30/06/2016 07:15 AM
Capítulo 3
En cuanto llegaron los días previos a la gran ceremonia Imperial, Thobías le soltó a Ricot la noticia bomba. El sargento daba su entrenamiento en el uso de las armas por finalizado, y a partir de ese momento debería seguir aprendiendo en el ejército bajo las órdenes de los oficiales de su Majestad. Sin embargo, entrar en el ejército y convertirse en soldado imperial no era algo tan trivial como formalizar una solicitud o pasar unas pruebas de aptitud. Para poderse ganar el honor de combatir bajo el estandarte imperial uno debía antes convertirse en cazador y, literalmente, haber ‘sobrevivido’ a una Cacería. La Cacería era un evento anual que daba comienzo tras la celebración del aniversario Imperial, durante el cual los cazadores, que se presentaban de forma voluntaria al cargo, debían viajar en grupos armados hasta los dientes, y dirigidos por un oficial del ejército, hasta las fronteras del Imperio para limpiarlas de los monstruos que atemorizaban a la población y perturbaban el orden y la paz de la nación.
Por tanto, Thobías había inscrito a Ricot en la Cacería de ese año que estaba a punto de dar comienzo sin ni tan si quiera consultarle. A causa de ello, el día de la ceremonia Ricot debía presentarse frente al palacio Imperial, donde el Arconte pronunciaría un discurso frente a los cazadores, y después de eso los oficiales distribuirían a los cazadores en grupos y una vez estuvieran listos todos los preparativos, marcharían esa misma noche hacia las montañas.
De modo que un nervioso Ricot y un orgulloso Thobías abandonaron el cuartel situado a las afueras de la capital (denominada ciudad Férrica por sus habitantes) la noche antes de la ceremonia y se hospedaron en un céntrico albergue situado cerca del palacio. Mientras cenaban estofado de jabalí con zanahorias y cebollas acompañado de vino sureño importado desde la Ciudad del Mar, un auténtico lujo, Thobías seguía dándole la lata a su todavía aprendiz con sus discursos mientras hacían tiempo hasta que llegase Tanem, que iba a despedirse de su hermano antes de que se marchase a la peligrosa aventura.
—Vamos mozalbete, alegra esa cara y disfruta estos manjares que han llegado hasta la ciudad con motivo de la fiesta. Oye, es normal que estés nervioso, yo también lo estuve antes de mi primera Cacería, ¡se me puso la piel de gallina! Fue muy emocionante, te lo aseguro. El Imperio aun se estaba terminando de formar y estábamos en guerra con los Tolfek, ya que uno de sus clanes había descendido desde la Tundra de Nirr hasta las montañas Artús, donde pretendían asentarse. Aquellas enormes cabras asaltacunas se creían muy fuertes, pero terminamos expulsándolas de lo que ahora son nuestras tierras. Desgraciadamente, compañeros míos de armas murieron… Supongo que es el precio a pagar por la libertad, siempre hemos tenido que luchar para sobrevivir. Más adelante se firmó la paz con los Tolfek, y hoy en día nuestros pueblos son considerados casi como aliados, aunque yo sigo sin fiarme de ellos ni un pelo.
De todos modos, eran otros tiempos, ahora las cosas están más calmadas. Todo va bien, Ricot, y eso me preocupa. Es justamente en momentos de calma como estos cuando debemos estar más alertas…
La puerta del albergue se abrió y Ricot levantó la cabeza esperanzado al ver aparecer una túnica anaranjada. Por fin había llegado Tanem. Tenía muchas ganas de hablar con él, y encima así se quitaría al vejestorio y sus batallitas de encima.
Tanem se sacudió la nieve de las botas en el umbral y entró. Localizó a su hermanito y al sargento sentados en una mesa de latón con forma octogonal. Saludó primero formalmente a Thobías con una inclinación de cabeza, pues era el señor más mayor del grupo y le debía respeto. El antiguo soldado estaba igual a como le recordaba: abundante barba gris que le llegaba hasta el pecho, cabello corto recogido en forma de moño, piel cetrina surcada de arrugas y una prominente cicatriz que empezaba en el dorso de su mano izquierda y llegaba hasta el hombro. En segundo lugar volteó la mesa y abrazó a Ricot, y al separarse le dio unas palmadas en la espalda.
—Vaya, vaya. ¡Sí que has crecido desde la última vez que nos vimos, Ricot! Estoy sorprendido, ya casi me sacas una cabeza. Y mira que brazos, ¡parecen jamones! ¿Has estado haciendo muchos abdominales?
—Sí, Thobías me ha mantenido en buena forma física. Adelante, toma asiento. ¡Cuánto tiempo! Me alegro mucho de verte. ¿Te apetece tomar algo?
