Hoy vengo a pediros apoyo para difundir un videoclip en el que he trabajado como productor y que es una crítica directa contra el maltrato. La idea es crear una cadena y que llegue al mayor público posible. Hay que dejar claro que el maltrato, sea del tipo que sea, es una lacra que nos está matando como personas.
Os dejo el enlace al videoclip y después os digo en qué consisten las instrucciones para crear una cadena masiva.
El tema es una canción de rap hecha y escrita por mí hace cuatro años, y es que viví esta situación muy de cerca y sé lo que supone. Ahora os pido ayuda para que el mensaje se difunda. Estos son los pasos a seguir para crear la cadena.
1. Copia el enlace y compártelo a través de twitter bajo el hastag #stopmaltrato.
2. Entra en la página de facebook de la productora y comparte el vídeo en tu facebook explicando en qué consiste la cadena. Página de facebook de la productora
Esto es todo. Daros las gracias desde ya por apoyar la iniciativa y que el mensaje quede claro.
Toda la ayuda mediante compartir el vídeo, twittearlo o difundirlo será enormemente agradecida.
Holas, les traigo mi primer capítulode mi libro que ha cambiado en bastantes cosas, además de pasar una corrección parcial, como simpre esperando que les guste y toda opinión es bien recibida, tanto negativa como constructiva.
La unificación de los reinos cap1
En el interior de la taberna en una de las ciudades más concurridas del reino del sud, Ergerder, el buen beber llenaban las almas vacías de existencia: La música recorría la instancia con una suave y agradable melodía que alegraba los oídos y, los campesinos bailaban y disfrutaban al ritmo del músico. Como en toda buena posada que se aprecie, no faltaban los quesos, carnes de cazas, frutas y los siempre solicitados guisos; el intenso aroma que se desprendía del estofado embriagaba la nariz del comensal, que no podía más que pedir un plato y sucumbir el paladar.
—Ponme otra cerveza —dijo un anciano algo demacrado de voz ronca. El sonido estridente del chocar de las cervezas resaltaba en una noche fría y oscura, el leve goteo de la lluvia caía minuciosamente y penetraba tristemente en las ventanas entre abiertas. En esas paredes desnudas, un colorido rosetón despuntaba del conjunto; una luna melancólica asomaba afligida, rodeada y escondida entre nubarrones, y que solo pedía un deseo: mostrar su bonita sonrisa. Varios de los residentes estaban borrachos, y montaban algún que otro altercado, asemejándose a un teatro obsceno y de mal gusto; tampoco faltaban las mujeres de alegres piernas que ofrecían sus encantos a precios contenidos. Imponentes árboles rodeaban la entrada, aunque en esa latente oscuridad de la noche no mostraban todo el resplandor que ofrecía de día.
—Primero debes pagarme las anteriores pintas —replicó el tabernero—. No va a salir ni una más si no hay dinero de antemano, ¿entendido?
—Sola una, solo una más por Doz*. (* Era considero por la mayoría de los reinos, tanto del sud como del norte, el único dios verdadero, esto va como pie de página, y no sé cómo va, Word 2007 pirata xD)
—¡No! —exclamó el dueño.
—¿Y si os contara una historia?
—Siempre explicando los mismos cuentos…que a nadie le interesa —espetó molesto, mientras preparaba varios tacos de queso para unos cuantos comensales.
—Esta vez no es una fábula mía —dijo en tono serio. De repente, el viejo se subió en una mesa y dijo—:
—Escuchadme atentamente. En breves instantes un servidor recitará una de las mejores batallas de este reino —en ese momento varias voces interrumpieron el discurso.
—¡Bájate viejo!
—Todavía vas a caerte y voy a tener que recogerte —rió un guardia de la metrópolis, al igual que las risas se expandieron en la sala.
—Podéis reíros las veces que os plazca, pero si alguien desea escuchar una leyenda del gran cuentacuentos, Andrew. —Un gran “oh” de exclamación reinó en la mayoría de los ahí presentes; era el mejor cuentacuentos y sus historias eran solicitadas por los reyes en veladas de gran importancia.
—¿Seguro que no os lo inventáis?
—Ahora mismo, compañero, podrás comprobar en esta encantadora taberna, la certeza de esta leyenda jamás contada en esta fabulosa ciudad. Pero para ello, solo pido un módico precio: siete cervezas para refrescar el gaznate y posteriormente vuestras mentes viajaran a través del tiempo hasta llegar al año mil setecientos cincuenta, una época de grandes proezas y de héroes forjados en batallas épicas —volvieron a interrumpirle las palabras.
—Jajaja —rieron la mayoría.
—Lo que eres capaz de hacer para seguir con tu borrachera —menospreció al viejo, el joven guardia de la ciudad.
—Yo pagaré las siete pintas —dijo un hombre de túnica larga llamado Nilhem el Destructor. De rostro escondido en una capucha y que solo dejaban entrever sus ojos, los cuales desprendían un leve fuego parecido a la llama de una vela a punto de desvanecerse.
—Aquí tenemos a un mago de corazón bondadoso —señalo al conjurador, viendo cómo se quitaba el capuchón, dejando ver todo su rostro el cual se le apreciaba una clara ausencia de pelo, siendo extraño en los hechiceros—, denle las gracias, ya que serán testigos de una de las siempre aclamadas narraciones del gran Andrew.
—No quiero ninguna felicitación por vuestra parte, viejo —espetó el Destructor—. Solo quiero deleitarme de una buena historia y más te vale no engañarme, ¿entendido?
—Maestre del fuego —remarcó— No debéis preocuparos —terminó mirando la fina armadura del pecho del conjurador; varias llamaradas salían de costado de las costillas y entre esas llamaradas, una aterradora cabeza de un dragón emergía en un prominente y amenazante relieve. Múltiples aros de oro con inscripciones antiguas ornamentaban esos brazos, ilustrados de tatuajes tribales y símbolos de dioses del fuego. Terminaba sujetando un báculo en cuya cúspide emergía una cabeza de otro dragón, de la que siempre emanaba un fuego rojizo. En ese momento el tabernero le trajo una cerveza, y fue cuando el viejo dijo:
—Tengo el honor y el placer de contarles esta historia, la unificación de los reinos del sud «esta vez les tengo en el bote, aprovecharé para que me paguen alguna birra más».
“Todo empezó en uno de los inviernos más largos y tempestuosos que se recuerda. Las poderosas tormentas no daban tregua la ciudad de Urskoy, anegando sin remedio los patios de la fortaleza del rey Cladius, hasta los lejanos campos de trigo en los territorios del norte. Parecía que el mismo Agrammonth hubiera abandonado el trono del inframundo para comandar los vientos que azotaban sin piedad a estas tierras y sus habitantes. Como si no lo tuvieran difícil de por sí, para sobrevivir en un mundo donde las espadas eran un bien necesario, las batallas se detonaban con tan solo mirarse a los ojos, y la magia inclinaba la balanza a favor de los seres malignos y sanguinarios que no se compadecían de los más puros de corazón. Sí, como todos sabéis, la vida en el norte del reino del sud era ardua, pero aun así, el ambicioso rey ansiaba ser el gobernante, para más tarde atacar a las tierras de los Donwers, una raza pacífica pero dotados de un poder colosal —bebió un largo trago del vaso largo y prosiguió con la historia, viendo que había llamado la atención de la gente allí reunida—. Poseía una arrogancia tan desmesurada que le valió el apodo de Cladius el Arrogante. Mataba a todo el que osaba levantarle la voz en su contra, sentándose sobre sus rechonchas posaderas, mostraba sus asquerosos dientes amarillos, mientras sonreía de manera torva y malvada. Pero en una de las muchas rarezas de ese loco rey, era la de portar encima su venerada espada, que ni se quitaba en esas legendarias y depravadas orgías, donde también se rumoreaba que participaban los menores de edad. Como todos sabemos, era un monarca infame, impropio para una de las ciudades de mayor fervor religioso —remarcó dando otro sorbo a la cebaba, hasta que no quedó gota alguna—, ¿Por dónde íbamos?
—La bebida se está llevando la poca memoria que os queda, anciano, y por el bien vuestro más vale que la recuperéis o mi pago será recuperado de alguna forma que no os gustará —frunció las cejas el mago de fuego y le acompañaron varias risas de los asistentes y alguna que otra palabra grotesca sobre el viejo parlanchín.
—A sí, ya me acuerdo —dijo de forma aliviada.
“El malvado más grande de los reinos, en un acto impropio de él, se alió con el jovencísimo príncipe, Koppens de Forthor, una de las metrópolis con el mayor ejército existente, y todo gracias a la extinta mina de plata, de la que todos una vez hemos soñado poseer una vez en la vida. Dos tierras unidas por distintas banderas, la de Urskoy mostrando el resplandor del águila imperial, y la arcaica insignia de Forthor, la amenazante cabeza de león rugiendo. Aunque el Arrogante lo que en verdad no le dejaba dormir eran los venerados colegios; su poder radicaba en la magia destructora y en esa época nadie tenía a hechiceros entre las filas, a excepción de Ergerder, algo que les daba una gran ventaja en la batalla. Nuestra apreciada ciudad estaba capitaneada por nuestros dos queridos reyes; Ewon y el joven Schulemberger que más de uno no recordaría, ya en esa época debería de tener algo menos de quince años. Poco voy a decir de ellos: Ewon comparte muchos rasgos de los elfos: Piel pálida, melena dorada y esos ojos almendrados, en los cuales podías ver el alma fría e inmortal de esa raza, y siendo muy respetado sobre todo el sur gracias a su infinita sabiduría. Su armadura fue forjada por los mejores artesanos elfos; era tal la maestría de esos herreros que se inspiraron en la misma naturaleza, creando una cota en formas de hojas, toda una belleza para los ojos. En esa creación destacaba el relieve del rostro de un caballo, justo en el centro del animal brillaba la joya de Oryan, la prometida de Doz. Aunque como todos sabemos, su capa es posiblemente una de las artesanías más difíciles de igualar: recubierta de escamas de dracónito, centellaba con la tenue luz y le proporcionaba protección por la retaguardia. En el centro, la estrella de Mirlas descansaba en todo su resplandor; círculos y pinceladas entre sí, formaban esa creación del firmamento —en ese instante, un hombre de la guardia dijo, interrumpiendo el discurso:
—Me parece que todos sabemos quiénes o como visten nuestros reyes —argumentó.
