06/05/2017 06:41 AM
Gracias Momo en primer lugar por tomarte tantas molestias.
Lo que dices en general es cierto que son detalles que en el desarrollo de la historia no percibe tanto, hay otros sin embargo, que creo que tienen ''sus motivos'' en el resto de paginas de la historia.
Por ello, y como la historia es mejor que hable por si misma, para descubrir que hay con intención o no, o si quiera si he logrado hacerlo ver, voy a poner aquí el siguiente capitulo para cuando buenamente podáis leerlo.
''Los Herederos de la Luz'' Parte 2:
''2''
Lo que dices en general es cierto que son detalles que en el desarrollo de la historia no percibe tanto, hay otros sin embargo, que creo que tienen ''sus motivos'' en el resto de paginas de la historia.
Por ello, y como la historia es mejor que hable por si misma, para descubrir que hay con intención o no, o si quiera si he logrado hacerlo ver, voy a poner aquí el siguiente capitulo para cuando buenamente podáis leerlo.
''Los Herederos de la Luz'' Parte 2:
''2''
El arma que le hostigaba no era de acero, ni estaba afilada, presta a degollarlo en cuanto tuviera la más mínima oportunidad. Sin embargo, Sohan se tomaba aquella batalla como la más importante de su vida. Cada batalla era como la última de su vida; esa fue la decisión que tomó cuando se convirtió en un miembro de la Orden Sagrada de los Tiferet.
Sus manos cansadas blandían escudo y espada, en un entrenamiento más duro que cualquiera de los que hubiera recibido al ingresar en la Orden. Frente a él se encontraba su mentor e ilustre miembro de la Orden: Sayan, el Hábil.
Sayan se armaba con su lanza y Sohan le hacía frente con su escudo y con su espada. Su mentor cambiaba constantemente de arma, pues era célebre su capacidad para manejar cualquier tipo; desde lanzas, espadas, dagas, pasando por hachas y arcos. Sin embargo, para Sohan, su escudo y su espada eran algo más de lo que parecía a simple vista.
La lanza de Sayan silbó contra el brazo de Sohan, pero éste, con un movimiento más intuitivo que diestro, decidió deslizar la lanza a través de su escudo antes que recibir el impacto de manera frontal.
Sayan se asombró para sus adentros. Sabía que aquel chico no dejaría de sorprenderle.
—¡Te tengo! —Sohan dejó escapar esa exclamación, seguro de su siguiente golpe.
Recortando la distancia con su rival, para minimizar la ventaja que le proporcionaba la lanza, se preparó para asestar un tajo potente y a bocajarro, acompañado de un giro de cintura que le daría una fuerza complementaria.
Sayan sonrió al ver la determinación de su pupilo. En lugar de retroceder, como sería lógico debido a la lanza que portaba, avanzó velozmente hacia Sohan, que vio su ataque entorpecido por el raudo juego de pies de su adversario, que le tumbó en el suelo instantes más tarde, zancadilleándole.
El error de Sohan fue creer que la ventaja de su enemigo consistía en una afinidad entre las armas que cada uno llevaba y la distancia que los separaba. Sin embargo, Sayan no debía su sobrenombre a su inteligencia para elegir el arma correcta en el momento adecuado. Su supremacía en el arte de la guerra era indiscutible.
Sohan extendió sus brazos en un gesto de sumisión, mientras miraba a su enemigo que se encontraba de pie, frente a él.
—Vamos, no me digas que estoy asistiendo a la primera rendición de Sohan el Hermoso —ante aquella imagen inesperada, Sayan no pudo hacer más que burlarse; ese no era el Sohan que él había conocido hasta ahora.
—No. Estás asistiendo a la primera derrota de Sayan el Soberbio —con una sonrisa que ponía la guinda a sus palabras, Sohan se preparó, para la sorpresa de su interlocutor.
Sohan usó el hueco de la parte interna de su escudo como recipiente para cargar arena y, con un gesto que comprometió la entereza de su brazo, intentó cegar a su enemigo y proporcionarle la derrota desde el mismo suelo.