—No, pero gracias, tiene buena pinta. Bueno, cuéntame, ¿cuánto tiempo estarás fuera?
—La Cacería suele durar unos tres meses —contestó Thobías en su lugar.
—Prefiero no hablar mucho de ello. Espero volver a verte pronto, Tanem —añadió Ricot—. Seguro que cuando vuelva ya te habrás convertido en un alquimista famoso. ¿Tienes mucho trabajo?
—Pues sí, estoy agotado en realidad. Me he encargado de fabricar la mayoría de los fuegos artificiales que se lanzarán esta noche.
—Vaya, pues es una pena porque creo que no podré verlos, estaré recibiendo instrucciones en los barracones y luego saldremos de la ciudad.
—Será espectacular. Al menos podrás oírlo aunque estés lejos o bajo tierra. Espero que me asciendan después de esto. Oye, antes de que se me olvide, te he traído una cosa.
Ricot miró sorprendido como Tanem sacaba de uno de sus bolsillos un medallón de cobre con forma de cubo del tamaño de una manzana que iba atado a una cadena de hierro para poder colgarlo del cuello.
—Es un artefacto de mi propia creación. Cuando cierras el puño con fuerza alrededor del medallón se acciona su funcionamiento mediante la conducción de calor de tu piel al metal, y entonces absorbe los daones ígneos cercanos que hay en el ambiente en el que te encuentras, y los moldea para crear un envoltorio flamígero esférico de metro y medio de radio. Tal y como dictan las leyes de la termodinámica, su eficacia y duración dependen por completo de lo que tarden los daones cercanos en agotarse.
—No sé si te sigo… Yo no he estudiado en la Fábrica, hermano. ¿A qué te refieres?
—Te protegerá cuando estés en apuros. Llévalo siempre contigo, y no cierres el puño alrededor del cubo a menos que estés en peligro.
—Gracias. Lo haré.
Tanem le pasó el amuleto a Ricot y éste lo contempló embelesado mientras se lo colocaba alrededor del cuello. En ese momento Tanem extrajo su reloj mágico de otro bolsillo y consultó la hora.
—Ya va siendo hora de despedirnos, mañana a los dos nos espera un día ajetreado. Buenas noches, y que tengas buena suerte en tu viaje. ¡No te metas en líos!
—Buena suerte a ti también. Y tú no sigas fabricando artefactos como éste o acabaran considerándote un genio.
—Eso espero.
En cuanto llegaron los días previos a la gran ceremonia Imperial, Thobías le soltó a Ricot la noticia bomba. El sargento daba su entrenamiento en el uso de las armas por finalizado, y a partir de ese momento debería seguir aprendiendo en el ejército bajo las órdenes de los oficiales de su Majestad. Sin embargo, entrar en el ejército y convertirse en soldado imperial no era algo tan trivial como formalizar una solicitud o pasar unas pruebas de aptitud. Para poderse ganar el honor de combatir bajo el estandarte imperial uno debía antes convertirse en cazador y, literalmente, haber ‘sobrevivido’ a una Cacería. La Cacería era un evento anual que daba comienzo tras la celebración del aniversario Imperial, durante el cual los cazadores, que se presentaban de forma voluntaria al cargo, debían viajar en grupos armados hasta los dientes, y dirigidos por un oficial del ejército, hasta las fronteras del Imperio para limpiarlas de los monstruos que atemorizaban a la población y perturbaban el orden y la paz de la nación.
Por tanto, Thobías había inscrito a Ricot en la Cacería de ese año que estaba a punto de dar comienzo sin ni tan si quiera consultarle. A causa de ello, el día de la ceremonia Ricot debía presentarse frente al palacio Imperial, donde el Arconte pronunciaría un discurso frente a los cazadores, y después de eso los oficiales distribuirían a los cazadores en grupos y una vez estuvieran listos todos los preparativos, marcharían esa misma noche hacia las montañas.
De modo que un nervioso Ricot y un orgulloso Thobías abandonaron el cuartel situado a las afueras de la capital (denominada ciudad Férrica por sus habitantes) la noche antes de la ceremonia y se hospedaron en un céntrico albergue situado cerca del palacio. Mientras cenaban estofado de jabalí con zanahorias y cebollas acompañado de vino sureño importado desde la Ciudad del Mar, un auténtico lujo, Thobías seguía dándole la lata a su todavía aprendiz con sus discursos mientras hacían tiempo hasta que llegase Tanem, que iba a despedirse de su hermano antes de que se marchase a la peligrosa aventura.
