Pues eso, que me gustaría saber cómo os tomais las críticas a vuestros escritos por parte de vuestros lectores, colegas, beta-readers o quienes sean aquellos a los que les pasais lo que escribís para que opinen al respecto.
También me gustaría que comentarais lo que opinais sobre las críticas (si os ayudan, si no, si las encajais bien, si no, etc). Y si alguno pone alguna anecdota, pues mejor que mejor.
Por mi parte creo que las críticas son fundamentales para mejorar, entendiendo por "críticas" las constructivas, claro, no las que son dichas sin más motivo que el de joder al personal.
En mi caso particular siempre he contado con la inmensa suerte de que en mi grupo de amigos todos somos devoradores de libros (excepto uno, Óscar), así que leer no les supone un problema. E incluso Óscar se ha leído todo lo que he escrito. Sus críticas, con los años, me han ayudado mucho a mejorar, soy consciente de ello.
Al principio me costó que fuesen a saco con ellas. Supongo que por aquello de que si me lo iba a tomar a mal y acabariamos discutiendo etc. Lo cierto es que me ponía en su lugar e imaginaba que decir "esto no me ha gustado" y el motivo, no debía ser fácil. Pero con el tiempo fueron siendo más y más incisivos. Excepto Raúl, que nunca tuvo problema alguno para ser sangrientamente crítico (y lo cierto es que siempre he esperado sus críticas con ansia por ello).
Respecto a cómo me las tomo... bueno, no me gustan, pero entiendo que con ellas puedo mejorar el manuscrito, así que les suelo prestar mucha atención. Si tres personas me dicen "tío, que este personaje actúe de este modo en esta situación no es lógico para como vienes mostrándolo a lo largo de todo el libro", es que algo he hecho mal en esa escena, está claro.
Hay cosas que el que escribe nunca es capaz de ver, como si ha logrado que un personaje concreto se entienda como el autor quería. Eso te lo tiene que decir un lector, ya que como tú lo tienes en tu cabeza tal cual quieres que sea, siempre lo verás así. O cosas como si una trama compleja se entiende bien o no. Para esas cosas se precisa de opinines externas.
Durante años he luchado por llegar a un acuerdo y aceptar este nuevo conocimiento. A menudo, cuando me despierto en mitad de la noche, vuelven a aparecer imágenes terribles en mi mente. Recuerdo a Satan aspirando la sangre que brotaba de una gran herida en la barbilla de Sniff; al viejo Rodolf, por lo general tan sumamente bueno, de pie a punto de lanzar una enorme roca sobre el cuerpo postrado de Godi; o a Jomeo rasgando a tiras la piel del muslo de Dé; o Figan golpeando continuamente sobre el cuerpo tembloroso y malherido de Goliath, su ídolo en la infancia. Aunque tal vez lo peor fue recordar a Passion comiéndose la carne del hijo de Gilka, con la boca llena de sangre como si fuera un vampiro.
Detrás de estas desgarradoras palabras se encuentra la figura célebre de Jane Goodall. La primatóloga hace referencia a un hecho histórico, único y salvaje. Un asesinato, el 7 de enero de 1974 en el Parque Gombe, que dio origen a la primera gran guerra de la historia documentada entre primates no humanos, la primera documentada por la ciencia y la primera vez que tuvimos constancia de que no somos los únicos capaces de matar de manera salvaje y premeditada.
A comienzos de 1960 Jane Goodall llegaba a la Gombe Stream Chimpanzee Reserve (ahora el Gombe National Park) en Tanzania. Su idea era la de comenzar a documentar la vida social y familiar de los chimpancés que allí vivían. Lo conseguido desde entonces ha cambiado muchísimas premisas en cuanto a lo que pensábamos, pero si hubiera que nombrar los hitos de su investigación, Goodall tiene el reconocimiento de la comunidad científica por contradecir dos creencias muy arraigadas por aquellas fechas: aquellas que decían que únicamente los humanos podríamos crear y utilizar herramientas, y que los chimpancés eran vegetarianos. A ello habría que añadir que la primatóloga nos descubrió que podían ser tan violentos, agresivos y salvajes como los humanos.
A partir del 7 de enero de 1974, el concepto guerra dejó de ser únicamente para referirnos a nuestra especie. Los cuatro años de violencia que siguieron a la primera muerte cambiaron radicalmente las nociones de la propia Goodall sobre los chimpancés. Así dio comienzo a lo que se ha llamado la Guerra de Gombe, o como simplemente lo tituló Goodall en el capítulo 10 de su libro Through a Window: My Thirty Years with the Chimpanzees of Gombe: la guerra.
A comienzos de la década de los 70, diez años después de que Goodall llegase a Gombe, la comunidad de chimpancés que tan bien conocía había empezado a dividirse. La primatóloga contaba que ocurrió hacia el final del reinado de Mike como macho alfa, en ese momento había 14 machos adultos, y seis de ellos, incluyendo los hermanos Hugh y Charlie y el viejo amigo de Goodall, Goliath, comenzaron a pasar más tiempo en el sur, distanciados del resto de la comunidad.
Más tarde se unirían a ese pequeño grupo Sniff, que al comienzo era un adolescente, y tres hembras adultas con sus crías. Por tanto se podía hablar de un subgrupo de sur y otro en el norte, siendo este último más numeroso, con ocho varones adultos, doce hembras y sus crías.