Sayan parecía haber caído en el truco, puesto que no usó sus manos para cubrirse de la tierra que se precipitaba hacia su rostro. Sohan, en ese momento, se dispuso a lanzar una estocada con su gruesa espada de madera.
Pero, en un parpadeo, Sohan notó que su brazo se veía detenido por un intenso dolor en la parte interior del codo, que le hizo soltar en el acto su espada.
Sayan había descubierto las intenciones de su rival y decidió hacer uso de su velocidad superior para lograr la victoria.
—Es cierto, puede que sea soberbio —comentó Sayan con su ojo derecho aún irritado—, pero si algún día has de enfrentar a los seres que moran en la noche, será tu propia soberbia la que te condene. No lo olvides.
Después de eso, Sayan le ofreció la mano a su aprendiz arrodillado, dando por finalizada la instrucción.
Sohan se levantó y, sacudiéndose la arena pegada a su cuerpo, le dio la mano a su maestro sin ningún tipo de acritud.
Ambos, dejando las armas en su lugar correspondiente, se dirigieron al lateral del área de combate y se enjuagaron el rostro con el agua envasada en una de las vasijas. Sayan fue el primero, como símbolo de deferencia hacia un luchador superior.
—Dime, Sohan, ¿no crees que es mejor para tu salud que entrenes con la gente de tu nivel? —Con sus manos aún frotando su rostro de arriba abajo, el maestro de los integrantes más avanzados de la Orden no dudó en expresar su desconcierto—. Tienes talento, pero también tienes tiempo.
El talento de Sohan no era algo que pasase desapercibido, pero tampoco lo era el hecho de que su ímpetu, en numerosas ocasiones, le había llevado a la derrota. En un entrenamiento no importaba, pensaba Sayan, pero en una batalla real la cosa sería muy distinta.
—Creo que este es un buen nivel, maestro. ¿O es que acaso muchos de tus alumnos pueden decir que te han dejado tuerto por unos momentos? —Las palabras de Sohan, lejos de tomar carácter de chanza, dejaban entrever la seguridad que sentía en sí mismo—. Además, tiempo es precisamente lo que no tengo.
Sohan era paciente, pero la paciencia tiene sus momentos. El riesgo era algo natural en su actitud diaria, no sólo en una batalla.
Sayan se secó con el trapo destinado para ello y dejó paso a su alumno. Su rostro estaba hecho unos zorros debido a la batalla, y sus ojos comenzaban a irritarse.
—Al final te daré un golpe tan fuerte que desfiguraré tu hermosa cara —a pesar del tono jocoso, aquellas palabras de Sayan encerraban una verdad; no le gustaría que Sohan acabase retirado antes de empezar siquiera—. Creo que si eso pasara, las mujeres de esta ciudad no te volverían a seguir o, peor aún, me matarían. Una desgracia, ¿no crees?
—La desgracia sería que me siguieran sólo por mi rostro y no por nada más — comentó Sohan con desdén, pues la belleza con la que había sido bendecido era palpable, pero no formaba parte de sus prioridades.
—Claro, claro, por eso rozas con tanta suavidad tu cara contra esa tela —dijo Sayan con buen humor.
Sabía tan bien como nadie que para su alumno eso no resultaba realmente importante, pero pensaba que, a veces, no estaba mal usar lo que la naturaleza le daba a uno en bendición para contrarrestar la parte más autodestructiva del ser. En el caso de Sohan, los riesgos que tomaba eran demasiado serios y, al mismo tiempo, no disfrutaba de los dones que le había dado la vida. El equilibrio estaba muy lejos de sus pensamientos.
—No deberías estar celoso. Si pudiera, cambiaría mi don por el tuyo —Sohan rió con las palabras de su maestro, no sin dejar caer lo que pensaba—. Nos veremos mañana a esta misma hora, ¿verdad?
Sayan asintió y, poniendo la mano en el hombro de su alumno, se despidió y se encaminó hacia la salida del recinto.
