12/05/2019 09:39 AM
"¿Cuáles son las claves para engañar al lector (o al espectador en caso de obras audiovisuales) para hacer un giro y que sea sorprendente y no decepcionante?"
Si lo que estás preguntando es cómo escribir para influír de forma positiva en otros, creo que la respuesta es muy poco romántica, pero bien sencilla: la clave está en saber quién leerá tu obra y en adaptar en consecuencia tanto la narrativa como el argumento. Para explicarme mejor, diré que yo soy de la opinión de que se puede escribir de dos formas distintas, casi diría que opuestas. La primera consiste en escribir de forma que te sientas contento con lo que escribes sin darle demasiadas vueltas a cómo lo recibirá el lector, lo que te permite improvisar, innovar, arriesgar o cualquier otra acción que podría causar una taquicardia en cualquier editor. Esto te permite crear obras con una mayor sinceridad y frescura, pero todos sabemos que una gran cantidad de público (ya sean lectores o telespectadores) se asustan si comienzan a ver que el sentido de las frases es demasiado abstracto o complejo. En cambio, la otra forma de escritura, la más extendida en la actualidad, requiere de una gran cantidad de revisiones y correcciones de la forma y del contenido, además de mucho trabajo de adaptación al público al que va dirigido, aunque esto incñuya en su calidad objetiva. La literatura es, por desgracia, un mundo en el que las etiquetas y los géneros literarios han hecho muchísimo daño. Generalmente se espera que los escritores se limiten a un tipo de género y se recela de aquél que trate de venderse a si mismo como un escritor polivalente. Y los consumidores somos parte del problema, ya que lo primero que hacemos en cualquier tienda es irnos a la sección que nos interesa y quejarnos si el libro que hemos comprado no se corresponde con ello (por ejemplo, me voy a la parte de novela fantástica, pero encuentro Harry Potter, que la considero literatura juvenil y por tanto me siento engañado). Esto hace que las historias que se cuenten tengan que seguir casi siempre unos estereotipos de los que cuesta muchísimo salirse y, por tanto, cada vez es más difícil darle vueltas de tuerca realmente interesantes jugando con las mismas bases.
A lo que voy es a que a la hora de crear giros argumentales de forma premeditada, la premisa debe ser identificar a los potenciales lectores de tu escrito y plantearte qué clases de obras están hartos de consumir. JK Rowling escribía para niños y adolescentes, además de que su obra tenía lugar en un mundo mágico del que ni los más sabios sabían lo suficiente como para asegurar que algo fuese imposible. Con esta premisa, el fallo de Rowling fue simplemente que no prestó la suficiente atención a los detalles como para contentar al público más adulto o exigente, pero los niños y adolescentes que en su día lo leíamos no le dábamos mucha importancia a según qué fallos porque en su mundo vivías día a día con el hecho de que si no entendías algo o no te acababa de parecer lógico, seguramente habría una explicación mágica que tarde o temprano te permitiar comprender. Al final, Rowling se centraba mucho en qué contarle a sus lectores y no tanto en cómo contarlo, motivo por el que sus constantes improvisaciones son evidentes cuando no eres parte de su público objetivo o cuando maduras lo suficiente como para empezar a fijarte en los detalles. Agatha Christie es un caso totalmente contrario. Ella debía sorprender a lectores de una sociedad que estaba fascinada por la criminología, por lo que para ella era vital que el balance entre lo que se contaba y el cómo se contaba fuera innovador. No hay que olvidar, además, que en su momento se necesitaba mucho menos para sorprender a la gente (que no tenía acceso a la cantidad de obras que tenemos hoy en día y por tanto había menos con lo que comparar).
Al final, creo que si tienes en cuenta lo que te he comentado, quizá coincidas conmigo en que la conclusión obvia es cuidar los detalles (que, al fin y al cabo, son los que orientan a los lectores) con mucho mimo y coherencia. Hay que saber cuándo darlos y cómo hacerlo. Cuando tu lector no es muy exigente, cualquier deus ex machina es asumible si lo mimas un poco y no hace falta que hayas dado ni media señal de que el final de una gran historia acabaría con un meteorito que lo manda todo al catapunchinpún; mientras que un lector avezado y curtido en mil tramas necesitará que el escritor le estudie para poder ofrecerle un desafío acorde a su experiencia, pues necesita material de calidad para encontrar algo refrescante. Si además le das otra vuelta, verás que incluso se da el caso de gente que actualmente prefiere los giros de guión sencillos y predecibles, y que con frecuencia consideran muchas obras maestras de la narración como demasiado complejas, aburridas o incluso incomprensibles.