—Lo sé y tienes toda la razón y pido perdón. Pero damas y caballeros, historia es contada en otras ciudades donde no conocen las vestimentas de los reyes —dijo el viejo moviendo los brazos— Ahora viene la parte con mayor interés, la que todos estáis esperando —hizo una pausa durante unos segundos— ¡Los acontecimientos y la desmesurada acción!
—¡Eso, eso! ¡Queremos oír espadas cortando cabezas! —exclamó uno de los presentes, mientras lanzaba la garra de cerveza.
—Todo a su momento, caballero, sigamos.
“El malvado tirano, en un acto de cobardía hizo comparecer en su fortaleza al numeroso ejército de Koppens, considerado uno de las más dificultosos de asediar. Para llegar a ese castillo, uno tenía que recorrer un sendero estrecho, franqueado por un enorme precipicio para así poder llegar a la puerta. Los dos reyes mandaron a varios cuervos para saber a los demás reinos sus peticiones: someterse a ellos y jurar fidelidad al rey, en caso de rechazarlo sucumbirían a un terrible asedio y destrucción total sin retención de prisioneros. Los amenazados eran el reino de Ergerder, los territorios de los bárbaros del norte, las tierras de los elfos de Elthor y los reinos de Theodric el Necio.
El primer papiro llegó a la región de Loghern, donde el soberano de los elfos nada más enterarse del escrito, contestó que su pueblo no atacaría si no eran atacados primero. Poco tiempo les quedaba en estas tierras; anhelaban los dominios de sus antepasados, la espesura de la selva de Gorgot. El siguiente pájaro del ébano voló sobre los territorios de los bárbaros del norte denominado el reino sin ley, del temido del temido rey Dova el Castrador: la respuesta de éste cruel tirano fue ignorarla, ni tan siquiera respondió (él solo ansiaba acabar con Ergerder, cuyos recuerdos de la gran batalla todavía le acompañaban en sus sueños).
El consiguiente en recibir el pergamino fue Theodric el Necio: Aunque quería ser el señor del sur, no compartiría jamás el reinado con ninguna de las otras casas reinantes, solo esperaba el momento oportuno para conseguirlo.
Cladius, al ver que los del norte no le atacarían a no ser que él diera el primer paso, decidió mantenerse a la espera y defenderse en su propia fortaleza. Sabía que los reyes de Ergerder irían a la guerra, aun sin tener alianzas posibles. Él se veía señor de todo el sud y una vez obtenida la victoria, podría atacar a los Donwers, ancianos pacíficos de los que poseen objetos arcanos de poder inimaginable.
Ewon el Impecable recibió la carta y enfurecido por lo que acababa de leer, clamó el cielo: A sabiendas de que el norte no le apoyaría, se encontraba en una decisión que podría cambiar el destino de todos. Sin alianzas posibles, atacar la fortaleza del tirano sería una tarea titánica, pero si no actuaba, el rival podría pactar otra alianza, y eso era algo que no quería que llegase a suceder.
Los dos reyes fueron hacía Urskoy con todo su ejército, incluyendo a casi todo el colegio de magia. Era el ejército más grande jamás reunido.
Marcharon en un amanecer triste donde grandes nubarrones se amontonaban en el cielo.
—Mi rey, ¿es verdad lo que se cuenta del monstruo?
—Si nuestros espías no se equivocan, la batalla contra esa abominación puede cambiar el destino de todos —giró la cabeza—. Tzarth, tened preparados los conjuros superiores, por si aparece ese engendro —la mirada, le delataba la fe puesta en los hechiceros, no en vano, muchas veces le habían sido determinantes en otros combates.
—No temías —contestó el mago, uno de los conjuradores de mayor conocimiento del colegio—, estamos listos para la lucha, mi Lord. Al lado del rey Ewon el Impecable se encontraba el otro monarca, Schulemberger al que la temprana edad le dejaba en un segundo plano; además el solo era un apasionado de las artes de combate y pocos le igualaban a tan precoz edad.
—Cardenal —nombró el Impecable— Acordaros de su hijo, debe salir indemne, él es el elegido por nuestra diosa.
—No se preocupe, dos hombres a mi cargo se encargarán de ello y le encontrarán, aunque les cuesta la vida.
—Perfecto —avanzó del resto del grupo, cual era una señal de que la batalla estaba a punto de comenzar—. ¡Escuchad guerreros! Nuestra victoria pasa por entrar a través de la puerta del castillo, dejando atrás al peligroso sendero que nos acecha —miró el enorme precipicio que tenía debajo de él, asombrado por la bravura que mostraba.
—Mi señor, trescientos mil soldados están dispuestos a morir por vos y la liberación de los reinos.
—Capitán, sois un hombre que nunca podré agradeceros vuestra lealtad. Es hora de pasar cuentas.
El rey, de claros rasgos felinos, era un general muy disciplinado con sus fieles tropas bien adiestradas. De esa fila interminable de guerreros se podía contemplar a los portaestandartes de la ciudad que ondeaban las banderas con orgullo y honor. Los músicos tocaban las trompetas en señal de veneración hacía Doz, en busca de encontrar la paz y la serenidad para luchar con mente libre y serena. Un poco más rezagado de la batalla se encontraban varios cardenales, para infundir fe en los momentos más difíciles de la batalla. Al costado de los pastores de dios, asomaban varias manadas de lobos, adiestrados por Taboti, el único domador de estas fieras de los reinos.
La muralla de Urskoy era de grosor notable y de gran altura. Cladius partía en cierta ventaja, sus arqueros aprovecharían la altura para generar el máximo daño entre las filas enemigas.
Mientras en el interior de las murallas de la fortaleza, la tensión de la inminente batalla se palpaba entre los soldados.
—Estad preparados —indicó Cladius mientras se acercó a un guardia que portaba la ornamenta algo más decorada que el resto—, comandante, antes de que empiece la sangre debéis de poner a salvo a mi hijo «Ewon el Impecable, veamos si eres digno de llevar ese apodo>>. Sé que lo buscan y es todo lo que me queda en esta miserable vida, pero que sobre todo que nadie le ponga un solo dedo encima, ¿entendido?
—Pero seré mucho más útil en la batalla, soy uno de los guerreros más diestros —justo en ese momento, el monarca le cortó las palabras:—Sé que no hay nadie que iguale vuestra destreza, pero sois de confianza, y por eso os mando la tarea de salvaguardar a mi hijo capitán, no confío en nadie más que en vos —buscó la mirada del cardenal, a la que encontró en unos instantes—. Si no fuera porque en los momentos de mayor dificultad, vuestras palabras reconfortan a los soldados, para mí no estaríais aquí «malditos predicadores, menudos idiotas», haced memoria, recordad el destino del otro cardenal «murió entre terrible dolor, como el traidor que era», ¡engañarme a mí! —Hizo una breve pausa, se le notaba enrabietado— Mi hijo Peter, sé que es especial pero a nadie le importa si es bendecidos por los dioses —miró al cardenal, al que estaba paralizado—. Usaré el regalo que trajeron esas deidades, para acabar con el miserable elfo —terminó hipnotizado de esa espada. Mientras el capitán de la guardia de Urskoy se alejaba a salvaguardar al hijo de Cladius el Arrogante, contempló la fila interminable de guerreros a disposición de su caudillo.
—¡A mi señal, lanzad las flechas de fuego! —ordenó el señor de la fortaleza, levantando el brazo para indicar las correspondientes órdenes.
Ewon alzó levemente la mirada, fijándose en la muralla y vislumbró al rey Cladius el Arrogante junto al joven príncipe.
—Atacad magos, demostradles cómo se paga desafiar a los nuestros —dijo el Impecable, alzando su arma mientras levantaba el corcel en una bonita estampa.
En ese instante de tensión, un mago, el más anciano, levantó su báculo y lanzó un proyectil de fuego que impactó contra el muro de la fortaleza, destruyendo la roca, donde aguardaban algunos combatientes. La bola de magia calcinó a varios guerreros. Del virulento impactó varios fragmentos rocosos salieron de la muralla en todas direcciones.
—¡Apartaros! —gritó un capitán— ¡Rocas ardientes caerán sobre vuestras cabezas!—. El estruendo de las rocas al chocar contra el suelo, estremecía a los guardias e intentaban buenamente esquivar esas enormes masas de piedras. Uno de esos pedruscos dio en el rostro del príncipe Koppens.
«Perfecto. Ahora su ejército me pertenece» pensó Cladius mostrando sin disimulo, una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Curanderos, salvad a este joven! —espetó el comandante de los arqueros. Varios sanadores se acercaron rápidamente e intentaron salvarle la vida, pero las caras de estos, dejaban prever que las posibilidades de sobrevivir eran escasas.
—¡Mi rey! No responde…—comentó el sanador, mientras observó horrorizado el rostro descompuesto del joven.
—Ha pagado un alto precio por la inexperiencia en batalla —dijo el Arrogante sin un ápice de compasión.
—Lo llevaremos aún lugar seguro, mi Lord —argumentó el médico sujetando los brazos del rey. Fue trasladado a la biblioteca.
—¡Lanzad una lluvia de flechas, ya!
El mismo hechicero que lanzó el conjuro, volvió a canalizar los flujos de magia para realizar uno de sus hechizos superiores. Al terminar la canalización, empezó a brotar de sus palmas un fuego candente y rojizo que por momentos crecía de tamaño. El hechicero lanzó otra bola de fuego pura, hacía la puerta de la fortaleza y esta fue destruida, sucumbiendo entre las llamaradas.
—¡Rápido, a por la ciudad! —exaltó el rey de orejas picudas.
—¡Wha! —gritaron los guerreros de Ergerder al ver la puerta abierta. Miles de luchadores corrían para adentrarse en la ciudad.
—¡Maldigo a toda esta calaña de asquerosos magos! —Injurió el rey de la ciudad asediada—. Guerreros de Forthor, no deben entrar —gritó— ¡Como pasen…probareis mi cólera!