Sohan vio cómo su maestro marchaba, pero no siguió sus pasos. Estaba convencido de que golpear el aire también mejoraría su técnica.
Por un instante, su mirada se posó en la exposición de armas. Sin embargo, retomó el escudo y la espada.
Luchar con esas armas era perfecto para él, pues representaba el hecho de querer proteger a su pueblo y, además, el espíritu inquebrantable de seguir hacia delante.
Tomó posición de combate, encarando a un rival que, por ahora, era invisible, pero que algún día se presentaría ante él para intentar destrozar sus ideales. Alzó su escudo, apuñaló, cortó… Todo ello en interminables sucesiones.
—No voy a preguntar si se te ha olvidado, porque está claro que sí —a sus espaldas surgió una voz sin tono de amonestación, a pesar de las palabras que utilizó—. Es una suerte que me conozcan ya por este lugar, si no, sería complicado contactar contigo.
—No se me ha olvidado —sin necesidad de observar quién era el que había pronunciado esas palabras, Sohan respondió sin vacilación—; es sólo que el tiempo se me ha pasado volando. Lo siento, Mishka.
Mishka, el mejor amigo de Sohan desde que eran niños. Amable y, en ocasiones, demasiado crédulo, la bondad era palpable en cada rasgo de sus facciones orondas. En sus mejillas se dejaba ver una tonalidad rosada, como queriendo hacer hincapié en su fuerte salud. Como casi siempre, tuvo que ir en busca de su amigo, que se despistaba continuamente con sus eternos entrenamientos.
Sohan se giró mientras ponía su mejor sonrisa para defenderse del posible enfado de su amigo. Lo que encontró, no obstante, fue lo de siempre: una expresión sin furia, cálida.
—Bueno, ya sabes que esto lo hago más por ti que por mí —Mishka se cruzó de brazos e intentó, sin éxito, poner una expresión de despreocupación—; al final, si voy a cambiar el fruto de mi esfuerzo por carne, es sólo para que te alimentes de ese insano manjar, ¿no?
—Oh, vamos, amigo mío, no sólo de carne vive el guerrero, ¿no crees? Ya sabes que tus quesos también me parecen un manjar —Sohan no cayó en la pequeña provocación de Mishka; por el contrario, alabó la capacidad de su amigo para realizar su oficio—. Sin embargo, me resultaría difícil alimentarme exclusivamente de queso, por excelentes que sean los que haces…
—Esos músculos tan desarrollados que tienes no son tan sanos como crees —respondió Mishka mientras se daba golpecitos en su abultado estómago—. Yo, por otro lado, sí estoy verdaderamente sano. El tiempo me dará la razón, tranquilo.
Era obvio para todos que Sohan poseía un físico curtido, y gozaba de una salud más que aceptable. No obstante, sus propios ojos habían presenciado cómo su amigo Mishka, a pesar de su aspecto, también era alguien muy salutífero.
—Veo que el nerviosismo ante un evento tan importante puede borrar esa sonrisa de ratón —dijo Sohan con socarronería, mientras observaba a su amigo.
—Vámonos, anda, que si no vas a quedarte sin cordero para mi boda —el tiempo se les había echado encima, y Mishka sabía que si no apremiaba a su amigo, podrían quedarse ahí hablando por horas.
Mishka y boda. Dos palabras que, en un principio, resultaban imposibles de unir. O eso creía Sohan.
A pesar de no tener esperanza en la estabilidad emocional de su amigo de la infancia, cuando por fin se enteró de la noticia, la ilusión que sintió borró cualquier otro pensamiento pesimista.
Ambos partieron y en el trayecto Sohan cogió la toalla que aún seguía en el patio de adiestramiento.
Una vez fuera del recinto, tuvieron que pasar por el pabellón de armas y, acto seguido, por las habitaciones de los soldados. Había algún que otro pasillo más, para conectar algunas salas que se usaban como puntos de reuniones.
