la historia acabada, aunque no estuviese escrita.
Por eso también, cuando me voy por una rama que no me convence, la podo por completo, sin dejar rastro, y vuelvo a empezar desde un momento en que sé que me convence. Lo mismo me pasa con los nombres de los personajes: cuando escribo una historia y que no me convence y la abandono, jamás vuelvo a utilizar los nombres de los personajes que aparecen en esta, me sentiría como si estuviese transplantando la personalidad de una persona muerta a un ser al que intento dar vida de verdad. Cada personaje debe ser único.
Lo que sí que hago, en cambio, es pensar en el mundo y los personajes que estoy creando y darles vida propia, pero eso lo hago mientras escribo, no lo planeo. Muy pocas veces tuve problemas para saber el punto exacto en el que debe acabar un capítulo, así que de los capítulos nunca me preocupo.
Cuando se me ocurren ideas diversas y me acuerdo de ellas, las apunto, pero sin darles demasiada importancia. Cuando repaso las anotaciones, a veces me dan ideas, y a veces se quedan ahí para siempre olvidadas. De cuando en cuando también apunto réplicas de diálogo o ideas para algunas escenas, y generalmente cuando llego al momento adecuado suelo acordarme de que las he apuntado, aunque no siempre…
Bueno… en general, esta es mi manera de proceder. Yo creo que el mejor lema a seguir es este: «escribe como se te antoje». Si uno es meticuloso, pues a meticulosear. Si uno es chapucero, pues a chapucerear Al primero lo vería como a un mago pensando en qué sortilegios soltar. Al segundo como un bersérker que va a lo loco. En ambos casos, el resultado es el mismo y todo depende de la habilidad de cada uno.
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