—Vamos mozalbete, alegra esa cara y disfruta estos manjares que han llegado hasta la ciudad con motivo de la fiesta. Oye, es normal que estés nervioso, yo también lo estuve antes de mi primera Cacería, ¡se me puso la piel de gallina! Fue muy emocionante, te lo aseguro. El Imperio aun se estaba terminando de formar y estábamos en guerra con los Tolfek, ya que uno de sus clanes había descendido desde la Tundra de Nirr hasta las montañas Artús, donde pretendían asentarse. Aquellas enormes cabras asaltacunas se creían muy fuertes, pero terminamos expulsándolas de lo que ahora son nuestras tierras. Desgraciadamente, compañeros míos de armas murieron… Supongo que es el precio a pagar por la libertad, siempre hemos tenido que luchar para sobrevivir. Más adelante se firmó la paz con los Tolfek, y hoy en día nuestros pueblos son considerados casi como aliados, aunque yo sigo sin fiarme de ellos ni un pelo.
De todos modos, eran otros tiempos, ahora las cosas están más calmadas. Todo va bien, Ricot, y eso me preocupa. Es justamente en momentos de calma como estos cuando debemos estar más alertas…
La puerta del albergue se abrió y Ricot levantó la cabeza esperanzado al ver aparecer una túnica anaranjada. Por fin había llegado Tanem. Tenía muchas ganas de hablar con él, y encima así se quitaría al vejestorio y sus batallitas de encima.
Tanem se sacudió la nieve de las botas en el umbral y entró. Localizó a su hermanito y al sargento sentados en una mesa de latón con forma octogonal. Saludó primero formalmente a Thobías con una inclinación de cabeza, pues era el señor más mayor del grupo y le debía respeto. El antiguo soldado estaba igual a como le recordaba: abundante barba gris que le llegaba hasta el pecho, cabello corto recogido en forma de moño, piel cetrina surcada de arrugas y una prominente cicatriz que empezaba en el dorso de su mano izquierda y llegaba hasta el hombro. En segundo lugar volteó la mesa y abrazó a Ricot, y al separarse le dio unas palmadas en la espalda.
—Vaya, vaya. ¡Sí que has crecido desde la última vez que nos vimos, Ricot! Estoy sorprendido, ya casi me sacas una cabeza. Y mira que brazos, ¡parecen jamones! ¿Has estado haciendo muchos abdominales?
—Sí, Thobías me ha mantenido en buena forma física. Adelante, toma asiento. ¡Cuánto tiempo! Me alegro mucho de verte. ¿Te apetece tomar algo?
—No, pero gracias, tiene buena pinta. Bueno, cuéntame, ¿cuánto tiempo estarás fuera?
—La Cacería suele durar unos tres meses —contestó Thobías en su lugar.
—Prefiero no hablar mucho de ello. Espero volver a verte pronto, Tanem —añadió Ricot—. Seguro que cuando vuelva ya te habrás convertido en un alquimista famoso. ¿Tienes mucho trabajo?
—Pues sí, estoy agotado en realidad. Me he encargado de fabricar la mayoría de los fuegos artificiales que se lanzarán esta noche.
—Vaya, pues es una pena porque creo que no podré verlos, estaré recibiendo instrucciones en los barracones y luego saldremos de la ciudad.
—Será espectacular. Al menos podrás oírlo aunque estés lejos o bajo tierra. Espero que me asciendan después de esto. Oye, antes de que se me olvide, te he traído una cosa.
Ricot miró sorprendido como Tanem sacaba de uno de sus bolsillos un medallón de cobre con forma de cubo del tamaño de una manzana que iba atado a una cadena de hierro para poder colgarlo del cuello.
—Es un artefacto de mi propia creación. Cuando cierras el puño con fuerza alrededor del medallón se acciona su funcionamiento mediante la conducción de calor de tu piel al metal, y entonces absorbe los daones ígneos cercanos que hay en el ambiente en el que te encuentras, y los moldea para crear un envoltorio flamígero esférico de metro y medio de radio. Tal y como dictan las leyes de la termodinámica, su eficacia y duración dependen por completo de lo que tarden los daones cercanos en agotarse.
—No sé si te sigo… Yo no he estudiado en la Fábrica, hermano. ¿A qué te refieres?
—Te protegerá cuando estés en apuros. Llévalo siempre contigo, y no cierres el puño alrededor del cubo a menos que estés en peligro.
—Gracias. Lo haré.
Tanem le pasó el amuleto a Ricot y éste lo contempló embelesado mientras se lo colocaba alrededor del cuello. En ese momento Tanem extrajo su reloj mágico de otro bolsillo y consultó la hora.
—Ya va siendo hora de despedirnos, mañana a los dos nos espera un día ajetreado. Buenas noches, y que tengas buena suerte en tu viaje. ¡No te metas en líos!
—Buena suerte a ti también. Y tú no sigas fabricando artefactos como éste o acabaran considerándote un genio.
—Eso espero.
"El pasado nunca deja de perseguirnos."