Una vez fuera, Sohan respiró el salubre aire que manaba del frondoso bosque del exterior.
Allí, a pocos pasos de la puerta, el soldado que había estado resguardando la mercancía, los miró con una actitud malhumorada, debido al tiempo que le habían hecho esperar.
—Mil gracias, compañero —dijo Sohan al soldado, mientras seguía secándose el sudor del entrenamiento—. Oh, toma esto. Pronto regresaré.
El soldado no dijo nada ante la desfachatez de ese novato, pero Mishka pudo percatarse de que no le hizo ninguna gracia que le entregara la toalla sudada.
Tanto Mishka como Sohan subieron a la única zona habilitada para transportar gente. Con un latigazo, los conductores pusieron en marcha a los caballos que tiraban de la carga.
—¿Has visto la cara que se le ha quedado? —Apuntó Mishka, una vez que se hubieron alejado algo más del bastión de la Orden—. Espero que, con el tiempo, no se te quede a ti esa misma cara.
—No te preocupes. A veces sabes que me gustaría mirarte con esa cara de perro, pero sabrías que no lo estaría haciendo en serio —mientras hablaban, ambos dejaron escapar una sonrisa mientras recordaban con todo detalle la expresión del guerrero de Tiferet.
Finalmente, llegaron al sendero habilitado que conectaba con el interior del muro. Todo el que quisiera cambiar sus productos por otros de mayor conveniencia, mediante un sistema de trueque, debía ir allí. De esta manera, los ciudadanos conseguían materiales, alimentos o cualquier tipo de cosa que no pudieran autoadministrarse.
Su marcha se vio detenida por otro cargamento justo en frente de ellos, que a su vez había quedado estancado por otro. Tanto Mishka como Sohan decidieron mirar hacia delante, y comprobaron que se trataba de un atasco.
—¿Qué pasa hoy aquí? ¡Vamos! ¡Tengo una boda que preparar! —Vociferó Mishka, airado, intentando que se reanudara la marcha.
Lo único que logró fue tener que sujetar a sus propias monturas para que no se pusiesen nerviosas. O bien la gente no tenía ganas de escucharle, o bien sabían que, si se trataba de él, eso no podía ser más que una mentira.
Todos allí tenían la mente puesta en otro lugar, porque después de muchos años, la ciudad que decidieron construir debido a un exceso de población estaba en sus últimos retoques. Muchos, por decisión propia, estaban preparándose para la marcha.
El tiempo transcurrió y Sohan, cuando no escuchó la voz de su amigo, se percató de que éste se había quedado profundamente dormido.
—Me pregunto cómo puede dormirse en una posición tan incómoda. Ni yo con mi entrenamiento lo aguantaría… —Comentó Sohan, resignado.
La espera parecía alargarse más de la cuenta, pues mujeres y niños comenzaron a llegar desde sus casas y granjas para alimentar a sus familiares o a los animales de carga.
Muchos de esos recién llegados les eran familiares a Sohan, ya que la gran mayoría tenía relación, directa o indirectamente, con la gente de su Orden.
Esa era la tradición; aquellos que vivían fuera del muro o bien pasaban la prueba para convertirse en un miembro de la Orden de los Tiferet, o bien se dedicaban en cuerpo y alma a la agricultura, a la ganadería o a la cría de animales domésticos.
Pese a que eso pudiera parecer una ramificación de clases, era un sistema justo y aceptado por todos, puesto que la totalidad de ellos era consciente de que si en algún momento existía algún peligro exterior, tendrían cabida en el interior de los muros.
Por supuesto, tras el descomunal crecimiento las cosas debían ser un poco distintas. Había llegado el momento de emigrar hacia otra ciudad.
Mishka alzó como una bestia salvaje su ronquido, y en ese preciso instante algo pasó zumbando cerca de ellos.
—¡Qué diablos ha sido eso! —Gritó Mishka, violentado por el extraño movimiento.