A medida que pasaban los meses la relación entre los machos de ambos grupos era cada vez más hostil. Los machos del norte se intentaban mantener fuera del área del grupo sur. Sin embargo, con Hugh y Charlie a la cabeza, el grupo sur parecía tener no tener miedo al grupo norte. A ellos se les podía ver deambulando del sur al norte, y como la mayoría de las veces lo hacían en grupo, los machos del norte los intentaban evitar. Aún así, a los machos más antiguos del grupo norte, Mike y Rodolf, se les podía ver deambulando con Goliath (el más longevo de los habitantes del sur).
Dos años después de que se observaran estos primeros comportamientos y signos de división, parecía claro que ya existían dos comunidades bien distintas, cada una con su propio territorio delimitado. La denominada “comunidad Kahama” del sur había renunciado a la zona norte, mientras que la “comunidad Kasakela” se veía excluida del sur, un espacio donde hay que recordar que antes recorrían libremente.
Por aquellas fechas todo estaba a punto de estallar. Cuando los machos de las dos comunidades se encontraban en la “frontera” entre ambas áreas se mascaba la tensión. Más tarde comenzarían los primeros insultos a modo de ruidos entre unos y otros. Cada bando se mostraba en alerta, listo para la pelea, pero finalmente se retiraban a sus respectivas zonas de seguridad en los territorios. Cabe destacar que la propia Goodall pudo constatar que incluso en estas fechas, los tres machos más longevos de los grupos llegaron a renovar una vez más su amistad. Pero al año siguiente las cosas no mejoraron. Y entonces, de manera repentina, todo estalló.
El primer ataque fue observado por Hilali Matama, un colaborador de Goodalll. Él fue el tipo que, estupefacto, pudo contar al mundo el inicio de la escalada de violencia que se vivió en Gombe. Se trataba del primer ataque brutal perpetrado por los machos Kasakela sobre un varón de Kahama.
Era un 7 de enero de 1974. Cuando llegó la tarde, antes del anochecer, una patrulla de Kasakela de seis machos adultos habían decidido ir de ruta. Al mismo tiempo, un miembro joven de los Kahama, el macho Godi, se había alejado del grupo, un paseo que le había llevado hasta un enorme árbol con fruta. Godi decidió que allí pasaría el rato, comiendo en lo alto de las ramas hasta saciarse para luego regresar con el resto del grupo.
Desgraciadamente para Godi, el grupo de los Kasakela lo había avistado a lo lejos. Sin hacer ruido, en sigilo, el grupo se fue acercando hasta Godi, quien estaba en ese momento absorto disfrutando de la comida y en ningún momento vio venir a los agresores. Cuando el grupo se encontraba a pocos metros, Godi se gira y se percata del grupo agresor.
Ya era demasiado tarde. Estaban encima de él. Godi salta y comienza un intento de huida veloz hacia su grupo, pero Humphrey, Figan y sobre todo Jomeo, todo un peso pesado en la lucha, lo seguían de cerca, hombro con hombro. El primero en dar con el joven macho fue Humphrey, quién consigue impactar con las piernas de Godi y este acaba en el suelo. En ese momento llegan hasta el joven Figan, Jomeo, Sherry y Evered, quienes inician un serie de golpes demoledores sobre el rostro de Godi. Ya en el suelo, Humphrey es el encargado de inmovilizarlo sentándose sobre su cabeza e inutilizando las manos de Godi con sus piernas.
Como vemos, Godi no tenía ninguna posibilidad de escapar, mucho menos de defenderse. Es entonces cuando Rodolf, el mayor de los machos Kasakela, comienza a golpear con furia e inusitada violencia sobre el rostro de Godi. Gigi, una hembra que también estaba allí junto a un macho joven, se mantiene a un lado mientras anima al resto. La imagen que pudo ver el colaborador de Goodall era atroz. Todos los chimpancés estaban gritando en voz alta mientras Godi estaba indefenso, sumido entre los gritos de terror y dolor mientras sus agresores descargaban toda su ira sobre el joven.
Fueron alrededor de 10 minutos de violencia extrema. En ese momento Humphrey soltó a Godi. El resto del grupo se detuvo en su ataque y se mantuvieron alrededor de Godi de forma ruidosa. El joven macho había quedado postrado en el suelo, inmóvil durante unos momentos. Luego se intentó poner en pie lentamente mientras apenas podía emitir un sonido. Estaba gravemente herido, con grandes cortes en la cara, en una pierna y en el lado derecho del pecho. Le habían dado tal paliza que no podía ni gritar. En ese momento Rodolf se acercó desafiante al cuerpo malherido del macho, tomó una roca, la levantó, y la impactó contra el cuerpo de Godi.
Lo que ocurrió a partir de entonces fue toda una guerra civil que duraría cuatro años. Tiempo en el que ambos bandos se sumieron en una lucha de la que hasta entonces no teníamos constancia ni estudios. Al igual que las guerras entre humanos, la batalla de Gombé fue larga y brutal. Ese 7 de enero de 1974 la tensión se desbordó en un incidente violento dando inicio al largo conflicto.
De ahí que podamos entender las palabras con las que comenzamos, donde Goodall explicaba en sus memorias los eventos perturbadores que le hicieron cambiar de opinión sobre muchos aspectos de los chimpancés. ¿Son entonces una especie violenta por naturaleza? ¿son, definitivamente, como los humanos?