Los ejércitos se acercaron en ese punto estratégico para una cruenta batalla por controlar la exenta puerta. En ella, la congregación de los dos ejércitos era tal que por momentos parecía una alfombra humana de hombres. La lucha en el paso era terrible, se podía notar en los rostros de los guerreros, el fervor y la tenacidad, el sudor y la sangre; soldados a por doquier caían al suelo y eran literalmente pisados por sus propios compañeros, ya que no se quería ceder ni un metro de terreno en ese instante decisivo de la batalla. Al largo rato de lucha, el grupo de Ewon se abrió camino, siendo estos mejores en el cuerpo a cuerpo. La hueste de Ergerder aprovechó para adentrarse en la ciudad y poder salir de esa trampa mortal, el temido acantilado.
El rey más longevo, intentaba acercarse a Cladius abatiendo a todo el que se ponía en su camino, acercándose para poner fin a la batalla. Los dos reyes, por fin se encontraban de frente.
—Acabemos con esto tú y yo. Deja que por lo menos la gente se valla y puedan ver un nuevo despertar —dijo Ewon mirando fijamente a su adversario.
—Morirán por mí. Sus vidas me pertenecen ¡Soy su rey!
En ese instante el silencio entre los dos se hizo latente, la calma precedía a la inevitable siguiente acto, un duelo que sería recordado para siempre, una batalla de grandes héroes.
—Esto ha ido demasiado lejos —lamentó Ewon el Impecable al ver de reojo los caídos de los suyos—. Tu mente perturbada es la responsable de las muertes de esta batalla.
—¡Callaros de una vez! Escuchar vuestra voz me produce un intenso dolor de cabeza. La insensatez de veniros a mi fortaleza os costará la vida de inmortal.
—Tengo fe en mi gente —expresó mirando su apreciada hoja—. Puede que muera en este lugar si ese es mi destino, pero mi existencia es llevar la paz a los reinos y hacer que los reyes cumplan las normas. Nadie está por encima de las leyes.
—Bla, bla, bla. ¿Leyes dices? Las leyes están para saltárselas, sino sería una vida muy aburrida, sin emociones, acaso ¿crees que no me divierto con esta guerra? —preguntó—. Deberos a los demás no es digno de nuestro estatus, hemos nacido con la suerte de ser dioses en la tierra, reyes que ansían el absoluto poder. Verás, hace muy poco tuve un sueño donde contemplé como moríais ante un guerrero de naturaleza extraña —comentó Cladius mostrando una risa placentera.
—Los sueños pueden ser confusos y ni los más sabios son capaces de entender el verdadero significado.
El combate entre los dos reyes empezó. Las hojas chocaban como relámpagos sin cesar. Justo, cuando de repente se escuchó el rechistar de alguna criatura. Los dos mostraban una técnica en la lucha admirable, parecían ser la prolongación de la espada misma.
—Por fin se despierta, y estará muy hambrienta —objetó Cladius.
—No puede ser…la criatura —no llegó a terminar y un pequeño terremoto sacudió toda la fortaleza y que parecía provenir del final de la fortaleza, cerca donde se encontraba un inmenso edificio en forma de bóveda. El rey tirano aprovecho esa distracción para atacar al rival desprevenido; la espada divina de señor de la fortaleza entró en el hombro, pero que gracias a la exquisita cota de malla de Ewon solo fue una herida superficial. Volvió a reanudarse otra vez la lucha entre los dos reyes; los ataques no cesaban de ninguno de los dos formidables guerreros, entonces fue cuando, Ewon, en un ataque rápido, cambió de ángulo en búsqueda de dar un golpe mortal, al que el rival logró esquivar.
—¡Miserable! —espetó el Arrogante, retirándose hacia atrás, mientras se tocaba la mejilla notando cómo la sangre se escurría entre sus fornidos dedos.
—Ríndete ahora Cladius, antes de que sea demasiado tarde.
—¿Ahora? Si todavía queda lo mejor de todo, mi mascota —remarcó, y volvió a moverse la tierra y a escucharse un chirriante ruido de animal.
—Morirás y solo se recordará a vuestro hijo —expresó.
—No hables de mi hijo, bastardo —no llegó a terminar que Cladius atacó, en un frenesís de ataques que el enemigo logró rechazar cada uno. La intensidad de los golpes empezaba a menguar, a diferencia de Ewon cuyos rasgos élficos le ayudaban a retardar el agotamiento. Entonces, cuando parecía inevitable la derrota del Arrogante en el duelo, la bóveda se rompió bruscamente; las rocas saltaron por los aires y el polvo se levantó por las partes bajas del castillo.
—Contempla a mi mascota, al ocho ojos «nunca ha probado carne de elfo, ¿le gustará? Seguro que sí» —concluyó mostrando una risa malvada. Unos enormes tentáculos empezaron asomar entre esa construcción destrozada; Y allí estaba el pulpo gigante al que tenía como bien indica su apodo, ocho ojos, siendo el del medio el más grande y con diferencia.
—¿Qué os parece la historia? —interrumpió su discurso el viejo.
—Bravo —aplaudió y varias palmas le acompañaron—. Esta sí que es una buena leyenda, uno puede trasladarse en la misma batalla, anciano, en el nombre mío y creo que el de todos sigue por favor —dijo joven guarida de la ciudad.
—Ahora mismo sigo pero, la gola se me está secando —tocó la nuez—, ¿alguien bondadoso invita a otra cerveza a este pobre anciano?
—Yo la pago —tiró varios peniques hacia el parlanchín.
—Gracias, Cardenal. Bueno sigamos —comentó viendo como el tabernero le traía la bebida.
“Esta criatura temida, era la última de su especie, la mayoría contraían enfermedades humanas hasta que morían agonizando. Este ser era un pulpo gigante con la peculiaridad de que vivían en la tierra. En esa leve distracción el rey de la ciudad aprovechó para escabullirse del duelo, el muy cobarde.
Esa terrible y amenazadora bestia —hizo unos gestos con las manos para crear atmosfera aterradora— Sus dientes eran grandes y tajantes, como espadas forjadas por los mejores herreros, al igual que los innumerables tentáculos, cuales terminaban en una punta afilada. De piel oscurecida y recubierta en partes por unos bultos endurecidos extraños. Según explican algunas leyendas, que nunca sabremos su autenticidad, de bien joven, Cladius encontró al pulpo en cueva; herido de gravedad, el rey, lo cuido y creo grandes lazos, aunque muchos son los que si no se desquita de sus cadenas, es porque es alimentado constantemente de hombres.
La batalla parecía decantarse a favor de los reyes de Ergerder, sobre todo gracias a los magos del colegio. Los hechiceros con la magia lograban ejecutar conjuros de gran devastación, mermando enormemente las tropas enemigas, pero esa nueva criatura cambiaría el rumbo victorioso de nuestros reyes.
—Parece mentira pero es verdad lo que se rumoreaba de la “mascota”… —En ese instante, Ewon, estaba impactado ante ese ser—. ¡Guardias, la criatura debe ser destruida!
—¡Picas al frente! —gritó un capitán de Ergerder—. Preparaos para la lucha.
La mascota entró en la batalla abriendo una enorme brecha en la muralla, cerca de la exenta puerta de la ciudad. Saltaron rocas enormes, como si fueran lanzados por los mismos dioses.
Atacó arrasando con tropas enteras de guerreros que salían volando hasta estrellarse contra el duro suelo o por el acantilado. La moral de los guardias empezaba a decaer, los rostros reflejaban la poca esperanza.
—Vuestras palabras divinas guiaran los corazones más débiles —gritaron varios cardenales, mientras recitaban versos de los libros sagrados de Doz—. Señor, tú que ves la luz en donde no es bienvenida, guía estas pobres almas para que encuentren la fe y la suficiente fuerza en su interior. Los soldados de Ergerder caían como naipes y era solo cuestión de tiempo de una victoria del enemigo. Pero cuando todo parecía perdido, el rumbo de la batalla cambio para los dos bandos; la criatura empezó a destrozar a todo guerrero.
—Mi rey, la bestia esta descontrolada —exclamó notando el miedo; sabía que en ese estado, ni los propios guardias estaban a salvo.
—Tantos días sin apenas darle comida « la sangre, tanta sangre en el campo de batalla que ya no reconoce el olor de los nuestros». Con algo de suerte aun todo, puede acabar con los enemigos.
—¡Pero moriremos todos, mi rey! —le levantó la voz, y vio que eso podría costarle caro.
—Por fin morirán los reyes de Ergerder y seré el rey del sur —dijo el Arrogante, en un estado sin razón y que no dejaba de mirar a su arma.
El pulpo seguía exterminando guerreros de forma alarmante, además la lucha era una especie de juego de ajedrez: no solo debías de estar atento por el frenesís descontrolado de la bestia, sino, que podías estar luchando con ella y recibir una estocada del enemigo. En la mitad de ese caos, un hombre bajo entró a la batalla y era el domador de lobos.
—Atacad, sin piedad mis pequeñas criaturas —dijo el adiestrador al ver que los magos estaban teniendo serios problemas con ese engendro—. Recuperad vuestras mentes, pueden servirnos más tarde —terminó mirando a esos magos fatigados y estos agradecieron su valor. Los lobos se lanzaron sobre la presa astutamente y bien organizados, algo característico de esa raza. Ese era uno de los motivos por los que es relativamente fácil adiestrar a un tigre, puma o similar, pero es sumamente difícil adiestrar a estos animales.
Los mamíferos atacaron con saña las múltiples patas de ese ser gigante, mientras varias fieras, aguardaban el turno de ataque como si fueran un ejército disciplinado y quisieran rodear a la bestia para desorientarla. Los canes hundían los penetrantes colmillos en esa carne gruesa. Estaban causando un cierto daño a esa criatura que se retorcía de dolor. La bestia intentaba agarrar a esos lobos para poder estrangularlos como si fuera una serpiente constrictora. El Ocho ojos atacó con sus múltiples brazos afilados como cuchillas, atravesando a varios de ellos como simples tallos de flor. Los lobos seguían con sus ataques incansables, propio de su naturaleza, la tenacidad. El pulpo gigante siguió con la eliminación de los animales salvajes, que aunque le hicieron un cierto daño no parecían ser rivales. Taboti vio que de las dos manadas, solo le quedaba una quinta parte, algo que le enfureció su corazón; quería esos mamíferos como si fueran hijos propios y sin pensárselo cargó contra el enemigo. El ataque fue en vano ya que atravesó a dos de ellos con esos largos apéndices y lanzó a los restantes por el pronunciado acantilado. El adiestrador también tuvo un fatal destino, fue literalmente barrido por uno de esas extremidades, impactando en la tosca muralla de la fortaleza y perdiendo en ello la vida.