Si lo que estás preguntando es cómo escribir para influír de forma positiva en otros, creo que la respuesta es muy poco romántica, pero bien sencilla: la clave está en saber quién leerá tu obra y en adaptar en consecuencia tanto la narrativa como el argumento. Para explicarme mejor, diré que yo soy de la opinión de que se puede escribir de dos formas distintas, casi diría que opuestas. La primera consiste en escribir de forma que te sientas contento con lo que escribes sin darle demasiadas vueltas a cómo lo recibirá el lector, lo que te permite improvisar, innovar, arriesgar o cualquier otra acción que podría causar una taquicardia en cualquier editor. Esto te permite crear obras con una mayor sinceridad y frescura, pero todos sabemos que una gran cantidad de público (ya sean lectores o telespectadores) se asustan si comienzan a ver que el sentido de las frases es demasiado abstracto o complejo. En cambio, la otra forma de escritura, la más extendida en la actualidad, requiere de una gran cantidad de revisiones y correcciones de la forma y del contenido, además de mucho trabajo de adaptación al público al que va dirigido, aunque esto incñuya en su calidad objetiva. La literatura es, por desgracia, un mundo en el que las etiquetas y los géneros literarios han hecho muchísimo daño. Generalmente se espera que los escritores se limiten a un tipo de género y se recela de aquél que trate de venderse a si mismo como un escritor polivalente. Y los consumidores somos parte del problema, ya que lo primero que hacemos en cualquier tienda es irnos a la sección que nos interesa y quejarnos si el libro que hemos comprado no se corresponde con ello (por ejemplo, me voy a la parte de novela fantástica, pero encuentro Harry Potter, que la considero literatura juvenil y por tanto me siento engañado). Esto hace que las historias que se cuenten tengan que seguir casi siempre unos estereotipos de los que cuesta muchísimo salirse y, por tanto, cada vez es más difícil darle vueltas de tuerca realmente interesantes jugando con las mismas bases.
A lo que voy es a que a la hora de crear giros argumentales de forma premeditada, la premisa debe ser identificar a los potenciales lectores de tu escrito y plantearte qué clases de obras están hartos de consumir. JK Rowling escribía para niños y adolescentes, además de que su obra tenía lugar en un mundo mágico del que ni los más sabios sabían lo suficiente como para asegurar que algo fuese imposible. Con esta premisa, el fallo de Rowling fue simplemente que no prestó la suficiente atención a los detalles como para contentar al público más adulto o exigente, pero los niños y adolescentes que en su día lo leíamos no le dábamos mucha importancia a según qué fallos porque en su mundo vivías día a día con el hecho de que si no entendías algo o no te acababa de parecer lógico, seguramente habría una explicación mágica que tarde o temprano te permitiar comprender. Al final, Rowling se centraba mucho en qué contarle a sus lectores y no tanto en cómo contarlo, motivo por el que sus constantes improvisaciones son evidentes cuando no eres parte de su público objetivo o cuando maduras lo suficiente como para empezar a fijarte en los detalles. Agatha Christie es un caso totalmente contrario. Ella debía sorprender a lectores de una sociedad que estaba fascinada por la criminología, por lo que para ella era vital que el balance entre lo que se contaba y el cómo se contaba fuera innovador. No hay que olvidar, además, que en su momento se necesitaba mucho menos para sorprender a la gente (que no tenía acceso a la cantidad de obras que tenemos hoy en día y por tanto había menos con lo que comparar).
Al final, creo que si tienes en cuenta lo que te he comentado, quizá coincidas conmigo en que la conclusión obvia es cuidar los detalles (que, al fin y al cabo, son los que orientan a los lectores) con mucho mimo y coherencia. Hay que saber cuándo darlos y cómo hacerlo. Cuando tu lector no es muy exigente, cualquier deus ex machina es asumible si lo mimas un poco y no hace falta que hayas dado ni media señal de que el final de una gran historia acabaría con un meteorito que lo manda todo al catapunchinpún; mientras que un lector avezado y curtido en mil tramas necesitará que el escritor le estudie para poder ofrecerle un desafío acorde a su experiencia, pues necesita material de calidad para encontrar algo refrescante. Si además le das otra vuelta, verás que incluso se da el caso de gente que actualmente prefiere los giros de guión sencillos y predecibles, y que con frecuencia consideran muchas obras maestras de la narración como demasiado complejas, aburridas o incluso incomprensibles.
Firmado queda.