El estudio de Goodall concluyó que los pacíficos chimpancés eran también y según las circunstancias, unos adeptos cazadores. Ella descubrió que también hieren y cazan a primates más pequeños (con los monos Colobus de manera sistemática) llegando a veces al canibalismo. De alguna manera y como llegó a afirmar, había encontrado que los chimpancés pueden ser “brutales, y como nosotros, tenían un lado oscuro en su naturaleza”.
Cuando la primatóloga informó sobre los acontecimientos de la batalla que había tenido lugar, su relato no se creyó, o al menos, se puso en tela de juicio por muchos colegas. En aquel entonces los modelos científicos de la conducta humana y animal prácticamente nunca se solapaban. Algunos científicos acusaron a Goodall de excesivo antropomorfismo. Otros sugirieron que su presencia y la de sus colaboradores junto a la práctica de alimentar frecuentemente a los chimpancés, había creado un conflicto violento en una sociedad pacífica por naturaleza. Sin embargo, las investigaciones posteriores utilizando métodos menos invasivos acabarían confirmando que las sociedades de chimpancés mantenían en su estado natural este tipo de conflictos.
Para el antropólogo Richard Wrangham, de la Universidad de Harvard, los chimpancés y los seres humanos están genéticamente predispuestos a la violencia letal. Wrangham afirma en su libro Demonic Males: Apes and the Origins of Human Violence que la matanza sólo puede ocurrir en grupos, como en el caso de la guerra de Gambe.
El hombre explica que, como en el caso de Godi, aunque a los chimpancés les gusta vivir en grupos, a los machos también les gusta alejarse a menudo de los grupos con el fin de alimentarse por sí solos durante el día. Estos chimpancés solitarios son vulnerables. Según el antropólogo, estima que un grupo de chimpancés solo mataría si se trata de una lucha de 5 contra 1, una ventaja abrumadora.
Por tanto, este tipo de incursiones letales no tienen por qué surgir de un conflicto anterior, no tiene que haber una escalada de hostilidades en el pasado. Es, según el antropólogo, un apetito por la caza, y como consecuencia se mata a los rivales, algo similar a la depredación. Claro que otros muchos antropólogos rechazan la teoría de Wrangham de que los chimpancés sean agresivos y busquen la guerra de manera innata.
Hace muy pocos años el exhaustivo trabajo de Goodall fue revisado por varios investigadores de la Universidad de Duke liderados por Joseph Feldblum, luego publicado en un artículo para Newscientist. En el pasado, los investigadores habían estimado que la fuerza de los lazos sociales se basaba en la cantidad de tiempo que pasaban juntos los chimpancés.
Feldblum tenía una idea mejor de las relaciones sociales de los animales, como por ejemplo considerar si los chimpancés llegaron al mismo tiempo y en la misma dirección. Su equipo conectó estos datos en un software, una herramienta cuyos algoritmos pudieron describir la red social de los animales y las claves del enfrentamiento. El estudio lo hicieron durante varios períodos entre 1968 y 1972, lo que revelaba el momento en el que la naturaleza de la red social cambió.
Sus resultados sugieren que la comunidad de Gombe se unió hasta 1971, y que a continuación surgió la brecha social, los chimpancés se separaron repentinamente en dos grupos, los cuales se socializaron cada vez menos entre sí. Feldblum apunta como momento clave la muerte de Leakey a finales de 1970. Se trataba el macho más longevo y el puente que unía a ambos grupos. Tras la muerte de Leakey comenzó el reino como macho alfa de Humphrey, aunque este era más débil y acabaría en una rivalidad con Charlie y Hugh (los hermanos del sur) y posteriormente con el inicio de la batalla.
El estudio de Feldblum venía a dar la razón a Wrangham y a la propia Goodall. Humphrey acabaría matando a todo el clan y lo haría porque los chimpancés, efectivamente, pueden llegar a atacar (y matar) como lo ha hecho el ser humano a lo largo de la historia, ya sea por la búsqueda de recursos o por la lucha de un territorio. Los grupos se habían formado por “preferencias” o afinidades.
Con un matiz. Como explica el propio Feldblum, la guerra de Gombe es un evento único y conocido de chimpancés que se separaron bajo estos términos.
Una de las primeras lecciones de la ciencia es que hay que cuestionárselo todo. Bajo esa simple (pero fundamental) consigna escéptica con la cultura imperante hay personas que han indagado sobre algunas asunciones que damos por hecho en nuestro día a día. Puede que hayamos dado con una de las comunidades más fascinantes dentro del relativismo científico: hay personas que defienden que la tierra no es redonda, como nos quieren hacer creer, sino que es plana, tal y como sabían los romanos. Y son legión.
Con la intención de abrir sus teorías al mundo hemos querido indagar en esta pequeña cultura, que tiene una importante repercusión en el panorama internacional (hay varios grupos de Facebook que contienen decenas de miles de miembros), y nos hemos sorprendido con algunos de sus razonamientos, que están bastante elaborados. A continuación te dejamos algunas de las conclusiones a las que han llegado los defensores de esta hipótesis "medieval":
Nº 1: la "gravedad" o la "inercia de la gravedad" no existen
Erradicando ese simple punto, que tantas cosas explica de nuestra ciencia cotidiana, se justifican muchas de las teorías que tienen sobre la planicie de la tierra. Entre sus demostraciones está la siguiente:
La gravedad se basa en la asunción de la tercera ley de Newton. Esta afirma que “siempre que un objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, este ejerce una fuerza de igual magnitud y dirección pero en sentido opuesto sobre el primero”. Bien, esta ley no debería poder aplicarse en el vacío, y sin embargo, tenemos imágenes de cohetes y naves espaciales moviéndose llegando a la luna. Efectivamente, todo aquello fue un montaje y lo que mueve a la tierra es la fuerza centrífuga y un movimiento específico (pero no especificado) de la tierra y del sol.