Sohan miró hacia la dirección seguida por aquella criatura, y forzando su vista, la localizó sobre la rama de uno de los árboles. Era un ave bastante peculiar, que ya había visto algunas veces. Y no iba sola.
Y, en esta ocasión, eso parecía que no iba a cambiar. Justo tras el árbol, como si hubiese estado esperando todo ese tiempo, apareció aquel sobre el que todos esparcían sus propios rumores. Aquel al que llamaban el Druídevo.
—Maldito pájaro extraño; ya sabes que estoy en contra de maltratar la naturaleza, pero si esa ave es la única que se ha visto por aquí de su especie, es que muy natural no debe ser —Dijo Mishka, refunfuñando—. La próxima vez me ahorraré este maldito atasco y te asaré a ese pajarraco.
—No te has casado aún, ¿y ya piensas que habrá otra vez? —Comentó Sohan para paliar el mal despertar de su amigo.
Mishka rió ante la ocurrencia de Sohan, y el atasco continuó con su lento avance. Finalmente, todos los comerciantes lograron entrar a la inmensa ciudad amurallada.
En su interior, el ajetreo era palpable. No sólo los comerciantes decoraban las calles, las puertas y los balcones, sino también los niños y los Oradores, que aprovechaban el buen tiempo para pasear y relajarse.
El tiempo fue pasando y poco a poco cada uno fue colocándose en perfecta armonía en diversos puntos de trueque. Aquellos que poseían las mercancías más copiosas debían permanecer en sitios fijos, para que el caos no reinara en las operaciones.
Los habitantes del interior de la muralla no eran meros espectadores de los trueques, sino que ofrecían sus propios productos, que a diferencia de los de fuera, no eran alimentos. La mayoría vivía dedicada a la confección de telas y diversos tipos de ropaje. Todos tenían una labor que cumplir en la sociedad, por el bien del resto.
Los niños que esperaban a sus padres, o los animales domésticos que esperaban a sus dueños, jugaban mientras duraba la espera con el agua que fluía por los canales excavados en la misma piedra que hacía de suelo de la ciudad. Un sistema de irrigación, que transportaba el agua que llegaba desde el monte Sefir de una manera equitativa para todos, hacia todos los puntos de la urbe, convertía ese bien en el único con el que no podía comerciarse, pues todos podían consumirlo en abundancia.
A su vez, para la comodidad de los habitantes de la zona noreste, donde se alzaba el mercado, estaba habilitada una fuente de piedra que dejaba brotar el flujo del río Aditi, para que cualquiera pudiese refrescar su cuerpo.
Y, como de costumbre, Mishka, pese a haber dejado todo el esfuerzo de la marcha a sus animales, se dirigió a tomar un buen trago de agua, frunciendo el ceño, como si llevase días sin beber. El clima no era excesivamente seco en esa época, y la temperatura era propicia para caminar por el exterior, lo que convertía el acto del quesero en un teatro muy divertido para Sohan.
—¡Qué fresca, qué suave! Esto sí hace bien al cuerpo, y no esa carne de cabra que tanto te gusta —comentó Mishka a su buen amigo mientras se frotaba la cara con sus manos llenas de agua—. Eso me recuerda a que has de ir tú a hacer ese trueque; yo me encargaré del resto de cosas, pero no me voy a sentir bien si veo por mí mismo al animal que se va a matar para mi gran día.
—Lamentablemente, amigo mío, debes venir tú también —le dijo Sohan con tacto, pues comprendía lo importante que era para su amigo la integridad propia, aunque los demás no la entendieran—. Sabes que si no fuese necesario no te lo pediría, pero no quiero que por mi falta de conocimiento el trueque sea perjudicial para ti.
Mishka se incorporó y dirigió su mirada hacia Sohan, que mantuvo a su vez sus ojos de súplica a sabiendas de lo que significaba el silencio de su amigo. El bullicio de alrededor no cesaba, pero Mishka se quedó callado, pensando en ello.
—De acuerdo, iré —respondió por fin Mishka, rompiendo su silencio—; tú has sacrificado por mi matrimonio bastante más, así que no puedo negarte esto.
