¡¡Al fin, después de diez mil años, soy libre!! Es hora de—
Ah no, eso es de Power Rangers (?). Luego de tanto tiempo por fin he terminado el capitulo 4. Les pido disculpas por la tardanza, no volverá a pasar (más que nada porque ya tengo terminada la historia. Los capítulos finales están en fase de segunda lectura y correcciones).
Aunque no hay que leerse de nuevo los demás capítulos para comprender lo que pasa en este (que como saben por mi anterior post, fueron editados para seguir el nuevo lineamiento de la historia), recomiendo repetir la lectura del capitulo 1, pues ahí expongo mis reglas de la magia (siguiendo lo aprendido con las reglas de Sanderson). Sin más preámbulo, paso a taggear a los que han ido siguiendo el progreso de mi historia.
@kaoseto @landanohr @fardis2
Agradezco de antemano las criticas, consejos y opiniones que tengan de mi historia. Siendo que soy escritor empírico (nunca he tomado talleres ni cursos), sus conocimientos y sugerencias me sirven mucho. La historia hasta el capitulo 1 la he publicado ya en mi wattpad.
A la mañana siguiente Fara se encontró con la sorpresa de que ahora era parte de la compañía de los Grifos Blancos, y que en breve debía partir hacia el sur, en dirección a las montañas de la Cordillera del Dragón y el maldito Bosque de la Carne. Mientras compraba la comida que llevaría para el viaje, se preguntaba porque Alegast había aceptado unirse a los mercenarios, aunque su instinto le decía que tenía que ver con la conversación que había sostenido durante el desayuno con ese viejo mago, el tal Balzac, a quién Fara solo había visto una vez en la mansión de Olibus, y el capitán de los Grifos, Randall Asther.
—No pienso rechazar la ayuda que se me ofrece viendo la dificultad de la misión para la que se me ha contratado, y ya hemos visto de lo que un elfo es capaz, pero no me parece que la muchacha sea de mucha ayuda —había escuchado decir a Randall con mirada escéptica cuando Balzac sugirió que se llevase al elfo consigo en su siguiente misión.
—¿Acaso no ha visto el gato negro que la acompaña? —preguntó Alegast de forma ufana mientras pavoneaba con la daga que había robado a Olibus—. Es un familiar. Puedo apostar esta daga ornamental a que es la primera maga que usted ha visto con uno. Ni siquiera él trajo el suyo hoy —dijo con una sonrisa, señalando al mago.
Solo los magos más hábiles tenían la capacidad de convocar un espíritu familiar, por lo que era tomado como una muestra del poder de dicho mago particular por la gente común. Y con eso había bastado para que el capitán Asther no pudiese negarse a llevarla con ellos.
—¿Esa no era la aprendiza de Olibus? No tenía idea de que fuese tan talentosa —había escuchado decir a Balzac en ese momento.
Para poder mantener la fachada Fara tuvo que crear un contrato con Teofrastus, para convertirlo en su espíritu familiar de verdad. Cosa a lo que el gato accedió encantado, ofreciéndose incluso a enseñarle a la chica los pormenores de invocar a los espíritus menores al mundo de los vivos. La maga no pudo evitar sonreír triunfante al pensar en la cara de sorpresa que pondría su antiguo tutor cuando escuchara que ella ahora viajaba en compañía de un elfo y tenía su propio espíritu familiar.
De camino a la muralla exterior del pueblo, donde los Grifos Blancos se preparaban para iniciar su viaje de regreso al Bosque Viejo, Fara se maravilló al ver un grupo de hadas revolotear juguetonamente a su alrededor. Las hadas eran conocidas por vivir en los bosques y rehuir de las ciudades humanas, las cuales consideraban apestosas y frías, pero la guerra había cambiado eso. Ahora que los bosques estaban siendo invadidos por las misteriosas criaturas que venían de las tierras del sur, las hadas fueron forzadas a huir de sus hogares y vivir como refugiadas en los asentamientos de otras razas que las aceptaran.
Las hadas la siguieron hasta llegar a la muralla, donde Fara vio al capitán de los Grifos negociar con el viejo Gustov, un montañista veterano, quizá el único que se atreviera a llevar a cualquiera por esos parajes en tiempos de guerra. Decía que había ido y vuelto varias veces al vecino país de Argenta, y que conocía los pasajes y recovecos más seguros de todo el linde sur. Su fama como guía y viajero frecuente de la Cordillera del Dragón era bien conocida por todo el Imperio.
—Sí van a ir al Lago Amaril, lo mejor es usar el camino de las montañas —escuchó decir al viejo—. La otra ruta pasa por el Bosque de la Carne, y no importa la cantidad de oro que esté dispuesto a pagarme no pienso ir por ese camino.
Fara se despidió de las hadas y se reunió con Alegast y Teofrastus, quienes la esperaban afuera de la muralla.
—Es bueno contar con el favor de las hadas, lhiannan —saludó Alegast al verla.
—Espero que hayas logrado conseguir carne seca de buena calidad. La verdad es que mientras estuve solo en esa mansión, me vi condenado a comer roedores y otras criaturas menos apetitosas, y ahora que he regresado a la civilización y degustado nuevamente las bondades de la comida cocinada, no creo que pueda volver a ese tipo de hábitos alimenticios —dijo por su parte el gato mientras se enredaba entre sus piernas ronroneando y olfateaba la canasta donde la joven traía las provisiones.
—¡Claro que traje carne, pero es para el viaje! ¡Shu! —exclamó Fara mientras elevaba la canasta fuera del alcance del gato.
—¿Y ya no tienes miedo de ir al Lago Amaril? —sonrió Alegast guiñándole el ojo.
—Para serte sincera, sí —respondió ella con desasosiego—. Pero tenemos un trato, ¿no? Me has acogido como tu aprendiza, y te queda mucho por enseñarme. Además, vamos con un grupo bastante grande de guerreros, así que no hay nada que temer… espero.
—Un elfo y una maga… ¡Nuestra Compañía nunca había estado en tan mejor momento! —escucharon de repente a uno de los mercenarios acercarse.
Se trataba de Oleg, quién junto a otros dos mercenarios se habían decidido a darles la bienvenida formal en el grupo. El duarve llevaba una ligera armadura de cuero en sus manos, que entregó a la muchacha luego de haberle estrechado efusivamente la mano.
—Son un regalo de Lord Balzac. Y en mi opinión, no creo que esos bonitos vestidos que usas vayan a servirte de algo en el campo de batalla —dijo mientras le daba una daga—. Y esta es de mi parte. El nombre es Oleg, un placer poder saludarla al fin, señorita. A su amigo el elfo lo conocimos hace tres días, pero usted estaba inconsciente en ese momento.