Si a la gravedad se le atribuye ser una fuerza lo suficientemente fuerte como para mantener los océanos del mundo, los edificios, la gente y la naturaleza pegada a la superficie de una pelota que gira rápidamente... ¿Por qué entonces no se pegan a la superficie los aviones y pájaros o los peces a la profundidad del mar? ¿Por qué pueden moverse libremente?
Nº 2: la tierra en verdad no da muestras de estar girando
Si de verdad la tierra girase a 1.600 km/h, aviones y helicópteros no tendrían que hacer el esfuerzo en gastar toneladas de combustible para moverse. Les bastaría con flotar sobre un punto fijo y esperar a que su destino “llegase” a ellos. De la misma forma todos los disparos efectuados con cañones de larga distancia deberían reajustar sus tiros según los kilómetros por los que se mueve la tierra, pero actualmente no lo hacen.
¿Recuerdas el famoso salto a la estratosfera de Red Bull? Según estas personas fue un acto bastante sospechoso. Repasemos el viaje del saltador, Félix Baumgartner: subió desde Nuevo México al espacio (o eso decían) para llegar a la posición del salto. Después aterrizó docenas de kilómetros al este del punto de despegue. Bien, si la tierra de verdad fuese redonda, según los "tierraplanistas" debería haber aterrizado 4.000 Km al oeste, en el Océano Pacífico, y no fue así.
¿Alguna vez has visto a un avión preocupado por el giro de la tierra a la hora de aterrizar? Si de verdad se diese constantemente un giro tan veloz, tocar tierra desde el aire sería una maniobra dificilísima, casi imposible, pero esto no preocupa a los pilotos.
Las nubes, por cierto, no se mueven todo el rato hacia el oeste, empujadas por la presunta rotación terrestre, sino que forman patrones en todas direcciones. Como nota final sobre este punto: si la tierra de verdad girase deberíamos sentirlo (verlo, oírlo) de alguna manera. Y sin embargo, somos capaces de detectar la más mínima brisa de viento pero no ese giro a velocidades increíbles.
Nº 3: la sospechosa curvatura de la tierra
Olvídate del hecho de que las personas de a pie no vemos la curvatura con mirar al infinito. Hay teorías más sólidas que eso. Por ejemplo, los marinos de hace siglos no conocían para nada la teoría de la curvatura de la tierra, y pese a ello hacían viajes de miles de kilómetros sin tenerlo en cuenta entre sus cálculos. Se valían de planos y no de trigonometrias esféricas, haciendo cálculos con una tierra que asumían como plana, y nunca les ha supuesto ningún problema.
Asumiendo la idea de que la Tierra fuese esférica, cada línea de latitud al sur del ecuador tendría que medir una circunferencia gradualmente más y más pequeña cuanto más lejos hacia el sur se viaja. Sin embargo, si la Tierra es un plano extendido, entonces cada línea de latitud al sur del ecuador debe medir una circunferencia gradualmente más y más grande cuanto más lejos hacia el Sur se viaja. Sin embargo, algunos marinos como Moreso (el que más al sur del planeta ha llegado) han señalado el error de navegación por culpa de las líneas de latitud actuales.
Además, tal y como han afirmado constructores de tranvías de largo recorrido o los constructores del canal de Suez, por citar sólo dos ejemplos de los múltiples que existen, no se tiene en cuenta la curvatura de la tierra a la hora de planificar sus megaestructuras. Si no necesitan medirlo, es, según estos teóricos, porque esa curvatura realmente no existe.
Turno de preguntas:
Hasta ahora hemos visto las refutaciones científicas que asumen el principio esférico de nuestro globo, pero es posible que necesites confirmar algo mejor cómo funciona esa planicie que tenemos por tierra. Estas son algunas de las respuestas que ofrecen desde sus foros.
Si la tierra es plana… ¿por qué hay dos lugares de la tierra en la que es de día y de noche al mismo tiempo?
En primer lugar hay que entender que, frente a lo que nos habían dicho, son el sol (mucho más pequeño de lo que nos han dicho, y que está a unos 50km de la superficie de la tierra) y la luna los que giran alrededor de la tierra, que no se mueve. El centro del mundo es el Polo Norte (y el giro radial es en relación a este punto) y por eso cuando en Japón es de noche en Colombia es de día. "El sol que gira de este a oeste, ilumina cual lámpara sobre un papel las zonas más próximas a su ubicación, y a medida que se aleja, como consecuencia obvia, obscurece las ubicaciones dejadas atrás".
¿Y las estaciones? Pues como la rotación del sol no es siempre idéntica, provoca esas fluctuaciones temporales en el clima. Habría algunos problemas derivados de esta hipótesis. Por ejemplo, que bajo esta premisa en el Ecuador la noche siempre debería durar más que el día. Pero por el momento, no hay suficientes herramientas para hacer todas las indagaciones necesarias al respecto, ya que a los gobiernos no les interesa revelar la verdad.
¿Qué pasa si llegamos al límite de la planicie?
El límite de la tierra está en el Polo Sur, pero es imposible hacerlo a día de hoy, al menos por medios humanos. Puede que conozcas casos de expediciones que sí han alcanzado el polo sur, pero "nadie ha atravesado ese continente ni ha cruzado de la Patagonia a Australia", sino que lo que allí han conocido son las tierras blancas del sur.