La pérdida del señor de los lobos era importante para el combate, pues nadie sabía educar esos animales. Al no tener descendencia, nunca más se podría volver a adiestrar a un lobo para el uso en batalla, y al que todos veneramos su alma al verlo en la entrada, en un monumento digno de su leyenda.
—A ver cómo te sientan estos rayos, por Taboti —gritó un mago, mientras emergían rayos y chispas de las manos—. Maldita criatura del mal, agoniza ante mi dominio del elemento.
El gigante parecía padecer un fuerte dolor, pero de forma súbita y con una rapidez envidiable, lanzó dos de sus tentáculos hacía el conjurador, partiéndolo en dos sin apenas esfuerzo.
Otro anciano empezó a canalizar magia, recitando palabras de procedencia antigua. En ese instante empezó a brotar de las manos un intenso fuego que poco a poco iba creciendo. La bestia se percató del posible ataque llevado por el conjurador y velozmente se acercó. El hechicero al ver que el oponente no le permitiría terminar de concentrar la totalidad de su magia, empezó a lanzar otro conjuro sobre la primera invocación. Rápidamente acercó las palmas cerca de su cara, cuales llamaradas pasaban muy cerca de la nariz y sopló. Al soplar el fuego se partió en mil pedazos; parecía una lluvia candente que atravesó la gruesa piel del monstruo. El ocho ojos se retorcía de dolor, y los chillidos se acentuaban y resonaban por las montañas. En un ataque de ira de la imponente criatura, cogió a un guardia que yacía muerto en el suelo y lo lanzó hacia el conjurador.
—¡Cuidado mago! —gritó el príncipe de Ergerder escuchando como sus palabras se perdían en el aire. El conjurador recibió un golpe mortal. Los magos aunque intentaban lanzar varios conjuros, el pulpo con esa rapidez impropia de su envergadura, no dejaba que se centraran en la magia, produciendo ciertas lagunas en la canalización.
—Mi señor, no aguantaremos mucho este ritmo. Estamos teniendo demasiadas bajas, tanto nuestro enemigo como nosotros no sobreviremos… majestad —finalizó uno de los capitanes de la guardia de Ergerder. . La sangre caía por el suelo formando ríos de sangre, mientras los sobrevivientes, solo podían desear no estar entre los caídos.
—¿Pero cómo podemos derrotar a esta criatura? —preguntó el Impecable
—Sois tan previsible… —dijo Schulemberger, como si de golpe, ese chiquillo hubiera madurado—. ¡Tenéis que guiaros más por el corazón… por Ergerder! —acabó gritando, aproximándose hacía esa criatura.
El gigante octópodo empezaba a notarse fatigado, sus movimientos eran algo más lentos y más toscos, debido a los múltiples y tajantes cortes que tenía por todo el cuerpo.
El joven soberano aprovechó que la bestia había bajado la guardia para atacar por detrás y seccionarle uno de los brazos. El pulpo gigante reaccionó con uno de sus largos apéndices, agarrando al joven. El príncipe era balanceado de un lado a otro, hasta que el animal prosiguió a levantarlo para poder comérselo, y deleitarse con su aperitivo preferido, la carne humana.
—¡Déjale en paz, maldita bestia! —gritó Ewon, mientras ágilmente atacó a la criatura, al mismo tiempo que su espada nacía un fuego, era toda una arma de los dioses—. ¡Sufre la hoja de los primeros elfos!
El octópodo debido al dolor, soltó al joven, al que cayó en el suelo; la vida de ese joven príncipe pendía de un hilo y si no recibía atención médica, moriría. Entonces la bestia, en un acto de frenesís, lanzó al monarca Ewon lejos, muy cerca donde se encontraba el Arrogante.
«¡Maldición!» se dijo aturdido en el suelo, y cuya boca emanaba un filo hilo de sangre « piensa Ewon, piensa» y entonces fue cuando le vino una idea, la última oportunidad de poder matar la bestia.
—¡Cladius! —gritó, mientras se levantaba del suelo— Debemos apartar nuestras diferencias y luchar juntos, todos, contra la criatura —expuso el Impecable mirando fijamente a su rival, que parecía indiferente—. Escúchame, si no unamos fuerzas vuestro hijo morirá en vano.
Ese comentario de su hijo llamo la atención de él.
—Maldita sea, y malditos todos los dioses que me abandonan cuando la victoria estaba al tocar —el rostro mostraba una cólera interior, pero giró la cabeza y por primera vez vio lo que sucedía; su ejercitó al igual que el del archienemigo estaba reducido a los mínimos «tan cerca la victoria que perderla significaría dejar a mi hijo en sus manos, algo que ni muerto».
—Podemos derrotarlo, pero solo si luchamos codo con codo —dijo, mientras observaba como sus palabras le hacía reflexionar.
—Puede que tengáis razón y que está criatura nos mate…pero no temo a la muerte —remarcó el tirano.
—¿Y qué le temes ,Cladius?—preguntó.
—Ver morir a mi hijo, no podría soportarlo —hizo una breve pausa—, aunque no me guste tu idea, por desgracia debemos luchar unidos, acepto vuestro tregua —le dijo de malas maneras.
—Gracias, Cladius, en el fondo no sois tan malvado como aparentáis. ¡Escuchadme guerreros de Ergerder, nuestra prioridad es acabar con la bestia! Entre las dos cosas reales hay una tregua momentánea —ordenó y miró a Cladius.
—¡Guardias de Forthor! Acabad con la criatura y que nadie ataque a ninguno de los soldados de Ergerder —decretó, a los capitanes para que dieran las órdenes correspondientes.
La cruenta batalla había cobrado la mayoría de los magos y pocos quedaban: un conjurador muy joven, del colegio de magia de los cielos balbuceó, en el aire, palabras de gran poder, cuales resonaban en algún vacío que había creado ese joven y hábil conjurador. Del báculo del hechicero salieron varias bocanadas de aire mágico, cuales impactaron en el pecho del pulpo gigante. La bestia brotó sangre espesa, al mismo tiempo que el mago caía al suelo, debido al esfuerzo que había sometido su mente. Por primera vez en toda la lucha, ese engendro se le notaba superado, y lanzaba los tentáculos como un animal acorralado. Aun todo, eliminaba a los guerreros de cada bando y muy pocos quedaban de pie.
Los dos monarcas atacaron con todas sus fuerzas en un combate que cualquiera podía morir: y en uno de los ataque llevados por Ewon, fue cuando uno de los tentáculos penetró en esa cota, y que gracias a esa formidable protección no recibió un golpe mortal. Justo en ese momento, Cladius al ver a Ewon se tambaleaba de dolor, y en un acto de valentía atacó a la criatura. Pero lo más formidable de todo, era contemplar su espada que brillaba con la misma intensidad de las estrellas, siendo ese el verdadero poder de esa arma, luchar por los demás. Cortó dos tentáculos y una profunda herida en el costado del monstruo, cuya bestia lanzó antes de morir uno de sus extremidades hacía el tirano y atravesarlo.
La criatura cayó al suelo y el único mago anciano vivo, sacó un objeto arcano y prosiguió a leerlo; al acabar de leer el escrito se materializó en una bola de fuego que impactó contra el gigante, desintegrándolo en cenizas.
Las bajas fueron abrumadoras, pocos eran los afortunados que podían seguir vivos para ver un nuevo amanecer de esperanza entre los reinos. Ewon, al que las curas de los hechiceros había mejorado su estado, junto al mago longevo, se acercaron hacía el caído y dijo:
—Cladius tu valentía nos ha salvado de una muerte segura —pronunció en una admiración, todavía no se creía que él, el tirano le hubiera salvado.
—No quiero morir —tosió sangre por la boca, y dejando escurrir alguna lágrima, la cual se mezclaba con la fina lluvia. Aunque notó una leve mejoría en su estado gracias a la magia del mago, su vida pendía de un hilo.
—Ni los dioses desean la muerte, Cladius —sintiendo por primera vez un efecto simpatizante con su archienemigo «nunca olvidaré lo de hoy, nunca».
—Ewon —le agarró el brazo— júrame que cuidaras a mi hijo, júramelo —fijo su mirada agotada en esos ojos penetrantes, al mismo tiempo que agarró fuertemente la corona de su reino.
—Pero, Cladius —no llegó a terminar la frase al que el tirano le interrumpió—: No hay peros que valgan, mi hijo Peter es protegido por los dioses y por ese motivo quería dejarle todo el reinado de esas tierras para él —volvió a toser sangre— Nombra mi hijo rey de los reinos, ya que yo he fracasado en ello —se retorció de dolor y cuya voz se apagaba—, no cabe maldad en su corazón.
—No es tan fácil —objetó— Podría vengarse de vuestra muerte —le sujetó la cabeza, para que tosiera algo menos.
—Siento meterme entre majestades —les interrumpió— Desde los cardenales de cada iglesia, tanto de Ergerder como de Urskoy, sabemos que este joven es una bendición que debemos usar a nuestro favor, podría ser la salvación entre un mundo cada vez más sombras y tinieblas del mal —comentó un grueso pastor de Doz.
—Pero Cardenal, podría revelarse contra nosotros.
—Podría —se apresuró en decir el clero— Si es verdad lo que cuentan de él, no habrá ningún problema, nunca nos atacará, pero es que además la santa iglesia nos comprometemos en sacar todo el potencial de este joven, tanto espiritual, intelectual y siendo franco —hizo un parón rápido en sus palabras, y los dos se distanciaron algo del caído—. Urskoy nunca ha sido una amenaza para nuestro pueblo, si no se hubiera aliado con Koppens no hubieran sido una verdadera amenaza. Y si más adelante, que no pasará, quisiera atacarnos, no podrá, ya que desde ahora controlaremos su ejercitó.
—No negare que sin una alianza no hubieran sido rival «desaprovechar este don que posee el joven, sería de estúpidos» Reconozco que no hay nadie para reconducir al príncipe como la santa iglesia, en eso nadie puede dudarlo «siempre podemos matarle, y además solo sería un título al caso». De acuerdo, Cardenal —le miró— Tenéis mi aprobación pero recordar que a la mínima, desposaremos del título.
—Veréis como será un hermano más —objetó.
—Más o vale —dijo acercándose a Cladius.