—“Perro Sucio” me dicen. Y el tímido de allá es Bran. Era el nuevo hasta que ustedes llegaron —añadió otro de los mercenarios, que tenía un gran mostacho, señalando al más joven de ellos.
—Mucho gusto —saludó tímidamente el joven, incapaz de ver a Fara a los ojos.
—Lo mismo. Soy Fara, y él es Alegast. Mi gato aquí es…
—El Gran Teofrastus Bombastus, Muy Magnificente Mago y espíritu familiar de Lady Fara. Deberías de sentiros honrados de tener el placer de conocerme —interrumpió el gato haciendo una venia.
Los mercenarios se miraron de reojo sin saber cómo responder a tal saludo. Con una sonrisa Fara agradeció por la armadura y la espa, y se retiró a buscar un sitio donde pudiera cambiarse.
La compañía partió poco después del mediodía, mientras los pueblerinos que les vieron irse elevaron plegarias a sus dioses paganos para que propiciaran a los mercenarios protección y buena fortuna en su viaje. Como tenían planeado tomar la ruta de las montañas, decidieron dejar los caballos en el pueblo e ir a pie hasta el Lago Amaril, cosa que Randall había estimado que les tomaría tres días. A medida que se acercaban a la cordillera, la vida florida y verde desaparecía drásticamente, reemplazada por tierra inerte y rocas erosionadas. El cielo era totalmente engullido por el muro de montañas que se levantaba hacia lo alto, y tan solo unos pocos rayos de sol lograban atravesar la imponente cortina de piedra.
Encontrar una forma para escalar las montañas tampoco era fácil. Aun con el mejor equipo de montañista que hubiesen podido conseguir, los riscos eran demasiado escarpados y subirlos era imposible. Solo unos cuantos senderos naturales, escasos y ocultos a la vista, eran los que brindaban un camino transitable a los osados que se atrevieran a viajar tan al sur. Esto no era problema para Gustov, quien se la pasaba en aquellos parajes la mayor parte del tiempo. Con la sagacidad propia de los de su profesión, le bastó con menos de media hora para encontrar un sendero que los llevase a los elevados picos, y guiando a la compañía lejos de los riscos tramposos y los caminos endebles, pronto comenzaron a escalar los difíciles escarpados rumbo al sendero oculto de las montañas.
Fara aprovechó el camino para probar las habilidades que Teofrastus había ganado al convertirse en su familiar. Cuando diseñaron el contrato, el gato le había dicho que ahora compartían un lazo empático que les permitía comunicarse sin necesidad de palabras, aunque estaba limitado por el poder mágico de Fara. En un principio solo funcionaba si Teofrastus estaba a una distancia de al menos veinte metros de la maga, aunque a medida que ella se hiciera más diestra en el uso del Arte, el alcance de tal enlace se haría más grande. Por esta razón, el gato viajaba montado en el hombro de Alegast, el cual caminaba a una distancia prudente de la joven.
«¿Me escuchas?» pensó ella mirando al gato. Una de las reglas de la telepatía empática era que no funcionaba si el otro no quería hablar. «¿¡Me escuchas!?» pensó mientras fruncía el seño.
«¡Sí! ¡No tienes que ser tan intrusiva!», escuchó la voz del gato, quién la miraba con desprecio.
La sonrisa de triunfo se dibujo lentamente en el rostro de la joven. Pensó con alegría que había progresado bastante en menos de una semana de viaje.
—¡Qué bonito es tu gato! Me han dicho que es un espíritu o algo así —la interrumpió de repente Lia, la segunda al mando de los Grifos, quién caminaba al lado de la maga.
—¡Ah, sí! Es mi espíritu familiar —respondió Fara distraída.
—¿Ósea qué es cómo tu hermano o algo así? Ustedes los magos son muy extraños.
Alegast y Teofrastus estallaron a carcajadas mientras Fara miraba a la confundida Lia con una sonrisa de frustración y se ponía en la difícil tarea de explicarle a un no mago la naturaleza de los espíritus familiares.
Al anochecer montaron un campamento a la intemperie, pues no había cuevas cercanas y si los relatos de los habitantes de Valeholm eran ciertos, era mucho mejor dormir en un lugar donde tuvieran espacio para defenderse o en el peor de los casos, huir. Al salir del pueblo escucharon todo tipo de relatos, algunos disparatados y otros no tanto, que hablaban de los habitantes de aquellos parajes, helados y terribles, que servían al espíritu del mal, ese al que llaman el Sabio de la Oscuridad, y aún invocaban dioses demonio, exiliados hace mucho a la eterna oscuridad.
Alegast se quedó despierto esa noche, mientras Fara y Teofrastus dormían plácidamente en la tienda de campaña que los Grifos habían tenido la amabilidad de prestarles. Había algo que lo inquietaba en ese lugar, como si las corrientes de energía arcana allí estuviesen contaminadas. El clima era extrañamente frío comparado con el del valle, pese a que apenas estaban en otoño. De vez en cuando le parecía ver figuras moviéndose en la cima de las montañas, aunque ninguna se atrevía a acercarse demasiado al campamento para poder distinguir sus formas.
—Y bien, ¿a dónde cuernos se fueron todos ustedes? —preguntó repentinamente Oleg, acercándose con dos cuencos de sopa caliente y sorbiendo su nariz con fuerza—. ¡Mil años, amigo! ¡Mil años sin ver a un condenado elfo en estas tierras! Sin ofender, claro, pero ¡wow, mil años es mucho tiempo!
Alegast no pudo evitar sonreír ante la efusividad del duergar. Con una sonrisa que buscaba disimular lo incomoda que fue la pregunta, aceptó el cuenco humeante que el duergar le ofrecía.
—Volvimos al norte, a las tierras de nuestros ancestros. Yo solo he regresado por algunos artefactos. Llámalo sentimentalismo, pero muchos de esos artefactos ya no se consiguen en tierras de los elfos —respondió el elfo, señalando a uno de los mercenarios que estaba haciendo guardia al otro lado del campamento—. ¿Y ese allí quién es?
El sujeto en cuestión se encontraba encadenado a una gruesa estaca de madera que los mercenarios habían clavado en la roca poco antes de montar la tienda. Sin embargo, parecía haberse prestado a tal cosa de forma voluntaria, y pese al frío prefería mantenerse lejos de los demás de y de la hoguera. De igual forma, los otros mercenarios parecían evitarlo, y solo el capitán Randall se acercaba a él para hablarle de vez en cuando.
—Ah… el híbrido, Uruz —respondió Oleg con indiferencia.
—¿Un híbrido, dices? Ya entiendo porque lo tienen amarrado —comentó Alegast sin ocultar su interés.