"En primer lugar debes recorrer kilómetros de océano, sortear kilómetros de icebergs para llegar a las tierras blancas del sur; luego de desembarcar, deberíamos recorrer unos cientos de kilómetros a través de las planicies hasta llegar a el límite, en donde se encuentra una gran muralla de hielo", dicen en el foro en castellano de Tierra Plana. Al sitio que hay más allá de esa muralla lo denominan Punto 0, y no ha sido alcanzado por ningún ser humano porque, además, está acordonado por los militares.
¿Y qué pasa con la atmósfera o el cielo?
Según medios como Enclosed World, se trata de un problema de desinformación. La tierra, dicen, está recubierta por una cúpula de cristal gigante e indetectable desde ningún avión comercial. Como en el Show de Truman, hay una cúpula que nos protege del cielo externo. ¿Nos protege de qué o de quién? ¿Qué ente puso esa cúpula ahí y en qué momento? Todas esas investigaciones las dejaremos para otra entrega.
Pues nada compañeros y compañeras de foro, os comento que hace escasos 20 segundos he enviado (por fin) la primera query letter a un (una, en realidad) agente literario en los EE.UU. especializado en autores de fantasía.
Tras años de escribir novelas y leer mucho, ha llegado el momento.
Cruzad los dedos, las patas, las alas y cualquier otro apéndice, prénsil o no, del que dispongais, y que los dioses de la fantasía repartan suerte!!
Que empiece la lluvia de palos!!! Aquí espero con la armadura puesta.
Os iré informando de cómo va el tema y del número de "noes" que vaya recibiendo.
Hasta hace algún tiempo Kristen O’Meara, quien vive en las cercanías de Chicago, Illinois, era una de las miles de personas que se oponía al uso de las vacunas.
Según contó ella misma en una columna en el periódico norteamericano New York Post, después de investigar por su cuenta sobre el tema, llegó a la conclusión de que las vacunas estaban relacionadas con elautismo, alergias y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
Bajo esta postura, logró dar con un pediatra que le permitió omitir las vacunas con sus niñas, hecho que no obstante traería severas consecuencias en el futuro.
“Mis tres hijas se enfermaron con rotavirus, una forma de diarrea potencialmente peligrosa que pudo haber sido prevenida fácilmente si es que las hubiese vacunado”, señaló.
“Fui absorbida en la cultura antivacuna y secretamente me veía a mi misma como un ser superior ante los demás. Los padres que vacunaban a sus hijos no tenían mis habilidades especiales para investigar. En lo que a mí respecta, ellos no se lo cuestionaron y sólo eran ovejas siguiendo al rebaño”, agregó.
“Hablando de rebaño, sabía que la gran reducción en las enfermedades tenían mucho que ver con las vacunas clínicas. Sólo pensé: dejemos que alguien más tome el riesgo de la vacuna”, sostuvo.
“Era un pensamiento bastante egoísta porque tenía lo mejor de ambos mundos. Sabía que mis hijas tenían un bajo riesgo de contraer una enfermedad prevenible por vacunación, precisamente porque las vacunas son efectivas. Tenía fe en la inmunidad de grupo mientras cuestionaba su propia existencia. Aunque no lo admitiría, especialmente a mi mejor amiga, con quien compartía mi postura de anti-vacunas, tenía sentimientos encontrados”, precisó.
Fue en marzo de 2015 cuando las niñas contrajeron el rotavirus. “Jamás olvidaré la mirada de miedo en los rostros de mis hijas mientras sufrían intensos cuadros de dolor y diarrea que se extendieron por tres semanas”, indicó Kristen, asegurando que esto le sirvió para darse cuenta de que incluso viviendo en una población con altos índices de vacunas, eran vulnerables. “Afortunadamente, lo superaron con una combinación de descanso y rehidratación”, añadió.
Luego de que las niñas se enfermaran con el peligroso virus, y posteriormente se les rechazara la solicitud de ingreso a un colegio debido a que no estaban vacunadas, Kristen comenzó a cuestionarse si valía la pena luchar por algo de lo que “ni siquiera estaba completamente segura”.
Fue así como comenzó a leer e interiorizarse sobre el tema, dejando de lado sus ideas pre-concebidas. Cambió de pediatras y accedió a vacunar a las niñas. “Tristemente, perdí a mi mejor amiga. Cuando le conté que había cambiado de opinión, hubo un sentimiento de tensión.Nuestra relación no terminó de inmediato, pero a partir de ahí comenzó a decaer.Quizás ella sintió que la estaba juzgando”, puntualizó.
Junto con asegurar que hoy en día está muy orgullosa por la decisión que tomó, comentó que siente mucha frustración por la cantidad de desinformación que encontró al respecto.
“Pero al final me siento agradecida, por el bien de Natasha, Áine y Lena, porque fui capaz de volver a evaluar mi posición y aceptar la información que se basa en evidencia científica bien establecida”, contó.
“Si puedo lograr que un anti-vacunas lo piense dos veces, habrá valido la pena”,reflexionó.