—Cladius, tenéis mi palabra que vuestro hijo, bajo la tutela de Ergerder será rey de los reinos del sur —le apretó la mano y esté le devolvió el apretón.
—Gracias —esbozó una risa y se dejó llevar, para morir en paz.
El mago vio que la muerte del rey era inminente y llamaron a su jovencísimo hijo, Peter, para que se preparara para una ceremonia de fiesta en todos los reinos. Cada año en Urskoy, en el mismo día de invierno, justo en la misma semana de la cuarta semana de la cosecha de arroz.
En ese día tan señalado, cada año los reyes de las demás casas reales venían en la gran festividad, a excepción del rey Theodric: Una celebración por todo lo alto, para recordar los fallecidos en esta batalla y tener presente que, las guerras entre territorios solo trae millares de muerte y dolor. En ese primer nombramiento, el rey Peter, fue renombrado con un nuevo título, Lord Peter, rey de los reinos del sur.
—Majestades, señores, magos, caballeros y demás asistentes, hoy es un día que será recordado para los anales de la historia, tanto por el recuerdo de los valientes que lucharon por una razón, la libertad de los reinos, como por el pacto de los reyes de todas las casas reales, las leyes de lealtad entre reinos y lo que todo ciudadano desea, la ansiada paz —concluyó un viejo anciano, de la catedral de Urskoy, levantado a la multitud de las sillas y aplaudiendo a los monarcas.
Los tiempos han pasado desde esa primera celebración: Cincuenta años desde esa batalla y parece ser que los pactos empiezan a perderse entre los reyes que solo ansían ser los únicos gobernantes de estas tierras… pero no es todo; algo ha interrumpido en esas tensas diplomacias de las casas reales, una nueva oscuridad acecha estos parajes que escapa al mismo destino de los dioses.
Estaba leyendo uno de los textos que tengo en mi ordenador, de aquellos que no he corregido todavía y que tienen "muuuuuchos" errores pero sin embargo, creo que se pueden leer. Repeticiones, palabras mal colocadas... el punto es que lo leí y quise compartirlo por acá.
Este texto pertenece a la segunda parte de la historia que estoy posteando en el dragón.
Bueno, quienes la están siguiendo tal vez comprendan algunos nombres raros o se les hagan familiares. Acá los dejo pues, con un texto sin editar.
Cuando Rodas de Gonesse derribó la puerta de un puntapié, su vista quedó nublada por una borrasca de humo. El caballero soltó el mandoble y se llevó las manos a los ojos enloquecido por el ardor. Su cabello de plata se le pegó al rostro como una telaraña, al tiempo que un olor a huesos quemados lo asfixiaba.
Rodas dio un paso atrás, sobre el barro. Retrocedió desarmado mientras la estela de humo seguía brotando hacia el bosque.
Luego de unos segundos los ojos le seguían ardiendo y el caballero quedó rodeado por gritos de guerra y un llanto amargo. El sonido del acero cortando carne; el chasquido de las mazas sobre el metal, la maderas y los cráneos; el silbido de los virotes aullando y el ruido de un manantial, rojo, áspero, húmedo, sobre las charcas. Pero también el sonido de unas pisadas.
«Atento… Escucha…», se recordó.
Y casi fue demasiado tarde. Porque una corriente de aire silbante sopló junto a sus dedos como queriendo cortarlos. Pero Rodas se movió. Rápido. Raudo. Como si fuese un sable empuñado. El viento, empero, silbó nuevamente. Y esta vez con una melodía distinta; un sonido hiriente y tornasolado, pero también desesperado y tonto. El caballero se tambaleó como si perdiera el equilibrio y el sonido del metal sobre el quijote de una armadura cantó dos veces.
Chischás.
Chischás.
«Demonios…»
Rodas retrocedió. Se arrodilló en una pierna perdiendo el equilibrio y recibió un golpe inesperado en la barbilla. Un golpe con un objeto metálico y oblongo, similar a un escudo.
«¡Ay…!»
Y luego recibió otro. Esta vez en el hombro.
Pum.
El tercer golpe, sin embargo nunca llegó.
Cuando su enemigo intentó golpearlo, el caballero detuvo el arma con las manos. Era un arma metálica, como de hojalata, y sin filo. Se la quitó. Y la hizo volar por los aires. Luego tomó a su agresor por los cabellos, y con la mano que le quedaba libre le arreó un puñetazo en el centro del rostro. El caballero sintió que rompió huesos y cartílagos. Pero no paró. Rodas golpeó de nuevo. Una y otra vez. En el mismo sitio. Con fuerza. Y con más fuerza. Hasta que sintió que golpeaba una maza húmeda. De carne y huesos molidos.
«Es suficiente… Ya detente…»
Su respiración, agitada, le decía que su enemigo estaba muerto. Que no representaba peligro. El ardor en los ojos había disminuido transformándose sólo en una molestia leve. Pero al fin al cabo, una molestia.
Silencio….
Rodas de Gonesse abrió los ojos con lentitud. Como si tuviera miedo. Y vio el cadáver flotante al cual sujetaba de las greñas.
El rostro del muerto ya no era rostro. Sino una masa carnosa e indescriptible. Una abominación.
―Qué diablos…―musitó el caballero sin poder disimular su horror. Un horror palpitante y perenne que le recordaba lo que en realidad era. Un asesino…― Pero si sólo es un niño… Por la puta mierda…
Rodas aspiró el olor a quemado que seguía emanando de la cabaña, e, incrédulo, soltó el cadáver sobre del pasto fangoso. El caballero estaba paralizado. Después de tantos combates, cruzadas, guerras y carnicerías en las que había tomado parte, nunca se imaginó haber cometido una canallada de semejante caudal. Del otro lado del campo de batalla, la sombra de un lobo royendo la carne de un cadáver le decía que no era el único. El cuerpo que roía, que era el de una mujer gestante, había sido partido en dos más menos a la altura de la pelvis; y Rodas pensó que podía ser la madre o algún pariente del crío al que había asesinado. Pensó que lo había confundido con el asesino de esa mujer, y que por eso lo atacó.
El caballero, por segunda vez en lo que iba de la noche, sintió un profundo dolor en el corazón, mientras las garras de un pasado horrendo lo atrapaban. Cuando era niño, Rodas de Gonesse también había visto a su madre morir. Unos bandidos le hicieron un corte en el vientre y, poco a poco, le arrancaron las tripas. Pero antes había observado cómo se turnaban para violarla, y después, como violaron su cadáver. Cuando terminaron lo habían violado también a él, mientras le hundían la cabeza en las entrañas de su madre muerta. «Probaste su leche. Ahora dime a qué sabe su sangre», eran las palabras que resonaban en su memoria cada vez que volvían esos recuerdos.
Rodas movió la cabeza de un lado a otro para olvidar. Pero le era difícil. En ese momento, junto al cadáver del niño, se sintió como uno de los bandidos que habían arruinado su infancia.
«¿Para eso te convertiste en caballero? ―se preguntó, sintiendo nuevamente una presión en el pecho― ¿Para eso, realmente…? Quizá ya sea el momento de desertar, Rodas… Quizá haya llegado el momento de mandar todo la mierda y ser fiel a tus principios. Creo que ya has tenido suficiente de estas porquerías. La Orden de los Caballeros Mendigantes ya no es ni la sombra de lo que era.»
Rodas de Gonesse, con las manos temblantes, tomó el medallón que colgaba de su cuello. Era un medallón negro, fraguado en plata, con la figura de una cruz astada. Entonces se lo arrancó. Lo arrojó lejos, describiendo una curva sobre el bosque, y se perdió tras los tejados de las cabañas abandonadas. Desde esa mañana pensó que ese gesto sería el inicio para convertirse en un hombre nuevo. En el hombre que siempre había deseado ser. Sin embargo, no sería tan fácil borrar la vergüenza que sentía por la sangre derramada en el nombre del Clero y del Árbol de Hierro.
El caballero, sin proponérselo, vio que Rencornegro, el lobo que devoraba a la embarazada, trituraba la cabeza de un feto con los colmillos. A ojos vista se notaba que al lobo le parecía un manjar sabroso. Rodas se volvió hacia atrás, donde se encontraban las demás cabañas.
―¡Rodas! ¡Rodas! ―escuchó que alguien lo llamaba poco antes de levantar la vista. Al inicio se encontró con el panorama desolador del bosque. Pero una sombra alta, armada con sables, maza y cota de maya, comenzó a acercase rompiendo la niebla.
Rencornegro detuvo su merienda, y se volvió a la sombra del guerrero que corría apresurado. Era Bèri Marquié, un lobero de cabellos rojos y caballero de la cruz astada.
―No la hemos encontrado… ―musitó luego de alcanzar a su compañero, dando respiros ininterrumpidos―. No la hemos encontrado… mierda… Dijeron que la bastarda estaba aprisionada en este asentamiento. Pero Andriet y Jivete tampoco la han hallado. Solamente encontraron huesos, pieles humanas, y caldos a medio servir. También se han tenido que cargar a unos tíos. Yo creo que alguien estuvo aquí antes. Que alguien se nos adelantó. ¿Y a ti como diablos te ha ido, Rodas?
―Igual que tú. He matado… a algunos. Pero no he entrado a todas las chozas. En esa de allí, de donde sale humo ―dijo con una voz gruesa y arrepentida― perdí mi espada. El humo me dio a los ojos y por un momento no pude ver. Luego me atacaron y… tuve que defenderme. Tuve que salvar mi vida. Escucha… Escucha… Esto ha sido sin querer.
Bèri bajó la mirada y observó el cadáver desfigurado. Luego se volvió al de la mujer, al cual su lobo seguía devorando. El lobero, de pronto, se pasó la lengua por los labios.
―No lo sientas ―susurró bajo la niebla―. El asentamiento estaba poblado por antropófagos. No son nada más que escoria. Sólo abominaciones que merecen la muerte.
Rodas sabía cuán peligrosos eran, pero nunca pensó que fueran padres o madres, ni que a sus hijos les enseñaran una de las costumbres prohibidas: la castigada antropofagia. Cada ataque y cada emboscada a los ciudadanos de Cadeburg, los antropófagos la habían planificado al detalle. Cada trampa. Cada secuestro. Cada asesinato. Era por eso que los Peces Sangrientos se habían alzado en armas. Y al mando de sus capitanes, habían empezado una carnicería sin medida, en la que no distinguían sexo, edad, ni raza. Rodas de Gonesse, aunque había enfrentado a clanes de comedores-de-hombres anteriormente, conocía sus límites, y hacía ciertas distinciones. Una elección que tarde o temprano podía costarle caro.