—Según tengo entendido es hijo de un dragón o algo así. Son muy temperamentales, así que el jefe insiste en tenerlo amarrado cuando no estamos caminando —añadió Oleg mientras sorbía su sopa con vehemencia, y luego maldecía entre susurros porque estaba demasiado caliente.
Hablaron de temas poco importantes, como los pormenores de la ingeniería duergar y su impacto en la actual guerra, hasta muy entrada la noche, cuando las estrellas brillaban con fuerza entre las nubes y la temperatura había bajado tanto que parecía que les fuese a quemar la piel. Sin embargo Alegast pudo dormir poco, pues lo que sea que estuviese en aquellas montañas estaba al tanto de su presencia. Y al ver a Fara debatirse entre sueños, el elfo supo que también se había percatado de ella.
El Lago Amaril se hizo visible al atardecer del tercer día, y guiados por el eufórico Gustov, quien celebraba el hecho de haber sobrevivido a un viaje más, iniciaron el lento descenso hacía las bondadosas tierras del Bosque Viejo. En el centro del lago, cubierto por la niebla sempiterna que bajaba de las cimas de la cordillera, podían verse sobresalir construcciones de una vieja ciudad, cuya arquitectura era de un estilo que solo Alegast pudo reconocer.
Se trataba de la gran ciudad de Zarc, otrora la metrópoli más importante de una poderosa civilización, ahora olvidada en medio del lago, una sombra de su antiguo esplendor. Según las viejas leyendas sus habitantes desafiaron al dios Zoliat y realizaron ritos blasfemos en honor a los demonios del etéreo. En venganza, Zoliat desató un diluvio sobre la ciudad, que acabó con todos sus habitantes en menos de un día, creando de esa forma el lago Amaril. La iglesia de Zoliat la declaró ciudad apócrifa, y en la actualidad los habitantes del Imperio evitaban pronunciar su nombre en voz alta por temor a despertar la ira del dios-sol.
Llegaron a la orilla del lago Amaril, cuando el sol empezaba a ocultarse tras las montañas, y decidieron descansar junto a un árbol bastante singular comparado con los demás árboles del Bosque Viejo. Era parecido a un roble pero su tamaño era colosal. Su copa se alzaba por encima del techo de las tupidas ramas verdes, perdiéndose de vista en una maraña de hojas negro azabache. Su tronco era muy grueso y nudoso, de casi diez yardas de diámetro, y su corteza estaba retorcida, como cuando un niño modela arcilla húmeda aplastándola en sus inexpertas manos. Sus gigantescas raíces se clavaban en el suelo como si fuesen las asquerosas venas de algún tipo de criatura horrenda, succionando los nutrientes de la tierra como una estirge succiona la sangre de su víctima. Sin embargo, lo que más les llamaba la atención eran los patrones que se dibujaban sobre la corteza del árbol. Estaba casi plagada de lo que parecían ser efigies humanas. Los asquerosos relieves de cadáveres descompuestos resaltaban en ésta como si fuese la sabana mortuoria de momias mal embalsamadas.
Disimulando el asco y el pavor que esto les provocaba, los Grifos comenzaron a preparar su improvisada tienda de campaña. Hicieron una fogata alrededor de una de las deformadas raíces, mientras Gustov cantaba una canción de la vieja gloria del Imperio, en un empeño por elevar el ánimo de la Compañía.
—¿En serio vamos a dormir esta noche aquí? —preguntó Fara asqueada mientras preparaba su entoldado—. Ya entiendo porque mis padres siempre insistieron en que nunca viajara al sur…
Alegast por su parte se acercó casualmente a donde estaban Randall, Lia y Uruz, quienes estudiaban un mapa de la región junto a la fogata.
—Según los relatos de hace treinta años, en algún punto de este lado del Bosque Viejo ha de haber un altar dedicado a los viejos dioses. Los registros mencionan un puente cercano a ese altar, que aún estaba en pie en esa época —expuso Lia señalando con el dedo las ubicaciones en el mapa.
—Esperemos que ese puente siga en pie todavía —deseó Randall acariciándose la barbilla—. La alternativa sería cruzar el lago, y no tenemos ni tiempo ni materiales para improvisar un bote.
—Siempre podemos dar la vuelta y entrar por la puerta trasera de la ciudad —intervino Alegast con tranquilidad.
—Me temo, mi buen elfo, que esta es una conversación privada —dijo Randall mirando al elfo de soslayo—. Y además esa idea no es viable. Dar la vuelta nos hará entrar al Bosque de la Carne, y es lo que hemos querido evitar desde el principio.
—Es solo una idea. Y también la ruta que nos haría perder menos tiempo —Alegast sonrió indiferente y se fue.
Oleg, quién se encontraba sentado en una raíz cercana limpiando su cañón de mano, vio al elfo caminar en dirección de Fara. Pensó entonces en lo extraña que era la joven maga, con sus ojos de color púrpura como si fuese una híbrida, aunque es bien sabido que los híbridos no pueden ser magos. Sin querer, se fijo en un extraño ruido que provenía del árbol y giró su cabeza para averiguar qué era lo que causaba. Aquello que vio era un aberrante espectáculo que solo había visto en sus peores pesadillas. ¡Las momias se levantaban, atravesando la corteza del árbol, dejando escapar el acre olor de la muerte! El duergar gritó despavorido para llamar la atención de los demás mientras trababa de cargar su arma, aunque desparramó las balas en el proceso.
Al escuchar el alboroto, Alegast invocó su espada mágica y se abalanzó sobre los cadáveres que rodeaban al pobre ingeniero. Haciéndola fuertemente con ambas manos, se abalanzó contra dos de las momias, partiendo una a la mitad de un solo tajo y tumbando a la segunda con un golpe a las canillas, para proceder rápidamente a decapitarla. Una tercera momia, que apenas tenía carne pegada a los huesos, se abalanzo sobre él, pero antes de que siquiera pudiera reaccionar contó con la ayuda de Oleg, quién logró cargar su arma a tiempo para destruir al no-muerto con solo un disparo.
En el otro lado del campamento, Fara contemplaba con horror como la ribera se había convertido en el escenario de una grotesca batalla por la supervivencia. Las momias salieron de la corteza y las raíces del árbol, del suelo y las plantas que rodeaban a la Compañía.
—¿¡Qué está pasando aquí!? ¿Por qué hay los muertos se están levantando? —gritó Fara temblando de pavor, mientras buscaba desesperadamente un lugar donde ocultarse.
—¡Cálmate! ¡Mantén el control de tus emociones! —la amonestó el gato mientras grababa con sus garras círculos mágicos en la tierra.
Imbuida por la magia que había conjurado Teofrastus, Fara se calmó de inmediato y su cuerpo dejo de temblar. Entonces reconoció aquel conjuro, un hechizo que permitía que una persona no perdiera el valor sin importar en la situación a la que se enfrentase. Aquel era el truco por el cual las fuerzas militares del Imperio eran tan temidas por otros países, o eso le había dicho Olibus.