(...) La publicación de Michelle recuerda resultó en una auténtica histeria colectiva, con el presentador Geraldo Rivera afirmando que el territorio estadounidense albergaba a más de un millón de satanistas que practicaban actos execrables, rodaban pornografía infantil y, probablemente, votaban Demócrata. Por si alguien se pregunta cómo pudo germinar tamaño dislate, señalemos que las circunstancias lo propiciaban. La fascinación de los 60 y los 70 por el esoterismo no sólo había resultado en un boom de la literatura de terror y en películas como La semilla del diablo y El exorcista, sino también en el auge de predicadores como Mike Warnke, un orondo veterano de Vietnam que había llegado a la fama en 1973 con su libro The Satan Seller, relatando una infancia martirizada por Lucifer y sus adoradores. Súmese a todo ello al giro a la derecha emprendido por la sociedad de EE UU y que, un año más tarde, acabaría poniendo a un actor de películas de vaqueros en el Despacho Oval. Un actor que, además, cazaba votos codeándose con unas iglesias evangélicas en pleno revival milenarista, convencidas de que la proximidad del siglo XXI traía consigo los signos del Apocalipsis. Esos fueron los ingredientes de una receta que acabó conociéndose como “Satanic Panic”.
Tambien hubo libros infantiles como este.
Aunque felizmente olvidado a día de hoy, este pánico satánico llegó a extremos de delirio: en 1990, las denuncias relacionadas con sectas diabólicas y similares rondaban el millar. Convencido (o tal vez no…) de haber descubierto una conspiración a gran escala, Lawrence Pazder viajó a Roma para entrevistarse con jerarcas de la Iglesia Católica, y al millón y pico de euros (ajustados a la inflación y al cambio actual) que se había embolsado como adelanto por el libro se sumaron sabrosas regalías procedentes de sus labores como asesor en investigaciones sobre cultos impíos. Sólo uno de dichos casos llegó a los tribunales, y fue el más grotesco de todos. Pero, antes de repasar su terrible historia, nos centraremos en otra manifestación de esta fiebre, que podría ser de lo más ridícula si no fuese porque en ella medió una muerte de verdad.
Roleros suicidas invocando a Belcebú
Uno de los aspectos más crueles del ‘Satanic Panic’, y el que más delataba su condición como criatura de la Guerra Fría, era su búsqueda perpetua de enemigos ocultos. De la misma manera que, en los 50 y los 60, cierta clase de estadounidenses vivían en el terror de que su vecino pudiese ser un agente de Moscú, los cazadores de brujas reaganianos y ochenteros pensaban que cualquier pacífico ciudadano podía pasar sus ratos libres degollando niños vestido con una túnica negra. Y también, especialmente, que cualquier forma de cultura pop era un transmisor en potencia de mensajes luciferinos. De ahí viene esa obsesión por los presuntos mensajes subliminales ocultos en discos de Metal, por cuya causa los Judas Priest se sentaron en el banquillo y Ozzy Osbourne aguantó una demanda que no llegó a juicio: tanto los autores de Breaking The Law como el vocalista de Black Sabbath fueron acusados de incitar a sus fans al suicidio en nombre de Belcebú. Algo que, en palabras de Ozzy, podría obedecer a una causa más sencilla: “Seguro que ese chaval [John Daniel McCollum, un ‘heavy’ californiano que se pegó un tiro en la cabeza a los 19 años] estaba ya jodido antes de escuchar mis discos”.
La oleada anti-Metal de los 80 fue un fenómeno largo y complejo, merecedor de su propio artículo. Por ello, pasamos página y constatamos que no sólo los discos con monstruos cornudos en la portada padecieron estas inquisiciones: desde los Másters del Universo hasta Los Osos Amorosos (cuyo filme de 1985, el primer largometraje con licencia juguetera estrenado en pantalla grande, fue cuestionado por contar con un espíritu maligno como villano), pasando por los Thundercats, Star Wars y Mi pequeño Pony, fueron docenas los artículos para consumo infantil y juvenil que acabaron en el punto de mira. Como testimonio de todo ello queda Turmoil in the Toybox, un libro-exploitation de 1984 firmado por un tal Phil Phillips cuya adaptación en forma de documental pueden ver en el vídeo de abajo. Risas garantizadas.
Entre otros objetivos más o menos fáciles, Turmoil in the Toybox apuntaba al juego más temido por los padres de familia yanquis durante la primera mitad de los 80. Hablamos, claro, de Dungeons & Dragons (o Dragones y Mazmorras, si lo prefieren). Como sabe todo aquel que haya agitado alguna vez un dado de doce caras, la invención de Gary Gygax y Dave Arneson fue durante muchísimo tiempo una de las manifestaciones más asépticas de los juegos de rol: salvo el ocasional monstruo tentaculado o esas sacerdotisas elfas oscuras con sus modelitos de cuero, sus ambientaciones oficiales han presentado muy raras veces aspectos polémicos o políticamente incorrectos. Desde luego, sólo una persona muy malintencionada, muy estúpida o muy desesperada podría ver allí un material concebido para seducir adolescentes, empujándoles a adorar a Satán (o a la diosa-araña Lolth, que viene a ser lo mismo) y, en último extremo, al suicidio.
El problema era que Patricia Pulling estaba desesperada. En 1982, esta detective privado residente en Richmond (Virginia) sufrió el dolor más extremo que puede aquejar a un ser humano: el suicidio de su hijo Irving Lee Pulling. Para colmo, la pistola que el joven había usado para dispararse en el pecho era propiedad de su propia madre. En otras circunstancias, alguien habría llamado la atención sobre la precaria estabilidad mental de Irving: el chaval presentaba rasgos de conducta tales como su propensión a maltratar animales (un mes antes de su muerte, había matado con sus propias manos a varios conejos criados por sus padres, así como al gato de un vecino) y la costumbre de aullar, en pelotas y bajo la luz de la luna, en el patio trasero del domicilio familiar. Pero Patricia, que había ignorado estos signos cuando el chico estaba en vida, también decidió hacer caso omiso de ellos tras su muerte. La detective tenía muy claro por qué su chaval se había pegado un tiro: a causa de una ‘maldición’ que un compañero de juego le había lanzado durante una partida de Dungeons & Dragons en su instituto.