El caballero, durante los últimos meses, había servido en las filas de Rembrandt le Courdier. Y en las incursiones al Bosque de los Ahorcados, había luchado hombro a hombro no sólo junto a Rembrandt, sino también, junto a soldados como Estefon de Qilbert y Tommarth de Casmiion. Esa mañana no era la primera vez que mataba a un antropófago. Pero sí era la primera vez que asesinaba a un niño de una manera tan cruel. Le había destruido la cara. Y a golpes.
―Jivete y Andriet se encuentran retrasados ―le dijo su compañero luego de darle una palmada en el hombro―. Vamos, ya olvídalo. Tenemos que encontrar a la bastarda. Ahora estamos por nuestra cuenta. Son otros tiempos. Tú, yo, y Jivete, ya no servimos a Cadeburg, ni seguimos las órdenes de Rembrandt. Los caballeros de la cruz astada somos libres de nuevo.
«Cállate, Bèri ―pensó Rodas, en silencio―. Nunca seremos libres si continuamos sirviendo al clero. La libertad no existe, y mucho menos, está representada por un paladín con una orquídea en el pecho, o por un caballero con una cruz.»
Bèri dio un silbido agudo. Y su lobo, Rencornegro, dejó el cadáver para trotar a su encuentro. La niebla se deshacía, despacio, mientras la bestia penetraba en ella. El lobero se armó con un sable curvo, se colocó la capucha y cubrió su rostro con su bufanda para que no lo molestara el humo. Bèri Marquié estaba vestido casi con el mismo uniforme que Rodas. La armadura de acero, vieja, y robusta, parecía pesarle. La cota de anillas se le notaba bajo la región pélvica y abdominal. Mientras que los colores de su jubón eran el blanco, el color de los caballeros mendigantes, y el emblema, era la cruz astada en campo de sables. El largo cabello del lobero, rojo como el fuego, se agitó bajo la niebla, mientras los ojos de su bestia brillaban, rojizos y sangrientos, como las lejanas estrellas. Rodas los siguió, y pasó al lado del arma con la que el niño lo había golpeado: una charola de hojalata para la comida.
Rodas, también llamado el Volcán de Plata, debido a su estatura de más de dos metros y al color de su cabello, se envolvió el rostro con unos pañuelos blancos. El humo seguía bullendo del interior de la cabaña, y luego de que los caballeros cruzaron el umbral, fueron envueltos por las tinieblas y por un olor a humo, a sangre y a grasa.
Rodas recogió su mandoble, el cuál yacía junto a una pajarera. El caballero observó los pucheros colgantes sobre la pared, los cuchillos de carnicero, y escuchó los zumbidos de las moscas que revoloteaban sobre trozos de cadáveres. Un brazo podrido, con plaga, incubaba gusanos sobre una tabla de cortar carne, al borde de una mesa. Junto al brazo se pudría un cráneo con la piel a medio desollar. El caballero respiró un hedor avinagrado, y crudo, antes de distinguir el llamado que el lobero le hacía con las manos.
«No te alejes», parecía decirle, mientras caminaba hacia las dos únicas puertas al interior del matadero. Una de ellas se encontraba cerrada. Trancada y cubierta con bolsas de mimbre, las cuales, habían sido rellenadas de carne acabada de cortar. La otra, de donde bullía una delgada estela de humo, estaba abierta. Y un olor a huesos quemados se mezclada con el olor a podrido y a cuerpos agusanados.
Bèri se acercó. Despacio. El lobero echó un vistazo discreto, y se volvió a su compañero.
―Alguien ha sido quemado allí ―le dijo.
Pero era raro que el fuego no se hubiese propagado por otros rincones de la choza.
Béri le indicó con las manos que lo ayudara a quitar las bolsas que trancaban la puerta de la izquierda, luego de decirle a Rencornegro que aguardara.
El lobo se hizo a un lado, obediente. Pero nunca dejó de mostrar los colmillos. Mientras tanto, Rodas retiraba las bolsas, ahogado por una pestilencia que le revolvía el estómago. Una sensación de náuseas subía como un cuchillo por el interior de su tráquea, avinagrándole la lengua y la saliva.
El contenido de una de las bolsas se derramó. Medio tórax humano, todavía con carne, dejaba ver unos huesos que parecían astillas. Rodas pateó los restos, mientras Bèri quitaba las últimas bolsas que los estorbaban. Unos mosquitos revolotearon frente a la puerta, molestos, trazando curvas en la penumbra, y Rodas pensó que tal vez, el rostro del niño al que acababa de matar, no era un rostro como el de los otros niños. Sino más bien, un rostro tirano. Un rostro retorcido. Pero eso era algo que nunca iba a saber con claridad.
―Bien. Todo está listo… ―susurró el lobero, poco antes de indicarle a Rodas que se hiciera atrás―. Mantente alerta. Mata si te atacan primero. No titubees.
―No seas hijo de puta ―respondió Rodas, sereno―. Que no es la primera vez que hacemos esto.
Rodas, sin embargo, se detuvo. En ese momento se dio cuenta que sus manos estaban temblando. El mandoble no se imponía con ferocidad ni vehemencia. Empero, el caballero se mantuvo callado.
Bèri se volvió a la puerta. Corrió la tranca. Despacio. Tomó el mango y jaló. Rodas permaneció parado, mandoble en manos, frente al umbral y en compañía de Rencornegro. Sus ojos celestes, como el cielo matutino, brillaron al encontrar una despensa estrecha en donde sólo había cabida para unos plumeros, escobas y para una mujer delgada y con rostro de hambrienta. La fémina tenía los ojos negros como el infinito y, la melena larga del color de la pez, le caía hasta la altura del cuello. Una trenza azul-océano, la adornaba como una serpiente mas abajo de los senos caídos. Rodas quedó absorto ante su desnudez.
―Largo de aquí ―dijo la joven ―. O los mataré a ambos.
Rencornegro gruñó, ofendido, y como si se sintiese ignorado.
Pero Rodas se mantuvo en su posición.
―Buscamos a una niña de cabellos negros ―respondió―, así como los tuyos. Una bastarda. ¿La has visto?
Eso fue todo. No podía ser más preciso.
La mujer, sin embargo, no respondió. Simplemente, se quedó de pie, observando.
―Por favor, contesta ―insistió Rodas―. Te prometo que no te haremos daño. Afuera no queda nadie vivo. Todos los antropófagos han muerto. Te han capturado, ¿cierto? Te han capturado para que seas su cena. ¿Quién eres y cómo te llamas, chica?
La mujer lo observó. Observó a Bèri, su cruz, y también a Rencornegro. Entonces, lentamente, descendió las manos por sus pequeños senos hasta tocarse un pezón rosado y erecto. La joven abrió la boca. Pero sólo emitió un soplido.
―Caballeros de la Cruz Astada ―dijo finalmente―. Lo sabía… Vuestra orden sólo ha llevado miseria por donde viaja. Sólo son los perros de los paladines. Los que hacen el trabajo sucio para el Clero ―y luego, mirando a Bèri, repitió muy despacio con la voz de una sibila:― No son nada más que escoria. Sólo asesinos que merecen la muerte.
Rencornegro gruñó de nuevo, colérico.
―Tienes agallas, primor ―le dijo Bèri, con un tono desvergonzado y descreído―. Tratar con un par de caballeros de esa forma, acorralada y desnuda… típico de una mujer que no tiene nada que perder. Por tu aspecto, diría que eres una bruja. Y por tu aspecto podríamos cazarte y decir muchas calumnias. Por ejemplo, que usaste tu brujería para quemar al tío del cuarto de al lado. Podríamos tomarte. Mentirle a los paladines. Y ellos te quemarían viva en una hoguera. Pero el Clero de paladines, por lo menos en Caldeburg, ya no existe. Todos cayeron. Se contagiaron de plaga. Si nosotros estamos aquí, hemos venido por nuestra cuenta. Buscamos a una bastarda. Así que si sabes algo, será mejor que nos lo digas.
―No sé nada, caballero. Lo juro. No sé de qué bastarda hablas ―La mujer hizo una pausa, intrigante y misteriosa. Por un momento sólo se escuchó su respiración y el zumbido de las moscas―. Bastardos y bastardas los hay muchos. Tantos como no te puedes imaginar. Ahora ambos, dejadme tranquila. Largaos de esta cabaña. O quedaos. Y seguro que os contagiaréis. Porque la plaga se extiende rápido en estos bosques.
Rodas, silencioso, dio un paso adelante, ignorando su advertencia. Pero el caballero titubeó. Y se detuvo. Unas marcas en el cuerpo de la mujer, a pesar de la penumbra, se hicieron visibles. Unas marcas de dientes.
Rodas, muy despacio, contó una en la pierna. Dos en las caderas. Y tres o cuatro en zona abdominal. Al acercarse más, vio que el cuello de la mujer había sido desgarrado, y que presentaba una herida abierta y pestilente.
―Esa herida… ―susurró para sí mismo, casi sin pensar― Tiene que cerrarse. O de lo contrario le dará una fiebre y morirá.
En ese momento, el caballero se volvió a Bèri, quien lo observaba con la boca echa un anillo, y una expresión incrédula en su mirada.
«Tal vez sepa algo y esté asustada», pensó Rodas de repente, poco antes de mirar los profundos ojos negros de la mujer.
―Escucha. No somos como las personas que te han encerrado, ni como los que te han hecho daño. Nosotros fuimos caballeros mendigantes. Hombres que vivíamos para ayudar y servir, aunque te parezcamos unos asesinos vulgares. ―El caballero, sin dudarlo, envainó el mandoble en bandolera, y le extendió la mano a la mujer para mostrarle su ayuda―. Venir con nosotros si quieres vivir, o quédate a aquí a morir, es al final decisión tuya. Pero me gustaría que vinieras. ¿No es verdad, Bèri?
Bèri Marquié, el lobero, sin embargo no respondió. El caballero se mantuvo firme, envuelto por los retazos de humo que continuaban danzando al interior de la choza.