—Entonces la leyenda era cierta —prosigió el gato lamiéndose los pies—. Los antiguos manuscritos dicen que esos pobres infelices son los habitantes de Zarc que lograron huir al diluvio que destruyó su ciudad. Sus almas fueron maldecidas por el gran Zoliat y no pueden entrar en el mundo de los muertos. Según esa leyenda, también se les condeno a que nunca pudiesen regresar a su ciudad, por lo que si nos hacemos cerca del lago estaremos a salvo. Muy bien, necesito que saques el foco que te regalé y el grimorio de magia que guardas en tu bolsa. Es hora de tu primera lección de magia avanzada.
Fara le devolvió una mirada de confusión al gato, pero se apresuró a hacer lo que le había pedido. Entre tanto los Grifos Blancos habían lanzando un exitoso contraataque contra las momias que salieron del árbol, reduciendo su número considerablemente.
—¡Sí! ¡Tomen eso inmundos cadáveres! —celebró “Perro Sucio” mientras aplastaba la cabeza de una con su escudo.
—Muy fácil, esto fue demasiado fácil —balbuceó Bran sosteniendo su alabarda con las manos temblorosas.
En ese momento ambos mercenarios escucharon un aterrador grito de angustia, y vieron como otro grupo de zombis, mucho más numeroso que el anterior, salía del bosque frente a ellos y embestía contra algunos de sus compañeros, los cuales no pudieron oponer resistencia debido a la cantidad de muertos que se les abalanzaron como animales hambrientos.
—¡Repliéguense! —gritó Randall, mientras hacía frente a un grupo de zombis por su cuenta.
Usando su escudo para empujarlos y hacerlos retroceder, el capitán de los Grifos procedió a decapitar a todos los muertos que entraran en el rango de su espada, emprendiendo lentamente la retirada, seguido de cerca por Lia, quien actuaba de guardaespaldas para el viejo Gustov. Uruz por su parte tomó la lanza que perteneció a uno de sus compañeros, y se abalanzó contra la horda de zombis con la furia de una fiera salvaje. Con su tremenda fuerza física, cada golpe de su lanza tenía un efecto devastador sobre sus enemigos, llegando incluso a pulverizar a varios con solo golpearlos. Con los zombis reducidos en número, al menos temporalmente, los demás Grifos aprovecharon la oportunidad para escapar.
Los mercenarios sobrevivientes se agruparon donde estaban Fara y Teofrastus, mientras veían con desesperación como la horda de no-muertos seguía creciendo pese a los esfuerzos del híbrido. Además, vieron con terror como aquellos no-muertos que no habían sido completamente destruidos empezaron a moverse de nuevo, rodeando lentamente al híbrido, cuya lanza se había hecho añicos debido al descuido con la que la usó.
En ese momento se oyó un atronador disparo y dos de los zombis perdieron la cabeza, destruidos por uno de los perdigones del cañón de Oleg. Alegast apareció de un salto y ágilmente rebanó por la mitad a los zombis que estaban detrás de Uruz. Aquellos muertos que eran destruidos por la espada del elfo no podían volver a levantarse.
—Esta belleza puede disparar seis veces antes de tener que recargar, ¡aprovecha el tiempo para huir! —exclamó arrogante el duergar mientras disparaba nuevamente.
Al ver que Alegast estaba bien, Fara sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Ahora podía enfocar toda su atención al campo de batalla.
—Respira profundo, concéntrate y haz lo que te he enseñado —le aconsejó el gato—. Sé que puedes hacerlo.
Pasó el foco mágico, una joya ovalada de color rojo, por encima del grimorio negro y este se abrió mágicamente en la página donde estaba en hechizo que quería usar. Ambos, maga y familiar, entonaron al unísono aquel ensalmo en el idioma arcano que solo los iniciados en el Arte podían comprender y del foco comenzó a nacer una pequeña bola de fuego rojo, que fue creciendo rápidamente hasta tomar el tamaño de un puño. Aun cuando Fara era apenas una aprendiza, y un hechizo de tal calibre requería de una pericia que solo los magos más experimentados poseían, la asistencia de Teofrastus le ayudó a controlar el flujo de energía arcana y los intrincados cálculos que debía formular para controlar por completo los efectos finales del conjuro.
—¡Glomeretur Orbem Ignis! —exclamó Fara, regulando el ritmo de su respiración al pronunciar cada palabra antes de lanzar la bola de fuego.
La esfera de fuego carmesí atravesó el aire vertiginosamente y se estrelló en la cara de un horrible cadáver sin la mitad del cráneo, creando una enorme explosión al impactar. Las llamas mágicas envolvieron tanto a los no-muertos como a los mercenarios por igual, pero mientras que los cadáveres fueron reducidos a cenizas en cuestión de segundos, el fuego no parecía afectar a ninguno de los humanos. Cuando el conjuro se disipó y las flamas se fueron apagando mágicamente, los aventureros se quedaron pasmados. Pese a que la bola de fuego de Fara había destruido a la mayoría de los zombis, un centenar de estos salían de las entrañas del bosque para reemplazarlos.
—¡No hay otra salida, corran hacía el lago! —gritó Alegast mientras corría lo más rápido que se lo permitían las piernas en dirección de los Grifos Blancos.
—¡Ya oyeron al elfo! ¡Al agua! —secundó Randall, mientras se quitaba rápidamente las partes de la armadura que pensó más les estorbarían al nadar, y se dirigió precipitadamente al lago.
Los demás Grifos siguieron su ejemplo, y pronto todos estaban despojándose de sus armaduras y corriendo en tropel hacia la laguna. Fara guardo el foco y el grimorio en su bolso de cuero, el cual fue protegido contra el agua por unos sigilos mágicos que le grabó Teofrastus, y pronto ambos se unieron a los mercenarios en su huida.
La primera en saltar fue Lia, seguida casi de inmediato por Gustov. Randall se detuvo a esperar al resto de sus hombres, poniendo su escudo en posición defensiva. Fara metió a Teofrastus en su bolso, lo cerró lo mejor que pudo y luego lo amarró fuertemente a su pecho, y después se zambulló tapándose la nariz con los dedos. El último de los Grifos en saltar al agua fue Oleg, y lo hizo maldiciendo el hecho de que su pólvora iba a quedar completamente arruinada. Seguidamente, Alegast se tiró en clavado, sonriendo desafiante al capitán mercenario. Sin dudarlo un segundo más, el guerrero hizo una silenciosa plegaria a Zoliat y saltó a la trepidante corriente.
Ah no, eso es de Power Rangers (?). Luego de tanto tiempo por fin he terminado el capitulo 4. Les pido disculpas por la tardanza, no volverá a pasar (más que nada porque ya tengo terminada la historia. Los capítulos finales están en fase de segunda lectura y correcciones).
Aunque no hay que leerse de nuevo los demás capítulos para comprender lo que pasa en este (que como saben por mi anterior post, fueron editados para seguir el nuevo lineamiento de la historia), recomiendo repetir la lectura del capitulo 1, pues ahí expongo mis reglas de la magia (siguiendo lo aprendido con las reglas de Sanderson). Sin más preámbulo, paso a taggear a los que han ido siguiendo el progreso de mi historia.
@kaoseto @landanohr @fardis2
Agradezco de antemano las criticas, consejos y opiniones que tengan de mi historia. Siendo que soy escritor empírico (nunca he tomado talleres ni cursos), sus conocimientos y sugerencias me sirven mucho. La historia hasta el capitulo 1 la he publicado ya en mi wattpad.
IV
El árbol maldito
El árbol maldito
A la mañana siguiente Fara se encontró con la sorpresa de que ahora era parte de la compañía de los Grifos Blancos, y que en breve debía partir hacia el sur, en dirección a las montañas de la Cordillera del Dragón y el maldito Bosque de la Carne. Mientras compraba la comida que llevaría para el viaje, se preguntaba porque Alegast había aceptado unirse a los mercenarios, aunque su instinto le decía que tenía que ver con la conversación que había sostenido durante el desayuno con ese viejo mago, el tal Balzac, a quién Fara solo había visto una vez en la mansión de Olibus, y el capitán de los Grifos, Randall Asther.
—No pienso rechazar la ayuda que se me ofrece viendo la dificultad de la misión para la que se me ha contratado, y ya hemos visto de lo que un elfo es capaz, pero no me parece que la muchacha sea de mucha ayuda —había escuchado decir a Randall con mirada escéptica cuando Balzac sugirió que se llevase al elfo consigo en su siguiente misión.
—¿Acaso no ha visto el gato negro que la acompaña? —preguntó Alegast de forma ufana mientras pavoneaba con la daga que había robado a Olibus—. Es un familiar. Puedo apostar esta daga ornamental a que es la primera maga que usted ha visto con uno. Ni siquiera él trajo el suyo hoy —dijo con una sonrisa, señalando al mago.
Solo los magos más hábiles tenían la capacidad de convocar un espíritu familiar, por lo que era tomado como una muestra del poder de dicho mago particular por la gente común. Y con eso había bastado para que el capitán Asther no pudiese negarse a llevarla con ellos.
—¿Esa no era la aprendiza de Olibus? No tenía idea de que fuese tan talentosa —había escuchado decir a Balzac en ese momento.
Para poder mantener la fachada Fara tuvo que crear un contrato con Teofrastus, para convertirlo en su espíritu familiar de verdad. Cosa a lo que el gato accedió encantado, ofreciéndose incluso a enseñarle a la chica los pormenores de invocar a los espíritus menores al mundo de los vivos. La maga no pudo evitar sonreír triunfante al pensar en la cara de sorpresa que pondría su antiguo tutor cuando escuchara que ella ahora viajaba en compañía de un elfo y tenía su propio espíritu familiar.
De camino a la muralla exterior del pueblo, donde los Grifos Blancos se preparaban para iniciar su viaje de regreso al Bosque Viejo, Fara se maravilló al ver un grupo de hadas revolotear juguetonamente a su alrededor. Las hadas eran conocidas por vivir en los bosques y rehuir de las ciudades humanas, las cuales consideraban apestosas y frías, pero la guerra había cambiado eso. Ahora que los bosques estaban siendo invadidos por las misteriosas criaturas que venían de las tierras del sur, las hadas fueron forzadas a huir de sus hogares y vivir como refugiadas en los asentamientos de otras razas que las aceptaran.
Las hadas la siguieron hasta llegar a la muralla, donde Fara vio al capitán de los Grifos negociar con el viejo Gustov, un montañista veterano, quizá el único que se atreviera a llevar a cualquiera por esos parajes en tiempos de guerra. Decía que había ido y vuelto varias veces al vecino país de Argenta, y que conocía los pasajes y recovecos más seguros de todo el linde sur. Su fama como guía y viajero frecuente de la Cordillera del Dragón era bien conocida por todo el Imperio.
—Sí van a ir al Lago Amaril, lo mejor es usar el camino de las montañas —escuchó decir al viejo—. La otra ruta pasa por el Bosque de la Carne, y no importa la cantidad de oro que esté dispuesto a pagarme no pienso ir por ese camino.
Fara se despidió de las hadas y se reunió con Alegast y Teofrastus, quienes la esperaban afuera de la muralla.
—Es bueno contar con el favor de las hadas, lhiannan —saludó Alegast al verla.
—Espero que hayas logrado conseguir carne seca de buena calidad. La verdad es que mientras estuve solo en esa mansión, me vi condenado a comer roedores y otras criaturas menos apetitosas, y ahora que he regresado a la civilización y degustado nuevamente las bondades de la comida cocinada, no creo que pueda volver a ese tipo de hábitos alimenticios —dijo por su parte el gato mientras se enredaba entre sus piernas ronroneando y olfateaba la canasta donde la joven traía las provisiones.
—¡Claro que traje carne, pero es para el viaje! ¡Shu! —exclamó Fara mientras elevaba la canasta fuera del alcance del gato.
—¿Y ya no tienes miedo de ir al Lago Amaril? —sonrió Alegast guiñándole el ojo.
—Para serte sincera, sí —respondió ella con desasosiego—. Pero tenemos un trato, ¿no? Me has acogido como tu aprendiza, y te queda mucho por enseñarme. Además, vamos con un grupo bastante grande de guerreros, así que no hay nada que temer… espero.
—Un elfo y una maga… ¡Nuestra Compañía nunca había estado en tan mejor momento! —escucharon de repente a uno de los mercenarios acercarse.
Se trataba de Oleg, quién junto a otros dos mercenarios se habían decidido a darles la bienvenida formal en el grupo. El duarve llevaba una ligera armadura de cuero en sus manos, que entregó a la muchacha luego de haberle estrechado efusivamente la mano.
—Son un regalo de Lord Balzac. Y en mi opinión, no creo que esos bonitos vestidos que usas vayan a servirte de algo en el campo de batalla —dijo mientras le daba una daga—. Y esta es de mi parte. El nombre es Oleg, un placer poder saludarla al fin, señorita. A su amigo el elfo lo conocimos hace tres días, pero usted estaba inconsciente en ese momento.