Ante la tragedia, Patricia Pulling reaccionó demandando al centro donde estudiaba su hijo, primero, y después fundando una asociación a la que bautizó como ‘Bothered About Dungeons And Dragons’ (efectivamente: su acrónimo es BADD). Desde entonces, Pulling dio charlas, escribió boletines y apareció como tertuliana en horario de máxima audiencia, repitiendo siempre el mismo mensaje: los juegos de rol eran herramientas usadas por sectas satánicas para reclutar adeptos. Por las razones que fuesen, muchos se apuntaron a seguirla en su cruzada. Telepredicadores, periodistas, candidatos a fiscal del distrito, supuestas eminencias como el fraudulento psiquiatra Thomas Radecki (una suerte de doctor Rosado yanqui y ochentero, para quien los jugadores de D&D formaban “un culto de la violencia”) o figuras tan inefables como Jack Chick, el dibujante más querido por la derecha religiosa estadounidense, pasaron a afirmar que rellenar una hoja de personaje y besar al Gran Cabrón en el ojo que no tiene niña era todo uno. Angelitos: menos mal que se quedaron en las cosas de Greyhawk y alrededores, porque si llegan a mirar el manual de La llamada de Cthulhu, nadie les libra de tirar Cordura.
Paradójicamente, a la industria del entretenimiento le faltaron minutos para sacar tajada de esta caza de brujas. En el mismo 1982, mientras TSR (la editorial responsable de D&D) publicaba comunicados y expurgaba sus libros para eliminar de ellos cualquier referencia diabólica, se estrenó un telefilme del cual todos hemos oído hablar: Monstruos y laberintos. Efectivamente, se trataba de esa película en la cual Tom Hanks pierde la chaveta, adoptando la identidad de su personaje y quedándose majara para los restos. En realidad, Monstruos y laberintos no tenía nada que ver con el caso Pulling, sino con otro incidente rolero acaecido en 1979: la desaparición del universitario James Dallas Egbert, otro joven con problemas mentales que acabaría suicidándose.
Aun así, la popularidad de Monstruos y laberintos subió como la espuma debido a la histeria satánica… y acabó jugando un papel en su final: en un comunicado de prensa, el antedicho psiquiatra Thomas Radecki citó la novelucha en la que estaba basado el filme como si fuera un reportaje sobre los estragos del rol. Este detalle, sumado a la obvia paranoia de la señora Pulling (siempre dispuesta a afirmar que Richmond era un nido de satanistas) y a las inconsistencias de su argumentario, llevó a la lenta extinción del pánico rolero a lo largo de los 80. Pese a ello, los dados raros y los dungeon masters siguieron despertando la desconfianza de los padres de familia durante bastantes años, tanto en EE UU como en otros países.
En España, sin ir más lejos, tuvimos nuestra propia versión de este fenómeno en 1994, cuando el llamado ‘Crimen del Rol’ dio material abundante a columnistas y todólogos. Entre ellos a Rafael Torres, quien definió estos modos de ocio como “ideados para imbéciles profundos, o bien para volver profundamente imbécil al que todavía no lo es” en una memorable columna para El Mundo. Claro que, en esta ocasión, se trataba de una simple pataleta reaccionaria que no buscaba sus pretextos en lo Oculto, sino en la mera inducción del miedo en las clases medias. Estrategia ésta que (según se mire) puede dar más miedo que Satanás.
La guardería de los horrores
Según hemos comentado antes, sólo un caso de ‘abuso ritual satánico’ llegó a traducirse en un proceso judicial. Y, como también avisábamos, se trata de una historia realmente terrorífica. Algo debido, no a sus posibles implicaciones sobrenaturales, sino a la certera imagen que ofrece de los efectos que la información no contrastada (o carente de escrúpulos) puede surtir sobre una masa ya predispuesta a creer lo que sea, siempre que haya tridentes y pentagramas de por medio. Prepárense, lectores, para conocer el espeluznante caso de la guardería McMartin.
En 1983, la palabra “espeluznante” no habría sido aplicable al establecimiento, al menos que sepamos: regentada por tres generaciones de la familia que le daba nombre, y con un alumnado medianamente numeroso, la guardería era uno más de los centros de cuidado infantil de Manhattan Beach, una población bastante pija del condado de Los Ángeles. Esta situación cambió drásticamente cuando Judy Johnson, la madre de uno de los pupilos, acusó al cuidador Ray Buckley de haber violado a su hijo. Las acusaciones de Johnson contra Buckley (hijo de Peggy McMartin, administradora del centro, y nieto de Virginia McMartin, su fundadora y propietaria) fueron incrementando su gravedad, así como extendiéndose a todo el personal de la guardería.
"Son las diez de la noche. ¿Sabes dónde están tus hijos?"
En 1984, cuando empezaron las vistas preliminares del caso, Johnson afirmaba cosas más allá de los límites de lo imaginable: según afirmaba, el cuidador y sus compañeros no sólo habían sodomizado y torturado a los pequeños, sino que también les habían hecho presenciar actos espantosos. Sacrificios de bebés y de animales, profanaciones de iglesias, levitaciones propiciadas por el poder del Mismísimo… Todos esos hechos habían sido presenciados por los alumnos de la guardería según la demandante. Una demandante de la cual tal vez convendría citar un detalle: Judy Johnson estaba diagnosticada como esquizofrénica paranoide, y era alcohólica.
Pese a la poca fiabilidad de Johnson, el proceso siguió adelante. Pese a que los interrogatorios de las presuntas víctimas, efectuados por un centro de psicología infantil especializado en abusos, se revelaron al cabo del tiempo como impropiamente sugestivos, cuando no insistentes hasta la coacción, el proceso siguió adelante. Y, aunque la demandante murió en 1986 a consecuencias de su dependencia del alcohol, el juicio contra la guardería McMartin llegó a incluir episodios tan delirantes como una excavación en torno al local: según la difunta Johnson, el centro estaba lleno de túneles que Ray Buckley y el resto del personal empleaban para conducir a los niños hasta sus rituales. La insistencia de los padres, aterrorizados por la posibilidad de que sus retoños estuvieran viviendo su propio remake de Michelle recuerda, lo exigía. Es interesante decir, a todo esto, que nuestros viejos conocidos Michelle Smith y Larry Pazder se habían reunido con varios de esos padres (acompañados de sus retoños, los mismos que debían testificar) antes del comienzo de las vistas orales, sentenciando que aquello era un caso de “abuso ritual satánico” con todas las letras. Ante semejante afirmación, procedente de dos expertos, ¿qué cabía añadir?
La prensa californiana también estaba hambrienta de carroña. Su cobertura de los hechos fue tan parcial que llevó a David Shaw, periodista de Los Angeles Times, a realizar una serie de reportajes condenando la actitud de su propio periódico ante el juicio y sus repercusiones. El director del Times, David Rosenzweig, era el novio de la fiscal encargada del caso. A Shaw acabaron dándole el Pulitzer.
El juicio contra los McMartin se prolongó durante siete años: aún hoy queda como el proceso judicial más largo de la historia de Estados Unidos. Las pruebas fueron insuficientes, las declaraciones, contradictorias, y algunos de sus momentos cumbre resultaron directamente irrisorios, como aquel en el que uno de los niños señaló una fotografía de Chuck Norris, afirmando que aquel hombre había estado presente en las ceremonias satánicas. En total, 360 de los 400 pequeños que acudían al centro afirmaron haber sido víctimas de Buckley y sus compañeros, pese a que ninguno de ellos presentaba signos de agresión, bien sexual, bien de cualquier otro tipo. En el asunto también mediaron perjurios de testigos (un compañero de celda de Ray Buckley trató de obtener una reducción de pena afirmando que éste había confesado en la cárcel) y fallos de procedimiento, cuando no la ocultación de pruebas por parte del ministerio público: Robert Philibosian, fiscal del distrito de Los Ángeles, se enfrentaba a unas elecciones difíciles que, pese a todo, acabaría perdiendo. Y, durante aquellos 84 meses, las acusaciones contra otras guarderías y centros de educación infantil brotaron como setas a lo largo y ancho de EE UU. Según cientos de padres y madres, sus pequeñuelos estaban siendo azotados, cubiertos de orina y excrementos, penetrados con utensilios de cocina.
Ninguna de dichas acusaciones, más propias de Los 120 días de Sodoma que de un escenario típico de abusos sexuales, pudo probarse. Y las acusaciones contra los McMartin, tampoco. En 1990, cuando Judy Johnson ya era menos que polvo y tras una larguísima deliberación del jurado, los siete acusados fueron absueltos por falta de pruebas. Ray Buckley había pasado siete años en prisión. La guardería, cerrada desde el comienzo del proceso, fue demolida. Los McMartin lo habían perdido todo.
Pese a este final desolador, la historia tuvo consecuencias positivas: el proceso McMartin queda como el último estertor del 'Satanic Panic'. El manifiesto absurdo que lo envolvió terminó provocando en el público una sensación que nos gustaría describir como “ultraje”, pero que tal vez sería más calificable de “hartazgo”. Habían pasado diez años desde la publicación de Michelle recuerda, la Primera Guerra del Golfo estaba a punto de comenzar y a la superpotencia le había llegado el momento de buscarse nuevos demonios. Ese mismo año, Lawrence Pazder (el hombre cuyo afán de notoriedad había desatado la locura) concedió una entrevista a The Mail On Sunday en la que, tibiamente, dejaba caer que tal vez sus afirmaciones de 1980 no hubieran sido del todo atinadas. “A todos nos gustaría probar o desmentir los hechos, pero, a la postre, eso no es importante”, afirmó. Como suele decirse, el Demonio está en los detalles.
escribo este post para recibir algo de consejo tanto de los veteranos como de los novatos. No me voy a considerar veterano del todo aunque ya llevo en este mundo de la escritura diez años (que se dice pronto). La cuestión es la siguiente:
terminé hace ya bastante tiempo una novela de fantasía y lo primero que hice fue "echarla al cajón" (no sin antes publicitarla entre mis amigos, aunque conocían bastante bien mis avances). Ahora ya está registrada y os pregunto: ¿cuáles serían para vosotros las editoriales más adecuada donde enviarla? Conozco bastantes (de fantasía me refiero), ¿pero alguna en concreto?
Saludos!!!
PD: no sabía dónde colgar este post y lo he puesto aquí. Espero que esté en su lugar.