―Sólo será hasta vendarle la herida, y hasta que se recupere ―añadió Rodas, luego de volverse al sombrío rostro de su compañero. En ese momento bajó la mirada hacia su pecho, en donde colgaba un medallón igual al que él había arrojado al bosque hacía unos momentos―. Tenemos que hacerlo. Es parte de nuestros deberes como caballeros mendigantes. Si nos alistamos a la Orden en un principio fue para servir. Y eso es lo que haré y lo que tú también deberías hacer.
El lobo de Bèri gruñó, como si no estuviese de acuerdo. Bèri, con el semblante severo, simplemente se limitó a observar a la bestia, a sus ojos rojos y renegados. Luego se volvió a Rodas, quien se había quedado mirando a la mujer. Una figura pálida y débil. Una mujer que se había hecho la fuerte. Pero que realmente, estaba indefensa como un niño.
En ese momento, Rodas de Gonesse supo que Bèri Marquié no haría nada para impedir que cumpliera su voluntad. Bèri era, después de todo, su compañero. Su amigo. No obstante, algo en la mujer lo aterraba. Y no sabía si era su pasado. Su presente. O esos ojos oscuros. Sombríos. Que lo seguían observando sin pestañear. Nota:- la parte de la herida en elcuello debe aparecer a penas ven a la mujer.
Aquí os dejo el comienzo del segundo capítulo de Relatos de Mondabar!! Espero que os guste!!
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—Tomaos esto —dijo Owain alargándole una jarra humeante.
Acababa de entrar en la sala, en la que unos clérigos habían atendido sin hacer preguntas, las heridas del viajero. Se había quitado sus empapadas ropas, y vestía una sencilla túnica blanca y unos pantalones que le habían entregado los monjes. Era un hombre joven, de constitución atlética. Llevaba el pelo largo y rubio, recogido en una coleta. Sus ojos eran de un azul oscuro y su rostro era atractivo, a pesar de la multitud de arañazos que tenía y del aspecto agotado que mostraba.
Arrugó la nariz mientras la cogía.
—¿Qué es? Huele fatal.
—Y sabe aún peor —le aseguró Owain con una sonrisa. Había limpiado las pinturas de su cara y su rostro tenía un aspecto lozano, como si hubiese descansado durante horas —. Es un antídoto. Las garras de esos seres pueden ser venenosas. Además os hará sentir mejor y calmará los dolores.
El herido no necesitó oír más y bebió con avidez, a pesar de las arcadas que le venían a cada trago. Sin embargo, no había casi apurado la jarra, y ya comenzó a notar como una sensación de calidez se extendía por su cuerpo. Las heridas de su espalda, cubiertas de gruesos vendajes, dejaron de arder con tanta intensidad y el mareo pareció calmarse.
—No mentíais –dijo con una inclinación de cabeza —.Os lo agradezco.
Owain asintió y se sentó frente a él. Estaban en una sala de anchas paredes de piedra, decorada ricamente con tapices y una enorme estantería, llena de pergaminos y libros. Había una mesa de gruesa madera, rodeada de sillas profusamente labradas, junto a un gran ventanal. Los cristales vibraban y se sacudían con la tormenta desencadenada fuera. Era imposible ver nada, pues la noche ya había caído totalmente, pero se podía oír el estruendo de la lluvia cayendo con fuerza. Estaban sentados en dos butacones junto al fuego de la chimenea, que ardía con intensidad, aliviando sus ateridos miembros.
—Es un brebaje antiguo, muy efectivo. Aprendí a prepararlo casi antes de andar —dijo Owain sonriendo, mientras desenvainaba la espada y la daga que había utilizado contra los demonios. Las acercó al fuego y pasó las hojas por las llamas lentamente.
—¿Es para eliminar el veneno?
—Algo así. El fuego tiene un cierto efecto purificador, pero no sólo para el veneno —extrajo las armas y las apoyó contra la pared. Después se recostó en el asiento y estiró las piernas, acercando los pies al fuego—. Esa sangre tiene el mal imbuido en ella, una vez manchadas, las armas nunca se limpian completamente —Owain le miró fijamente —. Bien, aun no me habéis dicho vuestro nombre.
—Debéis disculpadme —dijo el hombre con pesar —. Con la conmoción no me había dado cuenta. Mi nombre es Halan.
—¿Halan? —contestó Owain enarcando las cejas. Se inclinó hacia delante y entrecerró los ojos, como si le contemplase por primera vez —¿Halan, de Ébure?
Halan asintió extrañado.
—¡Vaya! ¡No os había reconocido! —Owain sonrió y se recostó en el sillón —La última vez que os vi, érais un muchacho.
—¿Un muchacho? —Halan estudió el rostro de Owain. No parecía mayor que él, de hecho, casi parecía más joven —Creo que os confundís.
—No os dejéis engañar por mi aspecto, soy mucho más mayor de lo que aparento. Conocí a vuestro padre, Doran, Señor de Ébure, hace varios años. Es un gran hombre.
Halan guardó silencio durante unos instantes. Lo cierto era que Owain le producía una sensación extraña. Por alguna razón, sentía que podía confiar en él, como si realmente fuese un viejo conocido. Pero estaba claro que no era un hombre normal, su mirada era profunda y parecía traspasarle y ver en su interior, a pesar de su expresión de afabilidad, lo que le incomodaba sobremanera. De repente notó una punzada de terror recordando su misión. Buscó con la mirada sus ropas y el equipo que traía consigo. Se sintió ligeramente aliviado cuando vio que todas sus pertenencias reposaban colocadas junto al fuego. Aún así, no pudo dejar de sentirse inquieto.
—¿Quién sois? —preguntó bruscamente.
Owain sonrió, sin que pareciese ofendido por el tono.
—Estoy temporalmente al servicio del Señor de Portanon. Normalmente viajo de ciudad en ciudad, y nunca me quedo demasiado tiempo.
—¿A su servicio? ¿Y qué tipo de servicios ofrecéis?
Owain se encogió de hombros.
—Protección. Pero no para él, para la ciudad. Velo para que todo marche…correctamente. Digamos que soy un cazador de elementos…indeseables.
—Cuándo estuvisteis en Ébure…
—Si —dijo Owain anticipándose a su pregunta —. Estuve al servicio de vuestro padre.
Halan guardó silencio, sopesando sus palabras. Se sintió más confiado al saber que su padre había confiado en este extraño hombre.
—¿Cómo está Doran? Hace tiempo que no sé de él —Halan pudo notar la intención escondida bajo las palabras de Owain. Una vez más, sintió que podía leer en su interior.
—No…no lo sé. No sé nada desde ayer, o desde hace dos días. No sé ni cuánto tiempo ha pasado, ni siquiera si mi padre sigue aún vivo, desde que dejé Ébure.
Owain le miró en silencio y asintió lentamente.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Qué os trae a Portanon? Debe ser algo importante cuando os perseguían esos monstruos.
Halan se debatió internamente sobre si revelar su misión a Owain o inventarse alguna excusa. De alguna manera estaba seguro de que si mentía, Owain lo sabría; pero aún así, le aterraba equivocarse y fallarles a todos. Finalmente decidió confiar en él. Lo cierto era que no tenía muchas más opciones y al fin y al cabo le debía la vida. Se levantó del asiento y se acercó al lugar donde sus ropas de viaje se secaban junto al fuego. Apartó la capa y cogió una gastada bolsa de piel. La abrió y extrajo un bulto envuelto en telas. Se sentó de nuevo y se lo tendió a Owain.
¡Hola a todos! Aquí dejo completo el prologo de mi novela que había subido recientemente. Esta dividido en tres partes. Agradezco criticas constructivas ¡Que disfruten!
Prologo
Introducción por parte de nuestro narrador.
Cuando era un niño pequeño, descubrí que mamá y papá poseían tatuajes muy particulares. Ella, un número de dos dígitos en el cuello, y papá, ese mismo número, además de un dragón rojo serpenteando a lo largo de su espalda.
Fue entonces cuando me enteré de que ellos habían nacido en un mundo, y una época diferente a la que yo vivía.
En aquel mundo las personas eran divididas en rangos del uno al diez, según qué tan perfectos eran considerados. Basándose en una escala, llamada "La Clasificación". Diez era el puesto más alto y considerado un ser perfecto. Todos creían que era un mito, pero estaban equivocados...
Y gobernaban el Mundo Unificado, utilizando las palabras para convencer a la gente. Bajo sus órdenes, trabajaba la policía internacional, o la Interpol, que era conformado por personas superdotadas. Y entre ellos había dos jóvenes muy especiales, con una historia bastante peculiar. El escenario de esta historia es Winchester, una ciudad amurallada que guardaba muchos secretos.
Con estos datos básicos, podemos comenzar esta historia.
Una historia sobre un niño y una niña.
Historia sobre un niño y una niña
Yo era un niño y ella era una niña.
Edgar Allan Poe, Annabel Lee.
Katrina Black y Light Amane nunca debieron haberse conocido, mucho menos haberse vuelto amigos. Ella era un Nueve, demasiado cerca de la perfección como para mezclarse con él, un simple número Dos. Sin embargo, no era esta la razón por la que el Sistema quería a Light muy lejos de ella.
Katrina y Light se conocían únicamente de vista. Light, como los otros Dos, era un futuro artista. Por lo general Katrina lo veía devorando libros gordos y enormes. Katrina por su lado, leía de todo un poco. Lite siempre notaba que le gustaba estudiar mucho, no era sorpresa que Katrina era la alumna más sobresaliente. Era un Nueve, y todos los Nueves son genios, por eso no tenían un campo de trabajo asignado como los demás rangos.
Sin embargo, todo se desató una noche de diciembre.
La madre de Katrina Black, Melinda Black, insistió en ir a ver la presentación que se hacía en la plaza... Ese día había solo Katrina y su madre asistirían, Alex su hermano no quiso ir.
Ese día fue la primera vez que le hablo.
La familia de Light organizaba el espectáculo, música, colores y actos. Light tenía su propio show de marionetas, con una historia completamente mezclada. Venia ser algo así sobre una caperucita roja motoquera que va a salvar a su abuelita de la mafia de Madagascar, pero de repente y tan naturalmente que no te dabas cuenta, aparecía un Shrek rojo con traje y un Godzilla rosa que usaba batamanta.
Quizá lo dejaban ver demasiadas películas.
Al finalizar, la madre de Kat se quedó hablando con la familia Amane. Tanto Kat como Light intentaban no sobresalir, les era difícil tratar con la gente. A ella le daba pena, y el simplemente era algo introvertido.