—“Perro Sucio” me dicen. Y el tímido de allá es Bran. Era el nuevo hasta que ustedes llegaron —añadió otro de los mercenarios, que tenía un gran mostacho, señalando al más joven de ellos.
—Mucho gusto —saludó tímidamente el joven, incapaz de ver a Fara a los ojos.
—Lo mismo. Soy Fara, y él es Alegast. Mi gato aquí es…
—El Gran Teofrastus Bombastus, Muy Magnificente Mago y espíritu familiar de Lady Fara. Deberías de sentiros honrados de tener el placer de conocerme —interrumpió el gato haciendo una venia.
Los mercenarios se miraron de reojo sin saber cómo responder a tal saludo. Con una sonrisa Fara agradeció por la armadura y la espa, y se retiró a buscar un sitio donde pudiera cambiarse.
La compañía partió poco después del mediodía, mientras los pueblerinos que les vieron irse elevaron plegarias a sus dioses paganos para que propiciaran a los mercenarios protección y buena fortuna en su viaje. Como tenían planeado tomar la ruta de las montañas, decidieron dejar los caballos en el pueblo e ir a pie hasta el Lago Amaril, cosa que Randall había estimado que les tomaría tres días. A medida que se acercaban a la cordillera, la vida florida y verde desaparecía drásticamente, reemplazada por tierra inerte y rocas erosionadas. El cielo era totalmente engullido por el muro de montañas que se levantaba hacia lo alto, y tan solo unos pocos rayos de sol lograban atravesar la imponente cortina de piedra.
Encontrar una forma para escalar las montañas tampoco era fácil. Aun con el mejor equipo de montañista que hubiesen podido conseguir, los riscos eran demasiado escarpados y subirlos era imposible. Solo unos cuantos senderos naturales, escasos y ocultos a la vista, eran los que brindaban un camino transitable a los osados que se atrevieran a viajar tan al sur. Esto no era problema para Gustov, quien se la pasaba en aquellos parajes la mayor parte del tiempo. Con la sagacidad propia de los de su profesión, le bastó con menos de media hora para encontrar un sendero que los llevase a los elevados picos, y guiando a la compañía lejos de los riscos tramposos y los caminos endebles, pronto comenzaron a escalar los difíciles escarpados rumbo al sendero oculto de las montañas.
Fara aprovechó el camino para probar las habilidades que Teofrastus había ganado al convertirse en su familiar. Cuando diseñaron el contrato, el gato le había dicho que ahora compartían un lazo empático que les permitía comunicarse sin necesidad de palabras, aunque estaba limitado por el poder mágico de Fara. En un principio solo funcionaba si Teofrastus estaba a una distancia de al menos veinte metros de la maga, aunque a medida que ella se hiciera más diestra en el uso del Arte, el alcance de tal enlace se haría más grande. Por esta razón, el gato viajaba montado en el hombro de Alegast, el cual caminaba a una distancia prudente de la joven.
«¿Me escuchas?» pensó ella mirando al gato. Una de las reglas de la telepatía empática era que no funcionaba si el otro no quería hablar. «¿¡Me escuchas!?» pensó mientras fruncía el seño.
«¡Sí! ¡No tienes que ser tan intrusiva!», escuchó la voz del gato, quién la miraba con desprecio.
La sonrisa de triunfo se dibujo lentamente en el rostro de la joven. Pensó con alegría que había progresado bastante en menos de una semana de viaje.
—¡Qué bonito es tu gato! Me han dicho que es un espíritu o algo así —la interrumpió de repente Lia, la segunda al mando de los Grifos, quién caminaba al lado de la maga.
—¡Ah, sí! Es mi espíritu familiar —respondió Fara distraída.
—¿Ósea qué es cómo tu hermano o algo así? Ustedes los magos son muy extraños.
Alegast y Teofrastus estallaron a carcajadas mientras Fara miraba a la confundida Lia con una sonrisa de frustración y se ponía en la difícil tarea de explicarle a un no mago la naturaleza de los espíritus familiares.
Al anochecer montaron un campamento a la intemperie, pues no había cuevas cercanas y si los relatos de los habitantes de Valeholm eran ciertos, era mucho mejor dormir en un lugar donde tuvieran espacio para defenderse o en el peor de los casos, huir. Al salir del pueblo escucharon todo tipo de relatos, algunos disparatados y otros no tanto, que hablaban de los habitantes de aquellos parajes, helados y terribles, que servían al espíritu del mal, ese al que llaman el Sabio de la Oscuridad, y aún invocaban dioses demonio, exiliados hace mucho a la eterna oscuridad.
Alegast se quedó despierto esa noche, mientras Fara y Teofrastus dormían plácidamente en la tienda de campaña que los Grifos habían tenido la amabilidad de prestarles. Había algo que lo inquietaba en ese lugar, como si las corrientes de energía arcana allí estuviesen contaminadas. El clima era extrañamente frío comparado con el del valle, pese a que apenas estaban en otoño. De vez en cuando le parecía ver figuras moviéndose en la cima de las montañas, aunque ninguna se atrevía a acercarse demasiado al campamento para poder distinguir sus formas.
—Y bien, ¿a dónde cuernos se fueron todos ustedes? —preguntó repentinamente Oleg, acercándose con dos cuencos de sopa caliente y sorbiendo su nariz con fuerza—. ¡Mil años, amigo! ¡Mil años sin ver a un condenado elfo en estas tierras! Sin ofender, claro, pero ¡wow, mil años es mucho tiempo!
Alegast no pudo evitar sonreír ante la efusividad del duergar. Con una sonrisa que buscaba disimular lo incomoda que fue la pregunta, aceptó el cuenco humeante que el duergar le ofrecía.
—Volvimos al norte, a las tierras de nuestros ancestros. Yo solo he regresado por algunos artefactos. Llámalo sentimentalismo, pero muchos de esos artefactos ya no se consiguen en tierras de los elfos —respondió el elfo, señalando a uno de los mercenarios que estaba haciendo guardia al otro lado del campamento—. ¿Y ese allí quién es?
El sujeto en cuestión se encontraba encadenado a una gruesa estaca de madera que los mercenarios habían clavado en la roca poco antes de montar la tienda. Sin embargo, parecía haberse prestado a tal cosa de forma voluntaria, y pese al frío prefería mantenerse lejos de los demás de y de la hoguera. De igual forma, los otros mercenarios parecían evitarlo, y solo el capitán Randall se acercaba a él para hablarle de vez en cuando.
—Ah… el híbrido, Uruz —respondió Oleg con indiferencia.
—¿Un híbrido, dices? Ya entiendo porque lo tienen amarrado —comentó Alegast sin ocultar su interés.
—Según tengo entendido es hijo de un dragón o algo así. Son muy temperamentales, así que el jefe insiste en tenerlo amarrado cuando no estamos caminando —añadió Oleg mientras sorbía su sopa con vehemencia, y luego maldecía entre susurros porque estaba demasiado caliente.
Hablaron de temas poco importantes, como los pormenores de la ingeniería duergar y su impacto en la actual guerra, hasta muy entrada la noche, cuando las estrellas brillaban con fuerza entre las nubes y la temperatura había bajado tanto que parecía que les fuese a quemar la piel. Sin embargo Alegast pudo dormir poco, pues lo que sea que estuviese en aquellas montañas estaba al tanto de su presencia. Y al ver a Fara debatirse entre sueños, el elfo supo que también se había percatado de ella.
El Lago Amaril se hizo visible al atardecer del tercer día, y guiados por el eufórico Gustov, quien celebraba el hecho de haber sobrevivido a un viaje más, iniciaron el lento descenso hacía las bondadosas tierras del Bosque Viejo. En el centro del lago, cubierto por la niebla sempiterna que bajaba de las cimas de la cordillera, podían verse sobresalir construcciones de una vieja ciudad, cuya arquitectura era de un estilo que solo Alegast pudo reconocer.
Se trataba de la gran ciudad de Zarc, otrora la metrópoli más importante de una poderosa civilización, ahora olvidada en medio del lago, una sombra de su antiguo esplendor. Según las viejas leyendas sus habitantes desafiaron al dios Zoliat y realizaron ritos blasfemos en honor a los demonios del etéreo. En venganza, Zoliat desató un diluvio sobre la ciudad, que acabó con todos sus habitantes en menos de un día, creando de esa forma el lago Amaril. La iglesia de Zoliat la declaró ciudad apócrifa, y en la actualidad los habitantes del Imperio evitaban pronunciar su nombre en voz alta por temor a despertar la ira del dios-sol.
Llegaron a la orilla del lago Amaril, cuando el sol empezaba a ocultarse tras las montañas, y decidieron descansar junto a un árbol bastante singular comparado con los demás árboles del Bosque Viejo. Era parecido a un roble pero su tamaño era colosal. Su copa se alzaba por encima del techo de las tupidas ramas verdes, perdiéndose de vista en una maraña de hojas negro azabache. Su tronco era muy grueso y nudoso, de casi diez yardas de diámetro, y su corteza estaba retorcida, como cuando un niño modela arcilla húmeda aplastándola en sus inexpertas manos. Sus gigantescas raíces se clavaban en el suelo como si fuesen las asquerosas venas de algún tipo de criatura horrenda, succionando los nutrientes de la tierra como una estirge succiona la sangre de su víctima. Sin embargo, lo que más les llamaba la atención eran los patrones que se dibujaban sobre la corteza del árbol. Estaba casi plagada de lo que parecían ser efigies humanas. Los asquerosos relieves de cadáveres descompuestos resaltaban en ésta como si fuese la sabana mortuoria de momias mal embalsamadas.
Disimulando el asco y el pavor que esto les provocaba, los Grifos comenzaron a preparar su improvisada tienda de campaña. Hicieron una fogata alrededor de una de las deformadas raíces, mientras Gustov cantaba una canción de la vieja gloria del Imperio, en un empeño por elevar el ánimo de la Compañía.
—¿En serio vamos a dormir esta noche aquí? —preguntó Fara asqueada mientras preparaba su entoldado—. Ya entiendo porque mis padres siempre insistieron en que nunca viajara al sur…
Alegast por su parte se acercó casualmente a donde estaban Randall, Lia y Uruz, quienes estudiaban un mapa de la región junto a la fogata.
—Según los relatos de hace treinta años, en algún punto de este lado del Bosque Viejo ha de haber un altar dedicado a los viejos dioses. Los registros mencionan un puente cercano a ese altar, que aún estaba en pie en esa época —expuso Lia señalando con el dedo las ubicaciones en el mapa.
—Esperemos que ese puente siga en pie todavía —deseó Randall acariciándose la barbilla—. La alternativa sería cruzar el lago, y no tenemos ni tiempo ni materiales para improvisar un bote.
—Siempre podemos dar la vuelta y entrar por la puerta trasera de la ciudad —intervino Alegast con tranquilidad.
—Me temo, mi buen elfo, que esta es una conversación privada —dijo Randall mirando al elfo de soslayo—. Y además esa idea no es viable. Dar la vuelta nos hará entrar al Bosque de la Carne, y es lo que hemos querido evitar desde el principio.
—Es solo una idea. Y también la ruta que nos haría perder menos tiempo —Alegast sonrió indiferente y se fue.
Oleg, quién se encontraba sentado en una raíz cercana limpiando su cañón de mano, vio al elfo caminar en dirección de Fara. Pensó entonces en lo extraña que era la joven maga, con sus ojos de color púrpura como si fuese una híbrida, aunque es bien sabido que los híbridos no pueden ser magos. Sin querer, se fijo en un extraño ruido que provenía del árbol y giró su cabeza para averiguar qué era lo que causaba. Aquello que vio era un aberrante espectáculo que solo había visto en sus peores pesadillas. ¡Las momias se levantaban, atravesando la corteza del árbol, dejando escapar el acre olor de la muerte! El duergar gritó despavorido para llamar la atención de los demás mientras trababa de cargar su arma, aunque desparramó las balas en el proceso.
Al escuchar el alboroto, Alegast invocó su espada mágica y se abalanzó sobre los cadáveres que rodeaban al pobre ingeniero. Haciéndola fuertemente con ambas manos, se abalanzó contra dos de las momias, partiendo una a la mitad de un solo tajo y tumbando a la segunda con un golpe a las canillas, para proceder rápidamente a decapitarla. Una tercera momia, que apenas tenía carne pegada a los huesos, se abalanzo sobre él, pero antes de que siquiera pudiera reaccionar contó con la ayuda de Oleg, quién logró cargar su arma a tiempo para destruir al no-muerto con solo un disparo.
En el otro lado del campamento, Fara contemplaba con horror como la ribera se había convertido en el escenario de una grotesca batalla por la supervivencia. Las momias salieron de la corteza y las raíces del árbol, del suelo y las plantas que rodeaban a la Compañía.
—¿¡Qué está pasando aquí!? ¿Por qué hay los muertos se están levantando? —gritó Fara temblando de pavor, mientras buscaba desesperadamente un lugar donde ocultarse.
—¡Cálmate! ¡Mantén el control de tus emociones! —la amonestó el gato mientras grababa con sus garras círculos mágicos en la tierra.
Imbuida por la magia que había conjurado Teofrastus, Fara se calmó de inmediato y su cuerpo dejo de temblar. Entonces reconoció aquel conjuro, un hechizo que permitía que una persona no perdiera el valor sin importar en la situación a la que se enfrentase. Aquel era el truco por el cual las fuerzas militares del Imperio eran tan temidas por otros países, o eso le había dicho Olibus.
—Entonces la leyenda era cierta —prosigió el gato lamiéndose los pies—. Los antiguos manuscritos dicen que esos pobres infelices son los habitantes de Zarc que lograron huir al diluvio que destruyó su ciudad. Sus almas fueron maldecidas por el gran Zoliat y no pueden entrar en el mundo de los muertos. Según esa leyenda, también se les condeno a que nunca pudiesen regresar a su ciudad, por lo que si nos hacemos cerca del lago estaremos a salvo. Muy bien, necesito que saques el foco que te regalé y el grimorio de magia que guardas en tu bolsa. Es hora de tu primera lección de magia avanzada.
Fara le devolvió una mirada de confusión al gato, pero se apresuró a hacer lo que le había pedido. Entre tanto los Grifos Blancos habían lanzando un exitoso contraataque contra las momias que salieron del árbol, reduciendo su número considerablemente.
—¡Sí! ¡Tomen eso inmundos cadáveres! —celebró “Perro Sucio” mientras aplastaba la cabeza de una con su escudo.
—Muy fácil, esto fue demasiado fácil —balbuceó Bran sosteniendo su alabarda con las manos temblorosas.
En ese momento ambos mercenarios escucharon un aterrador grito de angustia, y vieron como otro grupo de zombis, mucho más numeroso que el anterior, salía del bosque frente a ellos y embestía contra algunos de sus compañeros, los cuales no pudieron oponer resistencia debido a la cantidad de muertos que se les abalanzaron como animales hambrientos.
—¡Repliéguense! —gritó Randall, mientras hacía frente a un grupo de zombis por su cuenta.
Usando su escudo para empujarlos y hacerlos retroceder, el capitán de los Grifos procedió a decapitar a todos los muertos que entraran en el rango de su espada, emprendiendo lentamente la retirada, seguido de cerca por Lia, quien actuaba de guardaespaldas para el viejo Gustov. Uruz por su parte tomó la lanza que perteneció a uno de sus compañeros, y se abalanzó contra la horda de zombis con la furia de una fiera salvaje. Con su tremenda fuerza física, cada golpe de su lanza tenía un efecto devastador sobre sus enemigos, llegando incluso a pulverizar a varios con solo golpearlos. Con los zombis reducidos en número, al menos temporalmente, los demás Grifos aprovecharon la oportunidad para escapar.
Los mercenarios sobrevivientes se agruparon donde estaban Fara y Teofrastus, mientras veían con desesperación como la horda de no-muertos seguía creciendo pese a los esfuerzos del híbrido. Además, vieron con terror como aquellos no-muertos que no habían sido completamente destruidos empezaron a moverse de nuevo, rodeando lentamente al híbrido, cuya lanza se había hecho añicos debido al descuido con la que la usó.
En ese momento se oyó un atronador disparo y dos de los zombis perdieron la cabeza, destruidos por uno de los perdigones del cañón de Oleg. Alegast apareció de un salto y ágilmente rebanó por la mitad a los zombis que estaban detrás de Uruz. Aquellos muertos que eran destruidos por la espada del elfo no podían volver a levantarse.
—Esta belleza puede disparar seis veces antes de tener que recargar, ¡aprovecha el tiempo para huir! —exclamó arrogante el duergar mientras disparaba nuevamente.
Al ver que Alegast estaba bien, Fara sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Ahora podía enfocar toda su atención al campo de batalla.
—Respira profundo, concéntrate y haz lo que te he enseñado —le aconsejó el gato—. Sé que puedes hacerlo.
Pasó el foco mágico, una joya ovalada de color rojo, por encima del grimorio negro y este se abrió mágicamente en la página donde estaba en hechizo que quería usar. Ambos, maga y familiar, entonaron al unísono aquel ensalmo en el idioma arcano que solo los iniciados en el Arte podían comprender y del foco comenzó a nacer una pequeña bola de fuego rojo, que fue creciendo rápidamente hasta tomar el tamaño de un puño. Aun cuando Fara era apenas una aprendiza, y un hechizo de tal calibre requería de una pericia que solo los magos más experimentados poseían, la asistencia de Teofrastus le ayudó a controlar el flujo de energía arcana y los intrincados cálculos que debía formular para controlar por completo los efectos finales del conjuro.
—¡Glomeretur Orbem Ignis! —exclamó Fara, regulando el ritmo de su respiración al pronunciar cada palabra antes de lanzar la bola de fuego.
La esfera de fuego carmesí atravesó el aire vertiginosamente y se estrelló en la cara de un horrible cadáver sin la mitad del cráneo, creando una enorme explosión al impactar. Las llamas mágicas envolvieron tanto a los no-muertos como a los mercenarios por igual, pero mientras que los cadáveres fueron reducidos a cenizas en cuestión de segundos, el fuego no parecía afectar a ninguno de los humanos. Cuando el conjuro se disipó y las flamas se fueron apagando mágicamente, los aventureros se quedaron pasmados. Pese a que la bola de fuego de Fara había destruido a la mayoría de los zombis, un centenar de estos salían de las entrañas del bosque para reemplazarlos.
—¡No hay otra salida, corran hacía el lago! —gritó Alegast mientras corría lo más rápido que se lo permitían las piernas en dirección de los Grifos Blancos.
—¡Ya oyeron al elfo! ¡Al agua! —secundó Randall, mientras se quitaba rápidamente las partes de la armadura que pensó más les estorbarían al nadar, y se dirigió precipitadamente al lago.
Los demás Grifos siguieron su ejemplo, y pronto todos estaban despojándose de sus armaduras y corriendo en tropel hacia la laguna. Fara guardo el foco y el grimorio en su bolso de cuero, el cual fue protegido contra el agua por unos sigilos mágicos que le grabó Teofrastus, y pronto ambos se unieron a los mercenarios en su huida.
La primera en saltar fue Lia, seguida casi de inmediato por Gustov. Randall se detuvo a esperar al resto de sus hombres, poniendo su escudo en posición defensiva. Fara metió a Teofrastus en su bolso, lo cerró lo mejor que pudo y luego lo amarró fuertemente a su pecho, y después se zambulló tapándose la nariz con los dedos. El último de los Grifos en saltar al agua fue Oleg, y lo hizo maldiciendo el hecho de que su pólvora iba a quedar completamente arruinada. Seguidamente, Alegast se tiró en clavado, sonriendo desafiante al capitán mercenario. Sin dudarlo un segundo más, el guerrero hizo una silenciosa plegaria a Zoliat y saltó a la trepidante corriente.
Great power can come from anger, but you may lose yourself in the process. Therefore, your mind must remain calm, and your spirit must be still.