Sohan había dejado, de algún modo, parte de su esencia para favorecer la felicidad de su amigo. Aunque, a veces, sobre todo cuando no veía el rostro de su amigo lleno de ventura, dudaba de aquella relación.
—Vamos entonces —apremió Sohan.
Dejando sujetados a los caballos en el lugar, Mishka cogió un saco y lo cargó con sus mejores quesos, y algunos vegetales más que habían sobrado de sus anteriores trueques. Cada uno de los comerciantes tenía un límite a la hora de sembrar o de confeccionar; de esa manera, evitaban las competencias desleales y todo vecino tenía cosas que intercambiar. Sin embargo, el material sobrante podía volver a intercambiarse, siempre y cuando fuese por un precio algo menor al original.
El lugar estaba a rebosar y, cuando avanzaron a través de un par de carruajes, se perdieron, ya que era la primera vez que Mishka se disponía a hacer un intercambio de ese tipo.
—Disculpe —tuvo que decir Sohan, finalmente, a uno de los comerciantes—, ¿me podría decir dónde se comercia con animales?
—Claro, buen hombre —respondió con amabilidad el comerciante, mientras indicaba con el dedo el lugar por el que debían continuar.
Sohan agradeció la ayuda con una pequeña reverencia y continuó junto a su amigo la marcha.
Por fin llegaron al puesto y, para su suerte, no había nadie más en ese instante esperando.
La tienda que había organizado aquel comerciante era más grande que la mayoría, y eso demostraba que, por suerte para Sohan y por desgracia para Mishka, habían llegado a uno de los más importantes comercios de carnicería.
Los animales, entre los que había cochinillos, cabras, gallinas o corderos, se movían aún con vida por el cerco que los limitaba. Era natural que los comerciantes ofrecieran así sus carnes, pues de esa manera los compradores podían ver la buena salud de sus productos.
—Bienvenidos, amigos —dijo el comerciante con una sonrisa aduladora, probablemente practicada durante mucho tiempo—, no he tenido el placer de verles por aquí antes, pero, díganme, ¿qué traen para intercambiar por esta fabulosa carne?
—El trueque con esta clase de productos no es algo que haga siempre, y no creo que vuelva a hacerlo nunca más, pero es una ocasión especial —respondió Mishka con sinceridad—; soy quesero pero, aparte de eso, traigo algunas cosas más, por si pudieran interesarte.
—Así que desea una de mis cabras para poder tomar su leche y seguir con su excelente trabajo —dijo el comerciante, ansioso por cerrar el trato, pese a no haber probado siquiera los quesos de su interlocutor.
—No, ya tengo mi propio ganado para esa función —contestó Mishka mientras buscaba en su bolsa un pedazo de queso ya cortado, preparado para embaucar con su sabor a cualquiera—. Lo que necesito es buena carne para la cena que quiero ofrecerle al buen amigo que me acompaña.
En el momento en el que Mishka hizo ademán de entregarle el queso al comerciante, éste se percató de la vieja cicatriz que el amigo de Sohan tenía en el brazo. Eso le hizo rememorar lo perjudicada que se había visto la permuta de la carne gracias a su maldito padre. A partir de ese momento, el vendedor de animales decidió adoptar otra postura para con sus visitantes.
—Ya veo —el comerciante tomó el pedazo que le era ofrecido, y con pequeños bocados comenzó a degustarlo—. Imagino que no debe buscar un tipo de carne en concreto, así que tengo algo que le será suficiente.
—¿Deseabas algo en especial, Sohan? —Dijo Mishka dirigiéndose a su amigo, que ya miraba, expectante, a los distintos animales, como si estuviese tomando una decisión.
—Creo que lo comentamos antes; un cordero no estaría nada mal —Sohan pensó que ese sería el manjar más delicioso del lugar—. Eso sí, intenta que te salga barato.
—Es una pena, pero me temo que eso no podrá ser —espetó el comerciante, con una sonrisilla en los labios—. Lo cierto es que ya tengo reservados todos los corderos de que dispongo. Sin embargo, ¿qué les parece esto?
Cuando señaló a un cerdo algo esmirriado para su edad, tanto Sohan como Mishka miraron con desaprobación al comerciante.
—Esta delicia le saldrá, solamente, por dos porciones de su queso. Es lo más barato que puedo ofrecerle —comentó el comerciante con visible satisfacción.
—Está bien —dijo Mishka con un hilillo de voz, ya que sabía que era del todo injusto—. Acepto el trato.
—Creo que es demasiado caro. Se le ve bastante flácido y poco sabroso —se apresuró a intervenir Sohan, tras ver la preocupación de su amigo—. Creo que me conformaré con el queso. Creo que es mucho más apetecible que eso. Es más, recomendaría esa alimentación a sus animales enfermizos.
—Mis animales ya se alimentan con los mejores sustentos, señor. Y si está aquí, es porque sabe que necesita de mis productos para seguir con esa salud de roble que parece tener —ofendido, el comerciante se defendió de Sohan, de tal manera que si alguien presenciaba la discusión, creería que era a él a quien intentaban engañar.
Sohan, encrespado, estuvo a punto de levantar la voz, pero Mishka le detuvo en el último momento.
—Está bien, Sohan, no te preocupes. Es una ocasión especial, así que no debemos ser tan minuciosos —comentó a su amigo con la finalidad de aplacar su innecesaria ira—. Acepto el trato, he dicho.
Sohan quiso decir algo más, pero cuando percibió la determinación de Mishka, la suya propia disminuyó.
—Bien. Estoy seguro de que no le defraudará —dijo el timador con aires de grandeza, mientras guardaba lo que le ofrecían y se disponía a entregar su pieza más deficiente—. Espero que podamos hacer más tratos en el futuro, señores.
Sohan, cabizbajo por la derrota, cogió el peor cerdo del comerciante y, posiblemente, de toda la ciudad, y lo cargó con sus poderosos brazos. De todos modos, el miserable animal no opuso resistencia alguna.
Antes de seguir con el resto de labores, y dado que el cerdo parecía sediento y cansado, a pesar de que lo cargaran en brazos, decidieron pasar por donde estaba detenido su propio carromato.
Después de darle de beber, Sohan ató al cerdo a la rueda de madera y se sentó junto a él.
—Sé que lo has hecho de buena fe, pero no era necesario —dijo Sohan, disgustado—. Te han timado por un capricho del todo inútil.
—Lo sé, pero tú has hecho sacrificios mayores y, egoístamente, es posible que te los siga pidiendo —respondió Mishka, aunque no sin vacilación, pues comprendía el disgusto de su amigo.
—Para mí no es un sacrificio, porque sé que es algo que de verdad necesitas —replicó Sohan, algo más calmado—. Y ya sabes que no es algo que debas pedirme siquiera.
—Está bien, está bien. En ese caso, y puede que esté mal que yo lo diga, debo pedirte que te comas a este animal, ya que viendo el estado en el que se encuentra, quizá le estés haciendo un favor —comentó Mishka, algo más animado, mientras se ponía de cuclillas, mirando a su amigo—. Además, para mantener ese cuerpo que tantas mujeres anhelan, y a las que no correspondes, por cierto, debes consumir este tipo de cosas, ¿no? Vamos, levanta. Debemos seguir con los trueques.
—Estoy agotado. He entrenado muy duro hoy —dijo Sohan, intentando poner una excusa barata para no ser una carga en los trueques de su amigo—. Te esperaré aquí.
—De acuerdo —sentenció Mishka, que conocía el motivo oculto tras las palabras de Sohan, pero que sabía que no tendría sentido discutir.
Incorporándose, dejó allí a Sohan lo más cómodamente posible y marchó a seguir con la ardua vida del comerciante. Pronto tendría que tomarse su trabajo más en serio, debido a la mujer con la que iba a desposarse. ''