El viento soplaba con fuerza esa noche oscura. La laza del cabello de Kat se soltó, y luego quedo atorada en un árbol. La miro con tristeza, odiaba las alturas y no sería capaz de trepar.
Pero no fue necesario, un valiente niño japonés rubio escalo a por ella. La alcanzo, la rama se rompió, y se raspo la rodilla.
Kat lloro mientras curaban a Light, pero él no le permitió sentir culpa.
—No me he presentado como es debido, soy Light— Aguanto un quejido. Luego le tomo de la mano— Light Amane, y se lo que piensas. No, no soy bajo en grasas.
Esto le saco una sonrisa rota a Kat.
—Katrina, llámame Kat. Y no, no pensé que eras bajo en grasas.
Cuando Light se sintió mejor se fue. Ambos se despidieron con un gesto de la mano. A él le agradaba ella, y a ella él.
Más tarde, en una de las muchas veces que se frecuentaron, terminaron teniendo una conversación interesante sobre su futuro.
— ¿Y qué te gustaría hacer?—Pregunto Katrina, curiosa, más pensó que tal vez podría molestarle aquella pequeña interrogante de su parte.
El pareció vacilar si contestar o no, pero de igual forma lo hizo.
—Es un asunto algo complicado. Quizá… agente. —Las palabras venían con un tono de temor acido. — Pero mis papas dicen que "ellos…" no son buenos — Lo último lo dijo en voz muy baja, con miedo de ser oído. Su gesto parecía de repulsión u horror.
«Todos para un lugar, y un lugar para todos» Rezaba el lema del Sistema. Y el lugar de él no era el de un agente.
Light suspiro, la miro a los ojos volviendo a sonreír para romper la tensión.
—Lo mío no importa, Katrina. ¿Qué quieres tú?—
Lo había incomodado, así que decidió contestar lo que el indagaba y volteo a ver hacia donde se encontraba su padre.
—Yo quiero ser como papá... aquí entre nos te diré— Su rostro se ilumino un poco, contenta y orgullosa de lo que diría. —Papá es un agente de la Interpol, él ha estado en muchas investigaciones y le he ayudado con su labor de investigador. Yo seré como él, resolveré casos importantes...— Explico exagerando los gestos de tanta emoción.
Ante la mención de la Interpol el pareció algo incómodo, sin embargo puso una sonrisa de esas que decían «Quiero cambiar el tema, pero no quiero parecer grosero… o sospechoso».
—Es asombroso. Ojala yo pudiera hacer algo así de importante como tú—Manifestó entusiasmado, más de lo que debería.
—Sí, papá dice que en cuanto pase la Ceremonia de Asignación podré entrar a las pruebas para el Programa de Agentes Junior. Un día yo seré una de las mejores agentes. No importa cómo, soportaré el entrenamiento— Sentencio firmemente.
Después de un minuto de silencio fue cuando por fin la mente de ella cayo en cuenta de todo el tiempo en el que había mantenido una conversación con el pese a su timidez.
—Sabes... me agradas bastante.
— Ah... tú también me agradas.
Se sonrojaron, algo absurdo pero ambos vieron la sonrisa ensanchándose en el rostro del otro. Al finar lograron calmar la ligera tensión.
Esa noche fue quizás, el comienzo de algo único, una amistad entre un Dos y un Nueve. Sin embargo, eso solo era el comienzo de una aún más particular historia.
Esta es la historia de Él y Ella, dos niños de dos mundos completamente diferentes crearon una promesa fatídica, un vínculo que se había vuelto inquebrantable, que había sellado los destinos de todos para siempre.
...
Ceremonia de Asignación
31 de Diciembre.
Día de la Ceremonia de Asignación de Rango
El autobús daba tumbos al ritmo de la carretera, los niños en su interior ríen, los niños juegan, y Katrina Black… es parte de esos niños. La gente de las calles grita su excitación, miran los vehículos pasando por las calles. Los pequeños de diez años, van rumbo al Centro de Clasificación. Donde se decidiría su rango para siempre.
Katrina podía sentirse parte de ello, las manos le temblaban, la efervescente emoción crecía en su pecho más y más. El viento sopla, cierra los ojos. Deseaba tatuar aquel recuerdo en su mente. El sonido de la multitud animándolos, el tacto del viento como diciendo hola a una nueva vida. Había luchado toda su vida por ello, como todos los demás.
No volvería. Ella sería agente de la Interpol si su número era Nueve. Permanentemente. Y no podía hacer más que observar entonces el fluir de las cosas y recordar que por más que pasara el tiempo jamás dejaría de ser lo que alguna vez había sido.
Pero en ese momento ella era Katrina, la chica apunto de decidir su vida para siempre. Los números lo decidirían, que tan perfecta era. Y para ella eso estaba bien.
No podía esperar. De ninguna manera.
Soñaba con viajar y conocer, vivir la vida que solo se podía vivir en los libros. Conocer el mundo, submundos y sobremundos. Ella había leído sobre personas que quería ser y aventuras que quería tener. Tantos lugares por conocer, y tanta vida por vivir.
El autobús se detuvo enfrente de la cúpula blanca que era el Centro. Una vez más, la exaltación invadió a la multitud de niños. Una niña de piel oscura gritaba de la emoción, otra, castaña; admiraba la inmensidad del interior con la boca abierta en un perfecto círculo. Había otro al que le temblaban las manos y le lloraban los ojos, y no precisamente del frio.
Ese era Light Amane.
El pobre, desgracio infeliz de Light Amane.
Desde hacía tanto, se sentía, no, era; un manojo de nervios. Y tan solo con tirar ligeramente de uno se rompía en mil pedazos. De él ya no quedaba nada más que un triste recuerdo borroso.
Se sentía destruido y patético, como si su antiguo yo alegre y de espíritu libre hubiera muerto, y en su lugar estuviera esa persona que nadie conocía. Abandonado por su suerte, sin familia que le cuidase, sin futuro por delante. Sin Kat, su dulce Kat que le había prometido amistad eterna. Pobre, cuán iluso había sido.
Ya habían pasado seis meses, desde que literalmente su mundo había ardido en llamas. La policía decía, que una fuga de gas fue la responsable de la muerte de sus padres y sus abuelos. Sin contar las quemaduras de tercer grado, y las marcas que quedaron en su cuerpo. Katrina ignoraba todo eso. Como también le ignoraba a él, desde el misterioso momento en que esa persona desconocida le visitó en el hospital, advirtiéndole que ella no deseaba verlo nunca más. Por eso no podía estar feliz, jamás lo volvería a estar. Mucho menos en ese terrible día. En ese horrible, nefasto y aterrador día.
Dos maneras muy diferentes de ver uno de los días más importantes de sus vidas.
Fuese como fuese, ambos tenían mayores cosas de que preocuparse en ese momento.
Les dividieron en grupos de muchos niños, y cada tanto, los miembros del grupo entraban por las puertas a las salas de Clasificación. Light estaba en un grupo que entraría después. que el de Kat. No le alegraba ni le molestaba. No le cabía en la mente nada que no fuera su mayor preocupación, en ese momento: El test pre-Clasificación. Había sido un estúpido por no rechazar la Simulación y realizar el test consciente. Se normal, se decía, todo el mundo toma la simulación, se decía. No recordaba nada, como él resto. Nadie sabía que ocurría en el test. Ni para que servía.
Se veía sin escapatoria, en el peor de los casos la Clasificación arrojaría el número al que tanto le había rehuido. Sus hombros, sus manos, sus piernas, temblaban tanto como si fuese un álamo. Aunque se había sentado en la silla frente a la gran pantalla holográfica, sentía que estaba por caerse. Puso su mano en la pantalla, para confirmar su identidad. La computadora empezó a analizar los datos recogidos durante esos diez años de vida. Cruzó sus dedos sudorosos. Por favor, no. Por favor, todo menos eso, pensaba. Papá, mamá, ustedes me advirtieron. Su mundo entero dependía de Aaron River, que cambiaría clandestinamente el resultado.
Entonces la voz computarizada por fin habló.
—Haz sido clasificado con el número diez. — La silla empezó a moverse, un sello con el número de dos dígitos empezaba a acercarse a él.
Gritó, de horror, de puro incipiente e insano horror.
—¡NO! ¡NO! ¡NUNCA! ¡JAMÁS! ¡NO SERÉ SU RATA DE LABORATORIO!—Se movió como un verdadero demente. Estaba totalmente fuera de sí. Rompió el brazo robótico con el sello de un solo tirón. — ¡No me importa! ¡Que se jodan! ¡Que se jodan!
El brazo impactó contra la pantalla holográfica, que realmente era de cristal, lo vidrios lo llenaron de cortadas, pero a él no le importo.
Nada le importo más que huir. Y huyó, por el ducto de la ventilación.
No se quedó ahí lo suficiente como para saber que había alguien que antes que él había sido tatuado con el número diez en su cuello.
Su nombre era Katrina Black.
A decir verdad me intriga algo este tema, ¿nunca se les a ocurrido buscar algunos fanfictions de alguna serie que vieron en su infancia? Esto lo digo ya que recientemente, comenze a adentrarme en Fanfiction.net y su seccion de Cartoons, por ahora estoy explorando la seccion de KND: Los chicos del barrio. A decir verdad, creo que escribir sobre un trabajo que admires y que ademas recuerdes con cariño desde niño es un gran ejercicio como el fanfic en si mismo. Ademas de que incluso podemos toparnos con nuevos enfoques de la mis historia. Si ustedes tienen algun fanfic de este tipo que les guste compartanlo, yo le dejare este:
Esta será mi primera aportación de un relato al foro! Como comentaba esta mañana en mi presentación, soy un escritor aficionado, y aunque llevo años escribiendo, es la primera vez que comparto públicamente mis relatos e historias. He abierto un blog y una página de facebook, en los que iré contando por capítulos semanales (aprox) historias de fantasía épica.
Aunque lo tenéis en el Blog, quería compartir con vosotros el primer capítulo que he sacado esta misma semana, a ver que os parece!
Espero que os guste!!
Si podéis, pasaros también por el blog y en especial, añadiros a la página de facebook, para no perderos los siguientes capítulos y novedades y además, me ayudaríais mucho! los links los tenéis en la firma, pero os los copio aquí: